Lina María Rivera Cevallos (Sunnyside)
La simbología desborda el cortometraje desde el título hasta la última imagen, connotando de manera sistemática mayor carga semántica a través de esa larga metáfora, donde el pasado se hace vivo: la canoa en río, la piel en escamas y el pescador en pez, lo que, a su vez, organiza, jerarquiza y patentiza el discurso.
Desde el ángulo semiótico podría señalarse a priori que el significado del discurso pretende liberar a esa comunidad costeña de aquella vivencia pasada, presentando un nuevo orden del mundo objetivo y determinado por esa cruenta realidad histórica y social donde las vidas humanas se proyectan en las fuerzas naturales para resignificar la reconciliación con el pasado.
Lo anterior dado que subyace como contexto del cortometraje una de las masacres más sangrientas del Magdalena, la de “Nueva Venecia” protagonizada el 22 de noviembre del 2000 y, a la manera de J. Rulfo, el relato no se enfoca en el suceso aciago e imborrable acontecido lustros atrás sino en las personas –como Aníbal, el pescador– que a pesar del prolongado dolor conservan su terruño e impertérritos recuerdos que son, a su vez, bendición y desventura, siendo ese el tópico del discurso.
Es una historia en la que el “realismo maravilloso” es parte fundamental en cuanto impulsa un rol activo en el espectador que se pregunta ¿Es más fuerte el odio o el amor? ¿Qué está realmente vivo o muerto? ¿Es la memoria más fuerte que la realidad? Estas preguntas no solo cobran más fuerza a medida que avanza el relato, sino que obedecen a la misma estructura que es, en resumen, una gran contradicción sino existencial, sí poética. Al principio Aníbal –el protagonista– y el río –su coprotagonista– son retratados desde una mirada realista en la que parece que fluyen y están vivos, pero en realidad ambos tienen la muerte a flor de piel. El reencuentro los obliga a recordar y esto transforma por completo el rumbo del relato. El paisaje desolador parece bello de nuevo. Cuando la mirada del protagonista, inundada por la memoria, trasciende lo visible y se va hundiendo poco a poco en el “río” de sentimientos y evocaciones que yacen bajo el agua; la vida se vuelve palpable y visible en la muerte.
El cortometraje cobra una belleza trascendente y emblemática cuando revela que la memoria de los peces no tiene como referente exclusivo al protagonista sino, sobre todo, el hecho de que los muertos están de algún modo vivos…
El título no es menos simbólico y revelador que su contenido, aquel habla de la personificación de un pueblo pescador que no olvida con el fin de evadir los problemas para enfatizar que “Nueva Venecia”(*), como la vieja Antártida, aún bajo las aguas, a través de sus antropomorfizados peces, no muere. Aun cuando existe todo un mundo interior que debe repararse, familias enteras a las que quizás la memoria no les alcance para seguir sobreviviendo.
El cortometraje cobra una belleza trascendente y emblemática cuando revela que la memoria de los peces no tiene como referente exclusivo al protagonista sino, sobre todo, el hecho de que los muertos están de algún modo vivos y recuerdan a los sobrevivientes y, contrario censu, los vivos brindan con sus antepasados muertos. Esto se aprecia desde el inicio cuando el paisaje y los objetos comienzan a revelarnos su vitalidad y fuerza; el agua responde al tacto de un ser querido, la casa mira al protagonista; podría incluso decirse que su hogar y ese inmenso ser vivo –el río– lo han esperado muchos años a que vuelva y les ayude a sanarse de las heridas de la guerra; y, como en la literatura de Rulfo, los muertos pueden verse, sentirse y hasta encontrarse con los vivos.
Esta vigorosidad que Christian Mejía encuentra en la muerte toma protagonismo a medida que avanza la historia, lo real queda reemplazado por lo ideal, cambiando por completo nuestra percepción de aquel río donde yacen todos los muertos y las ruinas de la masacre, porque no es un cementerio subacuático e inerte, es un cielo fluvial donde esperan sus seres más queridos y donde –como ellos– podrán encontrar una segunda oportunidad.
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(*) El 22 de noviembre del año 2000 ocurrió una de las masacres más sangrientas en el Magdalena. El pueblo palafito de Nueva Venecia fue el epicentro. A las 10 de la noche alrededor de 70 paramilitares de las AUC entraron en lanchas al corregimiento, en el camino asesinaron a todos los pescadores que encontraron a su paso realizando pesca nocturna, como es costumbre en la región, y al llegar a los hogares forzaron a las familias a dirigirse a la iglesia donde eligieron a 15 pescadores para fusilarlos; su sangre fue usada para marcar las casas con mensajes irónicos y violentos como: “Ahí les dejo los aguinaldos, que tengan una feliz Navidad”. Las familias que no alcanzaron a ser obligadas a salir de sus casas no estuvieron a salvo, algunos paramilitares se quedaron disparándole a los hogares y saqueando las tiendas y ventorrillos. Esa noche imborrable en la memoria de todos los sobrevivientes impulsó a que más de 3.000 familias de pescadores partieran del lugar donde habían amado, crecido y creído que la felicidad era posible.
Este corto se puede visualizar en:
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