Álvaro, de Alejandro González

Soledades contemporáneas

Juan Carlos Romero C.

Profesor Programa de Cine y Comunicación Digital – Universidad Autónoma de Occidente
Profesor Facultad de Artes Visuales y Aplicadas – Instituto Departamental de Bellas Artes.

La soledad del hombre contemporáneo es un problema de salud pública. La elección de estar o no acompañado ha terminado por afectar muchas esferas de la vida. Los impactos causados por las enfermedades mentales derivadas de la melancolía de sentirse, o estar, solos es un dilema para el que existen pocas respuestas. Las movilizaciones, desplazamientos y migraciones continuas traen sus consecuencias. La pobreza estructural de los países que en algún momento de su historia fueron colonias es una de las causas que lanza al vacío de la migración a cientos de hombres y mujeres que han emprendido la búsqueda de sus sueños lejos de sus hogares naturales, de sus familias, de sus territorios.

Álvaro (2022) es el segundo largometraje del director colombiano Alejandro González. La observación exhaustiva y sin límites de los pasajes de la vida del señor Álvaro Duque Isaza es el dispositivo cinematográfico en esta película. A través de mirar obsesivamente a este personaje la función dramatúrgica del documental se activa. Se trata de usar la historia de Álvaro, el personaje, para reflexionar sobre ese gran vacío que acosa la soledad que viven los migrantes. Nueva York es el lugar en donde este colombiano, nacido en Pereira, ha pasado su vida entera, más de cuarenta años de vida en una ciudad que él asocia con un pulpo: te atrapa y no te suelta. Álvaro está envuelto en una ciudad que cobra un precio alto por vivir en ella. La cuna del capitalismo es cruel con sus habitantes débiles y con los extraños. Álvaro dice con amargura que ha pasado su vida encerrado en esos trenes que lo han llevado a muchos destinos: oficinas, hospitales, hogares, cárceles, expendios, licoreras, espacios donde este colombiano ha tocado el cielo y el infierno.

Álvaro dice con amargura que ha pasado su vida encerrado en esos trenes que lo han llevado a muchos destinos: oficinas, hospitales, hogares, cárceles, expendios, licoreras, espacios donde este colombiano ha tocado el cielo y el infierno.

Álvaro es un retrato desesperanzado. Asistimos a ver el lento pero paulatino proceso de decadencia física, económica, mental y sentimental de un ser humano. La decrepitud de sentir que su cuerpo ya no aguanta los excesos con el mismo estoicismo. La decadencia económica de no tener una reserva para esos años difíciles a los que inevitablemente se va a llegar. El desarraigo de estar en un limbo político y social, ser un eterno extranjero, añorar con ilusión ese regreso, imposible, a esa Colombia entrañable que sigue siendo el mismo lugar convulsionado que lo empujó a buscar oportunidades lejos de su suelo. Pero esas oportunidades llegaron y se fueron y todo sigue igual, o peor.

Franz Fanon habla de la pérdida de identidad como una grave secuela que sufren quienes han sido despojados de sus territorios, familias, de su libertad. Álvaro Duque Isaza busca con desespero esa ilusión que lo mantenga vivo. Lo hace confiado en sus sueños, en su pasado, en su Pereira natal. Vemos con amargura que ser feliz, que vencer el miedo a estar solos es una misión imposible, es un desvarío, una utopía. Ni el licor, drogas o afectos logran saciar la sed de amor de Álvaro. En definitiva, los humanos de hoy mueren tristes y solitarios.