Miradas Medellín

Mirarnos por segunda (¿y última?) vez

David Guzmán Quintero

El contexto —pre y post— que rodeó a la primera edición de Miradas: Festival de Cine y Artes Audiovisuales de Medellín en el marco de la gestión cultural del gabinete de Daniel Quintero —endeudamientos, incumplimiento en la entrega de becas, etcétera—, cosa que, además, se notó en el resultado de esa apresurada edición del año pasado —inauguración y clausura desorganizadas a más no poder, mala programación de la selección oficial de largos y unos conversatorios postfunción que daban ganas de ir a pedirle perdón a los directores—, hicieron que algunos miráramos con escepticismo esta segunda edición,  que se da en medio de este clima gótico tropical que nos ha venido azotando en Medellín este año. Aunque, a pesar de lo bien organizada que estuvo esta edición y, como lo diré más abajo, ese escepticismo aún no desaparece respecto a próximas ediciones del festival, al menos por mi parte.

 

Opuesto a su primera edición, este año la selección oficial de largometrajes colombianos contó con ocho filmes de los cuáles solo dos no se habían estrenado ya en salas, estos son: Toro, de Adriana Bernal Mor y Ginna Ortega, que solo había contado con dos exhibiciones, ambas en el último FICCI, y otra después de Miradas, en la última edición del Festival de Santa Fe de Antioquia; y Alis, el último trabajo de Claire Weiskopf en codirección con Nicolas van Hemelryck, que sí ha tenido un paseo con más paradas a través de festivales a partir de su premier en la Berlinale: Buenos Aires Festival de Cine Independiente, el Sheffield DocFest, el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, entre otros. Por lo demás, fueron filmes ya exhibidos en salas que fueron seleccionados por ser considerados de los mejores del año y/o por mostrar acompañamiento a cierta porción de cine realizado en Antioquia: Rebelión, Clara —que tuvo una distribución en salas tan pobre, al menos en Medellín, donde tuvo contadas ocho funciones, que poca gente sabía que existía—, La roya, El árbol rojo, Los reyes del mundo y La jauría. Otros filmes colombianos se exhibieron en la sección “Memoria y patrimonio”: Camilo Torres Restrepo, el amor eficaz, de doña Marta Rodríguez y Fernando Restrepo, El canto de las moscas, La niebla de la paz, Los Zuluagas y Mineland. Sobre las nuevas secciones de esta edición volveremos más adelante.

 

La cuota al desarrollo técnico del cine colombiano, vino en la inauguración del festival en el Metropolitano con el largometraje animado La otra forma —premier en el Festival de ANNECY—, que contó con una musicalización en vivo asombrosa por parte de la Orquesta Sinfónica Intermedia de la Red de Músicas de Medellín, bajo la dirección del compositor del filme: Daniel Velasco. Claro, con toda la parafernalia protocolaria prefunción —aunque más corta que la del año pasado— y la animadora lúdica encargada de introducir los eventos más relevantes del festival, a la que solo le faltaba entrar diciendo cosas como: “¡Una bullita las mujeres solteras!” o “¡A ver la ola, la ola, la ola!”

 

Dejando de lado lo que opine respecto a la selección oficial —sobre todo respecto a los relatos de ficción—, es innegable que este año hubo una curaduría más cuidadosa, sobre todo por lo que se amplió el festival en sus eventos. La ya mencionada sección de “Memoria y patrimonio”, el año pasado contó con solo tres eventos: Proyección de Bajo el cielo antioqueño (1925), un programa de Nickel Producciones y una proyección de Muchachos a lo bien; esta vez hubo una selección de cinco largometrajes. Perduró la selección de cortometrajes y de videoclips y hubo una maduración en los talleres de formación. Lo que el año pasado fue una retrospectiva de la obra de Fernando Trueba, este año fue un grato —por lo innovador— foco de cineastas latinoamericanas en el que fueron protagonistas la argentina Clarisa Navas, la chilena Dominga Sotomayor y la costarricense Paz Fábrega —es menester un estudio en torno a lo que está sucediendo en Costa Rica con el cine—; y lo que fue la proyección de Rodrigo D. con concierto de punk postfunción, este año fue Apocalipsur con concierto de Estados Alterados, con una magnífica telonera: “¡Una bullita, que nos escuchen hasta el camerino!” En cuanto a lo nuevo, estuvo una selección de largos y cortos latinoamericanos, Miradas en Serie —dedicado a formatos televisivos— y Audiovisual expandido, además, se implementaron tres jurados: uno joven —compuesto por veinte estudiantes de la ciudad— y dos profesionales, uno para los largos —compuesto por la actriz María Cecilia Sánchez, el director chileno Sergio Castro y el escritor Gilmer Mesa— y otro para los cortos —Natalia Reyes, Orlando Mora y Diana Cadavid—.

 

Y hay algo que hay que anotar que es un gran punto a favor de Miradas y es “Miradas en la cuadra”, que lleva proyecciones por todo Medellín: Alis se exhibió en una cancha polideportiva de Castilla, Los reyes en un coliseo de Santa Cruz, Rebelión en una plazuela de La candelaria y La roya en el parque principal de San Antonio de Prado. Si a esto le sumamos el hecho de que todos los eventos son gratuitos, es verdaderamente una apuesta seria frente a otros festivales que hacen del cine un arte dirigido exclusivamente a la burguesía o a los amiguitos de los organizadores.

Lo que el año pasado fue una retrospectiva de la obra de Fernando Trueba, este año fue un grato —por lo innovador— foco de cineastas latinoamericanas en el que fueron protagonistas la argentina Clarisa Navas, la chilena Dominga Sotomayor y la costarricense Paz Fábrega —es menester un estudio en torno a lo que está sucediendo en Costa Rica con el cine…

Ahora, después de leer los dos últimos párrafos y teniendo en cuenta que todos los largos colombianos contaron con la presencia del director, directora o directores y que a todos ellos Miradas les pagó los viáticos, más los eventos de inauguración y clausura y las fiestas que cerraban cada día, probablemente usted se esté preguntando: ¿Cuánta plata se fue ahí? Y yo le responderé: “mil quinientos millones”. La edición del año pasado parece que también costó alrededor de mil millones. ¿Mucha plata? Sí, y es ahí donde radica el escepticismo esbozado más arriba.

 

Por mi parte, la preocupación en torno al festival ha sido la sobrevivencia del mismo a largo plazo. Desde el año pasado el gabinete de Quinterito ha sido insistente en decretar la existencia de Miradas. Pero sabemos que cada administración viene con sus propios intereses que se imponen sobre la necesidad común y, claro, sus propios favores a pagar, por lo que el decreto tampoco es garantía de nada. Falta ver que las ediciones de Miradas PostQuintero sean igual de importantes —presupuestalmente hablando— a estas dos primeras y que después no les suelten a los organizadores una bicoca de presupuesto para que hagan milagros con ella, causando así el hartazgo de los gestores hasta que paulatinamente “apague y vámonos”.