Hernando Valencia Goelkel
“Si la Bella Durmiente pudiera ver lo que le sucede en la película de Walt Disney, se despertaría dando alaridos”, anota “Time” en su entrega del 2 de marzo de este año [1959]. al comentar Sleeplng Beauty (“La bella durmiente del bosque”), la última producción de Disney, dibujo animado de largo metraje que costó 6 millones de dólares y que acaba de estrenarse en los Estados Unidos. “Hay sesenta actores, además de innumerables extras, en “El bucanero”, un film dirigido por Anthony Quinn. producido por Henry Wilcoxon y supervisado por Cecil B. de Mille, y que se relaciona con la carrera de Jean Laffite, un pirata que trabajaba en las cercanías de Nueva Orleans allá por 1812. Si semejante derroche de mano de obra se hubiera producido en Rusia y no aquí, los responsables estarían ahora en Siberia”, dice John McCarten en The New Yorker, al comentar una película en la que, además, figura el actor de moda, Yul Brynner, acompañado de Charles Boyer, Charlton Helston, Claire Bloom, etc . Y, ¿qué decir de la nota publicada por “Les Cahiers du Cinéma” en agosto del año pasado? La revista tiene una sección en la que informa brevemente sobre las películas estrenadas en el mes. Al llegar a “Films ingleses” viene la susodicha nota: “Rev. cin. ch. j. h. ou. j. f. courag. pro vis. films angl”. Lo cual, en el estilo de los avisos limitados de los periódicos franceses, quiere decir: Revista de cine busca hombre o mujer jóvenes con coraje para ver los films ingleses.
Dentro de este estilo saludablemente corrosivo, habrá que mencionar los títulos de “Lettres francaises”: “El bárbaro y la geisha: cine bárbaro”; “Un gato sobre el tejado caliente: tibio”; “Las raíces del cielo: los elefantes vistos por un mamut”. (Esta película que, como la anterior, está próxima a estrenarse en Bogotá, trata de las luchas de un hombre por impedir el exterminio de los elefantes en Africa). Y, al lado de estas ingeniosas impertinencias, figuran también los desatinos, las necedades aparentemente inexplicables. Por ejemplo: “Films in review” es una publicación del “Consejo Nacional de Críticos Cinematográficos de los Estados Unidos”; se distingue por un anticomunismo delirante, ya un poco pasado de moda, por su nacionalismo sentimental y por una vigilante e invariable tendencia moralizadora. Pero es una revista erudita y, pese a todo, sus colaboradores saben de cine, aprecian el cine y, en muchas ocasiones, son capaces también de comentarlo. Pero, qué pensar de estos juicios: “No hay realismo, ni neo ni del otro, en estos incidentes inconexos sobre una prostituta romana a quien su chulo casi ahoga al comienzo del film y que, cuando este concluye, ve cómo un hombre, con quien creía iba a casarse, le roba los ahorros de toda su vida (…) Como película no tiene ningún significado, pero sociológicamente tiene cierto interés ya que muestra hasta qué punto se halla enferma Europa”. ¿Qué se puede opinar de semejante memez sobre un film tan hermoso y tan noble como “Las noches de Cabiria”?
…”Films in review” es una publicación del “Consejo Nacional de Críticos Cinematográficos de los Estados Unidos”; se distingue por un anticomunismo delirante, ya un poco pasado de moda, por su nacionalismo sentimental y por una vigilante e invariable tendencia moralizadora.
El Alcance de la Crítica
A nadie se le ocurrirá decir en Estados Unidos o en Francia que observaciones como las transcritas son, por ejemplo, antipatrióticas porque perjudican una industria nacional, o que son una forma de terrorismo económico porque son muy grandes los intereses envueltos en la producción cinematográfica. El comentarista más influyente de los Estados Unidos es Bosley Crowther, del New York Times; sus reseñas afectan, no sólo a los lectores de su periódico, sino, en muchos casos, a la carrera comercial de un film. ya que los compradores extranjeros se guían frecuentemente por su opinión. Pero el caso de Crowther es excepcional; la crítica, más o menos libre, se ejerce en un número de publicaciones relativamente escaso, y su influjo sobre el público, sobre las perspectivas de una película recién estrenada, es quizás inferior a lo que pudiera sospecharse dado el tiraje o la influencia de determinado periódico o revista. Los ejemplos son abundantes y constantes: en el segundo lugar entre los éxitos de taquilla del año pasado en los Estados Unidos figura No time for sergeants (“No hay tiempo para sargentos”) un bodrio inenarrable que hace unas semanas se presentó con más pena que gloria en un cine de Chapinero, entre la resignación de un público escaso y desconfiado. Pero tampoco es rara la coincidencia entre el éxito popular y el éxito de crítica: “El puente sobre el río Kwai” es un ejemplo a la mano; casi en todas partes la critica la ha elogiado como una gran película. Igual cosa, y con ciertas variantes. Podría decirse de “La vuelta al mundo en ochenta días”, el film que ha producido más dinero en la historia del cine.
Los productores y, cada vez más los distribuidores están al corriente de un hecho protuberante que estas páginas de Cromos han subrayado en varias oportunidades: el de que la crítica no ejerce una influencia inmediata contra las aficiones del público. A largo plazo, ciertas mentecateces se vuelven intolerables hasta para los aburridos asistentes al matiné dominical; pero hay que esperar años antes de que ciertos tópicos críticos (verbigracia, la campaña, si así puede llamarse contra el final feliz traído de los cabellos) lleguen a influir en las masas de espectadores y, de rebote, en la preocupación de los productores. Porque si éstos se desentienden de los epigramas más impíos que puedan aparecer en la prensa de Nueva York o de París, en cambio no pueden adoptar la misma actitud frente a las reacciones de un público que, si llega a fallarles, es mucho más devastador que todas las ferocidades le todos los Bosley Crowther del mundo.
En el caso del cine –diversión, o vehículo cultural, o escape psicológico, o todo a la vez–, para centenares de millones de personas en todo el mundo, parecería que la crítica debiera ser particularmente necesaria. En efecto, el público se halla, literalmente, indefenso frente a la propaganda. Frente a una propaganda estrepitosa y petulante pero que, en rigor, se abstiene siempre (y con razón) de decir nada, de informar sobre nada. Ahora bien; aunque la influencia del comentarista de cine de las grandes publicaciones sea cada vez más amplia, y aunque el lector haya establecido con él una invisible pero efectiva relación casi de tipo dialéctico, en la que suelen percibiese, palparse, se podría decir, las afirmaciones y las negaciones, la reacción más iracunda contra la crítica suele provenir del propio público.
…pero hay que esperar años antes de que ciertos tópicos críticos (verbigracia, la campaña, si así puede llamarse contra el final feliz traído de los cabellos) lleguen a influir en las masas de espectadores y, de rebote, en la preocupación de los productores.
La razón es sumamente simple. La crítica, favorable o desfavorable, es una de las circunstancias con que siempre tiene que contar el productor de una película. Es un dato más que hay que agregar a los cálculos sobre la popularidad de los actores, sobre la censura, sobre el público potencial (¿gustará a los niños? ¿a los adolescentes? ¿a las amas de casa?, etc.) El espectador es, en cambio, y a un mismo tiempo, más generoso y más egoísta. Suele ir a ver su film desprovisto de prejuicios desfavorables: dispuesto, por el contrario, a deleitarse con un show, o con un arte, que a él, como a todos nosotros, nos ha proporcionado emociones indelebles, intuiciones, revelaciones, pasiones (en el sentido aristotélico) inolvidables. Pero, al lado de esta magnanimidad, viene el egoísmo: ay de quién le empañe el placer anticipado de una “buena película”! 0, peor aún, de quien le frustre el gozo retrospectivo de haberse complacido en un film que luego resulta ridiculizado por algún pedante! De ahí esas irritaciones, esas ‘Cartas al director” que aparecen en todos los periódicos del mundo, y en las cuales se pide la cabeza del comentarista de cine. (El fenómeno inverso tampoco es desdeñable: la ola de vanidosa satisfacción que nos ahoga cuando vemos que determinado crítico coincide con nuestra apreciación de la película).
De los párrafos anteriores tal vez pudieran sacarse algunas conclusiones provisionales. La primera, que la labor negativa de un crítico es erosiva, no demoledora. La segunda, que un buen film tiene más eficacia positiva en la formación del gusto, en el ataque frontal contra los lugares comunes, en el estímulo de inquietudes inéditas, que todas las páginas que puedan escribirse a favor o en contra de determinado tipo de cine. Lo cual nos lleva a poner, una vez más, de presente la que, en el fondo, es la verdadera función del comentarista: la de anotar la mera presencia, la existencia de ese infrecuente fenómeno que es una buena película.
*Texto publicado a manera de epílogo en el libro Crónicas de cine, de Hernando Valencia Goelkel, en 1974, y originalmente en la Revista Cromos.