Cicatrices en la tierra, de Gustavo Fernández

El diálogo de las miradas

José Leonardo Cataño Sánchez

Esta es una película de cine etnográfico, un género del cine que remonta hasta Robert J. Flaherty y del cual reseñaré algunos aspectos en la presente crítica con el propósito de enriquecer la apreciación de los géneros etnográficos en el lenguaje audiovisual. En casi dos horas, Cicatrices en la tierra narra las trayectorias de Janeth, Fabián, David y William en locaciones entre Icononozo (Tolima), Puerto Asís (Putumayo), Macanal (Boyacá), Neiva (Huila) y Bogotá, tras ratificarse el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc-EP en el año 2016. Un relato etnográfico sobre la desmovilización.

Haciendo arqueología en el recuerdo, nos encontramos a Gustavo Fernández como director invitado al Simposio de Antropología Audiovisual del XI Congreso de Antropología en Colombia realizado en el municipio de Santafé de Antioquia en el año 2005, un certamen académico al que asistieron Marta Rodríguez, Carlos Rendón Zipagauta y Pablo Mora; tres exponentes que ya son escuela del cine antropológico hecho en Colombia. En esa muestra de Gustavo Fernández se proyectaron Al son del parque (2004) y De(s)amparo, polifonía familiar (2002); dos películas para apreciar de pie y conversando, como se verá.

De la anécdota curatorial y la conversación en aquel encuentro destacábamos que, adicional a que en la obra de Fernández hay una línea investigativa que indaga por los vínculos familiares potentes, los tránsitos de los personajes en la geografía y su destino, los reencuentros, los arraigos en el espacio, empezando por la habitación, la casa, el caserío, el parque, la resolución de las encrucijadas íntimas, la negociación permanente de las contradicciones y conflictos, lo inconsistente que es cada persona en términos emocionales y afectivos; y en parte; que sus películas podían verse mientras se conversaba tomando cerveza, retomar en cualquier punto sin perder el raccord tras una disertación, risas con Gustavo ante el comentario sarcástico y que en su momento sonó fuera de lugar, pero sí, es una apreciación que puede leerse con los siguientes matices en una conversación sobre cine y etnografía.

La obra de Gustavo Fernández es más próxima a la del brasilero Eduardo Coutinho y en Colombia resuena con las realizaciones de los colectivos Kinopravda en Bogotá o Mejoda en Cali, en particular Fusiles de madera (2002) y Coherencia contradicción: Encuentros y desencuentros con Luis Guillermo Vasco (2012) de Carlos Cárdenas o Matachindé (2014) de Víctor Palacios, títulos que pueden verse en plataformas en línea. Observar sin filtro moralizante a las personas que viven en los basureros (Coutinho) en el Brasil en un período de fiestas, despojarse de la superioridad moral, entrar a sus casas, compartir una bebida, tomarse un trago, rotar un porro o bareto, grabar conversaciones y entender en términos que no son de lástima o académicos lo que pasa por el encuadre; realizar una estadía de campo durante meses y entregar los equipos de realización (Cárdenas) en un campamento para la formación militar y política en la guerrilla del ELN a principios del siglo XXI en Colombia o meterse en el ropero (Cárdenas), el escritorio, las aulas de clase, las salidas de campo, las conversaciones de un profesor de la Universidad Nacional de Bogotá; participar en la intimidad religiosa de una población afrocolombiana de la región Pacífica (Palacios) en cuya celebración de semana santa convergen las prácticas de ancestro africano con el catolicismo popular en una explosión de danza y frenesí cual escena de los maestros locos de Jean Rouch; o, en Cicatrices en la tierra, estar en la vida de cuatro personas desde que se desmovilizan de la guerrilla, su transición en el estatus jurídico-político del orden democrático de Colombia y la incorporación a las cotidianidades de la vida civil tras la firma del acuerdo de paz, el regreso a las veredas, a sus casas, a sus familias, al estudio, al trabajo, el ajuste permanente de las ilusiones en medio del incumplimiento de lo acordado.

La obra de Gustavo Fernández es más próxima a la del brasilero Eduardo Coutinho y en Colombia resuena con las realizaciones de los colectivos Kinopravda en Bogotá o Mejoda en Cali…

Los referentes citados comparten la forma de presentarnos la dimensión pragmática del habla en los universos espaciales, materiales y semióticos en los que habitan los personajes. Coutinho hablaba de la presencia absoluta del personaje con su teatralidad innata y el enganche de la conversación en los planos de busto de las entrevistas. William o Janeth en Cicatrices en la tierra son rostros tan dicientes, presencias tan notorias y hacen un uso de la palabra que cualquier director se los quiere encontrar como personajes. Resaltada la importancia de la plástica del habla y el rostro en el espacio del encuadre, construir el sentido estos relatos requiere de una entrega absoluta para escuchar y mirar a través de otras percepciones.

Un acercamiento etnográfico así descrito, es despojarse de todo ruido mental y preguntarse por las maneras en cómo las personas experimentan e interpretan sus destinos, es el ejercicio de acompañar otras formas de mirar sin que haya promesas de acuerdo moral o coincidencia en los modos de interpretación o de meterse en zapatos ajenos, es diálogo sin sumisión, sin doctrina ni evangelización, como cuando conversa David sobre las fotografías de Jesús Abad Colorado en la curaduría de El Testigo, o las apreciaciones de William, tan distantes a las de Janeth, alrededor de las placas fabricadas con el metal de la fundición de los fusiles que hizo la artista Doris Salcedo. Lo sugirió la directora y teórica del cine etnográfico Trinh T. Minh-ha al deconstruir, en Reassemblage (1982), la función de la voz descriptiva a la que nos acostumbraron las formas de representación naturalistas. Silenciar esa voz opinadora y dejar que la escena con todo su poder expresivo hable por sí sola.

La mirada etnográfica usa la óptica y la composición de detalle sin abandonar la óptica para el plano y la composición de conjunto. En ese ir del close-up al teleobjetivo sin golpes ópticos está su especificidad. Retrata meticulosamente los espacios, los objetos, la conversación y los análisis que hacen las personas tratando de develar el espíritu o estilo de sus mundos, las palabras y las situaciones en su contexto. La mística de Cicatrices en la tierra radica en el presente de los personajes ante el encuadre, más que fragmentos, son totalidades de vida. Son cuatro geografías humanas en formato audiovisual y para percibir ahí es importante conocer la premisa del director: capturar los ritmos y los tránsitos de estas personas en sus espacios vitales. En teoría se dirá que su enfoque, además de ser un relato coral, es de naturaleza socio espacial, donde el espacio los ritos del día a día y los objetos más que datos de referencia, son sustancia, plasma y persona; por lo tanto, la dimensión política del espacio y las condiciones materiales de la existencia de Janeth, William, David y Fabián se plantean como totalidad plástica y argumental en el relato sin que ello se dé como retórica de la lucha de clases, la distribución de la tierra o de la justicia social.

La mirada etnográfica usa la óptica y la composición de detalle sin abandonar la óptica para el plano y la composición de conjunto. En ese ir del close-up al teleobjetivo sin golpes ópticos está su especificidad.

Establecer conexiones muy íntimas, respetuosas y duraderas con lo que la gente habla, piensa y siente en sitio. No en vano, repitiendo una de las respuestas del escritor Alfredo Molano cuando se le preguntaba por su versión de los hechos en alguna geografía lejana a mula o a pie, con su desparpajo decía: “Vea mijo, si quiere saber de algo de la gente de allá, vaya, camine, mire, hable y viene y nos cuenta; vaya antes de llenarse de ideas.” Son conexiones que se buscan sutilmente en sitio y que regularmente no son observables a distancia. En el Cauca, en Guambía, plantean como premisa de conocimiento, que solo es posible conocer mientras se camina y los conceptos se hallan en la vida mientras se hacen esos recorridos, ya que están vivos en el territorio, no están en los libros, en las aulas, en los tableros. De similar manera sus mapas son objetos parlantes, se trata de cartografías que hablan y se mueven, es decir, que están con la gente, vivos en su territorio.

Ahora bien, en Cicatrices en la tierra el contexto y la historia nacional son elementos sutiles para la cohesión del relato y tal vez para la tranquilidad de la audiencia. La idea de una cronología se deduce por las relaciones de fechas o los acontecimientos que describen en el relato los personajes o por el embarazo de Janeth. Lo que sabemos de la firma del acuerdo de la paz en Colombia por el documental, es lo que nos cuentan sus personajes con apoyo de algunos archivos audiovisuales más lo que completan nuestros referentes. Parece evidente, planteo yo, que el autor no busca explicaciones teleológicas, es decir, no es necesariamente una sociología del posconflicto en Colombia.

Parece evidente, planteo yo, que el autor no busca explicaciones teleológicas, es decir, no es necesariamente una sociología del posconflicto en Colombia.

Nos lega un relato etnográfico sobre la desmovilización. Desde esta perspectiva, un documento que es necesario revisitar para afinar las percepciones de este momento histórico en Colombia. Gustavo es un realizador que no se gasta afanes en su búsqueda y nos transfiere ese detenimiento en la percepción. La manera de observar, más que todo de la manera de pillársela, como se dice en Antioquia, descrita a lo largo de este ensayo se puede dar en un destello, o puede tardar varios años, mucho tiempo, aspecto que desfavorece al género en los circuitos comerciales pero que le da un añejamiento especial con el paso del tiempo, lo que los convertirá en piezas muy valiosas en términos documentales.

Y como en toda obra de arte en proceso, el final de Cicatrices en la tierra todavía se está escribiendo entre nosotros, en un día a la vez, sin elipsis ni compresiones espacio-temporales. La conversación está abierta. Queda esa sensación de querer llamar a Gustavo y preguntarle: “¿Ve, que pasó con William, se logró colocar en algo, oíste y qué de Janeth, ya le salió chamba como enfermera?