Lisandro Duque: revisión de cortos, medios y seis largos

Mauricio Laurens

 

Las tendencias narrativas y el característico buen humor del profesor Lisandro Duque Naranjo –nacido en Sevilla, Valle (1943)–, se impusieron desde sus comienzos como realizador de pequeñas ficciones en tiempos de Focine. Acumula hasta el momento seis largometrajes, entre 1984 y 2016, en los que acude a búsquedas expresivas de las imágenes visuales y significaciones derivadas de las consecutivas identidades culturales. Porque tres de sus películas mayores, discretamente estrenadas en salas comerciales, están ligadas con el paisaje montañoso de la colonización antioqueña y anuncian cierta disposición personal a trazar rutas que van del melodrama social a la denuncia política. Adicionalmente, en formato televisivo, una lápida cubierta por hojas secas deja ver en su presentación el nombre imperecedero de la María de Isaacs, a punto de sellar reconocidas simpatías por el guion de García Márquez.

Sus cortometrajes del Sobreprecio (1974-1980):
Favor correrse(n) atrás(1974, 16mm. 10min.). Cruel descripción de aquella muerte en ruedas ocasionada por la competencia entre buses, las excesivas jornadas de trabajo y los amenazadores huecos. Esquemas picarescos de sabor criollo sobre la ‘guerra del centavo’ y choferes de vehículos urbanos con inevitables pinceladas de humor, carreras alocadas de los transeúntes, ‘racimos’ de pasajeros y personajes típicos del transporte público bogotano. Tales situaciones se complementaban con la utilización de fotografías, recortes de periódicos y caricaturas que le quitaron peso o rigor a las imágenes cinematográficas.

38 corto, 45 largo (1979).  Selección del IV Festival Colcultura de Cine Colombiano y mención de mejor actor para Álvaro Rodríguez. Tribulaciones de un desempleado que soporta olímpicamente las penurias del inquilinato y los atropellos a su empobrecida o deteriorada figura. Con ritmo espontáneo e indiscutible destreza se suceden graciosos percances: cama que se quiebra, periódico escurridizo del vecino leído de contrabando, dentífrico apachurrado, camisa agujereada y zapatos embarrados. Lisandro ya había desplegado su vena humorística, en Favor corrersen atrás (sic) y Lluvia colombiana –ésta última codirigida por el cineasta santandereano ya fallecido Herminio Barrera–.

TV or not TV (1980). Atractivos elementos en juego sugieren toques irónicos, pero se desaprovechan en su ejecución final: televisor de segunda mano cuya antena improvisada impide la visión de un clásico de boxeo, sancocho dominguero e infaltables botellas de aguardiente como testigos mudos de invitados desilusionados. Su mejor apunte: “Es que a este aparato le calienta primero el sonido que la imagen”. Cuando el almuerzo se enfría, acierta con el primer plano de una suculenta tajada de… tomate. Sin transmitir su gracia habitual, la narración académica adolecía de fallas sonoras y excesiva iluminación; no obstante, Focine premió tanto su guion escrito como el filmado y el jurado resaltó las “posibilidades expresivas de la imagen y la preocupación por su intrínseca significación cultural”.

Sus mediometrajes (1983-85):
Arquitectura de la colonización antioqueña(1983). La formación de la idiosincrasia del país montañero y los rasgos socioculturales derivados. De cómo se aprovecharon las topografías geográficas más disímiles de manera recursiva, el uso del color en las fachadas y de la luz en las construcciones. Materiales naturales como el bahareque y otros multifuncionales, que le valieron a la zona andina por antonomasia aquel título de la civilización de guadua –desde  el Viejo Caldas, más los departamentos del Quindío y Risaralda, al suroeste de Antioquía–.

Un homenaje al maestro León De Greiff, nostalgia por el nadaísta Gonzalo Arango y semblanza del aguerrido caricaturista Rendón.

Cafés y tertulias en Bogotá(1985). Síntesis documental que recoge diversos testimonios alrededor de dos tradiciones estrechamente ligadas con el mundo intelectual y político de la capital colombiana. El café, que alberga poetas y pensadores de todos los calibres, con los recuerdos de quienes integraron la selecta concurrencia de otros tiempos. En La Biblioteca se reunieron núcleos de izquierdista y bohemios al lado de las personalidades de siempre.  Un homenaje al maestro León De Greiff, nostalgia por el nadaísta Gonzalo Arango y semblanza del aguerrido caricaturista Rendón. También: el Automático, el Café Pasaje, El Cisne –ya desaparecido–, el San Francisco –con billares incluido–, y el San Moritz –de menor estrato social–

Un ascensor de película (1985). Mujer que intenta seguir episodios de su telenovela favorita, pierde el hilo por culpa de la rutina laboral del sube y baja.  En los cuatro pisos de un edificio comercial, acontecen divertidas historias que una ascensorista se encargará de conectar entre sí para despejar su confusión. Entre ellas: el maniquí que se descarga por un elevador, como si fuera la figura central de un trasteo, y el creativo de una agencia de publicidad cuya campaña aún no ha sido aprobada. Con la sintonía de telenovelas y el caso de cierta emisión que dramatiza una pelea conyugal, nuestro pintoresco personaje confunde la ficción televisada con su mirada particular. Siendo el mejor argumental del año, en 1986, reconocido con medalla al Mérito de las Comunicaciones Manuel Murillo Toro, actuaron Adelaida Nieto y Santiago García.

Los largometrajes (1984-2016)
El escarabajo (1984). Tragicomedia provinciana alrededor de un mensajero bancario y deportista aficionado, quien gracias al empeño de su amigo motociclista se convertiría en ganador de la etapa ciclística Tulúa–Sevilla –no pocos compinches lo involucraron en actividades delictivas con fatales y previsibles consecuencias–. Se recreaban así conflictos cotidianos enraizados en factibilidades dotadas de presencias comunes y locaciones típicas del medio cafetero descrito. Con aires de pesimismo, se veía reflejada la idiosincrasia de esas regiones de climas medios propia de la topografía andino-tropical; aunque el tono, entre picaresco y tragicómico, adolecía de notables fallas en su desarrollo e incierto devenir de sus personajes.
Cuando el penoso ascenso del cine nacional –a comienzos de los 80– requería de muchos esfuerzos institucionales, irrumpió la tenacidad empresarial y los riesgos económicos de quienes se obstinaban en salir adelante con la persistente esperanza de superar algún día esa cuesta.  Al bordear la simple anécdota de naturaleza quizás autobiográfica, Duque aportó connotaciones e identidades menos locales y más comprometidas con las mismísimas frustraciones nacionales. Protagonizada por el dudoso estrellato mexicano de Eduardo Gazcón, en aquel entonces fue vista la cinta por un público bastante reducido.

Visa USA (1986).  Comedia romántica y juvenil, que linealmente expuso las dificultades inherentes a soñar y pretender salir de la provincia con rumbo hacia el acariciado país del Norte.  Su protagonista aspiraba a triunfar como locutor profesional puesto que poseía carisma, buena voz y facilidad de expresión; la meta de sus realizaciones no pudo haber sido otra que emigrar, pero la frustración llegó a ser doble, puesto que se le rechazaba la entrada y caía bajo las garras de falsificadores. Surgieron varios puntos contradictorios en el comportamiento del héroe, el oportunismo como llave maestra para escalar posiciones sociales, la candidez o falta de malicia indígena y una gratuita historieta de amor que por demás era fría o desapasionada.
Entre apuntes ingeniosos y recursos humorísticos, con paneos obligatorios sobre los edificios bogotanos, su protagonista asumía el rol del comunicador pueblerino con sueños idílicos y pesadillas risibles integradas al ‘mamagallismo’ del mundo Marlboro entre plumas de gallina. Para rescatar escenas memorables y salvar a esta condecorada producción de la Compañía de Fomento Cinematográfico (Focine) del renglón medio impuesto por el ‘benjumeismo’, se tuvieron en cuenta las fases de una fiesta popular con aquella bonita pareja que se declaraba su amor en medio de un aguacero y la entrevista con el cónsul americano, que concluía en rechazo categórico.

… su protagonista asumía el rol del comunicador pueblerino con sueños idílicos y pesadillas risibles integradas al ‘mamagallismo’ del mundo Marlboro entre plumas de gallina.

De la serie Amores difíciles (1988-1989), o seis películas inspiradas por los ‘cuentos peregrinos’ de Gabo, coproducidas por Macondo Films y Televisión Española, la mejor lograda fue sin lugar a dudas la colombiana dirigida por Duque: Milagro en Roma. En efecto, a partir de La santa, o La verdadera historia de Margarito Duarte, esta adaptación sobresalió por sus calidades narrativas e innegables dotes de compasión. Érase el negado reconocimiento del Vaticano bajo perspectivas milagreras y el desafío de una muerte incorrupta tras una insólita ficción de pretensiones extraordinarias.

Con elementos insólitos de la vida provinciana, desde cualquier lugar de la zona andina, emergía el desafío de una resurrección y el rechazo eclesiástico ante semejante insolencia. La niña Evelia, primera “santa” colombiana, originaria de un pueblo del Eje Cafetero y muerta prematuramente, se mantuvo prístina en su ataúd por varios años. Su amantísimo padre (Margarito Duarte), nunca se resignó a perderla y en su exhumación observó encontrarse “como dormida” e inició con ella un largo peregrinaje a la Ciudad Eterna en busca de su canonización. Siendo un retrato del parroquialismo sin fronteras, en contubernio con el llamado “realismo mágico”, el veterano actor Frank Ramírez persistió en su intento más allá de ciertas tipicidades en su entorno.

Porque lo sobrenatural se tornaba cándido en el relato de García Márquez adaptado por Duque Naranjo. En esa localidad quindiana (Salento), la paz no tuvo remezones y el fervor religioso alcanzaba grados delirantes; un eclipse solar bastante primario anunciaba casi premonitoriamente la beatificación en momentos en que un señor obispo caricaturizado ponía en duda semejante milagro; el insólito desplazamiento a la Ciudad Eterna se producía sin mayores sobresaltos, con la irrupción de las fichas diplomáticas de rigor y el viacrucis burocrático que implicaba ese proceso.

En 1995, volvió María a la pantalla chica para probar el arraigo de la novela romántica e inmortal deJorge Isaacs entre los televidentes. En efecto, una lápida cubierta por hojas secas dejaba ver su nombre y el corto período presumible de vida (1835-1852). “Una bella y misteriosa mujer en la edad del amor” –anunciaba su prólogo–. Así se identificó la muy controvertida adaptación televisiva que, sobre la emblemática novela homónima del romanticismo nacional, escribiera García Márquez hacia 1992 y cuya emisión nacional de aproximadamente seis horas se realizó en seis episodios de cincuenta minutos cada uno.

Mientras que temas dominantes como el de los ‘amores difíciles’, pero eternos, se desataban con relativa fluidez, una discreta ambientación introducía el momento histórico –la libertad de los esclavos– con referencias a las inundaciones del río Cauca en medio de cartas desesperadas de dos enamorados distantes, recuerdos fantasmales que rondaban sobre los lugares transitados por María y premoniciones de su muerte simbolizadas por el vuelo de las aves negras. “Porque todo comenzó a desmigajarse como sí… los minutos fueran años”, son palabras escritas por Gabo.

Los niños invisibles(2000). Desde Ambalema (Tolima), a orillas del río Magdalena, se efectúan los juegos brujescos de algunos amiguitos para atrapar el corazón de una niña engreída. Ingenua representación de una trasnochada realidad que no vio más allá de su acertado elenco menudo y de la idílica localización ribereña de tierra caliente. Su estrategia, que combinaba las astucias propias de la inocencia infantil con rituales tragicómicos de magia negra, perdía fuerza en términos literarios por unos cuantos parlamentos: “sí me vuelvo invisible nadie me va a ver, pero quizás si me puedan sentir y oler”, o … “invisible quiere decir que no se ve y, si no te ven, como van a saber que eres así”.

Su estrategia, que combinaba las astucias propias de la inocencia infantil con rituales tragicómicos de magia negra, perdía fuerza en términos literarios por unos cuantos parlamentos…

Sentado ante la máquina de escribir y de espaldas al público, el mismo guionista narraba sus primerizas experiencias para remontarnos a épocas donde las travesuras eran el común denominador y la tranquilidad de los pueblos no deparaba mayores sorpresas. Aun superando los arquetipos del cura y el gamonal, se percibía la influencia política y geográfica de mitad del siglo pasado –léase dictadura militar y primeros brotes de la violencia campesina–.

Los actores del conflicto (2008). Farsa política que arrastra a tres mimos callejeros del centro capitalino a un lugar del país en donde se involucran teatralmente con falsos reinsertados, guerrilleros en ejercicio, fracciones paramilitares y autoridades incompetentes. Si al cuadro anterior le añadimos negociadores de paz, tal enredo se prestó para dramatizaciones divertidas e inquietantes que rompían con los esquemas simplemente violentos. Cuando algunos de ellos conseguían beneficios para salir del país y vivir como exiliados, el simular pertenecer a una organización subversiva les acarreaba consecuencias funestas en una población de influencia derechista. Tal estrategia resultó inteligente, pero también arriesgada al jugar con fuego en la hoguera de nuestros conflictos. En conclusión: un divertimento, o recreación picaresca en ciernes.

Dos ágiles compatriotas habituados al rebusque, y una intérprete venezolana de cara blanqueada, constituyeron el trío de artistas capaz de burlarse sanamente del caminado o los gestos de los transeúntes sin importar si eran soldados, matones o ciudadanos comunes. Mario Duarte, Vicente Luna y Coraima Torres personificaron a quienes se entretenían en sus respectivos papeles con el solo fin de distanciarnos de los problemas derivados del entorno. Su estrategia resultó inteligente, pero también arriesgada por cuanto jugaban con fuego y se metían de lleno en la hoguera de nuestros conflictos. La comedia pura superó el simple tratamiento del sainete demagógico o panfletario para incursionar en terrenos propios de un divertimento, o farsa picaresca aún en construcción.

Su última comedia, hasta el momento: El soborno del cielo (2016). En vísperas de la Semana Santa, cuando corrían los años setenta en un pueblo del norte del Valle (Sevilla), en tono de sátira religiosa un cura iracundo puso en entredicho la administración de los sacramentos debido al entierro de un suicida en el panteón familiar del cementerio local.  Tal imposición eclesiástica suspendió las partidas de nacimiento, aquellas matrimoniales por no casar a los contrayentes y las de fallecimiento al negarles la extremaunción a los moribundos. Los hechos cuestionados acontecen con apuntes graciosos cuya intencionalidad sería desenmascarar las torpezas e imposiciones de una fe católica, que predicaba rabiosamente desde el púlpito e imponía su poder en contubernio con las autoridades municipales. Sin obviar la doble moral de quien predica y no aplica,Germán Jaramillo se apropió del típico señor cura, más paisa que valluno.
El título de esta divertida y oportuna película se originó por una frase del dramaturgo irlandés y activista político Bernard Shaw: “He decidido ser bueno, sin el soborno del cielo”. Ambientada en Honda (Tolima), las disposiciones absurdas de la Iglesia se complementaron con una lista negra de secretos suicidas en el pueblo para transformar la sátira moral en válida investigación de aquellos otros asuntos privados que se pretendieron esconder por vergonzantes. Fallida, hasta restarle trascendencia, la inclusión picaresca de Boca de chicle, compuesta por Pablus Gallinazus y cantada por Óscar Golden, al apartarse del núcleo religioso para contraponer el ambiente pueblerino y juvenil de entonces. En conclusión: si Milagro en Roma expuso la burocracia del Vaticano y la indolencia de sus obispos, ahora Lisandro recreaba certeramente cómo un escapulario no sirve para alcanzar los favores del cielo.