Andrés Felipe Zuluaga
Enigma policial, saxofón suave y una polifásica mujer como vórtice de la transformación del Todo. Soplo de vida es una narración muy rica, con más de siete personajes (todas “estrellas” de un cine nacional evasivo), idas y venidas en el tiempo constantes, banda sonora original, y un personaje principal de “buen corazón”, perfecto para finales miserables.
Considerado un film de maduración de Luis Ospina, es una de las películas que, al estilo de los autorreflexivos franceses, el caleño apropia en su Todo comenzó por el fin (2015): Un sufriente de cáncer al que vivir “se ha convertido en una costumbre necia”, pero que, como alguien que sostuvo potentemente una voluntad de querer hacer cine en Colombia, saca de sí, de sus tiempos amargos, de sus bajas idas, una razón más para seguir de pie.
En el centro, como pilar de la constelación, como enigma, vemos a una bella mujer (femme fatale), de varios nombres en varios contextos que será el elemento medio y culminante de esta tripleta catastrófica (muy a la real-colombiana).
Como buena película colombiana que excede su precaria autoapreciación nacional (lindos paisajes, buena música, el mejor café y unos grandes deportistas), Soplo de vida (1999) comienza, continúa y termina en catástrofe. Empieza con la tragedia natural de Armero y termina con un brutal asesinato, sin eufemismos, sin metáforas, mordaz. El film despliega su complejidad narrativa con un fino y contemporáneo dominio de la imagen-recuerdo, rodeado de personajes exóticos como El mago, un ciego, chancero y acordeonista; Jacinto, un espía homosexual que atiende un hotel; Estupiñán, un detective torcido incapaz de confesar su homosexualidad. En el centro, como pilar de la constelación, como enigma, vemos a una bella mujer (femme fatale), de varios nombres en varios contextos que será el elemento medio y culminante de esta tripleta catastrófica (muy a la real-colombiana).
Haciendo honor a la estructura de personaje clásico de cine negro: ultra-racional, individualista, determinista, rudo, que antepone su razón a su pasión, Emerson Roque Fierro, nombre de pila de nuestro personaje principal, tomará aquel centro como determinante de su propio devenir-miseria. Alto, reflexivo, fumador, detectivesco, “con corazón de mamita” como él mismo se define (y quizá este sea uno de los componentes que absorbe la estructura para formar un auténtico film de cine negro colombiano), habitante de un hotel al lado de un parque en una ciudad de putas, ladrones y casinos. Emerson Roque Fierro atraviesa quizá el caso más determinante de su vida, en los azares de una burguesía imprecisa, sucia y erótica. Confuso entre las voluntades de su buen corazón, una paraco-burguesía con intención política −otro componente colombianizante: lo corrupto huele a paramilitarismo− en autofagia por dramas de infidelidad romántica y auto-robos multimillonarios a casinos; Roque Fierro no sabrá hasta el final que él mismo está construyendo su herida, una herida habitable quizá, oxigenante de sus más profundas anclas/desgracias existenciales.