José Leonardo Cataño Sánchez
En los libros de las expediciones de Alexander Von Humboldt y en Geografía pintoresca de Colombia del siglo XIX, los grabados ilustran escenas que ocurrieron en los caminos fragosos y escarpados; recuas de mulas al borde de los precipicios infinitos de la cordillera, un ilustre colono de barba siendo cargado bajo la lluvia en una silleta a la espalda de un indio trepando una cuesta, el paisaje nublado de palmas en el valle estrecho del Cocora, un barco de vapor navegando por las estrechuras selváticas del río Magdalena. En esas serigrafías del ilustrador naturalista, de cuando no conocíamos la magia del fotograma, está la seña del esfuerzo y la colonización de las selvas en la historia continental. Antes de tener el privilegio del cine, quienes ojeamos los grabados antiguos y leímos los relatos de Alfredo Molano o las crónicas de indias en la narrativa de William Ospina, nos imaginamos a la Colombia indígena a través de unas semblanzas donde las trochas, el esfuerzo sobre humano y los acontecimientos paranormales son inseparables.
El segundo viaje de Alejandrino es un documental de trocha en sentido espiritual, geográfico y alegórico en cuanto a género se refiere. Son tres instancias del viaje. Alejandrino Carupia, jaibaná del pueblo embera eyábida de las montañas de Antioquia, transita desde su muerte corporal hacia la muerte espiritual en la que el alma finalmente parte hacia Carigabi, el cielo embera. El viaje de Teresa, esposa de Alejandrino, acompañada por algunos familiares y los realizadores, entre el resguardo indígena Andabú y el cementerio de la cabecera municipal de Urrao, en una procesión con muerto transportado en camilla rústica por el monte bajo la lluvia, el pantano, los pasos infranqueables y el sonido hondo de la selva. Es alegórico al estilo narrativo de las películas de carretera (road movies), ya que se da una secuencia de transformaciones definitivas en el giro de los acontecimientos y el semblante de los personajes principales mientras se anda: el alma de alejandrino transmutando de su cuerpo momificado hacia la energía y el cumplimiento; para Teresa, de un destino ineludible que le llega a través de los sueños en la voz de Alejandrino y que ella sigue a pies juntillas. Esta transformación en el segundo entierro de Alejandrino es finalmente la historia de lo que deseamos a nuestros muertos cuando recién se van: que descansen en paz para que nosotros también lo podamos hacer. La pregunta tras ver el documental es, y cómo es que esta familia embera logra el descanso en paz del alma de un jaibaná.
Para no caer en folclorismo al comentar El segundo entierro de Alejandrino, es necesario dar unas señas etnográficas del pueblo embera eyábida. Los pueblos embera manejan una tradición de sabiduría medicinal que se reúne en la persona del jaibaná, en el subtitulaje del documental el término usado es chamán. Esta persona entre los embera, que bien puede ser ejercido por una mujer o un hombre, es quien media entre los jai y el mundo material y, a su vez, es un mediador del liderazgo político en las comunidades embera, un referente de autoridad para las demás personas del pueblo, lo cual es paradójico. Los jai, son el espíritu que habita como esencia en cada animal, en cada objeto en cada planta. Cuando la enfermedad llega, se da a través de la incrustación de jais en el cuerpo de las personas. Esto normalmente sucede porque un jaibaná o una jaibaná le envía el maleficio a otra persona, ya que aprenden durante su vida a negociar con los distintos jai para que entren o salgan de los cuerpos y afecten el alma de las personas. De esa manera, entre las distintas comunidades embera, se da una continua guerra a muerte de jais, por lo tanto, de jaibanás, así que, la agudización o pacificación de los conflictos interfamiliares e interétnicos entre los clanes embera, suscita una permanente tensión, rechazo y marginalización para las familias en las que hay un jaibaná.
Se podrían perfectamente traer a colación los episodios de la narrativa latinoamericana o la adaptación de relatos etnográficos al cine como el Abrazo de la serpiente en los que la línea divisoria entre la materia y el espíritu desaparece del todo para desafiar nuestros paradigmas de raciocinio. Sin embargo, no se compara con los referentes de estas narraciones para mantener la mirada entre las líneas del género cine documental y la etnografía: allí lo que vemos no es una recreación de acontecimientos a través de puestas en escena, no es una metáfora o una representación de la espiritualidad indígena a través de un arte moderno y tampoco es una cámara en modo rec a la espera del momento mágico, a la espera del por si de pronto; por ello no se puede desconocer el magistral trabajo artístico y técnico en la fotografía, el sonido y montaje del documental en los que hay bastante autoría.
Se podrían perfectamente traer a colación los episodios de la narrativa latinoamericana o la adaptación de relatos etnográficos al cine como el Abrazo de la serpiente en los que la línea divisoria entre la materia y el espíritu desaparece…
Me arriesgo a afirmar que El segundo entierro de Alejandrino es un relato de hiperrealismo metafísico, siguiendo a Salvador Dalí cuando corregía a los intérpretes de su obra plástica como surrealista. Es decir, es un texto etnográfico bellamente formalizado, como pocas veces tienen el privilegio de encontrarlo así de sincronizado en terreno los antropólogos y como escasas veces se posee el talento de retratarlo. Para expresarlo de otro modo, quienes se pusieron a disposición y en escena para capturar los momentos únicos de la transformación metafísica de Alejandrino y la faena que debió llevar a cabo su esposa Teresa, fueron Raúl Soto con su equipo de realización.
El poder performativo que ejerció el encargo de Alejandrino a través de Teresa en sueños y la integridad con la que Raúl Soto recibe la tarea de inmortalizar este evento es tal, que su dirección, la presencia de la cámara y el boom se desvanecen casi por completo, salvo por algunos guiños y sonrisas que no rompen para nada el embrujo de su imperceptibilidad. Primeros planos de los rostros, la disposición de los objetos en el tambo, la luz de las veladoras, y los desplazamientos por trocha capturando ese transitar en planos subjetivos, cenitales y otros de mucha cercanía con la gestualidad. El guion, si es que le fue dictado por Alejandrino a través de los sueños a Teresa, es el relato que se escucha en la voz narrativa a medida que avanza la historia.
Los momentos clave de vida y la muerte en una familia embera eyábida escogieron esta vez al realizador y su equipo, por alguna razón que también ha de ser metafísica, para inmortalizar en cine documental la cosmovisión de una familia embera que vive en las entrañas del monte y le comunica al mundo el dramatismo de su soledad, de precarización, confinamiento, abandono y de conflictos interétnicos. Esto, con el trasfondo de la dignidad y la entonación nasal del rezo, el canto, la pintura facial, la alegría de la danza, la vitalidad del ritual que no es otra cosa que el respeto para con sus muertos, incluso, a contracorriente de los demás miembros y autoridades de una comunidad como en las tragedias clásicas. Teresa, la heroína de esta gesta, defendiendo los derechos y exigencias del muerto a contracorriente de quienes se oponían a los efectos de un eventual maleficio.
Como antropólogo antojado, puede uno morirse esperando a encontrarse lo que está descrito en los libros clásicos de las religiones primitivas y a tener el don de comunicar, de esa manera, la solemnidad de la muerte y la ritualidad indígena. En los años ochenta, el profesor Luis Guillermo Vasco documentó a la familia del jaibaná Clemente Nengarebe en el departamento de Risaralda y fue mucho lo que tuvo argumentarle a la editorial para poder nombrar su libro Jaibanás: los verdaderos hombres y a seleccionar una fotografía del jaibaná a todo color para la solapa de un texto científico. Hoy, somos un público más maduro para recibir estas historias y para que realizadores como Raúl encuentren en personas como Yira Plaza O´Birne, las aliadas indispensables para soñar y sacar adelante en términos económicos un proyecto tan disruptivo y necesario para el país.
Después de ver el segundo entierro de Alejandrino podemos morir todos en paz. Tremenda lección para Colombia que se resiste a reconocerle a tantos de sus muertos, el nombre la sepultura y la verdad.