El tamaño de las cosas, Carlos Felipe Montoya

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Lina María Rivera Cevallos

Su condición poco a poco se volvía precaria y nacía en su espíritu un leve presentimiento sobre el tamaño de las cosas (…) luego pensó que si las cosas se reducían en igual proporción lo mismo debía ocurrir con el metro y todo aquello resultaba inútil (…) entonces se sintió como Tales de Mileto contemplado una sustancia infinita
Aníbal Barillas

 

Pocos son los relatos cortos que logran simplificar la complejidad de crecer, y poco menos los que a partir de algo tan concreto como una silla de madera consiguen, como el producto audiovisual de Carlos Montoya, abarcar el rol del padre en el proceso de su hijo de dar forma al mundo mientras se ciñe a la realidad, con sus reglas aparentemente innecesarias y externas, -como una de las tareas más importantes de ser padre y de ser niño- sino que logra, además, hacer de este “objeto” el núcleo del relato y el motor de una narración que termina necesariamente en la interpretación personal del espectador.

Todo comienza cuando Diego, un pequeño niño que vive en una humilde casa despojada por completo de pertenencias junto a su padre, encuentra una silla en medio del bosque y decide llevarla a casa. Desde ese momento todo cambia, incluso el carácter realista del relato, dado que comienza a dar paso a la fantasía. Con la llegada del “objeto”, el padre de Diego se muestra reacio, puesto que supone que ese bien tiene dueño y, por tanto, es imposible apropiarse de este, sin embargo, la insistencia silenciosa de su hijo lo conmueve y le permite traerlo, no obstante, la silla jamás alcanzará un tamaño ideal para poder serles útil y Diego terminará por abandonarla.

En un contexto donde las pertenencias son inexistentes, toda la importancia recae en quiénes son los personajes en vez de qué tienen, mucho más cuando se trata de una relación entre padre e hijo, donde los valores se tornan como herencia fundamental de la relación filial. Es por ello que la llegada del objeto por azar y de procedencia desconocida se torna como el pretexto del padre para enseñarle a su hijo que las cosas se “apropian” a través del esfuerzo y no la casualidad, de esta manera, la inocencia del niño comienza a ser trastocada dado que para él no existe ningún motivo aparente que le impida satisfacer su deseo de pertenencia, sin embargo, a medida que el relato avanza, Diego comienza a comprender que crecer es aceptar que hay cosas que se escapan a nuestros deseos y a nuestro entendimiento.

Este cambio en su perspectiva precisamente se refleja en el tamaño variable y subjetivo de la silla, la cual parece ser el único elemento en que recae el tiempo, dado que es en ella donde se diversifica y se muestra con marcas notorias como el musgo, esto permite que poco a poco deje de ser “objeto” para convertirse en metáfora de las diferentes perspectivas que el pequeño Diego comienza a percibir. Con el pretexto de la fantasía, para adentrarse en la mirada de la niñez desde la cual el mundo es esencialmente plural y carente de formas inalterables, la silla deja de ser silla y la inmensidad inicial de esta le permite comenzar a concebir otras perspectivas superiores, inéditas y desconocidas. Esta mirada se refuerza en el hecho de que desde que el “objeto” ha cobrado el rol de punto de vista, se convierte en inútil debido a que siempre es demasiado pequeño o demasiado grande para ser “usado”, por ello, lo único que puede hacerse con este es observarlo.

… esto permite que poco a poco deje de ser “objeto” para convertirse en metáfora de las diferentes perspectivas que el pequeño Diego comienza a percibir.

Por otra parte, hay dos ambientes que se contrastan y se complementan; la naturaleza y la obra del hombre, es decir, la casa. Estos dos universos se contraponen constantemente a manera de escenarios opuestos, dado que el bosque y el lago se muestran como infinitos, inabarcables e incomprensibles en oposición con el hogar limitado, aprehensible y hasta carente de todo. Estos dos escenarios resumen con suficiencia el enfrentamiento del hombre con el conocimiento, puesto que la vida suele mostrarse incapaz de comprenderse en su totalidad, pese a que cada día salimos a ella en busca de un poco más de entendimiento, el cual llevamos a nuestra pequeña casa, que es nuestra conciencia para luego darnos cuenta de que cada cosa en el mundo es completamente inagotable y más que guardarla para nosotros, le pertenece al misterio mismo de la vida. ¿O acaso no es Diego y su padre un mismo personaje que insistentemente, a través del tiempo, han intentado dar forma y/o tamaño a las cosas mientras se enfrentan al paisaje infinito que es la vida misma?

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El cortometraje no sigue como referente ni modelo inspirativo el cuento del escritor, investigador y artista visual guatemalteco Aníbal Barillas, texto ganador del XXV Premio Unicaja de Relatos en el año 2015, bajo el título “El Tamaño de las cosas”.