María Fernanda González García
Al final del espectro es el primer largometraje del director, guionista y productor Juan Felipe Orozco. Es necesario mencionar que, en algunas críticas, esta obra es considerada como la primera película de terror hecha en Colombia, cuando esto en realidad es una imprecisión, ya que deja a un lado la trayectoria del director Jairo José Pinilla.
En lo que sí podemos estar de acuerdo es en afirmar que es la primera película colombiana la cual ha vendido sus derechos a Hollywood (aunque nunca se culminó el proyecto audiovisual), e inclusive tiene un remake de origen mexicano que dista mucho de su predecesora. A pesar de todo, Al final del espectro es una obra que pocos recordamos y que vale la pena rescatar para comprender su importancia en la historia del cine colombiano.
Esta película clasifica en el género de terror psicológico, por las dificultades que atraviesa su protagonista Vega (Noelle Schonwald), una mujer que padece de agorafobia después de sufrir un incidente dentro de la elaboración de un proyecto audiovisual. Como una posible solución, su padre (Kepa Amuchastegui) la lleva al apartamento de su amigo Javier con el pretexto de que unas vacaciones (obligadas) le servirán para despejar su mente.
Es posible observar la influencia de las películas de cine de terror japonés, como por ejemplo, la presencia de personajes con cabello oscuro y largo, el color ocre y sanguinolento de los pasillos, el aspecto deprimente de las instalaciones, las fotos antiguas que remiten un pasado misterioso y algunos elementos distractores que permiten la elaboración de conjeturas erróneas.
No abusa de los efectos especiales, al contrario, los pocos efectos que tiene permiten que la historia mantenga su misterio, donde el espectador debe preguntarse cuál es el elemento que distorsiona la realidad. Podemos inferir que Vega es la intrusa que por sus premoniciones genera un caos dentro de la residencia.
Otro aspecto es la evidente necesidad del contacto, como si mediante este se confirme la existencia de quien lo requiere. Por ejemplo, a la llegada de la protagonista al apartamento, una de sus vecinas trata de entablar una conversación, la cual es negada y, por ende, genera una reacción de rechazo, murmurando un reclamo. Vega prefiere seguir siendo presa del aislamiento y esto permite que su obsesión crezca por desenmascarar un suceso que jamás ha ocurrido.
De hecho, vemos cómo su agorafobia se expande con el uso de las cámaras de seguridad, como si la pantalla pequeña le permitiera el control de cada espacio. Se evidencia la paranoia y la urgencia por detallar cada movimiento. Es de esta manera que su salud mental recae en la inminente locura, alejándola de suplir sus necesidades básicas como lo son el dormir y el comer.
… su agorafobia se expande con el uso de las cámaras de seguridad, como si la pantalla pequeña le permitiera el control de cada espacio. Se evidencia la paranoia y la urgencia por detallar cada movimiento.
Vega es un ser contradictorio, porque le gusta espiar detrás de la puerta y las paredes, pero se ve amenazada cuando recibe una cucharada de su propia medicina por parte de Tulipán, quien es la antagonista (una vecina extraña e impulsiva); este personaje se encarga de aumentar la tensión porque, al observar la vulnerabilidad de Vega, considera que tiene la capacidad para resolver sus penas. Con esta determinación se confirma la premoción y las imágenes fantasmagóricas que acechaban a la protagonista.
Con este giro de la película confirmamos las visiones de Vega y se establece una nueva preocupación por saber en qué concluirá el problema, pero la manera como se resuelve es el declive de esa tensión. No tenemos más detalles acerca de si la protagonista sobrevive o la condición de su salud mental empeora. Tan solo nos queda la imagen de Vega abordando un taxi y de nuevo la pantalla con la imagen siniestra de lo que podría ser una mujer.