Nosotras, cineastas raros, mariconas, desviadas, voltiados, degenerados, confundidas, invertidos, areperas, cacorros, marimachas, floripondios, cacalanas, degeneradas, maniquebrados, perezosas, mariposas, constatamos:
Históricamente, en las películas colombianas (incluso en las que apreciamos) nuestro deseo ha sido representado desde unos pocos y asfixiantes modelos:
-Personajes de opereta, cómicos, ridiculizados, desexualizados, como el director de arte de la agencia de publicidad en Pasado el meridiano.
-Personajes que reptan en los márgenes, confinados a oficios del submundo del crimen: “No sé qué gusto le sacan a eso”, le dice Florencia a Ever y Perfecto, después de que violan a los niños –dormidos o muertos– en Pura sangre.
-Personajes hipersexualizados que arrastran un deseo mendicante: “Quítate la ropa muchacho”, le dice Fernando a uno de sus amantes en La virgen de los sicarios.
-Artistas homosexuales que subliman su deseo para que deje de ser un peligro social, como en Nuestra película, La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo y Antonio María Valencia, música en cámara.
Nuestro cine ha sido mojigato, puritano y remilgado. Cámara de resonancia del recelo, la burla, la desconfianza y el odio. En estas películas –las películas de la vergüenza– las ausencias hablan. El silencio sobre el deseo lésbico, bisexual, trans e intersexual, muestra un cine prisionero del prejuicio y la comodidad.
En una sociedad que padece una violencia estructural, el cuerpo martirizado, silenciado, excluido, desechable, parece ser el único cuerpo posible. Nuestros cuerpos no están hechos solo para el sufrimiento. Somos cuerpos para la fantasía, el placer, los sueños y la imaginación.
Aunque tenemos herramientas jurídicas y culturales para hacernos visibles, el cine en Colombia se mantiene rezagado, jugando al escondite, el secretico y la victimización. ¿En serio es todavía una revelación que nuestro deseo existe?
¿Qué dice del deseo juvenil y de la angustia del clóset una parodia como Mariposas verdes? ¿Acaso no es solo una fantasía etnográfica una película como Contracorriente? ¿Nos representan las actrices que juegan a ser trans en La estrategia del caracol o Buscando a Miguel? ¿Por qué son falsas las emociones y no el artificio en melodramas como La luciérnaga?
Este cine, dominado por el autoengaño y la insinceridad, nos exige tomar por asalto los medios y modos de representación.
Somos más que un tema, una cuota o una descripción. Somos una forma de mirar: oblicua, inestable e invertida ¡Somos Cuir! No queremos ser normalizados, pasando del frío clóset al banal decorado. Abominamos el nuevo costumbrismo: nuestro deseo nos atraviesa pero no nos agota.
Lo Cuir es mestizo, impuro, fluido. Es disruptor. Películas como Soy tan feliz, Mila Caos, Cilaos, El susurro del jaguar y Adiós entusiasmo abren un camino. Han roto el tejido de supuestos, comodidades y fronteras que nos aprisionan.
Hemos de transgredir formas y cruzar límites. Los límites autoimpuestos.
Cuir no es patrimonio de un país o de una lengua, olvidemos las fronteras, los mapas, los géneros asignados.
Traicionemos nuestra herencia y los lugares que ordena la tradición.
Recuperemos a nuestros ancestros, hagamos de la Historia una mariconería. Integrémonos a los ritos y mitos de los que hemos sido desterrados.
El cine Cuir es territorio, es pueblo, es cuerpo.
Acabemos con la estructura de los hombres hombres, de los machos machos con la que se hace nuestro cine. Que a ningún director de fotografía se le llame señor, pues un técnico no es lacayo. Que la realización se convierta en un acto de contagio y comunión. Que los cuerpos técnicos se contaminen de otros cuerpos: mujeres, transexuales, bisexuales y todas las sexualidades que son una pregunta o un tránsito. Que nuestras películas sean fruto de manos, sudor y corazón Cuir.
Seamos un cine radical. Un grito. Una máquina de fragilidad, feminidad, sensibilidad, ternura, afecto.
No nos interesa explicarte nuestra diferencia. Nuestra existencia híbrida, sincrética, exuberante, habla por nosotros.
Desconfiemos de lo perfecto y lo genérico, del formato y el contenido. Abracemos todas nuestras posibilidades, errores, aberraciones.
Los espacios públicos nos esperan. Iluminemos la oscuridad de la catacumba, la taberna, el sauna y los apartamentos. Dejemos la seguridad de los fondos de financiación, los festivales y los multiplexes. No nos escondamos, abramos nuestro camino con el cine. Vamos al encuentro de otros que, como nosotras, han sido segregados.
Que la cámara no se quede en el hombro, que vaya a la cicatriz, la arruga, el pliegue, el coño.
Busquemos la memoria de aquellas que, como miles de nosotros, han sido perseguidas y aniquilados. Saquemos a flote lo sumergido y provoquemos con ello una inundación. No hay excusa para prolongar esta dependencia, el cine Cuir tiene que nacer primero libre.
Bogotá, julio de 2018.
Andrés Felipe Ardila Ardila
Andrés Isaza
Andrés Suárez
Angélica Hoyos
Alirio Cruz Cabrera
Camilo Villamizar Plazas
Daniel Mateo Vallejo Gutiérrez
Henry Melo
Javier Segovia
Jesús Gómez Giovanetti
Jonas Radžiūnas
Laura Huertas Millán
Luis Esguerra
Manuel Villa
María Paula Jiménez
Natalia Imery
Pablo Roldán
Santiago Henao Vélez
Sara Fernández