Entrevista a Marta Rodríguez

La memoria es la que alimenta las luchas

Óscar Iván Montoya

En un país en el que la política es practicada por los individuos más ineptos, y el cine se mira como un bicho raro, Marta Rodríguez le dio dignidad a ambas actividades y, de paso, las supo combinar de manera eficaz. Compromiso social y búsqueda estética han sido los pilares sobre los que construyó una trayectoria de más de medio siglo, que comienza con el ya legendario Chircales, pasando por Nuestra voz de tierra, memoria y futuro, y prosigue con La sinfónica de los Andes, su vigésimo segundo documental, que sigue las peripecias de una orquesta compuesta por jóvenes indígenas Nasa, que rinden tributo a sus compañeros de etnia, y a todos aquellos que se han visto afectados por la guerra.

Heredera de los métodos de su maestro Jean Rouch, compañera de Néstor Almendros, pupila de Camilo Torres, esposa de Jorge Silva, inspiradora de varias generaciones de cineastas, entre ellos Fernando Restrepo, correalizador de varios de los trabajos de Marta Rodrígez, incluido La sinfónica de los Andes, y director él mismo de Transgresión, un documental sobre la vida de la documentalista: “Yo conocí primero a la mujer y después al personaje público, porque a finales de los noventa la consideraban una loca que no tenía ningún futuro como cineasta. Afortunadamente estaban equivocados, y como muestra están sus películas, sus reconocimientos, la influencia que tiene sobre los nuevos directores”,

Perteneciente a una generación de artistas que si bien no cambiaron el mundo como era su pretensión, sí transformaron radicalmente la forma de asumir y de realizar el cine en Latinoamérica. Marta Rodríguez también supo liberarse de los preceptos del cine militante sin perder esa combatividad que la ha distinguido, que mantiene su vigencia, y le insufla a cada nuevo proyecto su sello personal.

¿Cómo fue el trabajo previo para acometer el rodaje de La Sinfónica de los Andes, un documental que se rodó totalmente en el norte del departamento del Cauca, una región con la que usted ha mantenido una relación muy estrecha desde sus primeras realizaciones?

Un documental requiere primero que todo mucha investigación, trabajo de mesa y trabajo de campo. Por ejemplo, para realizar el guion de La Sinfónica de los Andes, eché mano de una relación de más de cuarenta años, tengo una experiencia de mucho tiempo con las comunidades indígenas. Es una acumulación de todo ese conocimiento y esa cercanía; además, la antropología me brinda herramientas muy valiosas para analizar la realidad, entre ellas, la observación participativa, convivir meses y años con las comunidades, darles la voz a ellos.

En lo profesional usted ya había realizado varios trabajos en el departamento del Cauca, comenzando con sus primeros documentales con su esposo Jorge Silva, pasando con su trabajo con su hijo Lucas sobre la amapola, hasta ahora con documental. ¿Cuál ha sido su principal vínculo con el departamento del Cauca?

Mi compromiso con los pueblos indígenas, aparte de que soy antropóloga, y que hace más de cuarenta años filmé la matanza de Planas, en los setenta, y desde ese momento me di cuenta de la dimensión en que el indígena había sido exterminado. Se le llamaba irracional, se le explotaba, se le torturaba, y desde ahí me comprometí hasta el presente. Más tarde, cuando en el Cauca surge el CRIC, Consejo Regional Indígena del Cauca, en la época en que comenzaron a organizarse, porque o sino los acaban, me voy con mi esposo durante cinco años, y durante ese tiempo realizamos Nuestra voz de tierra, memoria y futuro, que da testimonio de todo un trabajo práctico, político. Los indígenas, de ser unos siervos de la tierra que pagaban tierraje, pasaron a organizarse, a la recuperación de tierras en Coconuco, y al final como siempre llegó la represión porque los señalan como robatierras. De ahí fue donde salió mi primer trabajo en el Cauca, y desde entonces viene mi compromiso con los campesinos, las comunidades negras e indígenas.

…el indígena había sido exterminado. Se le llamaba irracional, se le explotaba, se le torturaba, y desde ahí me comprometí hasta el presente.

Usted ha contado que una parte de su infancia la vivió en el campo, ordeñando vacas, con los ritmos propios de las zonas rurales, muy en sintonía con la gente menesterosa. ¿De qué manera influyó ese tiempo vivido en el campo posteriormente en su carrera, no sólo como temática, sino como una evidente sensibilidad por las personas más humildes?

Mi mamá quedó viuda al poco tiempo de su matrimonio. Mi padre era un empresario cafetero, que tenía una bodega en San Gil, pero perdió el capital en varios negocios. Nos tocó entonces la pobreza, y la familia de mi papá nos desterró a una finca en Subachoque, en Cundinamarca, en donde fuimos campesinos por casi ocho años. Yo me críe allá, mi mamá era maestra, y ella misma me enseñó las cosas básicas, entre ellas a escribir. Y sí, claro, compartí la pobreza y la marginalidad de la gente común y corriente, en una región que tenía fuerte influencia indígena, de hecho, todavía se utilizan muchas palabras de orígenes chibchas, además de muchas costumbres. Fue un tiempo en el que estuve muy cerca de las culturas campesinas con raíces indígenas.

¿Y en el caso específico de La Sinfónica de los Andes, cómo fue el proceso de investigación, cómo seleccionó las tres historias que componen el documental y cuál fue el criterio que las unificó?

Yo desde hacía un tiempo venía en un trabajo de recopilación de memorias en el Cauca, principalmente porque desde hacía muchos años el conflicto estaba muy fuerte en el norte del Cauca, había como siempre muchas víctimas, y en esa recopilación empecé a darme cuenta que las víctimas a menudo eran niños. y que una de las causas era que en esta zona tenía influencia la columna Jacobo Arenas, que tenían talleres hechizos donde armaban tatucos, minas quiebrapatas y los terribles cilindros bomba con los que destruyeron varios pueblos, arrasados los dejaban con esos artefactos. Entonces ya profundizando me percaté que muchas veces las víctimas eran niños, y a partir de este dato comenzó el trabajo de investigación, de ponerme en contacto con las familias, de establecer la relación con ellos. Y ya cuando Ibermedia entró a apoyarnos, teníamos con que financiarnos, nos fuimos para el Cauca, y en dos meses concretamos las historias y los testimonios.

¿Y cómo fueron los dos meses de rodaje? Porque por fechas coincide con un periodo de relativa calma propiciado por el ambiente del Proceso de Paz.

Fuimos muy de buenas porque pudimos entrar a la zona tranquilos, había mucha esperanza en el Proceso de Paz, mucha gente inclusive había regresado a los territorios, ya no había tantos retenes de la guerrilla y de toda clase de grupos armados, incluido el ejército. Además, teníamos el apoyo de la comunidad y de la guardia indígena, que siempre nos acompañó y nos protegió en nuestras labores de filmación.

En su película la música es un componente con mucha fuerza, y dentro de las comunidades indígenas esta manifestación artística es muy importante. ¿De qué manera se han servido ellos de la música como una especie de paliativo, una forma de unir fuerzas para seguir adelante, una manera de encontrar un remedio, no para olvidar los dolores o restañar las heridas, sino para transformarlos en algo creativo, un motivo para seguir adelante en un país que como decía el poeta Cobo Borda, “es un país mal hecho, en donde la única tradición son los errores”?

Los jóvenes que habitan el hato Huellas, en Caloto, Cauca, tienen un profesor pastuso, Richard, que ha consagrado su vida y su tiempo a preparar a los muchachos de quince, dieciséis, o ya más mayorcitos, a que aprendieran a interpretar sus instrumentos andinos, así como se llama la orquesta. Luego, como morían muchos compañeritos en el conflicto, o se los llevaba la guerrilla, o tenían que abandonar el territorio, los músicos le dedicaban sus canciones a la memoria de ellos. Así fue como los conocí y me parecieron extraordinarios, y todo el montaje en la película se hizo con los cantos de estos jóvenes Nasa.

Marta, usted mencionó un apoyo del programa Ibermedia, ¿cómo fue el proceso de financiación de La Sinfónica de los Andes en Colombia y en el exterior?

En Colombia no me dieron nada. Cero. Cinematografía me cerró las puertas. No quiso apoyar ese proyecto. Tuvieron que aparecer unos productores bolivianos a quienes les interesaba mucho mi obra, y luego el director de una fundación me apoyó para que en Ibermedia me otorgaran un fondo, y así realizamos la película. Por eso yo no puedo afirmar que en Colombia me apoyaron. Posteriormente me dieron una ayuda porque vieron la calidad del documental, y les tocó darme una ayuda para terminarla, pero nunca tuve un apoyo en Colombia para despegar este proyecto. Los millones que le botan en Cinematografía a la ficción, porque le botan los millones, porque como tenemos un nominado a los Oscar, entonces somos reyes con películas que no se comprometen con la realidad colombiana. Es un cine que busca espacios internacionales, pero que no está comprometido ni con la gente ni con las problemáticas tan agudas que vivimos ahora.

…porque como tenemos un nominado a los Oscar, entonces somos reyes con películas que no se comprometen con la realidad colombiana.

¿Y usted a qué le achaca ese desdén con los documentales con ciertas características de parte de las personas que se encargan de premiar los proyectos?

Por miedo a la mala imagen. Porque no les gusta que mostremos que en Colombia asesinan a los líderes sociales, desplazan campesinos, reclutan niños. No quieren. Yo mandé en 2011 Memorias de un etnocidio: Memorias de resistencia al festival de Cartagena, y me contestaron que lo presentara en los barrios pobres, que me fuera para otro lado, que allá no recibían ese tipo de documentales.

Usted desde el inicio de su carrera con Chircales, hasta su último trabajo, La Sinfónica de los Andes, siempre le ha apuntado a la preservación de la memoria, en un país en el que sufrimos de mala memoria crónica. ¿Por qué es tan importante preservar la memoria de los pueblos que han sido expoliados, abandonados, como las comunidades indígenas y afro?

Porque la memoria es la que alimenta las luchas. Ellos vienen de recoger las luchas de sus ancestros, desde la Gaitana y Quintín Lame, que fue su gran líder. Cuando crearon el CRIC, su programa era retomar las luchas de Quintín Lame por recuperar las tierras, su historia y su cultura. La memoria es vital. Allá tienen un enorme respeto por los abuelos, por los mayores y las mayoras, los sabedores. Las mujeres ancianitas son muy veneradas porque tienen la memoria, la memoria es como el impulso que los ayuda a continuar. Cuando yo les llevo Nuestra voz de tierra…, los jóvenes que están aprendiendo a recuperar tierras miran cómo sus antepasados hacían lo mismo, cómo se organizaban, cómo preservaban su cultura.

Decidí hacer una memoria con el cine, porque ya era la hora que el cine se asumiera como testigo, y yo soy testigo desde el cine. Por medio del cine logro, con una magia que sólo el cine me otorga, que los muertos vuelvan a hablar, porque para las comunidades indígenas perder a sus sabedores es como quedar huérfanos, es una pérdida demasiado grande y el cine se los devuelve por unos minutos.

En ese lapso que va desde la firma del Acuerdo de Paz hasta las elecciones presidenciales de 2018, hubo como un pequeño margen para la esperanza, se llegó a pensar que al fin se iban a modificar el estado de las cosas o transformar el establecimiento político. Finalmente, llegaron al poder los enemigos del acuerdo, y desde el día siguiente se dedicaron a volverlo trizas y a llevarlo casi a un callejón sin salida, con muchos inconvenientes para implementarlo. Usted personal y profesionalmente qué rescataría de ese breve periodo de casi dieciocho meses, qué podemos nosotros como ciudadanos valorar de ese momento para levantarnos a luchar cada día, así como usted que, pese a su edad, a los achaques de salud que padece, se levante cada día con esa voluntad a terminar las labores que se ha propuesto, como lo hizo en el pasado para ir a rodar a los territorios más inhóspitos, en las épocas más convulsionadas. ¿Qué rescataría usted de ese momento histórico en el que usted pudo rodar en una situación tranquila, sin azare como decimos en el lenguaje coloquial?

Yo diría que persistir en ese impulso y lograr al fin que todas esas fuerzas, que se mantiene en permanente confrontación, de odios, de retaliaciones, de venganzas, que entiendan que primero está la vida, que el valor de la vida es sagrado, que no se maten entre hermanos. El ejemplo más claro no lo dan las mujeres que perdieron a sus hijos, que es lo que uno más quiere en la vida, y ellas no quieren vengarse, no albergan ningún deseo de esa clase, ellas quieren recomponer su vida, teniendo la esperanza de que algún día llegue la paz a los territorios, pues últimadamente les están matando un líder cada día, es un dolor infinito porque se está yendo una juventud a la que están sacrificando por intereses mezquinos, por la droga, por la guerra.

El ejemplo más claro no lo dan las mujeres que perdieron a sus hijos, que es lo que uno más quiere en la vida, y ellas no quieren vengarse, no albergan ningún deseo de esa clase, ellas quieren recomponer su vida…

Usted ha sido una persona de grandes retos, de desafíos a nivel familiar, como mujer y cineasta; ahora le suma el desafío profesional de llevar La Sinfónica de los Andes a salas comerciales. ¿Cómo ha sido esta nueva experiencia de exhibición de su trabajo, le agrega un poco más de incertidumbre a la incertidumbre habitual de un estreno, se puso contenta o tenía algo de nervios?

La verdad me siento muy contenta porque el día que la estrenamos nos acompañaron algunas de las personas que perdieron sus hijos, fue muy lindo cómo vinieron, cómo hablaron, la recepción del público que llenó la sala, tanto que se tuvo que pasar nuevamente en el Cinema Royal. Además, hemos estado dando entrevistas en varios medios, lo que a mí me genera algo de desgaste, porque ya tengo 86 años, y es normal que esto me genere un poco de cansancio, pero ahí estamos, contentos porque La Sinfónica iba para Cali, Popayán, mejor dicho, se está moviendo por muchas partes.

Y después del estreno de La Sinfónica en salas comerciales, ¿en dónde la piensan seguir exhibiendo?

Pensamos mostrarla en resguardos indígenas, con las comunidades afro, en las universidades, en donde siempre hemos trabajado, y también llegar a un público lo más amplio posible.

¿Y por el premio Ibermedia no tiene derecho a exhibición internacional?

Nos han pedido el documental de Canadá, de Berlín y de otros escenarios internacionales. Claro que se va a estar moviendo en el exterior.

Lo último, es que usted es una mujer incansable, y que ya está pensando en un próximo proyecto sobre su otro gran maestro, el cura Camilo Torres. Nos puede contar algo sobre la fase de producción en que se encuentra.

Este es otro trabajo con Fernando Restrepo. Andamos en lo del primer copión, entonces no sería antes de este año 2020. Además, conseguir material de archivo valioso no es fácil, entonces el estreno no tiene por ahora una fecha muy precisa.

Previous Story

Entrevista a Iván D. Gaona

Next Story

Entrevista a Libia Stella Gómez