Andrés Felipe Zuluaga
La primera noche (2003) circula mixta y delicadamente entre el despliegue del hundimiento del pasado y el devenir ascendente del futuro: ¿por qué se están desplazando? ¿qué pasa cuando tienen que desplazarse? son las dos preguntas que impulsan la narración, yendo a la una, pasando a la otra indiscriminadamente –a pesar de que la imagen misma no tenga nada que ver con preguntas, palabras o semióticas–.
Paulina, una recién llegada al pueblo, morena y conocida de la madre de Toño, un joven delgado, reptilizado y de pelo corto que vive con su hermano Wilson, moreno, amable, tranquilo, un poco tosco y atrevido en sus afecciones. Convendría fingir un salto en el tiempo para romper el “aura ideológica de baja intensidad” que nos salva diariamente (parodiando a Nuestro Señor presidente).
Bien, este par de hermanos deben tomar una decisión importante: irse para el Ejército o irse para la guerrilla. Es bien sabido que el Ejército es una fuerza pública de derecha y que los paramilitares son una “milicia criolla de ultraderecha”, como lo decía un palabrero de Medellín. Históricamente hemos tenido tensión entre las soluciones totalitarias y las revolucionarias, de ahí que quizá sea nuestra particular potencia performática-guerrillera la que nos lleve a ser la primera nación en desarrollar una guerrilla tecno-molecular que descentre el control de los flujos hacia una autoconservación de sí, pero sin generar formas interiores del pensamiento que impliquen un espacio de contrato social o pacto Estatal. Una agrupación nómada en las cosmópolis hinchas del deportivo Bucaramanga y grandes jugadores de dominó.
Primera línea (2003) no es un drama sociopolítico
La relación que propone el film es casi un baile pagano entre sistemas gastrointestinales heridos, demonios-niño de la noche, burguesillos en carros blancos buscando limpias ninfas. Paulina está en el cruce indiscernible de tres devenires-minoría: puta, desplazada, pobre; y Toño, víctima del conflicto, indigente, objetivo paramilitar. En su primera noche en la Gran Ciudad (recuerden la segunda pregunta) buscan germinar su homúnculo microestóico debajo del pectoral derecho: ¡vivir de las miserias aún es vivir!, dice un indigente en su devenir-rata viajando en por las curtidas aceras arriba del VVS Eve (nave cortesía de Virgin Galactic) mientras se toma un chorrito-de-tres-pesos.
Es completamente evidente que los dos niñxs hijos de Paulina y Wilson, de los que Toño heroicamente se hace cargo, se sueñan luchando de la mano de su padre en una guerrilla esporádica contra los zombis del Régimen montados en unos cyborgs místicos (construidos artesanalmente entre todos los huesos de los ejecutados y la fuerza del bucle temporal eclesiástico-revolucionario de las honras fúnebres que veneraron el corazón tuberculoso del Primer presidente de La Gran Colombia).
…¡vivir de las miserias aún es vivir!, dice un indigente en su devenir-rata viajando en por las curtidas aceras…
Sin tener siquiera un vaso de aguapanela en mano, ni para ella ni para sus hijos, Paulina optó por usar su propio cuerpo como mercancía; el indio —como le decían a nuestro tecno-indigente— estaba dispuesto a darle cincuenta varillas colombianas por tocar “semejante damita, semejante pureza” como él decía. Este bacanal barroco y delirante de minorías, esta compleja y absurda sociedad del semáforo, este trozo de basura hermenéutica se confunde con las pulsiones del colón-hígado, con algunas memorias involuntarias de figuras eróticas casuales, con el florecimiento de un verdadero acontecimiento-crítico que no termine siendo una malparida ninfómana-posgenital metiendo perico por todos sus pliegues y respondiendo cada tres meses el artículo al neonazi chileno de una mil-veces-malparida revista “para-surrealista.”
En fin, esta película nos fuerza a concentrarnos en las construcciones del pasado colectivo disidente, estatal, insistente; el pasado puede ser tan amoral como nacer, sin embargo, es aquello que llamado por el presente viene y confronta el futuro. No obstante, a ninguna película se le debería absolutizar el sentido-actual, la pervertida-socióloga. Las dos preguntas iniciales que empujan la narración, el nivel abultado y condensado de devenires miseria, la afilada potencia de delirio (entre el hambre, el desmembramiento, la Buena droga, las Buenas pulsiones de la enfermedad, etc.). No, no se trata de buscar alteraciones cerebrales ultra-extrañas, ni de reinventar el PARA-realismo mágico, quizá baste con tratar de encontrar dentro de sí un Paraco-burgués amistoso, menos agresivo, menos individualista. El hilo conductor que forzaría alguien a salir del privilegio de evasión de los despóticos controles dominantes, es el mismo que forzaría a ver esta película más allá de idénticos lazos despóticos dominantes: Lo político es privado y lo privado es político, sobre este conjunto difuso se desplaza sin objetivo La primera noche.