Mauricio Laurens
Francisco Norden (Bruselas, 19/XI/1929). Autor de preciosos documentales de arte, responsable del reportaje sobre Camilo Torres visto por sus amigos e hito de la violencia partidista adaptada en pantalla. Sus trabajos de no ficción, bien editados y bellamente fotografiados, con textos de narración y música original que abren paso a una legendaria e impecable representación de la violencia partidista del pasado. Con estudios profesionales en París y Londres, su formación artística se reflejará en el diseño de meticulosas y equilibradas imágenes de sentires de personalidades, expertos temáticos e invitados especiales.
Sus cortos hacen parte de la historia del cine colombiano por sus exploraciones tanto estéticas como narrativas (Murallas de Cartagena – Balcones de Cartagena de Indias – Arte Tairona), igualmente responsable del contundente reportaje que traza la semblanza de Camilo, el cura guerrillero y adaptador en imágenes de Cóndores no entierran todos los días –novela capital de Álvarez Gardeazábal–.
Hijo de austríaco y colombiana, inició sus estudios de arquitectura en la Universidad Nacional de Bogotá y viajó becado a París para ingresar a la Escuela Nacional de Bellas Artes y continuar su especialización arquitectónica en la Politécnica de Londres. Entre 1958 y 1960 frecuentó el IDHEC (Institute des Hautes Études Cinematográphiques); allí mismo, se diplomó en dirección y montaje. Testigo presencial de los dos primeros años de la Nueva Ola, regresa a Bogotá para trabajar en cine publicitario y realizar documentales institucionales con Eternit, Nacional de Chocolates y Manuelita.
Las murallas de Cartagena (1963): descripción pétrea del “complejo urbanístico más importante de la América colonial y tropical”, un primer cortometraje de diez minutos, patrocinado por Daniel Lemaitre, en b./n. Textos de Marta Traba, leídos por Jorge Zalamea; el paso del tiempo en fragmentos de piedra porosa y su estructura bruñida por el salitre. La bien delineada cámara de Ray Witlin recorre una ciudad desierta, descubre sus puertas y fachadas, se pasea por bóvedas y baluartes, captura armoniosos contrastes con el mar y le canta a su herencia fortificada.
Los balcones de Cartagena de Indias (1966): diez minutos a color, auspicio del Banco Cafetero y fotografía del maestro Guillermo Angulo; textos del humanista Hernando Téllez y música de Fabio González Zuleta. La leyenda del Dorado (1968): trece minutos, en instalaciones del Museo del Oro, textos inéditos de Germán Arciniegas y partitura del compositor danés radicado en Colombia, Olav Roots; sus dos fotógrafos, Guillermo Angulo y Héctor Acebes. La ruta de Los Libertadores: 17 minutos, financiada por Telecom, fotografía de Peter Creutzberg y textos de Arciniegas narrados por el actor Carlos Muñoz, con música del maestro Blas Emilio Atehortúa. Se llamaría Colombia: en 1970, largometraje sobre recursos físicos y entornos paisajísticos de la Guajira al Putumayo; textos de Prospero Morales Pradilla y montaje de Peter Creutzberg e Isadora Jaramillo de Norden.
Camilo, el cura guerrillero (1974, 96’): Procinor Ltda. (Productora de Cine Norden), dirección de fotografía por Gustavo Nieto Roa y música electroacústica de Jacqueline Nova. Pertinente y polémico reportaje que recopila testimonios históricos, culturales y políticos; sucesión de entrevistas con personalidades políticas, religiosas, intelectuales y sociales de la vida colombiana años sesenta y comienzos de los setenta. Como espectadores nunca le veremos la cara al interlocutor –tampoco se oyen sus preguntas–; las tomas son casi fijas y los comentarios alrededor del controvertido personaje de clase alta bogotana se desenvuelven en ambientes confortables.
El personaje: Camilo Torres Restrepo, hijo de un prestigioso médico bogotano, se graduó de bachiller en el Liceo Cervantes y después de haber estudiado sociología en la Universidad Nacional ingresó a una comunidad religiosa para terminar especializándose en Lovaina (Bélgica). De regreso al país, fue nombrado capellán del Alma Mater, su sensibilidad social lo fue acercando al Grupo Golconda y al Ejército de Liberación Nacional (ELN). Después de haber sido acusado de agitador estudiantil, la Curia lo expulsó y a finales de 1965 se internó en Santander y el Magdalena Medio donde sería asesinado en su primer combate armado con el ejército.
Pertinente y polémico reportaje que recopila testimonios históricos, culturales y políticos; sucesión de entrevistas con personalidades políticas, religiosas, intelectuales y sociales de la vida colombiana años sesenta y comienzos de los setenta.
¿Quiénes participaron y qué dijeron? Amigos de infancia con anécdotas compartidas, parentela cercana y círculos de poder vinculados a heterogéneos partidos e ideologías: el candidato conservador Álvaro Gómez Hurtado, el presidente liberal Alfonso López Michelsen, Diego Montaña Cuéllar y Gilberto Vieira del Partido Comunista, el diplomático y confidente Luis Villar Borda, Gabriel García Márquez –entonces bastante joven– y su biógrafo, el exsacerdote irlandés-australiano-bogotano Joe Broderick –entre otros–.
Hablan también compañeros de lucha y algunos obispos prevenidos frente a sus ideas subversivas –los futuros cardenales López Trujillo y Castrillón–. Se refieren a contradicciones sociopolíticas y diversos puntos de vista sobre la militancia revolucionaria, junto a su vocación religiosa y el carisma propio de un ‘mártir’ colombiano con características míticas. No se incluyen capítulos guerrilleros porque supuestamente aquellos fueron vividos en la clandestinidad del monte santandereano.
“Si la cámara es indiscreta es porque los personajes son exhibicionistas” –por el tono postizo que adoptan los entrevistados, según el fundamentado crítico Hernando Valencia Goelkel–. “Siempre me he preguntado si dentro del plano político existe alguna película que tenga una intromisión más importante dentro de la realidad nacional” (F.N.). Su ficha técnica: Norden director, guionista y editor; cámara de Nieto Roa, música electrónica de Jacqueline Nova y selección de fotos artísticas por Hernán Díaz y Abdú Eljaiek.
Hoy conocí a Bolívar (1981, 15’). Dirección, guion y montaje de Norden. Presentación de Bavaria S.A. y dirección fotográfica de Sergio Cabrera. Intervienen, con trajes de época, en el patio del claustro de San Pedro Claver: Sebastián Ospina, Alonso Restrepo, Alejandro Obregón, Daniel Lemaitre, Luis Mogollón y Norden.
Cóndores no entierran todos los días (1984, 90’). Guion de lujo coescrito con Antonio Montaña, Dunav Kuzmanich y Carlos José Reyes. Los dos partidos tradicionales del país entrelazados en una guerra civil no declarada, cruenta y sectaria, que comienza bien entrada la década de los cuarenta y se prolonga durante buena parte de los cincuenta. Al servicio de una incuestionable destreza narrativa y síntesis temática, esta gran película logra escenificar la lucha fratricida entre liberales y conservadores bajo el volcán de los acontecimientos suscitados por el ‘bogotazo’.
Aunque nunca se dan razones valederas para asumir posiciones claras por parte de sus protagonistas, paradoja política que los sociólogos tampoco han dilucidado pero que seguramente obedece a ‘cuestiones de principios’ o venganzas en cadena, las víctimas son aquí ‘rojas’ y el régimen del terror o del desalojo de las tierras es implantado por los ‘azules’. Entre todos ellos descuella la figura siniestra de un antihéroe, el ‘pájaro’ León María Lozano, extraído de la novela capital de Gustavo Álvarez Gardeazábal: ejemplar padre de familia y ferviente católico cuyo carácter taciturno y fidelidad incondicional al partido del Sagrado Corazón engendra pasiones sin límites e instintos de sicópata solapado.
La concepción cinematográfica de Norden tiene un innegable atractivo visual, con elementos discretos y rasgos propios de los buenos ambientadores. Transferir el escenario original de la novela fue quizás uno de los tantos desafíos que debió vencer para su realización; en efecto, desde Tuluá (norte del Valle del Cauca) a las poblaciones de Tabio y Tenjo (Sabana de Bogotá). Pero en esta estrategia radicó, a mi parecer, uno de los principales méritos de la película premiada en Biarritz y Figueira da Foz.
Aunque nunca se dan razones valederas para asumir posiciones claras por parte de sus protagonistas, paradoja política que los sociólogos tampoco han dilucidado pero que seguramente obedece a ‘cuestiones de principios’ o venganzas en cadena…
Atmósfera rural acorde con rancias tradiciones de la altiplanicie cundinamarquesa y años dramáticos que se asoman a través del negro de las vestimentas o del blanco de sus paredes. Si no fuera por la gama de verdes que enmarca los paisajes sabaneros, esta cinta bien podría haber sido filmada en blanco y negro. Otro acierto formal tiene que ver con la representación misma de la violencia, tan lejana del amarillismo comercial entonces en boga, alcanza niveles estéticos muy respetuosos como la puesta en escena de muertos que parecen borrachos tirados en los andenes, o de ruanas ensartadas en una alambrada sin mostrar rastros de sangre.
Con Frank Ramírez, el estupendo actor establecido durante algún tiempo en California, aun sin tener la pinta de una estrella, su personificación logró robarse la inmediata atención del espectador con un acento dramático muy creíble –tímido en apariencia, asmático, con insuficiencia respiratoria y doble moral–. Todos los demás eran personajes secundarios, exceptuando el bien construido y soberbio talante de doña Gertrudis Potes –asumido por la dama mexicana Isabela Corona–.
Algunos profesionales, sin alcanzar a desarrollar sus respectivos roles, poseían en común altas notas interpretativas: Vicky Hernández era la esposa sumisa del Cóndor, Víctor Hugo Morant tan seguro como cura en su sermón dominguero y el dramaturgo Santiago García siendo un liberal íntegro sin tapujos para hablar. Al referirse a la violencia como eje argumental de nuestra no muy lejana verdad histórica, antes de que aparecieran los fenómenos del narcotráfico y el paramilitarismo, se pasó por alto la pésima memoria que tenemos cuando llegó a afirmarse que ésta “era la primera vez que se enfocaba tal momento histórico”.
París es lindo (1987, 25’). Fotografía de Mario González, con edición y sonido de José María Tapias Ospina. Transcribo, a continuación, la sinopsis que preparé para el catálogo ‘Focine 10 años – Nuestra memoria visual’: “Centenares de colombianos se encuentran privados de la libertad en cárceles de París, Madrid y Roma. Ellos cometieron el error de transportar algunos gramos de droga en sus estómagos para obtener unos cuantos dólares y así evadir la pobreza”.
Varias entrevistas con detenidos connacionales en las prisiones de esas urbes, revelan el drama de hombres y mujeres que lejos de su patria cumplen sentencias de varios años. Le pregunté: ¿Este mediometraje documental de Focine sería la génesis de tu tercer largometraje? Respuesta: “Pienso que no. Había entrevistado a muchas ‘mulas’ colombianas en cárceles de capitales europeas para cerciorarme que ellas eran las primeras víctimas del narcotráfico”.
Ellos cometieron el error de transportar algunos gramos de droga en sus estómagos para obtener unos cuantos dólares y así evadir la pobreza”.
El trato (2006, 98′). Reaparición del querido y respetado cineasta nacional con una tragicomedia de enredos originada por el narcotráfico, los informes ficticios sobre las ‘mulas’ y determinados arreglos con autoridades norteamericanas a cambio de “nombres, rutas y enlaces”. Partió del sonado caso de un falso documental inglés para volverse una comedia ligera sobre partícipes en negocios oscuros y alianzas siniestras.
Tras la malicia indígena, un tris de buena suerte o la picardía suficiente para eludir cualquier fechoría, ¿seremos los colombianos astutos, ingenuos y tramposos? Esta comedia de costumbres sobre aspectos curiosos y divertidos de nuestra mentalidad carece de autocríticas o reprimendas, habla de tráfico de estupefacientes y extradición sin violencia ni crueldad. En El trato, sus ingeniosos personajes entrecruzaron acciones en un salpicón de truculencias, aspiraciones rotas y salidas en falso.
En 2006, con motivo de su estreno comercial, lo entrevisté en su apartamento de la calle 85. ¿Qué te pasó en estos últimos veintidós años? Respondió: “La búsqueda de nuevos temas, entre otras cosas. Cóndores me dejó considerables dificultades económicas. Hice un par de documentales para la televisión europea, un episodio wayuu en el seriado Los nómadas, y la visión francesa del quinto Centenario de América”.
Después del tono trágico de Cóndores y del muy respetuoso de Hoy conocí a Bolívar, ¿por qué decidiste abordar en El trato un cierto tono humorístico? “El tratamiento de los personajes puede ser divertido, pero la historia es trágica desde cualquier punto que se le mire. Siendo la caída estrepitosa dentro del mundo desesperado del negocio de la droga, casi todos ellos terminan expiando sus culpas” –palabras de Norden–.