Confesión a Laura, de Jaime Osorio (1990)

El dilema eterno de Colombia

Lina María Rivera

A propósito de la reciente versión restaurada por el Patrimonio Fílmico de la emblemática película colombiana Confesión a Laura, florecen novedosas apreciaciones de la obra. La distancia con la que el tiempo nos permite valorarla desencadena una serie de virtudes que para su época no fueron precisadas al ser, quizá, opacadas por su pertinencia política o su inimaginada sensibilidad de lo personal y cotidiano. Este es el caso de “Don Santiago”, el protagonista, quién encarnando la dualidad de un país con una interminable pugna en sus entrañas entre la libertad y la rebeldía o el conservadurismo y el recato, nos permite acercarnos a un personaje masculino premoderno o, para ser más precisos, vulnerable, infravalorado, poco poderoso, repleto de sentimientos reprimidos y dominado por su esposa, Josefina, quien por el contrario destaca como impositiva, autoritaria y con voz propia.

No obstante, esta inusual caracterización de los protagonistas no habla de una temprana representación feminista sino casi de todo lo contrario, ya que deja en evidencia como “Don Santiago” representa la fuerza “patriarcal” deliberante del país para la época, atribuyendo sus rasgos frágiles e indefensos a una referencia despersonalizada de los ciudadanos frente al poder político dado que para 1948. Las mujeres en Colombia no tenían el derecho al voto y tuvieron que pasar nueve años después del asesinato de Gaitán para que pudieran ejercerlo, es decir, realmente no era muy importante lo que pudieran pensar o creer las mujeres de esa época, ya que no podían ejecutar una acción en concordancia. Por el contrario, los hombres eran quienes deberían enfrentarse a la disyuntiva de apoyar los mismos cánones del pasado para el futuro del país y la política o decidirse por un nuevo rumbo, así este fuera incierto; mismo dilema al que se enfrenta “Don Santiago”, quien se encontrará en la posición de elegir el camino conservador y correcto de continuar con su esposa a pesar de no sentirse a gusto ni pleno, o ceder a la tentación “liberal” y libidinal de vivir con Laura como una soslayada apertura a su propia aceptación.

Este paralelo pone de manifiesto cómo cada personaje de la película es principalmente alegórico. Sin embargo, la sensibilidad con la que Alexandra Cardona, guionista del film, y Jaime Osorio, director, retratan una realidad que, podríamos decir, se mantiene hasta el día de hoy en casi cada decisión política del país, convierte un relato histórico en una narración delicadamente sentimental y altamente sincera, puesto que al abordar a los personajes como símbolos enfatizan de igual manera en el carácter cotidiano de cada uno y lo personalizan tanto que nos permiten apreciar cómo, aún desde la periferia del conflicto y el poder, cada decisión política es también personal y ordinaria, al tiempo que subraya la profunda relación que tiene nuestro contexto con respecto a quiénes somos y qué hacemos con nuestra vida, aunque la mayoría de las veces pretendamos ignorarlo.

Este paralelo pone de manifiesto cómo cada personaje de la película es principalmente alegórico.

Estas precisiones jurídicas se hacen presentes hasta el final de la película, ya que para ese momento el divorcio tampoco era legal en Colombia, por lo que solo la muerte de alguno de los cónyuges permitiría la disolución del matrimonio y, por lo mismo, un cambio verdadero en la vida de alguno de los dos. Esto no solo justifica y convierte en preciso el final del film sino que nos habla de nuestra profunda relación con la muerte y nuestra historia; cómo casi todos los hechos fundamentales de Colombia podrían relatarse a partir de la muerte de alguien y cómo nos hemos reconstruido una y otra vez sobre la sangre de muchos que pensaron igual o no a nosotros pero, sobre todo, encima de muchos inocentes que estuvieron en el lugar equivocado.

En suma, Confesión a Laura fue y seguirá siendo una película que con sencillez nos permite identificarnos en ella como en un espejo. Con una precisión que supera lo anecdótico y nos sitúa en el campo de lo revelador y propio, nos toca el alma y la memoria al recordarnos que nuestra historia ha sido marcada por una interminable guerra entre pensamientos pero que, en última instancia, lo único que estamos buscando como individuos es encontrar nuestra propia felicidad y que lo que verdaderamente anhelamos es poder tener la posibilidad de ser quienes somos en el fondo sin tener que renunciar a nosotros mismos para sobrevivir.