Cristian García
Escuela de crítica de cine de Medellín
Antes de que la imagen se desvele ante nosotros, escuchamos un canto. Un canto de niños: “échame la manta encima que ya me estoy calentando”. Luego, vemos al coro de niños uniformados, al centro de la imagen está Yomaidy, la protagonista de Los Enemigos (2021), notablemente desconectada de lo que la rodea. Sí, sus labios se mueven, canta, pero lo hace sin convicción. Su expresión distraída solo se ve interrumpida por un niño que la molesta. Podemos reparar en que no se trata de un jugueteo amistoso, esto de verdad es una molestia para ella. De esta manera sencilla pero precisa el cortometraje ha establecido el código de desconexión de su protagonista con su entorno; lo que sigue es una reiteración de esta idea.
Ese inicio, que nos adentra en la historia por medio del sonido antes que la imagen, constituye una declaración de principios para el cortometraje: busca expresarse más desde el canto que desde el diálogo. Aquí, los cantos conocidos como gualíes (cantos para niños muertos) son entrada y despedida (el final también está marcado por un canto). Este principio, por supuesto, se extiende a Yomaidy, que no entabla ninguna conversación con nadie, no dice nada, no tiene confidentes, solo escuchamos su voz cuando canta.
Pero, además, la distancia de Yomaidy con su entorno se marca también desde la imagen: planos que la separan de los demás, ya sea por distancia espacial o por desenfoque; planos abiertos que evidencian su pequeñez frente al río y la selva de Pogue, Bojayá (Chocó). La indiferencia de la protagonista frente a lo que la rodea, su aparente estado perpetuo de ensimismamiento, nos dan cuenta de su deseo de irse. De buscar algo que sabe no encontrará si se queda. En realidad, ella está tan atenta que es por eso que desea irse.
Los Enemigos, dirigido y escrito por Ana Katalina Carmona y co-escrito por José Ardila, es un cortometraje que busca la sutileza para expresar su mundo, como cuando Yomaidy mira a unos niños jugar en el río y estos hacen una pose militar, dándonos a entender un imaginario bélico ya naturalizado (este imaginario también se refuerza con la presencia de militares en la cotidianidad). Hay una marcada intención de ofrecer todo a cuentagotas. No obstante, cuando nuestra mirada se ha acostumbrado a la imagen y al canto, el final llega y nos toma por sorpresa; da la sensación de que se renuncia a la historia cuando no ha alcanzado la plenitud de su fuerza. Es decir, cuando más adentrados estamos en su mundo la historia decide despedirse. Y todo lo anterior parecería que fue un largo prólogo de un largometraje, y no un cortometraje pleno. Se pasa de la rutina establecida a la decisión final sin que, como espectadores, crucemos ese puente (esa decisión) con Yomaidy.
La indiferencia de la protagonista frente a lo que la rodea, su aparente estado perpetuo de ensimismamiento, nos dan cuenta de su deseo de irse.
Al preguntarnos qué quería expresar Los Enemigos creemos tenerlo claro. Hay elementos textuales muy precisos como el contexto y el desafecto de Yomaidy con los demás (y de los demás con ella); el deseo de irse de ese lugar está ahí, es evidente, pero, a nivel narrativo, lo expresado es algo que se queda en la incomodidad, en la distancia, y no hace la transición al agobio, a la angustia que hace que se tome esa decisión final. Alguna desesperación manifiesta debe mostrar quien se ahoga, no basta con la pose taciturna. Y es que, ¿acaso lo que vimos difiere a lo que sería un día habitual en la vida de Yomaidy? Quizá se me escape algo (aquí lamento no haberme visto aún Cantos que inundan el río), pero se me hace inevitable esta sensación de preámbulo, de que el ahogo no se manifiesta con la suficiente contundencia. Sin embargo, hay una idea sugerente en su final: frente a la inmensidad de la naturaleza, la aparente pasividad del río, en soledad, con un rumbo incierto y sin certeza de nada, el canto para niños muertos es el único consuelo y la única compañía.