Liliana Zapata B.
Medellín, Colombia
¿Es Hilo de Retorno (2020) de Erwin Goggel, una propuesta diferente a Retratos en un mar de mentiras (2010) de Carlos Gaviria? Para responder a esta pregunta y no hacerlo a la ligera, deben revisarse varios aspectos de una y de otra.
Ambas pueden resumirse de la misma manera: Marina vive con su abuelo en un sector deprimido de la ciudad y, después de una noche en que una tormenta destruye su vivienda y el abuelo muere, Marina y su primo Jairo emprenden un viaje para regresar al pueblo del que ella fuera desplazada por la violencia siendo una niña, con el objetivo de recuperar para sí mismos unas tierras que su abuelo poseía y que nunca pudo reclamar. Si asistiéramos al visionado de Hilo de retorno sin contexto, podría solo tratarse de una cinta más en el infinito universo existente, pues su propuesta no es particularmente renovadora en la actualidad, sin embargo, cuando se ha visto previamente Retratos en un mar de mentiras, Hilo de retorno pareciera más un proyecto hecho afanosamente, que una obra estructurada a cabalidad.
En la cinta de Carlos Gaviria, el personaje de Marina (interpretado por Paola Baldión) se nos va entregando por fragmentos, mientras vamos dilucidando lo que acontece en su interior, comprendiendo que hubo un pasado más lustroso que este presente hosco y maltrecho. Su primo Jairo (interpretado por Julián Román) por su parte, no ha tenido tampoco mejor suerte, y en el trayecto recorrido por ambos hasta su pueblo entendemos también sus penurias para llegar hasta donde está. En Hilo de retorno, a su vez, conocemos más de Jairo y de sus motivaciones que de Marina, pues las respuestas a las preguntas de los demás que buscan entender a esta última, son mutiladas incomprensiblemente del corte final, evitando que ahondemos en su psique y distanciándonos inevitablemente de ella y del personaje que caracteriza, en una decisión que claramente busca desmarcar a esta película de la de 2010, logrando más desconcierto que certezas.
Aun cuando ambas cintas son construidas como road movies, en la primera se le da más sentido a esa travesía, pues además de lo ya mencionado, esta se detiene más en los paisajes y en las personas que los protagonistas se encuentran, y con el pasar de los días, se va notando un aumento en la compenetración de Marina y Jairo; mientras que en el largometraje de Goggel este recorrido pareciera más eventual –como un camino obvio que hay que sortear–. Lo anterior aunado a que la decisión de eliminar escenas y conversaciones completas, hacen que el filme adolezca de cercanía, pues no tenemos suficiente de donde asirnos para conocer a los personajes principales y, como ya se mencionó, para dilucidar particularmente el singular comportamiento de Marina.
Por otra parte, la música de ambas tampoco es un detalle menor, mientras para Retratos en un mar de mentiras esta hace parte de la idiosincrasia de una tierra y de lo que corre por las entrañas de los protagonistas, en Hilo de retorno la música no es más que un hecho incidental sin el cual la propuesta del director sufriría pocos cambios.
…la decisión de eliminar escenas y conversaciones completas, hacen que el filme adolezca de cercanía, pues no tenemos suficiente de donde asirnos para conocer a los personajes principales…
Que dos películas estén hechas partiendo del mismo material solo con diferencias en la edición, no las convierte en productos distintos o necesarios. Si bien ambas buscan que como espectadores vayamos comprendiendo de dónde surgieron las dificultades mentales de Marina, teniendo como telón de fondo los paisajes colombianos y desembocando en la génesis de la tragedia de una familia desplazada por la violencia, Retratos en un mar de mentiras lo hace con más contundencia demorando el desenlace y aportando más pistas para que vayamos hilando lentamente las situaciones. Somos a su vez espectadores y colaboradores de Marina en el enmarañado rompecabezas de su mente, pues vamos armándolo mientras ella también lo hace, y vamos comprendiendo, mientras ella comprende la génesis de su dolor, de su parálisis y de su distanciamiento social. Hilo de retorno en contraste, en la idea –he de suponer– de recortar metraje, resuelve de manera un poco más abrupta las situaciones y llega de manera precipitada a un final que, aunque se comprende, deja tras de sí vacíos, conversaciones inconclusas y dudas que, en lugar de dejarnos cuestionados, nos hace pensar si aquello no sería más la consecuencia de tratar de obtener un producto diferente partiendo del mismo material, pero sin tener las ideas claras que sí tenía el director que la ejecutó la primera vez.
Si un espectador debe ver una película para llenar los vacíos de otra, esto en sí mismo, debería cuestionar a un director. Más aún, debería cuestionarlo desde el principio la necesidad de montar de nuevo una película ya hecha y que ya dijo lo que tenía para decir. Es probable que el final –que es en lo que más se diferencian ambas cintas–, haya causado desavenencias entre productor y director, ¿pero cambiar los últimos minutos del desenlace son tan relevantes como para emprender de nuevo el mismo camino y agobiar al espectador con otro largometraje hecho con el mismo material?, ¿qué podría ser tan diferenciador como para que dicha empresa valiera la pena? Yo por mi parte tengo una respuesta probable que no taxativa, y es que Retratos en un mar de mentiras, que en su momento suscitó reflexiones importantes y acumuló varios galardones (entre ellos el de Mejor Película Iberoamericana y Mejor Actriz del Festival Internacional de Cine de Guadalajara), era lo que tenía para contarse por parte de Carlos Gaviria, su director y guionista, en su momento; y si su productor y camarógrafo –Goggel–, tenía algo más que decir, era entonces y no ahora cuando debió mencionarlo y buscar modificarlo. Eso sí, es innegable que montar de nuevo un filme para hacer una versión propia es una propuesta innovadora, sin embargo, lo que se olvidó en el proceso fue que donde tenía que estar la innovación era en la cinta, y para nuestra completa desazón, no pudimos verla.