Manuel Zuluaga
El cine de no ficción continua libre en su camino de apertura a nuevas formas, más cercanas a la experimentación y más lejanas de la información; sin embargo, mantiene un vínculo ético con la realidad más notorio y evidente que aquel que se da en la ficción o incluso en el experimental. En La Mirada Desnuda (2020), el retrato documental de un director de cine decadente, es la oportunidad de revisar la memoria y los fantasmas de la Medellín de los años noventa, en una serie de hibridaciones entre el live action y la animación, que ponen en cuestión la relación ética del sujeto documental y el realizador. El cortometraje en sus búsquedas establece novedad tanto al cine local como al cine documental animado, en un interesante meta relato sobre las narrativas de Medellín.
Javier Mejía, director de Apocalipsur (2004), es el protagonista de este largometraje en donde la cámara actúa como confesionario y escucha sus anécdotas cargadas de risa y temor, evidencia de la crisis de la mediana edad, a la que se suma la frustración de un artista con proyectos sin acabar. Marchito por una ciudad que no reconoce, Mejía se entrega al pacto documental que le propone el realizador Santiago Giraldo Arboleda, y entre ambos hilan una conversación alrededor de la pulsión creativa por exorcizar lo que fuera la ciudad más violenta del mundo. Pronto, el dialogo, profundamente marcado por la voz gangosa de Javier, revelara momentos sublimes, donde la belleza y el horror se mezclan y nos recuerdan un par de verdades sobre la ciudad que habitamos, connotando la relación de amor-odio hacia Medellín.
La Mirada Desnuda, que fue selección en “Cortos de aquí” del FICCI 60 y que alcanzó a ser estrenado antes de que fuera cancelado, retrata a Mejía de una forma atractiva y empática, sin embargo, la imagen del director encantador se disloca sobre el clímax del cortometraje, tras una discusión entre sujeto documental y realizador que pone entre dicho el pacto de quien se deja grabar y quien graba. El film pasa de ser un retrato íntimo a un documental reflexivo, que revela la intervención sobre la realidad en un ejercicio por reconocer que los planes de Santiago Giraldo se vieron interrumpidos por un protagonista avasallador que pone un límite a lo que quiere revelar. En este momento, la estructura del cortometraje toma otro camino que recupera sobre el final, sin embargo, deja un sin sabor, en el que la falta de material y las nuevas circunstancias del rodaje limitan el buen rumbo que llevaba la obra, cayendo así en formas de montaje más cercanos a la crónica y el reportaje.
…la imagen del director encantador se disloca sobre el clímax del cortometraje, tras una discusión entre sujeto documental y realizador que pone entre dicho el pacto de quien se deja grabar y quien graba.
A pesar de ello, la obra es capaz de mantenerse con vigor, especialmente gracias al valor visual y juguetón que tiene. Y es que, en La Mirada Desnuda, el realizador Santiago Giraldo, músico (En la Arboleda) formado en diseño gráfico y egresado de la primera cohorte de la maestría en documental de la UPB, y con experiencia previa en video clips musicales, juega a ser un VJ, un mezclador visual, en donde hace uso de la entrevista en live action, el making off de Apocalipsur, los recortes de periódico y la animación por rotoscopia para crear un lienzo fresco que establece antecedentes para el mismo medio.
Es de resaltar, principalmente, el uso que hace de la animación, que está en servicio del discurso documental no de una forma cliché o ya vista en otras producciones, sino que crea un nuevo paradigma. Y es que a diferencia de obras como Bowling for Colombine (Michael Moore, 2002), en donde la animación recrea hechos históricos ―en código de sátira―; o Vals con Bashir (Ari Folman, 2008), en donde la animación es la excusa para despertar la memoria personal e histórica; La Mirada Desnuda encuentra entre muchos matices y posibilidades de la animación, la manera de evitar el dolor presente en los momentos más honestos de Mejía, creando así una noción de respeto que recuerda al cine moderno. Un buen ejemplo es la famosa escena del teléfono en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), cuando Travis Bickle llama a su enamorada y es rechazado, pero la cámara evita ver su rostro y se desplaza centrando la atención en la calle, como en un gesto de solidaridad y respeto hacia el personaje. Así mismo, actúa la animación en este corto, en donde pocos trazos dibujan el rostro de Javier, y son suficientes para mantenernos a una distancia prudente de su dolor. Esto, como lo expone Alejandro Cock en su texto Documental y animación: realidad desdibujada, se debe a que “las imágenes iconográficas representando la realidad -incluso las más duras realidades-, pueden ser recibidas de una manera más abierta y desprevenida que la imagen fotográfica”.
“las imágenes iconográficas representando la realidad -incluso las más duras realidades-, pueden ser recibidas de una manera más abierta y desprevenida que la imagen fotográfica”.
El ejercicio formal que propone el cortometraje, y que acompaña el discurso poderoso y aún vital de Javier Mejía, es además un importante documento para el grueso de producciones que establecen el heterogéneo panorama del cine de Medellín, atravesado por la violencia y la muerte (leer el texto El cine de Medellín y la violencia, escrito por Oswaldo Osorio), un vínculo vigente desde las narrativas clásicas y mal llamadas costumbristas de inicio del siglo XX, que toman como punto de partida la literatura de Tomás Carrasquilla y Efe Gómez, y se potencian en el cine, especialmente en los años noventa, como herencia de la tercera violencia y las estéticas sicarescas. Sin embargo, y a diferencia de Rodrigo D No Futuro (1990), La virgen de los Sicarios (Barbet Schroeder, 2000), o recientemente Amigo de nadie (Luis Alberto Restrepo, 2019), la película de Santiago Giraldo es un meta relato, la oportunidad para regresar a la ciudad más violenta del mundo de una forma posmoderna, como un hipertexto rico y nuevo para volver a leer las maneras en que el arte se ha permitido desnudar a Medellín. En últimas, La Mirada Desnuda propone una nueva etapa para el cine local, “cine dentro del cine,” como lo que se aproxima con el film de Mercedes Gaviria Como el Cielo Después de Llover, sobre su padre, el director Víctor Gaviria.