Entrevista a Andrés Ramírez Pulido

Es una carta de amor a una realidad fuerte, dura y oscura

Óscar Iván Montoya

 

Desde la primera escena de La Jauría (2022) todo presagia una desgracia: en una noche de alcohol, drogas, y vaya dios a saber qué más, Eliú y el “Mono” han matado a alguien, lo han cargado en una motocicleta, y lo han dejado tirado en medio de la jungla, en algún pozo perdido o un lugar que no recuerdan o prefieren no revelar. El “Invisible”, le dicen al muerto, y parece que hay algo de cierto en el mote, porque el cadáver no aparece por ningún lado. Tampoco queda claro que los dos amigos hayan querido matarlo o, simplemente, en medio de la locura de la noche lo confundieron con otro y le tocó a él.

 

Con premisas muy semejantes a las que planteó en sus cortos El Edén (2015) y en Damiana (2017), su director Andrés Ramírez Pulido nos sumerge en La Jauría en un viaje hacia la oscuridad de unos personajes marcados por el odio al padre, por sus familias desintegradas y una violencia ciega y autodestructiva. “El título viene de la violencia heredada de padres a hijos”, afirma su director. “Tenemos en los genes, en nuestra naturaleza, ciertas pulsiones animales y violentas, aunque no todo lo animal es violento, es una metáfora”.

 

La película, con unas actuaciones muy convincentes, y con un uso maestro de las elipsis narrativas, teje una extraña red donde el mundo visible nos da cuenta a su vez de un posible universo invisible: “Cuando un hombre no se conoce a sí mismo, no puede conocer a los demás y está solo. Aparte de lo que nos une, ¿dónde podemos encontrar un espejo? Reunidos aquí, podemos existir simplemente por nosotros mismos”, salmodian los jóvenes reclusos en lo profundo de la selva, en un extraño lugar, solo rodeados de ruinas y oscuridad.

 

La Jauría fue ganadora del Grand Prix de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 2022, y está nominada como mejor película Iberoamericana a los premios Goya 2023.

 

Antes de La Jauría tenías dos cortos en tu haber: El Edén y Damiana, que vienen a conformar, a mi parecer, una especie de tríptico no sé si consciente o inconsciente, pero son innegables los vasos comunicantes que existen entre las tres piezas. ¿De qué forma se relacionan estos tres trabajos y de qué manera han ido encontrando su lugar en esta especie de universo en expansión?

 

Yo afirmo que mi realización, que es muy incipiente todavía, ha sido una búsqueda incesante, un viaje de descubrimiento que incluye develar mi propio camino como autor en el intento de abordar y plasmar ciertas inquietudes, no solo artísticas, sino también personales. Por eso creo que se siente esa especie de crescendo de nuevos elementos, de una evolución, pero, realmente, el germen auténtico viene de vivencias de mi infancia y adolescencia, que luego encontraron como un espejo unos lugares y unos cuerpos en los que se refleja esta adolescencia moderna en Ibagué, y digo Ibagué por el amor y la vida que encontré allí, pero también porque es el lugar en el que he podido cristalizar mis proyectos, y en donde siento la libertad de estar con la gente, verme en los ojos de los demás y comunicarme con los otros.

 

Entonces, creo, que estos primeros trabajos son el resultado de estas inquietudes; sin embargo, uno de los pilares de lo que finalmente he plasmado, y de lo que solo soy consciente ahora cuando terminé de hacerlo, es cómo esas inquietudes que he cargado conmigo a lo largo del tiempo, entre ellas, cómo nos influencia la figura paterna en nuestros primeros años de vida, lo he visto reflejado en esos chicos en los que encontré un común denominador que es el odio hacia su padre, o por lo menos una relación muy conflictiva. Caí en cuenta de este factor después de una investigación muy orgánica entre muchos adolescentes, en los que el uno, el otro, el de más allá, manifestaban un odio hacia la figura paterna, entonces me reafirmé en mi idea de que muchos todavía estamos transitando ese camino que nos marcó desde nuestra infancia. Ahí creo que está una de las semillas, no solo de La Jauría, sino también de los dos cortos anteriores.

 

Por otro lado, tiene que ver con preguntas como: ¿Podemos cambiar de vida? ¿Se pueden romper los ciclos de violencia que hemos heredado? ¿El ADN que heredamos de nuestros ancestros nos va a perseguir hasta la muerte? Creo que La Jauría es una carta de amor hacia una realidad que es muy fuerte, ruda y oscura.

…cómo nos influencia la figura paterna en nuestros primeros años de vida, lo he visto reflejado en esos chicos en los que encontré un común denominador que es el odio hacia su padre, o por lo menos una relación muy conflictiva.

 

La búsqueda del padre es uno de los grandes temas narrativos de la literatura, por ejemplo, nosotros tenemos esa maravilla que es Pedro Páramo; sin embargo, en tu caso, esta pregunta está inserta en unos universos juveniles y no en un pueblo lleno de fantasmas que deambulan por sus calles. ¿Por qué te llaman tanto la atención las historias de adolescentes en pleno conflicto consigo mismos y con la sociedad, con un deseo irrefrenable de escapar, pero que muchas veces no saben cómo o hacia dónde?

 

Quizás es porque no he superado mi propia adolescencia (Risas), también porque debe haber elementos de una adolescencia tardía, y de seguro, porque siento una gran empatía con las personas que están transitando por esa edad. De igual manera, como mencioné atrás, el universo que he explorado es el de los jóvenes en Ibagué, de ambientes periféricos; pero puedo decir que no es mi gran pulsión cinematográfica, en el fondo no es la comunidad de adolescentes lo que me interesa, sino que es algo, diría, más amplio y abarcante: la humanidad que existe dentro de ellos.

 

Entonces, digo, que quizá mi próximo trabajo no tenga que ver con jóvenes marginales, o con ciertas condiciones sociales o económicas, sino que realmente la vida me puso ahí en ese contexto, en una ciudad en la que habita una juventud con una pulsión muy interesante pero también muy herida, y lo que siempre digo es que lo que intenté fue abrir los ojos, la mente y el corazón, no sé si para retratarlos a ellos, pero sí para vivir el momento y plasmarlo con el arte que conozco que es el cine.

 

Y este proyecto en particular, ¿cómo fue tomando forma, y en qué momento sentiste que ya estaba listo el guion y que era hora de comenzar a buscar la manera de financiarlo?

 

Recuerdo muy bien que estrené El Edén en Berlín en febrero de 2015, y obviamente ya conocía ciertos contextos que se plasmaron posteriormente en Damiana y La Jauría. Ya después, en el Festival de Cartagena, recuerdo estar caminando por la playa con mi compañera y productora Johana, comentando un poco cómo estaba recibiendo la gente El Edén, y ahí, en esa playa, cerca del mar, sentí un click dentro de mi cabeza, una semilla que fue creciendo con el tiempo con preguntas como: ¿y si es la historia de un chico que comente un error y le toca pagar una sentencia? y alrededor de ese pequeño germen, seguí planteándome interrogantes, para concluir que tenía entre manos una idea muy potente.

 

Por esa época ya estaba cerca de rodar Damiana, y al mismo tiempo surgió la primera versión de La Jauría, que fue, sin mentirte, cuestión de veinte días o un mes, y te diría que fue como vomitarlo, sacarlo de dentro de mí, una vaina muy visceral, sin pensar en una posible estructura, y te lo cuento porque tengo una maestría en escritura creativa, con énfasis en guion, pero siempre me sentí muy distante, desconectado de este ambiente, no sé por qué, quizás porque nunca encontré mi lugar allí, debe ser precisamente por eso, porque coarta la libertad creativa.

 

Luego, hay una etapa de reflexión, y de saber manipular las herramientas para que la obra crezca y demás, que son muy útiles, pero, en la primera parte, la creativa, nuestra academia nos dicta cómo ir paso a paso, de A a B, de B a C, y de C a D, y eso viene desde la escuela primaria, y a ellos en cierta forma les funciona así, pero yo creo que el verdadero arte no funciona de esa manera tan acartonada, para mí sigue siendo un misterio la forma en la que opera.

 

Entonces, como te venía contando, vomité el guion, lo organicé para mandarlo a la convocatoria de escritura de guion del FDC y, para nuestra sorpresa, ganó. Ahora, te redondeo lo que te estaba contando, yo llevaba desde la maestría escribiendo un guion súper estructurado, siguiendo las instrucciones, y lo mandé como tres o cuatro veces a las convocatorias, y nunca ganó nada. Después que escribí desde lo pasional y lo visceral, fue que recibí el estímulo, y con ese impulso decidí seguir con el proyecto, animado para buscar la financiación y demás.

 

Y en cuanto a lo que preguntabas sobre cuándo me sentí listo, te respondo que nunca me he sentido listo para nada (Risas), el proyecto solo fue tomando fuerza y cobrando vida, y también en cierto momento tuvo que tomar una pausa obligada por la pandemia, y la verdad fue que nos ayudó bastante, la peli durante ese tiempo tomó otro carácter y otro aroma, sobre todo tomó mucha fuerza el personaje del Invisible. Entonces, el camino fue largo, de 2017 hasta acá, 2022, que estamos en la semana del estreno.

Luego, hay una etapa de reflexión, y de saber manipular las herramientas para que la obra crezca y demás, que son muy útiles, pero, en la primera parte, la creativa, nuestra academia nos dicta cómo ir paso a paso,…

 

La película la has planteado como un viaje de la oscuridad a la luz, pero eso no deja de ser una definición. ¿Cómo fue la caracterización de los personajes? ¿Cómo se crearon estas atmósferas decrépitas? ¿Cómo te planteaste la historia en términos dramáticos?

 

Desde el inicio tenía planteada una ecuación importante en términos dramáticos y narrativos, y era la historia de un chico que, queriendo matar a su papá, asesina a otra persona por error. Para mí, eso era, traduciéndose en términos matemáticos, una ecuación muy interesante, y me propuse, sobre todo, más allá de la acción que disparaba la historia, qué había dentro de Eliu, qué lo movía a acometer esta acción tan violenta, o quién era el padre y, por supuesto, quién era el que resultó muerto, y por qué tuvo que morir otro en vez del padre.

 

El proceso de la escritura fue desenredar esta ecuación, y amalgamar simultáneamente ese otro universo que venía explorando en los cortos, el de los adolescentes que habitaban bosques tropicales, y que ya con Damiana me había metido en esos centros de reclusión, donde grupos de chicos están sometidos a un encierro y unas reglas como consecuencia de alguna desafortunada acción de su pasado, que tampoco quería que fuera tan claro, y que tampoco que fuera la capa principal. Todo se conjugó en un universo que ya venía frecuentando, con la atracción de este chico y su viaje personal, y creo que la película cobró forma y se transformó a través de estas dos columnas.

 

¿Y cómo seleccionaste los actores y cuál fue tu criterio?

 

Desde que comencé a estudiar cine una de mis grandes pulsiones ha sido la dirección de actores. Tuve la fortuna de estudiar un poco sobre el asunto en Argentina, y siempre se me ha hecho muy extraño cómo conseguir una buena actuación o, por lo menos, una convincente, y creo que el cine colombiano ha mostrado en pantalla, a veces con demasiada frecuencia, que una mala actuación te saca de la película; entonces, en los cortos fui de alguna manera muy visceral, improvisado e intuitivo en la forma de dirigir, y los hice casi solo o con un equipo muy reducido, y conmigo tirándome a la calle, yendo a los lugares en donde pensaba que se iban a desenvolver los muchachos, y luego crear empatía con ellos y, por último, utilizar estos elementos para generar un proceso de estimulación.

 

Para el largo quería mantener estas directrices, pero sabía que era un monstruo incontrolable; entonces, obviamente, decidí buscar apoyos como los de Carlos el “Fagua” Medina, que me gustó mucho desde el principio, y comenzamos a buscar con él la forma de trabajar en conjunto, no solo nosotros, sino todo el equipo que estaba alrededor. Así fue como comenzamos la búsqueda de los actores en las calles, saliendo a muchos lugares, y así se conformó un equipo grande de casting, con muchos ojos, en donde obviamente, por cuestiones de la pandemia, se unieron unos y salieron otros, y te puedo decir que fue un viaje de descubrimiento y de cómo no buscar lo seguro, no buscar en los lugares esperados, no ir al casting presupuestado.

 

Por eso digo que fue un viaje complejo, una búsqueda inaudita también; entonces, había lugares y tipologías a las que no queríamos llegar, pero la meta, el lugar concreto al que queríamos arribar, estaba todavía por descubrir. De esta manera, cada vez que iba apareciendo algo de luz, lo que decíamos era guauu, aquí hay luz, aquí hay algo, este chico es genial, pero caíamos en cuenta que lo que nos podía entregar era un personaje ya visto, que estaba dentro de lo esperado; entonces, yo le decía al equipo: okey, está muy bien, pero sigamos buscando y persistamos con más ganas.

 

En ese aspecto puedo decir que tuve un equipo genial, y cuando aparecieron Johan y Maicol, el chico que interpretó al “Mono”, comenzaron a brillar solos. Ahora, con Jhojan, el chico que interpretó a Eliu, pasó algo en particular, al comienzo parte del equipo me decía cosas como: “estás un poco loco por irte por esa opción”, porque él tenía una forma muy particular de comunicar lo que yo le pedía; entonces lo que hice fue que me dije, okey, lo que vamos a hacer es tratar de hablar ese lenguaje que él habla, de irnos hacia rumbos desconocidos, y creo que después de esta decisión se cuajaron unas actuaciones muy convincentes, porque los dejamos ser ellos mismos, pero también porque se lo planteamos como un juego y como una dinámica en las se estimularon muchas emociones, y que finalmente, la película se logró permear de esa aura que trajeron los chicos consigo.

…y así se conformó un equipo grande de casting, con muchos ojos, en donde obviamente, por cuestiones de la pandemia, se unieron unos y salieron otros, y te puedo decir que fue un viaje de descubrimiento y de cómo no buscar lo seguro, no buscar en los lugares esperados, no ir al casting presupuestado.

 

Y mencionaste algunas formas de juego y unas dinámicas a las que apelaban a la hora de dirigir a los actores. ¿En qué consistían esas prácticas y de qué manera los preparabas para algunas escenas bien fuertes que tiene la película, que uno como espectador queda bien zarandeado?

 

Como dices, hay varias escenas que desde el guion y el rodaje manejaban un alto voltaje dramático, de exigencia actoral, pero también emocional y de vida, en donde había muchas cosas en juego. Obviamente siempre con una conciencia de respeto, de ética personal, casi que desde una posición política. Sin embargo, quería que esas escenas que mencionas respiraran una verdad que deseaba transmitir a la peli. Claro que el cine es una verdad llena de mentiras, como se lo escuché alguna vez a Franco Lolli, pero creo que algunas escenas fueron concebidas y rodadas desde una rigurosidad técnica que yo quería, y por esa circunstancia se nos tornaron difíciles de sacar, y llegó un momento en que algunas personas del equipo me sugirieron que las grabara de otra manera, que se podían rodar de otras formas.

 

Sin embargo, desde la dirección de fotografía, Baltazar Lab, pasando por Johana desde la producción, hasta Daniel Rincón, el director de arte, estábamos de acuerdo que estas escenas en especial debían poseer esa verdad y esa emoción para que la película tuviera peso, porque esas escenas en particular no tienen una violencia explícita, es otro tipo de violencia, pero en la que siempre se sentía el riesgo y la tensión, y obvio, nos la jugamos a fondo desde lo técnico, lo actoral, desde las ambientaciones, en donde todo tenía que funcionar muy bien, porque si no la película se caía, no solo desde la dramaturgia, sino desde muchos otros aspectos a los que habíamos apostado.

 

Sinceramente creo que esa adrenalina y tantas otras cosas en juego se sienten en la peli, y me confirmaron algo en lo que siempre he creído: para mostrar la luz hay que mostrar antes la oscuridad, aunque la luz sea muy pequeña.

 

En el fondo siento que un director de cine es una especie de estratega que debe saber estimular a los actores y saber sacar provecho de esas atmósferas densas, llenas de oscuridad, con situaciones arriesgadas, en donde se necesita un equipo que esté en esa misma sintonía, tratando, obviamente, de poner unos límites, y que tu labor no traspase otras esferas. Para redondear, te cuento que el riesgo se respiró durante todo el rodaje, y eso lo captó muy bien la cámara, que captura no solo los cuerpos y el paisaje, sino el espíritu y las emociones.

En el fondo siento que un director de cine es una especie de estratega que debe saber estimular a los actores y saber sacar provecho de esas atmósferas densas, llenas de oscuridad, con situaciones arriesgadas,…

 

Mucho de lo que quisiste capturar en La Jauría quedó plasmado gracias a la autenticidad de las interpretaciones, pero también a la fotografía, la música, y a algo que me gustó mucho, y que tiene un gran peso en el regusto final, que son las locaciones, con esa decrepitud en medio de la selva, que evoca atmósferas como las de La vorágine, o de películas como Apocalypse Now o las de Juanita Onzaga. ¿Qué tanto peso le concedes a las locaciones, y en el caso en particular de La Jauría, cómo las encontraste?

 

Mi gusto por este tipo de locaciones nace de mi encuentro con este territorio y de cómo me encontré inmerso en algunas atmósferas que nunca había conocido, que descubrí con el tiempo, que tampoco venía de alguna sensibilidad especial de parte mía, sino en conservar los lugares intactos, tal como los encontramos in situ, tanto, que algunas personas pensarán que es algo intencional, y es más bien lo contrario, la intención, si la hubo, era no intervenir los lugares, que se sintiera la respiración del territorio.

 

Por otra parte, desde la escritura del guion existe una película muy sensorial, que es algo que me interesa mucho, que el espectador se sumerja en una atmósfera, porque leer guiones es más bien algo aburridor, pero en mi caso me gusta que mis guiones vayan un poco más allá de lo concreto y que generen un poco de poesía; entonces me interesa mucho este asunto desde el principio: cómo expando mis sensaciones y mis sentimientos, no solo en el proceso de escritura, sino también en el hecho concreto de la película, que juega mucho con el óxido, con las texturas, con esos lugares decadentes.

 

¿Y cómo funcionó la mancuerna con el director de fotografía Balthazar Lab, y cómo fue el trabajo de elaborar la paleta visual en medio de estos lugares sombríos?

 

El director de fotografía de mis cortos es diferente al de mi largo, básicamente por aspectos de coproducción con Francia. Lo primero que nos planteamos fue la peculiaridad de la luz ecuatorial, y que fue lo que nos marcó la pauta, porque uno siempre piensa en la luz linda finalizando el día, la famoso “hora mágica”, y que en Colombia se resume a cinco minutos de hora mágica (Risas), y de luz entre comillas ideal. La tarea fue encontrar la manera en cómo integrar esa luz dura, con sombras marcadas y demás y, sobre todo, en preparar un sólido plan de rodaje porque no podíamos rodar solo al amanecer o a la hora del crepúsculo, porque no se puede negar que La Jauría tiene muchos de estos elementos, pues me gusta ante todo que la luz sea expresiva, y por tanto, lo principal era saber cómo armar el rodaje para que la luz comunicara muchas cosas, para que jugara un papel importante, y en ese proceso de experimentación, la sombra y la oscuridad comenzaron a jugar un papel muy preponderante en la parte visual.

 

En una de las presentaciones de la película me preguntaron que de qué color era finalmente la película y yo respondí que era oscura, bastante oscura.

 

Al final de esa búsqueda, llegamos a esa premisa y, por supuesto, me imagino que inconscientemente comenzaron a salir mucho referentes, porque me parecen muy útiles, pues obviamente, para transmitirle algo a uno de tus colaboradores, en este caso a tu director de fotografía, siempre es más fácil decirle, “mira, es más o menos como este cuadro o esta peli”, que tratar de comunicar algo en el vacío, y >me hizo mucha gracia cuando mencionaste hace un rato Apocalypse Now, porque me parece muy atinada la asociación, o cuando la estrené en Francia que le encontraron otro montón de asociaciones, que obviamente las tiene.

 

Me llamó la atención cuando dijiste en el conversatorio que tu intención con la fotografía era “desdibujar la realidad”. ¿A qué te refieres cuando hablas de desdibujar la realidad?

 

Quizá el término desdibujar la realidad no es el que mejor se ciña a lo que quería expresar, y ahora me inclino más por “destilar la realidad”, porque si miras mis cortos y mi largo, con la distancia y también con la cercanía, puedo decir, ahora, porque tampoco soy el mismo de hace cuatro o cinco años, y he caído en cuenta que el cine que me interesaba era aquel que, aunque en la pantalla me daba una verdad, estaba muy lejos de cierto naturalismo e hiperrealismo muy esperado del cine latinoamericano. Siguiendo con esta reflexión, puedo decir que, desde El Edén, lo único que he hecho es tomar elementos de la realidad, y después destilarlos o sublimarlos, para, finalmente, ponerlos en función de unos universos cotidianos o que, por el contrario, evocan lo invisible.

…me hizo mucha gracia cuando mencionaste hace un rato Apocalypse Now, porque me parece muy atinada la asociación, o cuando la estrené en Francia que le encontraron otro montón de asociaciones, que obviamente las tiene.

 

Y con respecto a la música incidental, hay una presencia muy fuerte, sobre todo al final, del cantante y hombre de cine Leonardo Favio. ¿Cuál es tu relación con Leonardo Favio cantante?

 

Es una relación muy especial desde mi infancia, pues a mi padre le encantaba su música. Es un universo un tanto lejano en el tiempo, pues yo nací en Bogotá, en el sur de la ciudad, en donde tuve mi formación, y es casi imposible no poner cosas mías en mis trabajos y, obviamente, Leonardo Favio es un músico, lo repito, que mi papá adora, porque está vivo y también aparece en la película. Ya cuando me enteré que también era director de cine mi reacción fue como ufff, jueputa, qué vaina más potente.

 

En un principio, La Jauría no tenía tanta cercanía con Leonardo Favio, y fue algo que comenzó a tomar forma de una manera muy orgánica, de búsqueda a fondo, muy real, de encontrarlo dentro de mí y sacarlo visceralmente, como me saqué el guion, pero también hubo algo de azar, porque, si recuerdas, al final hay un remix, una guaracha que evoca la canción original, y eso apareció por azar, sin buscarlo, pues era uno de los temas que poníamos mucho en el lugar en el que estábamos rodando, buscando generar un ambiente de fiesta, y llegado un momento le dije a Jhojan que pusiera él mismo la música, textualmente: “traiga su playlist de la casa y aquí la sonamos”, y ya en la etapa de montaje, cuando encontré la canción de Leonardo Favio, pero en versión guaracha que le gustaba a Jhojan, y lo que yo traía adentro, fue una emoción muy profunda, y caí en cuenta que esa emoción tenía que estar en la película y que el público la sintiera también.

 

Y el cine en particular de Leonardo Favio, por ejemplo, La crónica de un niño solo; Gatica el Mono; El octavo infierno: cárcel de mujeres. ¿Cuál es tu relación con Leonardo Favio, cineasta?

 

Guauu, es un poco difícil, porque una de las cosas que traté de hacer muy conscientemente en La Jauría fue desprenderme de todas las referencias que traía conmigo, porque también en mi camino de reflexión me percaté que el sistema educativo que cargamos con nosotros, incluso en las universidades, es implementar la enseñanza de manera muy metódica: paso uno, paso dos, paso tres, o cuando uno viene desde la cinefilia, aunque no es tampoco mi caso aunque creo que he visto bastante cine, empiezas a hacerte preguntas del tipo: “¿Cómo hizo este director en esta peli?” o “¿de qué forma puedo replicar esto en mi propuesta?”. Entonces en La Jauría me puse un límite, y me propuse cambiar mis preguntas con respecto a los directores que admiraba, y decidí preguntarme más bien: ¿Quién es Andrés?, ¿cómo lo haría Andrés?, y en ese momento decidí desprenderme de muchas referencias, que igual hay algunas muy puntuales, que los espectadores los pueden captar por su cuenta, y es el caso particular de Leonardo Favio y de otros cineastas que me han permitido viajar y alimentarme con sus películas.

 

Para finalizar, diría que las grandes obras son aquellas que nos permiten asomarnos al espíritu del artista.

Entonces en La Jauría me puse un límite, y me propuse cambiar mis preguntas con respecto a los directores que admiraba, y decidí preguntarme más bien: ¿Quién es Andrés?, ¿cómo lo haría Andrés?…

 

Mencionaste de pasada que en la pandemia el personaje del Invisible se tornó cada vez más importante en el entreverado de capas que tiene la película. Lo particular del caso es que fuiste el encargado de interpretar ese personaje. A mí me gustó por las cosas que evoca y, sobre todo, porque me quedó la duda de ¿quién carajos era el Invisible y por qué quisiste hacer ese papel?

 

Hablar del tema del Invisible es hablar de algo complejo de expresar en palabras, que yo siempre quise que estuviera en la película, pero que no estuviera en la portada, como poniéndolo en las narices, sino irlo descubriendo en medio de las capas, porque La Jauría tiene muchas capas, no solo narrativas sino sensoriales. Lo que representa este personaje para mí es como una base espiritual, yo soy un hombre de fe e intento vivir conforme a esa fe, aunque por momentos se me dificulta bastante por lo mismo (Risas). Creo, en el fondo, que el Invisible es un llamado a la conciencia, a la búsqueda espiritual, y creo que está expresado de una manera muy metafórica, no desde la enunciación del tipo: “El mundo es de esta manera y tienes que pensar como yo”, sino más bien proponiendo un retrato y un paisaje, y ya dejar que el espectador pueda encontrar en sí mismo el reflejo de una búsqueda humana por un nuevo hombre, por una nueva naturaleza.

 

El Invisible es una invocación a esa búsqueda.

 

Durante la entrevista has mencionado varias veces a Ibagué como la ciudad desde la cual operas y en la que has desarrollado tu carrera. ¿Cómo llegaste a Ibagué, que vínculos te unen con la ciudad y cuál es la movida cinematográfica en este momento?

 

Es algo muy bonito que se comenzó a dar desde los cortos, y que ahora se volvió casi una costumbre, y es que muchas veces en el exterior, algunos espectadores que vieron mis trabajos, y que conocían algunas ciudades colombianas, o que habían tenido contacto directo con la forma de hablar que se tiene en Bogotá, Cali o Medellín, se han acercado a preguntarme: “¿oye, en qué ciudad se desarrolla tu película, eso es Bogotá o Medellín?”, y me toca responderles que ninguna de las dos. Cuando oigo este tipo de comentarios, para mí es una constatación muy bella de lo que puede lograr el cine y el arte en general, que es visibilizar y darle cuerpo a un territorio y unos personajes en particular, y luego expandirlos y vincularlos a un sentimiento más universal.

 

Entonces me toca explicar que Ibagué es una ciudad intermedia entre Cali y Bogotá, mucho más pequeña, que tiene su propia personalidad, y a la cual no he querido visibilizar conscientemente, y que ha sido más bien el resultado de esa energía y ese deseo de cuajar cosas, y que yo personalmente espero que sirva para que haya más realización, más diálogo y unión entre los realizadores y la movida cinematográfica de la ciudad, que podamos contar con espacios alternativos, no solo de realización sino de exhibición. Creo que se está creando una puerta muy bonita no solo para Ibagué sino para el Tolima, porque igual se ha rodado mucho cine colombiano en el departamento, pero casi siempre es la mirada desde afuera, y aunque yo soy hijo adoptivo, por lo menos siento que hace tiempo habito y disfruto estar aquí. Deseo que en los próximos años crezca la realización y que otras miradas fluyan.