Amparo, de Simón Mesa Soto

Un tema inédito en el cine colombiano

Martha Ligia Parra

en Twitter: @mliparra

Para contar una historia uno tiene que acercarse mucho a ella y sumergirse en su complejidad, afirma Simón Mesa. Amparo (2021), su ópera prima, evidencia esa proximidad y concentración para abordar un tema valiente e inédito en el cine colombiano: El servicio militar obligatorio. Y lo hace a través de una historia personal y contundente que le tomó al realizador cinco años escribir.

Hasta el momento, los personajes femeninos son la constante en la corta y contenida obra de Mesa: Leidy, Madre y Amparo. Así lo confirman los títulos lacónicos y precisos que revelan un estilo precozmente depurado.

Al igual que las heroínas de los hermanos Dardenne, las protagonistas y su determinación llenan la pantalla. Amparo ama, escucha, protege, insiste. La expresión de su rostro ocupa cada encuadre. No se deja vencer fácilmente. Sufre en silencio en un contexto hostil. Y se enfrenta al machismo, la corrupción y los prejuicios de la familia y la sociedad.

“Las luchas de mi madre fueron para mí un acto de resistencia enorme, la batalla de la vida ordinaria”, explica el director. Y esas mismas luchas son fuente de inspiración para su historia y personaje. Amparo es una película que rinde homenaje a una madre y a los cientos de mujeres cabeza de familia. Hace pensar en lo paradójico que resulta que en una sociedad patriarcal el padre esté ausente. Y sean justamente las mujeres como Amparo quienes se hacen cargo.

Hace pensar en lo paradójico que resulta que en una sociedad patriarcal el padre esté ausente.

La historia se ubica en Medellín, Colombia, en los años 90.Y se abre de modo directo y firme. Toda una declaración de principios. Desde la perspectiva de los más vulnerables, se sitúa en el entramado del servicio militar obligatorio. Un enfoque sin antecedentes en el cine nacional; donde quienes llevan la peor parte son los jóvenes de extracción humilde. A partir de lo cotidiano, la película hace reflexionar sobre la dinámica castrense que ha determinado por años el destino de quienes, como Elías, no estudian ni trabajan.

Elías, el hijo mayor de Amparo, es interrogado con el objetivo de saber si es apto para el servicio militar. Ubicado frente a una pared, o más bien paredón, una voz indiferente y ruda le hace preguntas de este calibre: ¿Siente interés por las armas? ¿Ha sentido ganas de matar a alguien? La respuesta solo puede ser una de cuatro opciones: Siempre, con frecuencia, a veces, o nunca.

El guion, al igual que la situación de tantos muchachos, está predeterminado. Si, además, como Elías no tienen plata ni educación, servirán como soldados regulares para combatir en el frente. “Lamentablemente la guerra es para los pobres”, dice uno de los personajes.

El espectador situado al mismo nivel de quien interroga, experimenta vergüenza e incomodidad. La apertura del filme es inolvidable y sentimos, junto a Elías, el malestar y la impotencia. Resulta excesiva la dureza con el lánguido joven de 18 años.  Es evidente la desproporción de fuerzas:  la efectividad de un sistema para ejercer su poder sobre un muchacho humilde y asustado.

La escena recuerda a Andrea, la menor de edad, protagonista de Madre (2016) el corto anterior de Mesa. Ella, casi una niña, se presenta a una prueba para el elenco de una película porno en el centro de Medellín. Ambos jóvenes caen en una trampa. No hay compasión o comprensión por parte de quien los recluta. El choque para ellos es brutal, tanto en la ficción como en la realidad. Andrea y Elías, en condiciones similares de desprotección, mínima educación y falta de oportunidades, son presa fácil de explotación y manipulación; tanto en el terreno legal como ilegal.

Andrea y Elías, en condiciones similares de desprotección, mínima educación y falta de oportunidades, son presa fácil de explotación y manipulación; tanto en el terreno legal como ilegal.

“La película es muy política, y en temas como el sexismo quería ser oscuro y hacer un retrato áspero. Busqué hacer una crítica de lo que somos como sociedad, y de los pequeños vicios de la cotidianidad”, afirma Mesa.  En Amparo no solo se ve la lucha de una madre para evitar que su hijo sea reclutado, sino también su valentía para rebelarse contra asuntos que han sido aceptados sin cuestionamientos. Por ejemplo, que quien pone la plata impone las reglas, que son mariquitas y niños de mami quienes no van a la guerra o que en desigualdad de condiciones el que tiene el poder, puede hacer lo que se le da la gana con el otro; en el ámbito afectivo, personal, familiar o laboral.

Mención especial merece Sandra Melissa Torres, una actriz natural que sorprende por su discreción. Respecto al estilo visual, la película es igualmente sobria y precisa. Hay un cuidadoso trabajo de iluminación y fotografía que se sigue con deleite. Mesa explica: “Queríamos una película más afín al cine clásico, al estilo de Kieslowski o Bergman. Un tipo de cine que nunca ha existido en nuestra historia”. Visto de esa manera, Amparo es una pieza doblemente valiente en fondo y en forma que, sin alardes, asume riesgos, rinde homenaje al cine de los maestros y hace visibles las tragedias anónimas de tantas madres y jóvenes.