Melissa Mira
Hay una suerte de placer en la nostalgia, un deleite en la recreación mental de eso que en algún momento fue, y que, aunque ahora pueda resultar doloroso por vía de la ausencia o la inconstancia, permanece idealizado en la memoria. Allá se mantiene intocable y puede sentirse como propio; poseemos el recuerdo y la evocación, es la única vía para volver a él, ya nada puede dañarlo, se enmarcó indefinidamente, aunque ahora sea apenas una ficcionalización de lo vivido.
Ella, desnuda. Él, la observa. Ambos en la cama, vistos en un plano cenital, construyendo en simultáneo la línea de tiempo de una película. La intimidad, la vida doméstica, la asociación libre, los juegos inventados. El corazón es la cuarta pared que se rompe ante el espectador, en un devenir hilado entre las proyecciones del pasado y el presente incierto en el que los personajes confluyen.
El cortometraje, dirigido por Andrés Restrepo, se estructura bajo la misma lógica que le da nombre para hablar del desamor, la ruptura y el olvido. El mecanismo que utiliza como herramienta discursiva rompe la ilusión de continuidad al dejar ver la manipulación de la imagen, poniendo de manifiesto el material de representación en pantalla. Así, se presenta como una serie de recuerdos cotidianos, que se corresponden directamente con los diálogos de los protagonistas y que se ven entremezclados con fragmentos de grandes autores del cine.
Las pistas para entender el subtexto se van sembrando a lo largo de la pieza. Pequeñas contradicciones, esbozadas a lo largo de la narración, crean una atmósfera temporal incierta; los personajes habitan el presente, evocan el pasado y proyectan, en una especie de flashforward, una película futura. Ella, reincide en la incapacidad de encontrarse en los recuerdos que él plantea, y él, se mueve entre la pregunta constante por la “negación a la existencia del otro” que precede la ruptura. De esta forma, la dinámica misma de la memoria se materializa. ¿Qué recuerdos omite? ¿Cuáles admite? Contaminada y deformada por el paso del tiempo, la memoria obliga a la relectura de lo que una vez supimos como real, pero que ahora se desdibuja y se transforma en una secuencia repetitiva de anhelos que se posan sobre lo intangible del tiempo pasado.
El corazón es la cuarta pared funciona como una representación de la ausencia a través de una presencia que se pone en duda; el director se vale de una narrativa fragmentada, aparentemente en construcción, para ilustrar unos recuerdos con los que resulta fácil identificarse, y que, si bien podrían caer en lugares comunes, se desmarcan del estereotipo a través de una puesta en escena realista que no busca el preciosismo idealizado del amor romántico.
La esencia del cortometraje y el universo temático del realizador se ven también reflejados en varios apartes de su recién publicada antología poética:
Museo de vos
Cuán distinto es el mecanismo del olvido
aun siendo el mismo amor
desamándose.
[…]
Y me aterra saber de mí
un gigantesco museo de vos
y pensar
apenas intermitente
mi fantasma tuyo.
[…]
A mí me basta para evocarte
la mantequilla.
Lady Macbeth, los Renault blancos
y los vestidos floridos.
Sybil Vane
las medias tobilleras, los cheesecake
la barbacoa y una clavícula.
Hasta ese maldito polvo
que desprenden los telones al caer.
Tomado del libro La bohemia que pagaron mis padres, de Andrés Restrepo.