Felipe Aljure
El cine es actualmente el medio de expresión más poderoso para reflejar y afianzar la identidad de un país. Después de haberle heredado su hegemonía a la literatura promete reinar por muchos siglos hasta que el advenimiento del ser telepático sea un hecho tecnológico y evolutivo, que permita la comunicación a través de impulsos y sensaciones y haga obsoleta e innecesaria la transmisión de imágenes. En últimas la comunicación reinará siempre, simplemente cambiará y hará más eficientes y rápidos sus soportes y formatos.
El cine en sus inicios, y aún ahora, aunque con tendencia a la baja, debido a sus altos costos hizo que los países menos pudientes y menos inteligentes, y entre ellos desafortunadamente estuvo y está Colombia, entregaran totalmente sus pantallas de cine a sueños ajenos que poco a poco permearon la personalidad del país. Y tras ellos, y por la misma puerta, entraron formas de vida y consumo que, más allá del mensaje audiovisual de la película de turno, les permitieron a los países fuertes la conquista de mercados foráneos e iniciaron un proceso de aculturación en cada uno de los países permeados que desde entonces ha sido inversamente proporcional a la expansión cultural de los países hacedores de películas.
De esta forma se consolidó el colonialismo audiovisual en el que hoy está formateado el mundo. Ya no es necesario tener grandes ejércitos en los países para que tributen y entreguen sus riquezas a una potencia foránea, con la cesión de nuestro espacio audiovisual a culturas más poderosas todos tributamos y consumimos formas de vida y tecnologías cuyo beneficio último llega a las arcas de los mismos países dueños de nuestras pantallas. El menor de los negocios, tan sólo el menor pero negocio aún, ligado al cine, era la venta de boletas pues para las productoras internacionales la explotación o no del mercado colombiano era irrelevante dentro de su equilibrio macroeconómico, ya que la recuperación de su inversión fue siempre amplia y generosa en los mercados de los países desarrollados.
Lo interesante para ellos era que cada actor o actriz convertidos en nuestros paradigmas de vida nos vendía esmaltes para las uñas, sombreros, ropas, automóviles, electrodomésticos y más profundamente aun formas de vida y de ver el mundo que influían en el estado de ánimo de la opinión pública en los momentos de configuración geopolítica del planeta, especialmente en los largos años de la guerra fría que se desarrolló paralela al crecimiento del cine y la televisión y que alineaba del lado soviético o norteamericano a los países que hubieran logrado penetrar a través de sus formas audiovisuales o a aquel que después de haber sido ayudado militarmente les habría inocentemente sus compuertas para ser vertidos sin filtro alguno de sus formas de “expresión” o “invasión” audiovisual.
Por supuesto que en un siglo cuya tendencia evolutiva inevitablemente nos lleva a la globalización sería retardatario pensar en excluir formas extranjeras de reflexión audiovisual de nuestras pantallas de cine y TV, pero nadie pretende eso. Con el mero desarrollo de una expresión audiovisual propia que recuperara un porcentaje de las pantallas para la producción nacional sería suficiente. Afortunadamente los cuerpos sociales son profundamente inteligentes y han sentido la indigestión audiovisual causada por menús que no pertenecen a nuestra dieta y nuestro cuerpo social, como las cucarachas, inmune cada día más a formas tóxicas audiovisuales, han comenzado a exigir, pese a la torpeza de nuestra clase política y su lentitud para entenderlo, que haya más producción colombiana.
Afortunadamente los cuerpos sociales son profundamente inteligentes y han sentido la indigestión audiovisual causada por menús que no pertenecen a nuestra dieta y nuestro cuerpo social.
Fue este mandato de las audiencias y del país el que obligó a las grandes programadoras de TV a bajar el número de enlatados comprados e incrementar la producción nacional en un fenómeno de recuperación de nuestras pantallas de TV que día a día se consolida más, pues es con producciones nacionales que las programadoras y canales privados pueden sobrevivir dado que en sus espacios es en donde se concentran los ratings más importantes. En el caso del cine ese fenómeno se inició un poco más tarde pero con la misma tendencia a recuperar nuestras pantallas que hoy en día están habitadas en un 98% por productos extranjeros. Esto no se debe a que los exhibidores se nieguen a mostrar productos colombianos o a que las distribuidoras trasnacionales no se interesen en nuestros productos. De hecho el agotamiento temático de Hollywood ha hecho que las majors se interesen en guiones, directores y producciones locales en Latinoamérica y el resto de los países débiles cinematográficamente y los exhibidores locales han abierto desde hace ya varios años las puertas de sus mejores salas y circuitos a películas colombianas que han alcanzado éxitos de taquilla importantes.
El problema de fondo es que el fenómeno cinematográfico no ha sido entendido por nuestra clase política y por lo tanto no ha sido respaldado permanentemente para permitirle desarrollar una legislación coherente que facilite su producción y haga atractivo para los inversionistas privados locales y extranjeros desarrollar todas las facetas de esta potencialmente enorme industria. Lo que tenemos hoy en día es una legislación fragmentada y contradictoria, cuando existe, porque muchas veces ni siquiera existe legislación alguna que permita resolver los problemas del día a día cinematográfico, obligándonos a cohabitar con la interpretación amañada del funcionario de turno o sencillamente a llevar al terreno de lo marginal e informal dineros que debidamente canalizados favorecerían enormemente la economía nacional. Películas como 1.492 o Colón que estaban destinadas a invertir en Colombia US$ 25’000.000 no lo hicieron porque el traumatismo para traer dineros, técnicos y equipos era tal en Colombia que prefirieron irse a Costa Rica en donde los recibieron con alfombra roja y de paso su economía nacional se encajó esa suma a cambio de permitirles fotografiar, promover y divulgar su geografía en una película que recorrió el mundo y de darle empleo a sus técnicos y actores, para no hablar de hoteles, restaurantes, transporte aéreo terrestre, etc.
El cine está casi penalizado hoy en día en Colombia y su fuerza es tal que aun así los nuestros logran hacer películas y llegar a los circuitos comerciales locales y los festivales internacionales con éxito. La labor que adelanta hoy en día el Fondo Mixto de Promoción Cinematográfica es fundamental para el ordenamiento de nuestra legislación cinematográfica de una manera concertada pues en él se encuentran representados todos los sectores nacionales o extranjeros que intervienen en nuestra industria. Igualmente importante es la gestión de la actual Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura, que a través de sus políticas nacionales e internacionales ha logrado impulsar nuestra cinematografía.
El cine está casi penalizado hoy en día en Colombia y su fuerza es tal que aun así los nuestros logran hacer películas y llegar a los circuitos comerciales locales y los festivales internacionales con éxito.
Ojalá pues que no sea cierto el rumor de que van a cerrar el Ministerio de Cultura, ojalá que no sea más que eso, un rumor. Porque hay rumores más fuertes, se rumora, por ejemplo, que por falta de un sentido de identidad que se debió comenzar a construir desde hace cinco siglos y que debió haberse llevado al cine desde comienzos de éste, el país se va a dividir porque hay gente que vive en Colombia pero no sabe qué es ser colombiano porque nadie se lo ha mostrado. Se rumora también con fuerza que este país está enfermo y que por andar dándole de comer al cuerpo se le quedó el alma con hambre y ahora necesita formas de expresión que le expliquen quién es, cómo es, por qué y para qué existe. Es que si nadie nos dice quiénes somos y para dónde vamos nadie nos puede decir tampoco para qué quedarnos juntos o por qué y para qué dejar de matarnos. Que no nos salgan ahora con que van a cerrar el Ministerio de Cultura y a arrebatarle nuevamente el apoyo a nuestro cine, que no nos digan que no hay plata para eso porque las prioridades son otras, porque si de prioridades se trata hay que decir que lo que más importa es saber quiénes somos.
Si nuestra clase política no entiende esto tampoco entenderá al sentarse en una mesa de negociaciones con la insurgencia que lo único que nos une es ser colombianos porque por lo demás casi todo nos separa. Es que ahí es donde está la gran grieta entre una clase gobernante que a través de los siglos ha querido ser española, francesa, inglesa y ahora norteamericana sentada a negociar con una insurgencia que le ha tocado siempre ser colombiana.
Revista Número No. 44-45, 1999.