Camilo Ramírez Sánchez
Escuela de crítica de cine de Medellín
El valor de la tierra es infinito, el hecho de poseer un pedazo del mundo representa un millón de cosas, la tierra la habitamos, dejamos nuestras memorias en ella, nos moldea y nosotros a ella. La tierra, el hogar, los santuarios que creamos para nuestras comunidades, tienen un valor infinito, pues las memorias que allí se construyen, el legado que representa puede ser inmortal. El valor de la tierra es muy claro, se compra a precio de mercado o se negocia si su dueño es muy terco, pero a fin de cuentas todo tiene un precio, ningún lote se escapa de las reglas del capitalismo, la romanización del pasado que representa las fincas viejas y olvidadas del campo colombiano no es más que eso, un pasado romanizado que ya debe de darle paso al futuro, todo lo que hay en la tierra ha de ser removido para que el nuevo mundo llegue, incluso las sombras que aún la habitan.
Brizna (2022) nos transporta a una tierra de espíritus, atascada a mitad de camino entre el mundo de los vivos y los muertos, donde los fantasmas deambulan y son guiados por los vivos, como chamanes y pastores de las sombras humanas que no consiguen descanso. Con música mística la película nos invita a explorar esta tierra, los tambores de Marcus, el pastor de espíritus y guardián de las memorias nos da un tour por cada piedra, árbol, persona, camino y desvío que allí habitan. Al ritmo de su tambor, la cámara nos da vistazos cercanos de cada detalle, mostrándonos la grandeza de cada rincón, el acogedor frío del viento y la claridad de las sombras. La película nos guía usando el mismo lenguaje que Marcus, grandilocuente, esotérico, frío y cariñoso. Pero este es un drama, y este mundo ha de ser puesto en riesgo para que haya una historia.
La tierra de sombras de Marcus es invadida por dos personajes, uno de ellos es la aprendiz en busca de algo que ya no le pertenece, el otro es el diablo. Ambos llegan sin conocer el lenguaje de este mundo, la aprendiz lentamente lo va aprendiendo, mientras que el diablo se contenta con usar su propio lenguaje: el dinero. En tanto que uno de ellos se vuelve uno con la tierra, el otro inicia su campaña para destruirla, transformarla en algo nuevo. Es aquí donde Brizna empieza a perder su encanto, esta tierra esotérica y mística se ve atrapada en un conflicto cliché de compra de tierras, dominado por un personaje un poco caricaturesco, un negociante diabólico acartonado. Claramente la problemática que explora es relevante, sobre todo en Colombia donde los campesinos cada vez tienen más tierra, y los grandes terratenientes se devoran lo que queda del país. Sin embargo, la manera en la que narra estos conflictos es muy simple, lo cual desentona con el misticismo que le dedica a la tierra y a la memoria.
La tierra de sombras de Marcus es invadida por dos personajes, uno de ellos es la aprendiz en busca de algo que ya no le pertenece, el otro es el diablo.
Brizna es una película en la que dos estilos cinematográficos están en discusión, por un lado, está la Brizna de Marcus, mística, esotérica, que valora los recuerdos y le dedica canciones a sus fantasmas, a los recuerdos de la gente que la habitó. Por el otro lado está la Brizna de la aprendiz, quien trae consigo una trama acartonada y simplista sobre compra de tierras y la maldad de un capitalista caricaturesco. Estos elementos se ven reflejados en la historia y la calidad de la película, en sus mejores momentos Brizna es una película misteriosa, con una fotografía y sonido que te envuelven en un mundo hermoso en donde las cosas pequeñas tienen un valor infinito, en sus peores momentos se ven sus errores de montaje, cortes súbitos en el audio y detalles de continuidad que te sacan del mundo intrigante que construyó el resto de la película, además de un guion un poco cliché que deja dudas sobre los aspectos esotéricos del universo.
Al final, sin embargo, el diablo no gana. Si bien encontré más interesantes las partes más místicas de la película, y me gustaría saber qué hubiese sido de ella si la historia no fuera algo tan cliché, los personajes y la narrativa que nos ofrecen los creadores de Brizna la mantienen aterrizada, no tan grandilocuente e incomprensible. Con sus tambores místicos y paisaje hipnotizante, Brizna cautiva al espectador y lo invita a conocer el lenguaje de esa tierra de sombras, a recordar a los fallecidos, sus nombres y sus memorias, A no dejar que la tierra muera o sea asesinada. Brizna es una poesía visual a la tierra y a los muertos.