Universo de provincia o provincia universal

Start

Carlos Mayolo

Ahora que la industria cinematográfica se empieza a consolidar, los cineastas de provincia deciden regresar, como vaqueros viejos, a sus distintos pequeños hollywoods que cada uno se ha hecho en la cabeza.

Luis Alfredo Sánchez filma en Cerrito, a pocos minutos de su Palmira natal, Sacrilegio.

Luis Ospina regresa a Cali a desenterrar el mito del “monstruo de los mangones” en Pura Sangre.

Lisandro Duque a sus recuerdos y efectos pasajeros de la vuelta a Colombia por su Sevilla en El Escarabajo.

Carlos Mayolo, si Dios quiere, hará una película sobre la explosión de Cali y los no muy tranquilos muertos de esta.

Carlos Palau se “interna” en Tuluá para hacer A la salida nos vemos sobre un internado.

¿Por qué este atavismo de regresar al origen de las historias, a la nostalgia, a los mitos, a los lugares donde aún los recuerdos están adheridos?

¿Qué fuerza extraña nos lanza como los elefantes a buscar el sitio, no para morir sino para empezar? ¿Por qué esa fuerza antropológica y etnográfica nos remite casi visceralmente a nuestra cultura y a nuestras raíces, como la única certeza y razón de saber que en nuestros lugares y con nuestra gente vamos a encontrar una estética novedosa? Así, al acercarnos a terrenos distintos de los estereotipos de la televisión que es la fórmula de comunicación más asimilada por todos los colombianos– como casi un arquetipo de lo que puede ser una “cultura de lo nacional” o a la deformación cinematográfica hija de la televisión como es el “benjumeismo” o la comedia de Sábados Felices transcrita a la pantalla grande, o hasta el remake de un programa directa y mercenariamente convertido en película como La abuela.

No es coincidencial, pues, que los gringos se fueran a buscar nuevos horizontes a California, como una segunda migración, ya en búsqueda del oro, sino del sol, del mar, de las montañas rocosas, donde se dieran las condiciones para poder generar su épica nacional que es el western.

No es coincidencia que haya existido la escuela de Cuzco, en el Perú, y que el Cinema Novo vaya hacia el desierto del Sertao y que la escuela de Santa Fe y la escuela del Litoral, en Argentina sean en Provincia. Ese es el repliegue de hoy en busca de los valores ancestrales, tan adheridos a una cultura y el cuerpo de un pueblo, en donde la comunicación se hace por reconocimiento de estos valores a veces vejados a veces olvidados o aplastados, relegados a un falso provincialismo, por una deforme realidad cultural social y hasta cinematográfica, que mantiene alejado al espectador de sus propios valores vitales.

El cine de Sanjinés, no solo se filma en las montañas distantes y dificultosas de Bolivia, sino que los valores que recoge se oponen diametralmente y suplanta a esa cultura de masas cosmopolita, generada por la televisión americana y por los programas de imitación lacaya y populista, donde la visión del indio, del “provinciano” se hará caricaturizando las expresiones culturales, convirtiéndolas en pintoresquismo folclórico, por ende provinciano, pero desde el punto de vista del cosmopolita.

Qué verde era mi valle

¿Qué será para nosotros, entonces, ser provinciano? Ser provinciano es recuperar estéticamente los valores colombianos, llegar a lo recóndito, a la cultura desconocida, pero partiendo de la base que el afán que nos mueve no es el abuso pornográfico de llegar a una región apartada e interpretarla como algo exótico, superficialmente vendible en el exterior como la etapa anterior que el cine colombiano tuvo que vivir donde el mundo se volcó por un folclor tropicalista, indigenista y populista, haciéndose unas doscientas películas de supuesta recuperación popular pero que y fueron catalogadas a su debido tiempo como el género de la pornomiseria.

El volver a casa es un repliegue estético que se hace sin sospechar en la serie de dificultades y avatares que pueda tener el “cineasta en su casa”, actitud que acarreará innumerables dificultades, con problemas absolutamente opuestos a los derroteros de esa fuerza estética que nos hizo regresar como elefantes viejos.

¿Qué será para nosotros, entonces, ser provinciano? Ser provinciano es recuperar estéticamente los valores colombianos, llegar a lo recóndito, a la cultura desconocida, pero partiendo de la base que el afán que nos mueve no es el abuso pornográfico de llegar a una región apartada e interpretarla como algo exótico…

Aló, Bogotá

Como primera medida, nuestro dedo índice parece haber estado metido en un sacapuntas del disco telefónico, haciendo llamadas a Bogotá para dejar razones a Zutanito de que consiga a Perencejo a ver si quiere trabajar en una película que estamos haciendo, que llame, que lo necesitamos. La razón nunca llega, nuestro hombre no llama y cuando los azares han sido tan grandes y la cuenta del teléfono va cercana al precio de un tiquete de avión a Bogotá, decidimos tomar este para reemplazar la llamada telefónica y llegamos a Bogotá húmedo, solo para firmar un papel o llenar un requisito, a traer las benditas luces que nos hacían falta y cuyo alquiler quizás sea menor que el precio del tiquete. Todo esto nos pone a pensar, casi irónicamente, que hacia dónde va el arte y a búsqueda estética, en sentido opuesto se aumentan las dificultades casi como una regla de oro de la libertad.

Pioneros de la vieja guardia

Los pioneros de provincia, Camilo Correa, Guillermo Isaza, Enoch Roldán, Gonzalo Acevedo, Máximo Calvo y Hernando Domínguez. Todos estos nombres hacen parte de nuestra primera generación de cineastas de provincia, que en los años veinte y treinta creyeron en esta industria y en sus posibilidades, con métodos de producción que oscilaban entre lo holliwoodense, con ejemplos como aquel estudio que hizo la Ducrane en Sasaima, el cual tenía hasta la consabida piscina, bodega para escenografía, y hasta los avatares de Enoch Roldán, que con su compañía Error Films recorría con su jeep los arrugados campos de Antioquía con su biografía en 16 mm. de Marco Fidel Suárez, El Hijo de la choza. O compañías elegantes y pomposas como las de Máximo Calvo, que produjo María, y cuyos negativos fueron bañados en el agua de rosas donde Efraín mandaba estas a María. O Bajo el cielo Antioqueño, para muchos Lo que el Viento se llevó colombiano. Fueron los mayores éxitos de taquilla de nuestro período mudo y los orígenes de otras compañías que quisieron seguir sus pasos, como la Colombian Film Company de Cali, o Hernando Domínguez, quienes trajeron todo desde Europa: los besos, las actrices y hasta las porcelanas.

Así, en esta época se hicieron once películas colombianas, de las cuales seis se hicieron en provincia:

Suerte, Azar y Crimen, en Cali.

Tuya es la Culpa, en Cali.

Madre, en Manizales y hasta Nido de Cóndores, en Pereira.

Se llegaron a tener en Cali (dicho sea de paso, en Cali se dio la primera vuelta de manivela en 1899) proyectos épicos como El Alférez Real o Tierra Nativa de Isaías Gamboa, proyectos de la Colombia film Company, luego de las puertas que había abierto María la cual en esa época dejo 7 millones de los de hoy a sus cuatro socios, quienes la distribuyeron exitosamente en toda Latinoamérica. Se le vio en México, en Argentina, nuestros abuelos se enamoraron en su estreno, pero todo no iba a ser luna de miel…

“A palabras necias oídos sordos”. Llegó el sonido al cine en 1929 y en Colombia nos quedamos sordos por treinta años hasta que otra vez el ingenio nacional lentamente construye un aparato tan raro como el “cronofonotono” de Shoeder, pero veinte años después, con una cálida técnica deplorable e incompetitiva, ¿Qué pasó? Perdimos los mercados potenciales y eso sí, el apoyo estatal fue un diálogo de sordos y ahí sí que podemos hablar de provincialismo bogotano, que nos dejó por veinte años sin voz en el cine.

La quebrazon fue total, hoy, hay nietos de nuestros pioneros, que no quieren oír nombrar la palabra cine y que se les para el pelo, pues si hoy viven en la miseria, fue por las ideas locas de sus abuelos, que de herencia no les dejaron ni siquiera un fotograma de sus películas. A duras penas, una piscina vacía en Sasaima, llena de maleza.

Llegó el sonido al cine en 1929 y en Colombia nos quedamos sordos por treinta años hasta que otra vez el ingenio nacional lentamente construye un aparato tan raro como el “cronofonotono” de Shoeder, pero veinte años después, con una cálida técnica deplorable e incompetitiva…

Pioneros vs. Mercenarios

Hoy la piscina está llena y las dificultades y las infraestructuras son mejores, ya con la creación de FOCINE como oficina estatal de cine, hay un pilar organizado en Bogotá. Sin embargo los cineastas de provincia hemos regresado como nuestros pioneros, quizás por las mismas razones que eran el paisaje, la cultura distinta, y después de haberse hecho la exploración y explotación como de boy scout mercenario a todos los quiebres y rincones del país y después de haber viajado durante diez años desde la capital a agarrar pueblo a diestra y a siniestra, la proposición de nosotros, cineastas de provincia se va dibujando como los aciertos de hoy en día, como los son Canaguaro que es volver no ya a la provincia como punto geográfico, sino a la historia y a la provincia de la memoria, o Nuestra voz de Tierra , Memoria y Futuro, de Jorge Silva y Marta Rodríguez, donde se llega ya a la provincia de los mitos y la interrelación de estos con la ideología indígena que, de lo cosmopolita, quizá solo tenga el indígena el recuerdo de aquel señor rubio que los filmó mientras bailaba algún ritual. Basados en estos, la fuerzas que nos mueven hoy son distintas y es una búsqueda estética la que nos saca de Bogotá a buscar nuestras historias, nuestros recuerdos, nuestras nostalgias, nuestras leyendas y hasta las investigaciones de tipo socio-antropológico, donde la poesía y lo mítico, en combinación con la memoria y la estética del paisaje, serán cuestionadoras de esa caricatura que es la ideología cosmopolita, benjumeista, que es la que ha caracterizado la supuesta primera etapa industrial del cine colombiano.

En el Valle hemos regresado a la hacienda feudal, hacia los vampiros con ingenio azucarero, hacia los pájaros conservadores de los años 50.

La arriería paisa, la épica de las industrias, la geografía del paisaje antioqueño o el calor y la lentitud de la costa, que, como dice Álvaro Mutis “El calor es el origen de toda una estética”.

Todas estas cosas nos hacen pensar que quizás el inconsciente colectivo nuestro está en la provincia, así como la provincia hizo el neorrealismo o al Cinema novo, o el cine de Birri, en Argentina o esa escuela del Cuzco perdida entre las montañas y hasta el mismo western es hijo de ese inconsciente provinciano que todo gringo de hoy ha reemplazado por una hamburguesa. Aunque en provincia nos toque trabajar el doble para todo: para encontrar un camarógrafo, para encontrar una actriz, para una llamada por teléfono. Pero este trabajo duplicado es con lo único con lo que hay que contar, como la pica del pionero o el hacha del descuajador de montañas paisas, para poder descubrir o mostrar algo realmente distinto y con un peso cultural y con un universo que ni siquiera nosotros sabemos hacia dónde va.

“El calor es el origen de toda una estética”

El cineasta de provincia sabe, que si tercamente volvió a su terruño, todo se le dificultará más, y su vida llegará a niveles de riesgo, pero al encuentro de su propio lenguaje, con su propio paisaje, sus amigos y sus recuerdos. Al descubrir nuestros mitos, nuestras historias, nuestros comportamientos, sus géneros -a veces- que nos van mostrando ante el mundo como un cuerpo fílmico con sonido e imagen propias y revelarnos como una nueva puerta (los que -si quieren- pueden seguir llamando valores provincianos) serán los que nos harán representativos. Esto no quiere ser una teoría chauvinista ni folclórica, sino que está basada en el rigor de una revolución estética con su revolución económica en su interior. Como lo decía Glauber: “la pelea no es solamente estética sino económica y así este supuesto provincialismo será o resultará siendo más universal, como ya es universal La Mancha, Macondo o Cómala”.

Esto de narrar al terruño en cine, es más cierto todavía, pues lo acomodaticio, lo abusivo de nuestra cultura, la caricatura de nuestros personajes irán hundiendo al cine colombiano en una estética de sainete desastrosa como hasta ahora han sido la mayoría de las películas colombianas.

Esta intención estética debe estar ligada a una intención organizativa y corporativa que nos ayude a fortalecer en la provincia, para que eximan de los fracasos a nuestros pioneros. Las condiciones ahora son distintas y realmente casi optimistas, pero habrá quizás que volver a las audacias de producción de un cine sin tanta deformación cosmopolita, con grupos de filmación más pequeños, integrados a la provincia, ser precavidos al producir y organizar nuestras películas; estéticamente insobornables, estrategas de la distribución y lo que es irreversible, la comunicación directa con un público a quien no le vamos a devolver alineación y la payasada de un benjumea, sino todos estos nuevos y distintos caminos que a la larga tomaran un cuerpo universal y así haya correspondencia y coincida la geografía, la etnografía, la historia, los mitos, con un pueblo y que esta coincidencia sea lo que nos haga universales.

Revista Caligari No.1. Junio de 1982, Cali, Colombia.