Mauricio Laurens
El pequeño gran mundo del cineasta bogotano Fernando Laverde, en una visita (*) a su casa-taller de las inmediaciones del Jardín Botánico, giraba entre maquetas de sabor andaluz y bergantines en miniatura, rodeado por bocetos de animación y figurines con telas de variados coloridos. Érase el centro de una industria casera, que se cristalizaría un año después en su segunda película de muñequitos animados (Cristóbal Colón) llenos de vida propia y encanto innegable.
Iniciado Laverde en el medio profesional como dibujante y fotógrafo en la televisión española, fue escultor profesional y consagrado maquetista. Sus pintorescos personajes, tallados en madera y papel maché, estaban colocados en armazones con piezas desprendibles que alcanzaban los dos metros y medio de altura, engalanados por motivos floridos y utilería propia de un muñequero.
El taller familiar de Fernando se ubicaba dentro del juego de marionetas o animación grupal en tres dimensiones del maestro checoeslovaco Jiri Trinka. En efecto, su esposa Karina (actriz chilena) se encargaba del vestuario, la hija Ana María era asistente de rodaje y Fernando Jr. siempre colaboró en la ardua tarea de fotografiar sus minúsculos movimientos. “Suprimí la gesticulación propia del dibujo puesto que al humanizar un muñeco se desvirtúa su concepción, es por esto que ellos portan rasgos fijos o máscaras asociadas con una determinada personalidad”, en palabras de Laverde padre.
Entonces preparaba su segundo largo: Cristóbal Colón, producido por Focine. Le pregunté: ¿quién es Colón?
“Un personaje muy dentro de la historia cinematográfica, que protagoniza el acontecimiento más grande e importante de la humanidad en toda su existencia”.
Un idealista o… ¿un aventurero obstinado?
“El gran ejecutivo, el que logra embarcar a todos esos navegantes españoles en un proyecto loco. Si no hubiera sido por estos últimos –los Pinzón y Juan de la Cosa–, al obstinado genovés le habría quedado imposible la empresa. Eso hace al personaje mucho más humano y creíble. Porque para la cristalización de una idea hay que saltar toda clase de escollos y contar con el apoyo de muchas personas. Es muy importante que los niños lleguen al convencimiento de que pueden alcanzar lo que quieren, la gran tenacidad para salir adelante es la lección que yo creo transmitiré con mi película”.
Es muy importante que los niños lleguen al convencimiento de que pueden alcanzar lo que quieren, la gran tenacidad para salir adelante es la lección que yo creo transmitiré con mi película.
Si usted pretendía replantear los métodos mecánicos de la pedagogía tradicional, ¿por qué su película recurre al mismo cuentico que desde el colegio o escuela todos conocemos?
“Después de haber investigado sobre el tema, llegué a la conclusión que la anécdota se repite y siempre es la misma. El cine es el que uno sabe, no pretendo crear ni hacer alardes de algo diferente a una construcción académica. Si hay alguna contribución es a nivel plástico. Cada una de mis películas constituye una búsqueda, busco siempre la simplicidad desde el punto de vista narrativo y de lenguaje, teniendo en cuenta que el espectador debe captar ideas e imágenes lo más rápido posible”.
¿Qué está pasando con los esquemas animados que al niño le transmiten los medios modernos de comunicación?
“La mentalidad de los niños está siendo deformada por el mito de la monstruosidad, esto atenta contra el buen gusto y continuamente se está violentando esa posibilidad del niño de tener una apreciación estética. Es intolerable que un niño pierda su contacto con la realidad, que se le atrofie su capacidad natural de contemplar una flor, de descubrir el mar o el sol. Me interesa que el niño imagine ese primer contacto por sus propios medios, así como quisiera recrear el despertar de una conciencia patriótica que culmine con el grito de la Independencia”.
Cuando abordamos el motivo por el cual abruptamente concluía su narración al divisar tierra firme y se escuchaba decir “frente a nuestros ojos un punto nuevo con calaveras que surgen como cuerpos extraños”, Laverde reconoció no sentirse capacitado para juzgar o representar a nuestros aborígenes y por nuestra parte lamentamos el no haber escenificado la exuberancia propia de una flora y fauna desconocida.
Sobre su primera dirección en un largometraje, érase una libre recreación de la fábula (inmortal) de Pombo.
“Ante todo me propuse crear un público infantil para nuestro cine y tratar de contarle a la gente que la curiosidad de los niños es algo natural que a toda costa se debe conservar, quiero demostrar que con respeto y profesionalismo sí se pueden realizar obras permanentes de identidad cultural”.
La colombianísima fábula infantil de Rafael Pombo le inspiró una recreación animada con muñecos de madera o figurines articulados que se desplazaban por maquetas provistas de pintoresca utilería. Mientras leía cuentos, una niñita real se quedaba dormida en la biblioteca y en seguida transcurrió una primorosa, aunque rudimentaria escenificación de sesenta minutos que le valió a su autor el premio Colcultura de Largometraje.
“Sin nada que comer ni nada que ponerse”, Viejecita era la terrateniente avara y explotadora, quien junto a su fiel mayordomo –el tirano Servilio– impusieron un régimen de miseria entre los campesinos y elevaron abusivamente el precio de las hortalizas hasta provocar una rebelión popular más allá de cualquier consideración con la tercera edad. Viejecita vivía encerrada en un palacio con fieles servidores, tuvo jurisconsulto de cabecera y campesinos explotados que sufrieron las consecuencias del monopolio de mercados e insumos agrícolas; su codicia no tuvo límites, se hacía la tonta frente a la hipocresía. sin sospechar que aquellas revueltas frenarían su poder. Moraleja: el que maltrata al prójimo en uso de sus facultades patronales, sufre una sanción de implicaciones ideológicas o políticas.
Moraleja: el que maltrata al prójimo en uso de sus facultades patronales, sufre una sanción de implicaciones ideológicas o políticas.
Bigotes que subían y bajaban como un ciempiés, cabellos de lana ensortijada, ojos inmóviles y expresiones estáticas, florecitas de papel coloreado, pajaritos de ringlete y gallinas emplumadas integraban el muñequero, o un mundo de miniatura, cuyos receptores no necesariamente fueron los niños. “También me he dirigido a mentalidades adultas que cuestionan los métodos mecánicos de la pedagogía tradicional”, según pretensiones del diseñador y constructor de personajes rígidos ahora fallecido.
Con inquietudes de carácter ecologista, en pájaros y flores de papel, el ingenio cuadro a cuadro de Laverde se desarrolló en sus primeros y anteriores cortometrajes alrededor de los recursos agrícolas. Porque El país de Bellaflor, La cosecha, o Pepitas rojas, y Un planeta llamado Tierra correspondieron a un momento histórico colombiano que buscaba resaltar las problemáticas sociales innatas. Sus dos posteriores largometrajes, Cristóbal Colón y Martín Fierro, adoptarían posturas menos localistas, pero reconocibles de inmediato por su factura artesanal.
Este último título, en coproducción con Argentina y Cuba, se basó en el poema homónimo costumbrista del pampero José Hernández. Un canto humano de coraje, caída y resistencia: antihéroe gaucho, que protege a los indios y lucha contra los oficiales de un régimen dictatorial opresivo, defiende la frontera norte de su país y mata en duelo a un comandante territorial. Desafortunadamente, no gozó de distribución en el territorio nacional.
Si han sido raras las incursiones del dibujo animado ‘a la colombiana’, reduciéndose al campo de las cuñas publicitarias, los muñecos como tales apenas tuvieron en Fernando Laverde su exponente único. El paso al largo se dio con La pobre viejecita e hizo parte del ciclo ‘Maravillas del cine animado internacional’, que se transmitió trece años después por el Canal 3 (**).
¿Cómo ha reaccionado el público frente a este género hecho en casa?
“Apartándonos de los ‘muppets’ patentados por Jim Henson, de Plaza Sésamo, o de los tortugas mutantes y demás técnicas en 3D, estos esfuerzos nacionales que nunca tuvieron aceptación comercial merecen destacarse en su paso por la pantalla chica”.
Con una media docena de trabajos cobijados bajo la sombra de El país de Bellaflor, Laverde fue para nuestro medio un cultivador excepcional del ingenio cuadro a cuadro, fotograma por fotograma. Para terminar, transcribo a continuación su anticipada visión ecologista que recogí en otra de mis charlas periodísticas (***) con el inolvidable cineasta.
“Siento un cariño tremendo por nuestras tierras y paisajes. Un cine consciente corresponde a momentos históricos del país donde se produce, con una elaboración acorde con las problemáticas consecutivas. Desde las primeras lecciones de geografía que todos hemos aprendido de memoria, sabemos que Colombia posee inmensas riquezas naturales. Sin embargo, semejante paraíso está a punto de perderse, falta la toma de conciencia ante el agotamiento progresivo de nuestros suelos fértiles. Es un contrasentido que la Sabana de Bogotá tolere flores encerradas y recubiertas por techos plásticos”.
Cortometrajes de marionetas:
El país de Bellaflor (1972, 8’)
La cosecha, o Pepitas rojas (1974)
Un planeta llamado Tierra (1979)
Largometrajes animados (35 mm, 3D):
La pobre viejecita (1978, 70’)
Cristóbal Colón (1983, 63’)
Martín Fierro (1989, 70’)
* Entrevista periodística sostenida en Bogotá y publicada en El Tiempo, el 24/II/1984.
** Marionetas con género criollo: El Tiempo (En escena): domingo, 26/V/1991.
*** Animaciones de Fernando Laverde: El Tiempo, 25/I/1980.
**** El vaivén de las películas colombianas (1977 a 1987), págs. 97-8. De mi autoría, una publicación del Comité de Cine (1988).