Cristina, de Hans Fresen

Gonzalo Restrepo Sánchez

 

“El cine es una investigación sobre nuestras vidas. Sobre  lo que somos.

\Sobre nuestras responsabilidades si las hay.

Sobre lo que estamos buscando.

\¿Por qué querría yo  hacer una película sobre algo que ya conozco y entiendo?”

–John Cassavetes–

 

Crear es un acto íntimo casi intransferible, y el cine no escapa a esa intensidad y mucho menos el cine independiente. Últimamente, una nueva ola de cineastas colombianos está agitando de arriba abajo el inventario de filmes nacionales, no obstante, se estrenen en festivales y escasamente llegan a las salas de exhibición. Sacar adelante un proyecto fílmico es una labor compleja para un aspirante a director o directora de cine. Sin embargo, cada año florece un buen grupo de jóvenes talentos que aparecen con sus óperas primas.

 

Tras observar Cristina, y con base en lo que es un cine intimista –e historias personales de sus directores–, creo que podría ser la primera en la cinematografía nacional reciente en este sentido y particular punto de vista. Al formular un cierto arrebato de esa etapa de la vida en pareja –intimista– y sus impaciencias, donde el amor (no solo el de la madre y su hijo y que conquista por un largo tiempo nuestra retina la cinta Cristina) está mucho más susceptible y políticamente correcto de lo que su fachada deja entrever. La primera pregunta que vino a mi memoria después de salir de la sala de cine fue: ¿Cuál es la asignatura pendiente del cine colombiano?

 

Pues precisamente ese cine y ese particular punto de vista o esa mirada [si se quiere un poco cáustica], de un director y en particular su reflexión sobre declaración de intenciones con la idea de no poner anti heroína, ni encrucijadas para aceptar propuestas de unos personajes “controladores”, quienes gastan la mayor parte de sus energías en lo que alguna vez se conoció como autorrealización.

 

Pero no solo es como determino “esa mirada”, es asimismo un método que se basa en gran parte en espontaneidades de los actores –a excepción del pequeño Darwin (Cantave François) hijo de la actriz en la vida real–, quienes consiguen momentos de una gran autenticidad, que mezclados con otros que siguen el guion, pero que, gracias al estilo de dirección, de igual forma parecen espontáneos. Pensaría, además, que lo que tiene este cine intimista como distintivo son los diálogos –a veces interminables.

 

…hijo de la actriz en la vida real–, quienes consiguen momentos de una gran autenticidad, que mezclados con otros que siguen el guion, pero que, gracias al estilo de dirección, de igual forma parecen espontáneos.

 

Uno de los ejemplos más paradigmáticos que podría plantear entre los muchos de la historia del cine universal en esto del cine intimista es Antes de amanecer (1995) de Richard Linklater. Además, un título que invita a seguir la historia –muy parecida a la vida real–, y que se instala sin pedir permiso en el inconsciente colectivo. Y qué mejor manera de lograrlo a través del ejercicio del guionista cara a cara con el drama, el romance, el drama psicológico o drama romántico.

 

Al margen que se pueda plantear e intuir que la protagonista del filme Rossana Montoya (Cristina) se (re) presente así misma y gestione por sí misma una serie de sentimientos y conflictos no tan nuevos para ella. De todas formas, sin duda, es un personaje ideal para que la actriz, caracterizada siempre por su espontaneidad y por no tener pelos en la lengua, pueda desplegar todo su potencial, y permita demostrar que los registros interpretativos son tan atractivos, que la muestren como una actriz de primer orden a la que aspiramos ver más a menudo en la pantalla.

 

Este filme colombiano [una co-producción con Argentina] de Hans Fresen no solo presenta pues la historia de una chica llamada Cristina, estudiante de danza en busca de su propia vida emocional, con su pareja Walter; su apego y comunicación con su hijo Darwin –a través de unos diálogos cargados de realidad, sensatez y cierto desparpajo–, y todo lo que debe tener una chica de bien, sino que pareciese no ser semblantes de la vida suficientes para tener claridad emocional sobre su vida misma. Y más que una objeción, conviene no dejar de lado, que todos los modelos actanciales del filme están circunscritos a algunos elementos estéticos paralelos a cierto rol social.

 

No percibimos el mundo que habitamos, más bien habitamos el mundo que percibimos en función no sólo de ciertas capacidades fisiológicas, sino también del trabajo de comprensión de lo Real. Habitamos en nuestras representaciones del mundo (Rojas, 2012, p.258).

 

No voy a cometer spoiler alguno, pero esta trama de intersubjetividades se desdobla y examina en todos los espacios: valores y símbolos cotidianos mostrando la vida íntima, y pactando, situando y exhibiendo ciertos significados sobre la existencia misma. En este sentido, el cineasta Hans Fresen a través de “su punto de vista”, nos impone toda esta estela de asuntos y percepciones sobre la realidad de la vida y la relación en pareja, en un ritmo que a veces, cede a una cámara inquieta. Nada difícil de intuir.

 

Este cine intimista (desacostumbrado en el cine colombiano) atesora la disposición moderna de enfrentar al peso impasible de lo cotidiano, y asimismo, conserva la reivindicación de llegar más allá [de hacer visible lo real], pero ahora –y en nuestros tiempos que vivimos– debido a un tipo de sujeto capaz de hacerlo, que se entrega a la auto reflexividad y con la experiencia libre de cualquier atasco o presión externa a la introspección, lo cual consigue sin indecisión. En este plano, Cristina –perfecto para corazones inquietos–, se acomoda bien, aunque puede que para otros habitantes de la sala de cine haya algún tipo de impugnación.

 

De todas formas, a manera de conclusión, cuando, por ejemplo, La náusea –la novela existencialista por excelencia– de Sartre, en la cual la existencia no designa nada ya que, esta apela por el coraje del individuo a dar sentido a un universo que no lo tiene. En el personaje Cristina y por su entorno, queda visiblemente claro, y  sin planos subjetivos para aquellos instantes verdaderamente mortales en los que el relato se juega su sentido: la vida de una madre y su hijo.