Oswaldo Osorio
Nacionalizar géneros siempre ha sido un riesgo para el cine colombiano, y en general para el latinoamericano. En 1968, en pleno pico de éxito del western (pero por vía del spaghetti western, claro), el cineasta Ciro Durán (que para entonces se firmaba Durand), escribió y dirigió, en una coproducción con Venezuela, esta historia ambientada en los años posteriores a la Guerra de los mil días (1906), una historia de venganza, por supuesto, y con mucha acción, que quería emular al género de moda en el contexto colombiano, lo cual logró con cierta fortuna con el público (en ambos países), la misma que fue adversa con la crítica.
Lo más destacado de esta cinta es su planteamiento, pues esa contextualización la vincula con una problemática que ha definido el conflicto social y político colombiano desde hace más de un siglo: Los terratenientes, que suelen ser, además, las personas que detentan el poder civil en las poblaciones, contratan grupos de bandoleros para expulsar, con amenazas o a sangre y fuego, a los campesinos que son pequeños propietarios de tierras fértiles. Por eso los primeros minutos del filme entusiasman cuando, efectivamente, se pueden ver los códigos del western aplicados al campo colombiano y expuestos los distintos actores, móviles y tensiones de esta problemática que históricamente ha sido la raíz de la violencia en el país.
No obstante, esto ocurre mientras desplazan y luego asesinan a la primera familia campesina, pero luego de masacrar a la segunda, los Bernal, y de sobrevivir Aquileo, Ciro Durán se olvida del contexto nacional y se concentra únicamente en la dinámica propia del western, pero la del spaghetti, la cual reduce todas las posibles variables y connotaciones del original, es decir, el de Hollywood, a la mera iconografía del género, su paisaje característico y la violencia, teniendo además como su principal narrativa –claro que sí– la venganza.
“Entonces se pierde el contacto con la autenticidad y se convierte solamente en un filme de vaqueros, lleno de acción y de tiros.”
Esto le valió el rechazo de la crítica de su tiempo. En la Revista Cinemés (No. 6 de 1968) dijeron (no está firmada, pero redactada en plural) que la película, la cual fue rodada en blanco y negro, era “…un pálido reflejo de otros filmes del mismo género que nos llegan de Europa, en colores, por docenas.” Igualmente, Margarita de la Vega escribió en El Siglo: “Entonces se pierde el contacto con la autenticidad y se convierte solamente en un filme de vaqueros, lleno de acción y de tiros.”
Y efectivamente, es una cinta que desperdició su planteamiento y le apostó al caudal del éxito que tenía el género y que la podía arrastrar hasta la complacencia del gran público, sin importar si repetía los gestos y clichés de un cine seguro. Con ello sacrificó toda una probable reflexión sobre la naturaleza del conflicto del país, tan vigente a finales de los años sesenta, y, por el contrario, se decantó por un guion forzado en su verosimilitud (como el giro de la nueva identidad de Aquileo para infiltrarse entre los bandoleros que lo persiguen, por ejemplo), para que el endeble y esquemático argumento estuviera en función de las secuencias de acción: peleas, duelos, persecuciones y tiroteos, básicamente.
Pero, como es sabido, ese gran público nunca solicita al cine reflexión, y menos de su propio y problemático conflicto, porque prefiere la evasión con fórmulas probadas y que todo se vea bien en la pantalla, y esta película tenía estas dos características: por un lado, no importa que fuera un western más, como las decenas que pasaban por esos años en la cartelera, porque no lo era, pues era “nuestro” western: rodado en el desierto de La Candelaria y en Villa de Leyva, y con reconocidos actores de la televisión nacional (Carlos Muñoz, Camilo Medina, Rey Vásquez); por otro lado, realmente fue una película que se vio bien, sobre todo en comparación con el cine colombiano de la época, así lo comentó Margarita de la Vega en su momento: “El resultado es un filme bien realizado, técnicamente impecable y a la altura de cualquier producción internacional, sin detalles molestos por falta de medios técnicos, como ocurre generalmente con nuestras películas.”
Aunque este texto parece negativo al referirse a la película, en realidad no es tanto su intención, porque no se le debe pedir a un filme algo que este no pretendía dar, sino que, por el contrario, juzgándola bajo el criterio de su búsqueda por producir una película comercial, que se apropia de un género cinematográfico en boga y realizada con altura narrativa y técnica, pues estamos ante un producto loable, sin duda; el asunto es que, como se está mirando desde los cánones de la crítica, resulta lamentable la pérdida de sustancia de la que empezó siendo una muy buena idea.