Lina María Rivera
La ópera prima de Diana Montenegro nos pone en contacto con un cine que destaca por la necesidad de su existencia. A pesar de que aborda una temática reiterada en nuestro cine como lo es la violencia de género y la familia, Diana logra representar con palpable autenticidad el mundo femenino con sus –aún vigentes– contradicciones, restricciones y desencantos. En un universo que podría clasificarse como mágico-costumbrista, la película mezcla lo místico con lo real, referenciando el pensamiento latinoamericano, para narrar la condena generacional de una familia de mujeres caleñas que aparentemente han sido maldecidas con la imposibilidad de ser bien amadas, ya que son abandonadas o maltratadas.
El epicentro de este relato es la única mujer que está casada y es agredida físicamente por su esposo. Pero es a través de Camila, su pequeña hija de diez años, que comenzamos el viaje generacional en el que iremos descubriendo que la maldición que acecha a las mujeres de esa familia es en realidad producto de una apropiación femenina e inconsciente del machismo colombiano. Camila, como representación del final o por lo menos del comienzo de la caducidad de la maldición, ya que es la primera mujer de su linaje en poner por encima del amor y la familia la integridad y felicidad de su madre, permite una reflexión histórico-crítica que utiliza la experiencia y sus relaciones conflictivas para reafirmar un horizonte en el que el amor no sea ni una maldición, ni una prioridad para las mujeres.
Sin caer en la obviedad y victimización de esta complejidad femenina, la película destaca los patrones que permiten la sororidad y complicidad cuando reconoce a la familia como corresponsables del abuso, al tiempo que resalta su papel como red de apoyo y poder. Estos paralelismos: presente/pasado, tradición/modernidad, sagrado/profano, individuo/comunidad e infancia/adultez inspiran un ritmo horizontal en el que los travelings laterales, a diestra y siniestra, nos permiten entender visualmente el ir y venir entre lo que las mujeres han sido, son y están construyendo ser. Destacando el hecho de que este proceso no es lineal ni necesariamente progresivo, sino usualmente intermitente y hasta espiral, ya que consigue avanzar por medio de la repetición y la simultaneidad. En tanto,como también lo demuestran las decisiones fotográficas, la familia es fragmentación, enfrentamiento y reflejo de uno mismo.
No es en vano que la casona de verano resplandezca por su falta de decoración y personalidad aun siendo la vivienda y útero del matriarcado caleño. Su vacío enfatiza cómo la mujer, durante generaciones, evadió la cultivación de una identidad interior para volcar el total de sus esfuerzos y afectos en el deseo desmedido e impuesto por ser amada; reduciendo sus producciones materiales e intelectuales a la casi nulidad. Para las mujeres que se acercan al filme, encontrarán en la gran pantalla, la oportunidad de acercarse con benevolencia a sus propias contradicciones y ver reflejadas sus posibilidades de transformación. Ya que, por la eficacia y belleza de su forma, las experiencias personales de las espectadoras son parte fundamental de la película, en tanto es una recopilación tan amplia de vivencias femeninas que resumen los patrones relacionales de más de tres generaciones.
…como también lo demuestran las decisiones fotográficas, la familia es fragmentación, enfrentamiento y reflejo de uno mismo.
Esto permite trascender lo anecdótico para entrar en el mundo de lo sensible y vivencial dándole forma y lenguaje a lo que permanecía distante y estadístico. Elegir la contradicción como punto de partida es reconocer con sinceridad la paradoja a la que todavía se enfrentan las mujeres a la hora de amar, sin ignorar que esta herencia generacional está condenada a debilitarse hasta desaparecer desde el momento en que las mujeres se identifican como comunidad y no como competencia o entes de vigilancia para las demás.
En definitiva, está convivencia del pasado y del futuro; encarnada en la relación significativa entre madres e hijas, marcadas por el silencio y la permisividad tanto como por la solidaridad y soporte, es una constante provocación para el espectador que ya no olvidará la imagen de una mujer mayor masturbándose, de su cuerpo alterado de deseo y pasión; la satisfacción por la muerte de quien elegimos y rogamos se adueñara de nuestro cuerpo, nuestra vida y nuestra libertad o el susurrado ruego de la juventud que teme ceder ante la maldición del amor. Imágenes memorables a través de las cuales los espectadores podrán construir un diálogo crítico con las tradiciones que se desmoronan para gritar en la pantalla que el alma debe volar.