Diario de Medellín, de Catalina Villar (1998)

Un instante con la presencia de los otros

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Joan Suárez


“Una gota de pura valentía vale más que un océano cobarde”.

Miguel Hernández

El agua se abre con su corriente entre grietas, fisuras y el relieve de árboles. Marca una línea sin ningún tipo de patrón, solo el alcance natural de caer desde lo alto de la montaña nutriendo, en pequeños manantiales de pozos y chorros, la pequeña comunidad de habitantes que iban llegando de distintos lugares de Colombia a la periferia nororiental de Medellín. En la década del cincuenta solo un mapa ubica como punto espacial la antigua carretera a Guarne y la quebrada La Herrera, una de las fuentes hídricas más importantes de los barrios emergentes. Y así, a orillas de un lado y del otro, en la bifurcación de la pendiente y la tierra, se van conformando pequeñas linternas humanas en el Cerro Santo Domingo Savio y otros sitios en medio de la protesta y el apoyo de algunos sacerdotes (Díaz, Mejía y Carrasquilla) contra las presiones de las élites locales ante la presencia de los primeros asentamientos urbanos.

Todavía está el cauce de la quebrada, es la década del noventa y la miseria, la pobreza y la marginalidad reciben a la cineasta colombo francesa Catalina Villar, quien después de regresar a Colombia para un proyecto institucional se enrola en una travesía personal con el faro (herederos de las linternas citadas) que representa la sensibilidad e inteligencia de algunos estudiantes del Liceo Santo Domingo Savio, un instante luminiscente en el año 1998, en el que se conocería su película documental, Diario de Medellín, un registro en video sobre la condición de vida de ellos, sus familias y sus sueños.

El recuerdo y las añoranzas de cada uno de los protagonistas tejen un relato humano, y desgarrador, que a modo de costura, se van enhebrando y sacando su puntada en cada página que van escribiendo en su cuaderno, justamente, a modo de diario; un inventario que deja asomar la palabra como una linterna en la penumbra del camino, que guía y logra referenciar, a través del profesor, la esencia y singularidad de los seis protagonistas con sus historias y los demás cruces cotidianos entre la casa, la calle y el colegio.

El recuerdo y las añoranzas de cada uno de los protagonistas tejen un relato humano, y desgarrador, que a modo de costura, se van enhebrando y sacando su puntada en cada página…

Cuando llueve y el agua viene desde lo alto de la cima, la quebrada crece y penetra los rincones de las casas y sus inclinadas escalas, esparciendo su fuerza, de la misma manera se amplía en la pantalla, en un montaje alterno, la tensión, violencia y opresión que rodea el espíritu libre de cada uno de sus protagonistas que están en un laberinto indescifrable y de incertidumbre ante su vida. Especial atención merece, Juan Carlos Loaiza, con su vitalidad, fuerza y sensibilidad por su vida familiar y el contexto histórico, une con el sonido de las palabras el universo incomprensible entre la realidad y la fantasía, como bien hace mención durante el relato. Los mismos textos que escribió en su momento son hoy música que alumbra la oscuridad del barrio, aún habla entre murmullos y susurros su energía poética, latente y presente en el trabajo documental, también de Villar, La nueva Medellín, 2016.

Las corrientes se cruzan, posterior a este documental, el francés Jean-Stéphane Sauvaire realizó Carlitos Medellin (2004), en el mismo barrio Santo Domingo Savio, destacando su marginalidad y el índice de homicidios, es decir, a otro tono e interés, mientras su protagonista, de nombre Carlitos, recorre las calles y esquinas de su barrio con una virgen al hombro y escuchando a sus trece años los horrores de la guerra entre paramilitares y guerrilleros.

Por el contrario, Catalina Villar, formada en Ateliers Varan del cineasta y antropólogo francés Jean Rouch, donde se sugiere una pedagogía de formación para el cine documental basada en la enseñanza por la práctica y el intercambio entre alumnos. De este modo, algunos estudiantes de la película Diario de Medellín, incursionaron (y aún todavía, Hémel Atehortúa Villegas, por citar un ejemplo y su cortometraje Katty, 1997) en la realización y producción de video, luego de recibir formación en compañía no solo de Catalina, sino también del emblemático cineasta colombiano Luis Ospina, entre senderos y callejones del barrio. De la misma manera, la ciudad recibía por aquel entonces La vendedora de rosas (1998), del director Víctor Gaviria y su universo de familia, violencia y pandillas.

… Catalina Villar, formada en Ateliers Varan del cineasta y antropólogo francés Jean Rouch, donde se sugiere una pedagogía de formación para el cine documental basada en la enseñanza por la práctica y el intercambio entre alumnos.

En este intento por ir señalando una serie de producciones cuyo foco ha sido el sector nororiental de la ciudad, de los barrios y sus alrededores, años atrás, la realizadora Ana Victoria Ochoa Bohórquez y José Miguel Restrepo ya nos habían hecho una potente y visceral radiografía con su documental A la rueda rueda de paz y candela (1995),sobre el posicionamiento, legitimización y legalización de las milicias populares del pueblo y para el pueblo en los barrios vecinos, Santa Cruz y Granizal y Popular 1 y 2, a Santo Domingo Savio.

Frente a la pantalla el espectador de Diario de Medellín es testigo en una narración intercalada de los diferentes factores de violencia, los ratos de oratoria del profesor Rubén Darío en el salón de clase con su agudeza y postura crítica, la complicidad amistosa entre los chicos, sus orígenes campesinos y de desplazamiento, sus circunstancias azarosas por entender un pasado y labrar un presente, la ambigüedad y la ambivalencia del futuro. Una gota lumínica por asumir el mañana.

Tenemos así, una diversidad de miradas y percepción ante el abandono, la inequidad y la violencia que ha ultrajado la posibilidad de varios jóvenes por encarar distintas opciones para la realización de sus proyectos de vida y sus familias al margen de los combos o los grupos armados que tuvieron presencia allí. Ahora, la linterna está más lumínica y el agua con menos corriente (los pozos del barrio se secaron como algunos sueños), siguen y están, como dos fantasmas, con otras dinámicas que han reconfigurado nuevas maneras de ejercer el control y el poder, no solo en el sector, sino en la ciudad.