La Esperanza, de Edna Sierra y Wilson Arango

Maldad y dulzura

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Joan Suárez


“Aún lo recuerdo, tal vez con nostalgia.
Pero con la certeza de que no era el indicado”.

Una muchacha en un bus.

La vida en sí ya es una deriva, a veces es una pieza móvil que permite desafiar la tempestad, enfrentar el viento. En otras, es un desvío de la nave sin rumbo, un instante de desasosiego y abatimiento, desafiar el mar. Entre el aire y el agua crece una ola que agobia la existencia, justo cuando la ciudad al fin de cuentas ya no es un lago de sangre en los barrios, como lo era antes, ahora crece un desaliento sin futuro con pequeñas dosis de maldad, otra forma silenciosa de matar los sueños desde la periferia del valle o la cima de las escaleras al cielo.

Así, incisivo y potente, es el trabajo de ficción de Edna Sierra y Wilson Arango con su cortometraje La Esperanza (2020), un relato que tiene como punto de referencia documental la ruptura con su primer amor de Wilson Alejandro, uno de tantos de la urbe, que se nos muestra al principio en un encuadre vertical, hecho con algún dispositivo móvil, y que expresa la angustia y desencanto al dejar caer su cabeza desconsolado. Luego, el sonido mecánico y otro joven de espaldas en un plano medio recibe el susurro de otro hombre, acá se inserta la historia de ficción de Julián, una pequeña sonrisa se asoma y apaga el ruido del motor, sin pensar que su vida sería una deriva cuando recibe la visita de Maryoli, la madre de su hija.

Una canción, tal vez, que podría ambientar los momentos siguientes que se arrojan sobre Julián como una avalancha es Decisiones (Rubén Blades, 1984), […] “Y aunque él, otra solución prefiere, no llega a esa decisión. Porque esperar es mejor. A ver si la regla viene […] Alguien pierde, alguien gana, Ave María” […]. A un ritmo e intenso pulso de tensión, la cámara al hombro sigue durante el día, un instante a la vez, la sensación gris que abruma a Julián y el despertar del deseo teñido de rojo que emprenderá Maryoli. Un contrapunteo de reclamos y sin sabores cuando llega el apaciguamiento del amor y la confrontación.

El mundo de los jóvenes en Medellín desde las últimas décadas se mide con la variable del embarazo en adolescentes, ignorando la proporción de tantos hombres como mujeres a la vez que ven en el camino una senda hecha de espinas. Pareciera una maldad instalada, ante la ausencia estatal y de estrategias sociales en las comunidades con mayor índice, en la que una población, tantos los jóvenes y sus familias, cambian de rostro ante la neblina de sus sueños. Es una maldad líquida donde la vida crece sin alternativas, como bien lo expresa Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis, “El mal se ha vuelto más penetrante, menos visible, se oculta en el tejido mismo de la convivencia humana y en el curso de su rutina y reproducción cotidiana”. Tal cual la expresión existencial de Wilson, Julián, Maryoli… y Leidy (Simón Mesa, 2014) quien sale a buscar a Alexis, el padre de su hijo.

El mundo de los jóvenes en Medellín desde las últimas décadas se mide con la variable del embarazo en adolescentes, ignorando la proporción de tantos hombres como mujeres a la vez que ven en el camino una senda hecha de espinas.

Sí, con un margen de casi siete años, estos dos cortometrajes tienen un tratamiento diverso, sublime y poético con los códigos del realismo social y un tópico predecible, con caminos distintos y vías contrarias (padre/Julián y madre/Leidy: contrates) de expresiones artísticas y toques variables. Ambos tienen la atmósfera de los personajes, el ambiente familiar, la problemática social, la caracterización de los protagonistas, jóvenes al abismo con sus vidas y el horizonte opaco desde las calles empinadas y a ambos lados de la ciudad. Historias sencillas y reveladoras desde las colinas empobrecidas que fluyen en su propuesta ante el circulo vicioso y de atraso social, el nivel de responsabilidad de los jóvenes involucrados y un aparente abanico que se cierra ante sus pies.

La Esperanza sin alternativa recorre cuesta arriba, en un zaguán estrecho y en un plano general, como si el mundo cayera sobre Julián y su hija, a paso lento, sube uno a uno el escalón de la incertidumbre y el dolor, el desencanto y la ilusión. Lo alcanza la noche, está derrotado de cara a la ciudad, el campo luminiscente del afuera está oscuro en su interior. Las linternas humanas sin líneas de fuga lo reciben en su hogar. Luego de la dulzura e intención que expresa Julián hacía su hija, más el silencio, el sueño y el llanto de la madrugada volvemos a Wilson y su parlamento sin aliento.