Entrevista a Laura Mora

Un reino que no es de este mundo

Óscar Iván Montoya

 

“Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder (…) Ante esta antropología del ganador de lejos prefiero al que pierde. Soy un hombre que prefiere perder más que ganar con maneras injustas y crueles”, afirmaba el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, conocido por una obra dedicada a los desheredados, a los marginales, a los humillados y ofendidos de los que hablaba Dostoievski. En Los reyes del mundo (2022), Laura Mora, seguidora de la obra del cineasta italiano, retoma su credo y enfoca su mirada en los bordes de una sociedad terriblemente injusta como la colombiana, que deja por fuera del banquete de la prosperidad a la mayoría de sus hijos, y en la que más vale ser alguien, destacar, aunque sea pasando por encima del amigo, del hermano, del colega, dejando de lado los escrúpulos más elementales o cualquier remilgo ético.

En Los reyes del mundo cinco chicos de la calle conforman una especie de pandilla salvaje que emprende un viaje físico y espiritual a través de un territorio tan bello como mortífero. A pesar de los golpes, los desprecios, los insultos, los chicos conservan su nobleza y permanecen fieles a su sueño de reclamar un pedazo de campo árido y casi inhabitable, que es una especie de tierra prometida en donde construir su reino, un reino que definitivamente no es de este mundo, como lo recalca su directora: “En Los reyes del mundo veo una posibilidad de hacer una película que celebre la vida, la de los excluidos, la de los olvidados, los sin tierra, mientras se condena al mundo”.

 

Estrenada mundialmente en el Festival de San Sebastián, en donde obtuvo el máximo premio de la Concha de Oro como mejor película, distinción que convirtió a Laura Mora en la primera cineasta colombiana en conseguir un premio de este nivel, con un trabajo preocupado por nuestra desigualdad social, pero que no se queda en la simple denuncia, sino que vuela muy alto, a donde solo llegan los espíritus más ligeros, aquellos que no están lastrados por el vulgar materialismo de los ganadores o por la cochina usura que todo lo empuerca, como lo anunció hace mucho tiempo el poeta Ezra Pound: “Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra/ Con bien cortados bloques y dispuestos/ de modo que el diseño lo cobije/ Con usura no hay paraíso pintado para el hombre en los muros de su iglesia/ harpes et lutz (arpas y laúdes)/ o lugar donde la virgen reciba el mensaje/ y su halo se proyecte por la grieta”.

 

Te cuento que tu película me removió muchas cosas en mi interior, comenzando por la forma de viajar de sus protagonistas, que la practiqué mucho durante mis años mozos, hasta temas como la rebeldía, la amistad, el exilio interior, la rivalidad entre los mismos compañeros, pero existe un asunto que atraviesa toda la película, que es la posesión de la tierra en Colombia, un tema neurálgico en nuestra historia, que ha sido abordado por toda clase de académicos, científicos sociales y, por supuesto, algunos colegas tuyos cineastas. Y ahora, que personalmente decidiste meterle el diente a este tema, que está en la raíz de nuestra conformación como sociedad y, sobre todo, en la desigualdad que se ha perpetuado desde hace siglos. ¿Qué te motivó a abordar este tema tan espinoso, con tantas aristas, de nuestra historia pasada y presente?

 

Después de realizar una película tan personal, con tanta carga autobiográfica como Matar a Jesús (2017), en ese momento comienzan a surgir nuevas preocupaciones, con todo ese dolor y ese amor por el mundo, que es finalmente lo que se pone de manifiesto en la obra, y en este caso a mí me ha llamado mucho la atención, desde hace mucho tiempo, el tema de la tenencia de las tierras en Colombia, porque creo firmemente que por ahí es por donde se comienza a formar un país tremendamente desigual, y me parecía muy paradójico cómo esos tesoros de la tierra se convierten en condena para sus habitantes, para sus mismos territorios.

 

Creo que una vez terminado el ciclo de Matar a Jesús, me sentí en libertad de adentrarme en estos otros asuntos que me causaban preocupación, como la posesión de la tierra, y que finalmente en Los reyes del mundo funciona como una especie de mandato, porque al principio de la película estos chicos no tienen nada, y un día cualquiera llega una carta donde el Estado les reconoce un derecho que les brinda la posibilidad de soñar con una tierra prometida que, a su manera, es tener un lugar simbólico en el mundo.

 

Me parecía que con esa idea y este hilo argumentativo muy delgado, podía abordar preocupaciones políticas que tengo y ponerlas de manifiesto a través de la poesía, que creo que es el lugar del cine y del arte, y empezaron a consolidarse preguntas sobre muchos temas, porque no creo que tenga respuestas para nada, ni me interesan tampoco, lo que me interesa es generar preguntas del tipo que me asaltaban cuando estaba en alguna de mis travesías por el Bajo Cauca, o a través de muchas lecturas que realicé sobre el desplazamiento, que sigue siendo a mis ojos algo muy doloroso, pero que me parece a la vez que es muy bello cómo la gente lucha y quiere regresar a sus orígenes, ya que el origen también nos define como seres humanos.

Creo que una vez terminado el ciclo de Matar a Jesús, me sentí en libertad de adentrarme en estos otros asuntos que me causaban preocupación, como la posesión de la tierra, y que finalmente en Los reyes del mundo funciona como una especie de mandato,…

 

Finalmente, me parecía que un asunto súper local como la restitución de tierras, que yo inclusive pensé que mucha gente fuera del país no fuera a comprender los principios de algo tan extraño, tan, cómo así que a uno le devuelven una tierra que es de mi propiedad. Pero, lo que la película intenta es hablar desde un lugar más universal, que es el de volver a un lugar que muchas veces solo existe en la imaginación.

 

Y siguiendo con el tema de la posesión de las tierras, ¿cómo se vincula tu película con la obra de otros cineastas que antes han abordado el tema, comenzando por Marta Rodríguez y Jorge Silva en Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (1982), o el corto de Rubén Mendoza La Cerca (2004), o El vuelco del cangrejo (2010), de Oscar Ruiz Navia, o Un asunto de tierras (2015), de Patricia Ayala, que conecta muy bien con esa dimensión kafkiana que tiene reclamar tierras en nuestro país?

 

Te confieso que los trabajos de Marta Rodríguez son para mí fundamentales, yo misma he escrito sobre sus películas, he reflexionado mucho sobre su obra, y a manera de ejemplo, te digo que Chircales (1972), contiene uno de los momentos más hermosos y más poéticos, no solo del cine colombiano, sino que te diría, latinoamericano, cuando esta niña engalanada para su primera comunión, que parece una novia con su vestido, flotando en medio de ese universo tan áspero y tan duro de los chircales. Creo que Marta Rodríguez nos ha enseñado a hacer poesía con las imágenes, nos ha mostrado que si miramos en la dirección correcta nos encontraremos con la poesía en la dureza de la cotidianidad, en la condición humana y en sus circunstancias.

 

Y ahora que lo sacas a flote, La Cerca fue para mí un trabajo súper importante, lo vi tantas veces y desde ese momento comencé a admirar mucho el trabajo de Rubén Mendoza, y de repente ahora que lo mencionaste, de una caí en cuenta, claro que La Cerca está muy presente en Los reyes del mundo, lo mismo que El vuelco del cangrejo y, en especial, La Sirga (2012), la película de William Vega; de hecho, yo le hago al final un guiño cuando los chicos después de la escena en el juzgado llegan preguntando por la vereda La Sirga, que es una de mis películas favoritas.

 

Claro, al final nos unen unas preocupaciones y unos dolores, lo que me parece muy hermoso, donde cada uno tiene unas particularidades en la mirada, que se nutre curiosamente de esas otras miradas, y así, finalmente, creamos nuestra propia visión de las cosas. Este año, por ejemplo, es muy particular, porque muchas de las películas colombianas están mirando hacia el mismo lado, y tiene que ver con la juventud, ya sea desde Alis (2022), de Clare Weiskopf y Nicolás van Hemelryck, que ganó en Berlín el Oso de Cristal, pasando por La Jauría (2022) de Andrés Ramírez Pulido, todos estamos mirando a los chicos, pero cada uno con una manera muy diferente, y eso me parece una belleza del cine y del arte, la forma en que puedes mirar con otros hacia el mismo lugar, y tener reflexiones tan distintas y formas tan diferentes de un mismo tema.

 

Has manifestado en diferentes escenarios que no tienes ninguna creencia religiosa en particular, ni en tu casa te inculcaron la religión de la manera tradicional, como nos la enseñaron a muchos de nosotros, pero he notado por tus trabajos, y por lo poco que te conozco, que eres una persona con una gran fuerza espiritual, algo que encarna muy bien en tu película el personaje de Sere, el místico, el que posee una conexión directa con lo sagrado que habita en cada uno de nosotros, con ese “fuego secreto” que diría nuestro novelista Fernando Vallejo. ¿De dónde sacaste esa gran fuerza espiritual que te permitió, fuera de escribir el guion y conseguir la financiación, guiar durante ocho semanas a un equipo de ochenta personas y no sé cuántos extras, en un territorio bravo, convocando a líderes sociales, autoridades gubernamentales, cruzar una especie de desierto, y llevarlos sanos y salvos a una tierra prometida, que fue la finalización y estreno de la película?

 

Voy a empezar abordando algo que dijiste y es que para mí lo religioso tiene muy poco que ver con lo espiritual y con el misticismo, y en ese sentido sí me considero una persona profundamente espiritual, y esta condición me la han regalado el cine, me la ha regalado la literatura, me la ha regalado las buenas conversaciones, mi curiosidad por el mundo, y en ese aspecto quería que Los reyes del mundo también se convirtiera en una experiencia espiritual o mística para quien vaya y la vea, y por eso aconsejo que la vean en una sala de cine, para que tengan una conciencia del sonido y del tamaño de la imagen que solo el cine nos regala, y volver, de alguna manera, la sala de cine en un templo.

…muchas de las películas colombianas están mirando hacia el mismo lado, y tiene que ver con la juventud, ya sea desde Alis (2022), de Clare Weiskopf y Nicolás van Hemelryck, que ganó en Berlín el Oso de Cristal, pasando por La Jauría (2022) de Andrés Ramírez Pulido, todos estamos mirando a los chicos, pero cada uno con una manera muy diferente,…

 

A mí esa experiencia profundamente espiritual del cine y de la experiencia estética, son cosas que me ayudan a soportar la vida, y con estos elementos en la cabeza, pudimos sacar adelante la película. Creo que saco la fuerza de una convicción absoluta de lo que quiero transmitir y de tener unos cómplices maravillosos que me acompañaron en este viaje. Ellos también me ayudan a sostenerme, y la película en el fondo es una oda a la amistad, porque para mí la amistad tiene un profundo valor espiritual que me ha ayudado a atravesar la vida, y saber que tengo unos colaboradores con los que tengo el privilegio de trabajar, que también están convencidos de estas locuras y esta especie de delirio, y me acompañan al mismo ritmo. Con esas cosas en mente fue que me apoyaron en esa travesía hasta la tierra prometida.

 

Y precisamente de estos colaboradores me gustaría que hablaras, pues hacía bastante tiempo no veía tanta gente talentosa en una producción, comenzando por Karel Solei en el equipo de casting, pasando por Marcela Gómez como diseñadora de producción, David Gallego, “Chula”, como director de fotografía, Carlos “Kaos” García en el diseño sonoro; en fin, mucha gente talentosa en cada departamento, y ni hablar de los actores que revientan la pantalla. ¿Cómo armaste este tremendo combo y cómo fue el funcionamiento interno durante el rodaje?

 

Lo primero es que me siento privilegiada de tener tanta gente talentosa con quien trabajar, por ejemplo, con David Gallego en la fotografía, que fue una persona que me aproximó visualmente al paisaje, pues yo venía de una obra muy urbana, y Chula venía de filmar mucho la naturaleza y entendía muy bien las dimensiones del paisaje; entonces colaborar con él ha sido un aprendizaje muy bello. Marcela Gómez en el diseño de producción, junto con Daniel el “Oso” Rincón en el arte me ayudaron a aterrizar todos esos universos que yo traía en mi cabeza. Lo mismo en el departamento de producción con Cristina Gallego, Mirlanda Torres, Daniela Abad, Jenny David, que son una fuerza de la naturaleza, que me ayudaron a construir una mirada, que si bien no está determinada por el hecho de ser mujer, sí tiene mucho que ver.

 

El mundo que se refleja en la película es profundamente masculino y brutal, marcado por la desigualdad, con todo ese lastre que conlleva ser el más fuerte y el más impositivo. ¿Qué quisiste aportar desde tu mirada femenina, no solo a nuestra cinematografía, sino a esta sociedad machista y brutal en la que vivimos en Colombia?

 

Para mí es muy necesario este tipo de miradas, porque trae muchos interrogantes sobre cosas que me interesan, sobre todo, qué puede tener esa sensibilidad masculina que le aporte a mi comprensión de un mundo tan complejo, porque el mundo actual es mucho más complejo que lo que nos quieren vender ahora mismo con todo esto de las redes sociales, con ese crecimiento de las derechas políticas, que nos quieren hacer creer que el mundo es de bandos enfrentados, todo visto desde el blanco y negro moral. Están, en el fondo, tratando de descomplejizar el mundo, y yo si quisiera que esa mirada mía, atravesada por el hecho de ser mujer y de haber crecido en las circunstancias en las que he crecido, atravesada por los dolores por los que he sido atravesada, es, ojalá, decirle al mundo que el mundo es más complejo de lo que pensamos, que en todos hay una profunda luz y una profunda oscuridad, que el paisaje tiene capas, que el paisaje cuenta historias, que el paisaje está cargado de unas tensiones históricas y de territorios que son muy ásperos. Me gustaría aportar a la complejización de nuestro diálogo en vez de descomplejizarlo.

 

Los reyes del mundo comienza en una esquina de Medellín con los chicos disputándose una esquina a punta de machete, y de ahí en adelante esa es la tónica general de la película, a excepción de unos pequeños remansos en el burdel y la casita del viejo loco. Desde el principio son expulsados, despreciados, humillados, echados de todas partes, inclusive entre ellos existen rivalidades; sin embargo, a pesar de ser chicos duros criados en las calles, nunca pierden su nobleza y humanidad. Esta forma de comportarse, me recordó la historia de Dove Linkhorn, el vagabundo protagonista de la novela Un paseo por el lado salvaje, de Nelson Algren, quien en algún momento se pregunta: “por qué a menudo los perdedores se convierten en mejores seres humanos que aquellos que nunca han estado perdidos en su vida. Por qué los hombres que han sufrido en manos de otros hombres son los que creen en la humanidad; mientras que aquellos cuya tarea ha sido simplemente adquirir y tomarlo todo sin dar nada son los que más la desprecian”. ¿Por qué quisiste, después de hacer pasar a los protagonistas por todas estas penalidades, de llevarlos literalmente hasta el fondo, que no perdieran su nobleza y su belleza espiritual?

 

Esa cita me resuena mucho con un texto bastante conocido de Pasolini, que dice que, en este mundo de ganadores inescrupulosos, él prefería estar con los perdedores, o como Theo Angelopoulos, cuando afirma que su interés era mirar a aquellos seres humanos a los que la historia ha dejado por fuera. A mí me interesan mucho este tipo de personajes, porque más allá de las disputas de las que hemos estado hablando, en el fondo estamos hablando es del capitalismo, porque el capitalismo nos ha puesto a competir entre nosotros de una manera muy feroz, pues en el sistema capitalista todo tiene dueño, todo está cogido, agarrado, desde la esquina en el centro de Medellín que ya tiene propietario, pasando por la pensión en la que duermen los chicos, que tiene un dueño invisible, y por más que la mujer transexual quiera ser solidaria con ellos, no puede porque tiene que obedecerle a un dueño que desconocemos, lo mismo que la tierra que tiene unos propietarios invisibles. Entonces lo que estamos hablando es de capitalismo salvaje, y ante este mundo cruel, que ha dejado por fuera de la historia a mucha gente, que sigue buscando un lugar en el mundo en donde estar a salvo, y para tal fin cruzan mares en embarcaciones precarias, atraviesan fronteras a nado o a pata, o están devolviéndose por un pedazo de tierra.

…porque el mundo actual es mucho más complejo que lo que nos quieren vender ahora mismo con todo esto de las redes sociales, con ese crecimiento de las derechas políticas, que nos quieren hacer creer que el mundo es de bandos enfrentados…

 

Yo encuentro que ahí es donde existe mayor belleza, que incluso hay más ética, y que es el lugar en donde sale a flote lo mejor del ser humano; entonces me interesaba que estos chicos, a pesar de todas las pérdidas, incluso la vida misma, dejaran la sensación de que existe un mañana, y que existe la posibilidad, de que así perdamos la vida, van a permanecer insultantemente vivos en la memoria de los otros, y que al final, así la muerte triunfe aparentemente, lo que no van a poder combatir y acabar es con la fuerza extraordinaria del espíritu humano, que alguna vez fue capaz de enfrentarse al otro, crear un límite, alzar una barricada y luchar por un sueño más allá que le dijeran: “Allá no se puede llegar, eso no te lo vamos a devolver”. Entonces, a mí me interesaba que ese espíritu sea lo que permanezca, así aparentemente la muerte triunfe.

 

Es una agradable concordancia constatar que el momento del rodaje de tu película y las primeras presentaciones coincidieron con lo que se conoció como el “estallido social”, el YA NO MÁS que la gente salió a vociferar a las calles, porque así era que tocaba, porque no fue con buenos modales o pidiendo permiso que se consiguieron las reivindicaciones sociales…

 

En el mundo eso no ha pasado, porque una de las muchas tácticas de las élites económicas y políticas es satanizar la rabia, porque solo con la rabia se consiguen esos cambios, y satanizar los sentimientos se vuelve otra manera de control, y una forma de controlar las cosas es a través de lo que está mal visto socialmente. La rabia es pura vida, la rabia es puro deseo de una vida digna.

…me interesaba que estos chicos, a pesar de todas las pérdidas, incluso la vida misma, dejaran la sensación de que existe un mañana, y que existe la posibilidad, de que así perdamos la vida, van a permanecer insultantemente vivos en la memoria de los otros,…

 

Y claro, cuando empezó el estallido social, en 2019, la película ya había ganado FDC, y desde el 2018 ya había un guion muy trabajado, en donde ya estaban esta escena de la barricada, en la que no es que yo estuviera viendo el futuro (Risas), nada de eso, pero era un deseo en el fondo de que todos nos asumiéramos como un cuerpo político, y era algo que ya se venía dando en muchas partes del mundo, desde los mismos suburbios parisinos, en donde los jóvenes empezaron a bloquear las calles, con un único pensamiento en la cabeza, que era que solo les quedaba la vida, les quedaba el fuego y todo lo que pudieran tirar y prender para que el mundo viera que existían.

 

Para mí era muy importante que la película pusiera este sentimiento de manifiesto, porque es propio de las artes también imaginar lo que el mundo quita, entonces cuando el mundo te está quitando posibilidades políticas, pues por lo menos que el cine te las dé. A mí me pareció muy hermosa esta coincidencia, que mientras estaba escribiendo, lo que plasmaba en el papel comenzaba a interactuar con la realidad, y la verdad es que la escena de la barricada en la carretera se transformó mucho a medida que íbamos viendo lo que estaba sucediendo en el país, y en esta parte es que creo que ellos son realmente los reyes del mundo, incluso tiene una declaración de principios.

 

Como diría Johnny Rotten en sus memorias: “La ira es energía”.

 

Total.

 

Respecto a la música, el tema de Los Prisioneros para mí primero fue una moda, después se convirtió en un himno, y ahora es casi un símbolo, porque cada vez que lo escuche lo voy a asociar a tu película. ¿Por qué quisiste que estuviera Tren al sur en Los reyes del mundo, y cómo fue la negociación de los derechos, porque no es que a uno le guste un tema y lo meta olímpicamente en la película?

 

Claro, te cuento que fue bien complicado. Siempre quise meter esa canción en alguna parte, pues es una de mis canciones favoritas, y con los años me he ido dando cuenta de lo contestatarios que han sido Los Prisioneros, pensar que ese tipo de música la hicieron en plena dictadura de Pinochet, para mí es muy fuerte; entonces, cuando hice el teaser de la peli hice un viaje con un chico que iba a trabajar en Los reyes, pero el caso fue que puse el tema en el carro en el que íbamos viajando, y él se la sabía, y a mí me pareció muy particular, porque mínimo yo les llevó veinte años a cada uno, y lo que él me respondió fue que a su mamá le gustaba mucho Tren al sur, y después inclusive la cantamos juntos.

 

Ahí, definitivamente, me di cuenta de que tenía que tener esa canción en mi película, pues era muy relevante, muy acorde con su viaje y con su espíritu. Casi que, simultáneamente, comenzaron las protestas en Chile, en las que El baile de los que sobran también se vuelve un himno, y me pareció muy bello que estos jóvenes chilenos tuvieran su propio himno, y que no necesariamente fuera una canción de su propia generación. Me parece muy importante cuando en una película aparece la voz del autor, y ahí aparece mi voz, y puede que ellos no crecieran en la generación de Los Prisioneros, pero yo sí.

 

En cuanto a la negociación de los derechos fue una cosa durísima, porque Los Prisioneros andan en tremenda disputa con la disquera por los derechos de las canciones; entonces, después de muchos intentos, básicamente nos respondieron que no se podía negociar los derechos originales de Tren al sur, pero nos dieron la opción de tener la primera versión que grabaron Los Prisioneros en un estudio de mierda en los años ochenta, prácticamente con unos tarros. Al principio tenía sustico porque me decía juepucha, va a sonar remal, y con Kaos García, el diseñador sonoro, hicimos mucha fuerza, pero ya después nos dimos cuenta de que sonaba hermoso, que se escuchaba la voz de Jorge González muy joven, que inclusive la versión era más punkera, y caímos en cuenta que casaba muy bien con el espíritu de la película, que no importaba tanto la calidad de la grabación.

…simultáneamente, comenzaron las protestas en Chile, en las que El baile de los que sobran también se vuelve un himno, y me pareció muy bello que estos jóvenes chilenos tuvieran su propio himno, y que no necesariamente fuera una canción de su propia generación.

 

Leo Heiblum, un gran músico, que fue el encargado del score cinematográfico, nos creó unas capas adicionales para aumentar el tamaño para cuando sonara en una sala de cine, porque la versión que manejamos era súper punkera.

 

A lo largo de esta entrevista hemos hablado de Marta Rodríguez, de Pasolini, de Angelopoulos, pero creo, personalmente, que en el fondo de tu corazoncito tienes un lugar para un cineasta y una película que yo admiro mucho, y que son don Luis Buñuel y Los Olvidados…

 

Pues claro, yo hice unos guiños muy conscientes a ciertas películas con ánimo también que los espectadores se la pillararan, por ejemplo, el árbol en mitad de la niebla es un homenaje a Theo Angelopoulos en Paisaje en la niebla (1988), está clarísimo cuando los chicos al final van hacia el árbol en medio de la niebla, y con Los Olvidados (1950), cuando ellos están en el parque de diversiones, como esta ciudad de hierro, que es una escena tremenda. Siquiera lo notaste, porque me hiciste recordar la primera vez que leyó el guion Eliseo Altunaga, el gran guionista cubano, que me molestaba mucho, y a cada rato me decía: (impostando acento cubano): “Tú lo quieres es hacel una versión pojmoderna de Los Olvidados, una versión del siglo XXI”.

 

Claro que Los Olvidados está muy presente, y Buñuel me gusta mucho porque no le teme al arquetipo, por ejemplo, en la película de Buñuel y en la mía hay un personaje que es súper negativo, que es un condenado y maldadoso, “Jaibo”, y en Los reyes está “Culebro”, con esa idéntica actitud. Para mí Buñuel es un crack.

 

Lo último es que en la semana que estamos haciendo esta entrevista se estrenó La Jauría, el trabajo que mencionaste al principio de Andrés Ramírez Pulido, que ganó el Grand Prix de la Semana de la Crítica en Cannes 2022, y también nombraste Alis, de Clare Weskopf y Nicolás van Hemelryck, que ganó el Oso de Cristal en Berlín este mismo año y, por supuesto, La Concha de Oro que obtuviste en San Sebastián. ¿Qué significado tiene para nuestro cine colombiano, del que ustedes son sus representantes, que muchos de los más importantes festivales del mundo tengan siempre una o varias películas colombianas en sus muestras y competiciones, que van no solo a representarnos y a poner la cara por el país, sino que ahora van a disputar en serio y aspiran y ganan los mayores premios?

 

Primero que todo es un reconocimiento a que las políticas públicas, si están bien diseñadas y ejecutadas, funcionan, porque ninguna de las películas que mencionaste al principio, las de Rubén Mendoza, las de “Papeto”, las de William Vega, inclusive las últimas de Marta Rodríguez, hubieran sido posibles sin la Ley de Cine y sin los premios del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico. Imposible.

 

Entonces hay que destacar que habla muy bien de su funcionamiento, y que, si a eso se le une un grupo de artistas que ha querido abordar el cine desde un lugar muy profundo, de profunda reflexión, pero que también ha crecido haciendo, ha crecido con la posibilidad de hacer y de explorar sus diferentes miradas a partir de estos fondos para la escritura, desarrollo y producción de largos y cortometrajes. Los premios son, valga la redundancia, un premio a todo un equipo, un reconocimiento a un colectivo, lo que pasa casi siempre, es que el director encarna todo ese sentir, pero se debería hacer un reconocimiento individual a toda esa recua de talentos que hay detrás de cada producción cinematográfica.