Laura Indira Guauque Socha
SeveraLÁMPARA Laboratorio
A lo largo de su obra Óscar Campo ha deseado documentar infiernos y esta no es la excepción. Esa inquietud recurrente nuevamente alude a Cali. Como un turista interesado en extraer la vileza y degradación de la condición humana, el autor se embarca en su archivo: en su mirada. Quien aparece es la ciudad, su periferia, colores, ritmos y relatos. Es el universo del río Cauca en su paso por el Valle, imponente en su tamaño tanto como en lo que esconde, y que la obra busca desentrañar. Lo que se vela, se pudre y está vivo, atraviesa Una tumba a cielo abierto dejando ver una verdad muda como el río, la de que los corredores hídricos en Colombia son fosas comunes.
La voz de Óscar aparece en primer plano, su textura es terrosa. Esta presencia parte de que la obra se reconoce en movimiento al igual que su autor. Óscar visibiliza las preguntas cambiantes y dubitativas, las expectativas que se tejen entre las imágenes y las ideas, a partir de un ejercicio etnográfico que no desdeña ni esconde el camino. Una treintena de años atraviesa el recorrido de esta película: su archivo se construye desde los años noventa y, aun así, una sola imagen se repite una y otra vez. Es la imagen del horror, el río como sepulcro, la paradoja entre la vida y el exterminio.
El documental transita entre los relatos que se acumulan en las orillas. En estas narrativas los cadáveres que habitan el río son más habituales que el pan de cada día. El convivio con la destrucción ha endurecido la palabra y la memoria, que se agrietan en medio de miradas que van desde lo espeluznante hasta lo irrisorio y que, en cualquier caso, son abrumadoras y crudas. A los relatos se suma la imagen omnipotente de Cali y la imagen que se repite y que en este movimiento termina por configurarse en un retrato de nuestra geografía cohabitada: política, poética y sanguinaria. El río Cauca en la obra de Óscar es la imagen rota de Colombia que, desdeñando la estética de la postal, cuestiona la visceralidad de nuestra historia que también se repite.
El río Cauca en la obra de Óscar es la imagen rota de Colombia que, desdeñando la estética de la postal, cuestiona la visceralidad de nuestra historia que también se repite.
Con la mirada puesta en la fisura, el ejercicio documental que propone la obra parte de la experimentación. ¿Cómo documentar el acto monstruoso y lacerante de un río fértil y lleno de vida que engulle a la humanidad? La cámara se detiene a mirar, a oír, a ver la cíclica repetición de la enfermedad que habita la condición humana. Este movimiento lento contrasta con las pulsiones que se figuran en la quietud. El río calla, se traga los cuerpos, los recuerdos, las infamias. La obra misma es un ejercicio de desocultamiento permanente, Óscar escarba en la herida hasta sobre exponerla a los rayos del sol. Y si bien la memoria es efímera, esa imagen que se repite agonizante y poderosa se figura lugar para el reconocimiento de lo que nos habita y nos engulle. El infierno que atraviesa nuestro horizonte, nuestra historia y nuestras vísceras.
A cielo abierto el universo que se documenta en la película se muestra desde su escabrosa realidad. Afirmando el movimiento de lo vivo Heráclito decía que somos ríos, Colombia y sus habitantes somos el río Cauca. Y en tiempos de “paz” la obra de Óscar nos recuerda la fragilidad e ignominia de nuestro territorio, y no de forma melancólica, no es el pasado el interlocutor del documental, la sombra nos persigue.