Óscar Iván Montoya
Afirmaba el Basil Hardwall, uno de los personajes del siempre maravilloso Retrato de Dorian Gray, que “cualquier retrato pintado con sentimiento es un retrato del artista, no del modelo. El modelo es solamente un accidente, la oportunidad, la ocasión. No es a él a quien el pintor revela, es el propio pintor el que se revela sobre la tela coloreada”. De forma similar opera la realizadora Laura Gómez Hincapié, quien en su documental Utopía (2023), aparentemente traza el retrato de su padre Fernando Gómez, educador, sindicalista, militante político con varias décadas de luchas y persecuciones a sus espaldas. Sin embargo, entre los repliegues de este retrato van tomando forma las figuras de Ruby Hincapié, esposa de Fernando y madre de la cineasta y, por supuesto, vemos la de Laura, quien va surgiendo entre los colores desleídos de la niñez, pasando por rápidas imágenes de su adolescencia siempre con una cámara en la mano, hasta tomar la consistencia y criterio de una mujer adulta.
Para darle forma y colorido a este retrato personal, de su propia familia, de su propia generación y la de su padre, Laura Gómez echó mano de todos los recursos que tuvo a mano: fragmentos de entrevistas, archivos familiares, viejas fotografías, recuerdos de viajes, iconografía comunista, imágenes del estallido social, conversaciones cotidianas con su padre y su madre en el patio de su casa. Es una película que se arma a partir de fragmentos, de momentos cotidianos, y de fondo, el registro histórico de lo que estaba sucediendo en esos agitados años de nuestra siempre convulsionada historia.
Del retrato de Utopía quedan la semblanza de Fernando, aguerrido, solidario y contradictorio, la de su esposa Ruby, supuestamente en un segundo plano, pero pilar de la familia, y contradictora política de Fernando cuando amerita, y por último, el de la cineasta Laura Gómez, que al igual que el realizador José Alejandro González en su documental Álvaro, plasma el retrato de un ser humano en pleno conflicto, pero con el que termina identificándose tanto, que considera que más que un retrato de su personaje, es el de él mismo: “Tampoco creo que yo le haya hecho una película a él, los dos hicimos nuestra propia película, porque el que mire a Álvaro me va a ver a mí, porque creo que en este trabajo se vislumbra muy bien mi forma de estar en el mundo, la manera de mirar lo que me rodea, el modo de parchar con mis semejantes, pues, ante todo, somos nuestras relaciones humanas. Creo que en el fondo mis películas hablan mucho más de mí que de la persona a la que supuestamente estoy retratando”.
Fernando Gómez es tu papá, un educador con una larga trayectoria, un sindicalista muy combativo en su época, pero, ¿cuál fue el momento de epifanía en el que caíste en cuenta de que él, aparte de ser esas cosas que enumeré atrás, también era la encarnación de toda una generación con sus sueños y frustraciones, y que, además, era la mejor muestra de una manera de ser muy colombiana con esa terquedad, esa obstinación, ese escepticismo tirando a pesimismo en lo que respecta a la capacidad de las nuevas camadas en generar algún cambio, que ha sido, a mi entender, un elemento que no nos deja adaptarnos mejor a los nuevos tiempos, y dar un batallar más adecuado a las cosas que nos confrontan?
Fue a mi regreso de Argentina, en 2016, que estaba muy candente el tema del Plebiscito, y fue como en ese momento que comencé a conversar de nuevo con mi papá sobre lo masiva que era la participación de los jóvenes de mi generación. Hay también un momento en el que uno comienza a tener más conciencia de cómo está conformada la propia familia, y en el caso mío, de una crianza casi que a la distancia en los últimos años, consideré que era necesario tener ese espacio después de casi siete años de estar en otro país, rodeada de otras realidades, que en cierta forma era como comenzar a construir una identidad como hija de estos dos personajes tan fuertes, tan contradictorios, que generan todavía un protagonismo social y colectivo. En ese universo todavía era la hija de alguien. Entonces estar por fuera me propició un proceso de establecer distancia con Colombia y también con mi familia. Cuando regreso, comienzo a notar que hay una participación mucho más activa de los jóvenes, en diferentes frentes, algo que no sucedía cuando me fui, que su participación era muy tibia, estoy hablando de 2010, en el momento en que se estaba hablando de un eventual tercer periodo de Uribe, había un montón de cosas que para mí funcionaban muy mal y, por lo menos en 2016, ya se notaba un relevo generacional, en el que se heredaban las luchas colectivas de los antecesores, actualizándolas a los nuevos procesos contemporáneos: las redes sociales, los discursos desprovistos de militancia sectaria, la participación de sectores que habían sido apolíticos toda la vida.
Hay también un momento en el que uno comienza a tener más conciencia de cómo está conformada la propia familia, y en el caso mío, de una crianza casi que a la distancia en los últimos años, consideré que era necesario tener ese espacio después de casi siete años de estar en otro país, rodeada de otras realidades …
A nivel familiar también comenzamos a percatarnos de un deterioro de la memoria de mi padre, que años más tarde iría incrementándose, y fue ahí, en ese momento, que se me hizo muy urgente poder conversar con él y rescatar esa memoria suya, que era la de toda una generación, y ver cómo dialogaba esa memoria con lo que estaba pasando en la actualidad. Luego vinieron los dos estallidos sociales, la pandemia, el primer presidente de izquierda en la historia del país, fueron muchas cosas que sucedieron en muy poco tiempo mientras la peli se iba haciendo, encontrándose y enriqueciéndose.
Cuando tu padre nació a finales de los años cuarenta el aire apestaba a pólvora y a muerte, y según calculo, tu fecha de nacimiento fue en 1989, un año fatídico para Medellín y Colombia en general, y posteriormente, a finales de los noventa, te tocó la embestida paramilitar en todo el país, y el encierro en las ciudades y pueblos por miedo a las pescas milagrosas de la guerrilla. Y luego pasaste de adolescente a mujer hecha y derecha durante el Uribato. ¿Cómo fue crecer en ese momento tan maluco para Colombia, y en especial para tu familia, sabiendo de sus filiaciones políticas, que despertaba un especial recelo de los criminales organismos de seguridad de la época, ¿cuáles son tus recuerdos de haber crecido en medio de un ambiente tan retrógrado, tan corrupto, tan policivo?
Recuerdo mucho como entre los ocho y los once el activismo político de mis padres, pues como se ve en Utopía, estaba Fernando, pero también estaba Ruby Hincapié, mi madre, que al igual que mi padre era docente, militante de izquierda y feminista, un caldo de cultivo muy grande. Recuerdo los viajes que emprendían desde Pereira a la zona del Caguán durante el proceso con Pastrana, en el que ellos dos estuvieron participando en las audiencias públicas. Gracias a que hubo participación de la sociedad civil, mi papá estuvo presente como representante del sindicalismo, y mi mamá como sindicalista y feminista. Por esos viajes, y también por sus referencias, por su misma iconografía, mi familia era muy diferente en una ciudad como Pereira, o en una región bien uribista como el Eje Cafetero, o entre el mismo entramado de tíos, primos y hermanos. Lo que también recuerdo muy bien después de que todo fracasó en el Caguán, es que mis padres entran en un momento de mucha incertidumbre, decepción, y hasta temor de haber sido refichados por los organismos de seguridad, como les sucedió a todos los que estuvieron por allá, más ellos por su participación pública.
Lo que también recuerdo muy bien después de que todo fracasó en el Caguán, es que mis padres entran en un momento de mucha incertidumbre, decepción, y hasta temor de haber sido refichados por los organismos de seguridad …
Entonces, en consecuencia con sus temores, comenzaron a instruirnos a mí y a mis hermanas en ciertos cuidados y precauciones que debíamos tener. Yo nunca había pasado por una situación de esas, pero resulta que para ellos era una vaina conocida, pues desde finales de los años setenta ellos venían siendo referenciados por sus actividades como militantes de izquierda. Era como repetir la historia.
A la vez, también soy esa adolescente que aparece en la peli, y que se va criando con una cámara en la mano, que está viendo constantemente MTV, que es remelomana, que quería dejar memoria con ese soporte audiovisual. Después vienen los años de búsqueda de identidad, de cierta rebeldía, de querer afiliarme a la Juventud Comunista (JUCO), de ir con mis padres a manifestaciones y algunos paros, de aprenderme discursos y ponerme camisetas del Che Guevara, y llegó también el momento de rechazar todos esos referentes juveniles, de comenzar a marcar una distancia con los padres, siempre hay un momento de pugna en el que una no quiere que le condicionen su identidad. Después uno cae en cuenta de que eso es inevitable, que pasa y luego se acepta y se le quita importancia.
Aparentemente el retrato que plantea Utopía es sobre tu padre Fernando Gómez, pero también hay una presencia muy constante tuya, y ni se diga de tu madre, Ruby Hernández, como esposa, como como camarada, como apoyo en los momentos difíciles y compañía en los instantes de alegría. ¿Ese espacio que tiene tu mamá en la película, lo tenías planeado de esa forma o fue ella con su constancia, con su firmeza, con esa fuerza silenciosa que tienen ustedes las mujeres, que consiguió ocupar su lugar en Utopía?
No, realmente no. De manera honesta te cuento que yo no había considerado esa presencia tan fuerte de mi madre, porque consideraba que con el que tenía casi que realizar un proceso de terapia era con mi papá, porque cuando yo nací él tenía ya cuarenta años, entonces existía una gran brecha generacional que nos separaba. Por supuesto, había un montón de asuntos que yo no comprendía respecto a él, como, por ejemplo, su terquedad en su militancia, en su radicalismo en muchos aspectos; en cambio, con mi mamá siempre existió como una relación más flexible, por momentos compleja, pero siempre nos hemos entendido muy bien. Con mi papá sí sentía que necesitaba entender más cosas de él. Entonces, ya por dinámicas del rodaje que la película termina por realizarse en su mayor parte durante la época del confinamiento, la cosa cambió. Tenía planeadas algunas escenas con mi mamá, pero durante la pandemia, con el registro diario de lo que ocurría, fue casi imposible sustraerse a este personaje que siempre estaba presente, orbitando en este universo familiar, que se convirtió en una especie de pilar sobre el que se sostiene la vida de Fernando. Ahí caí en cuenta que ella también reclamaba espontáneamente una mayor presencia en la peli, con sus luchas y compromisos, aún más complejos que los de mi padre, contra estructuras patriarcales, contra jerarquías imperantes en los partidos de izquierda, contra formas sutiles o rudimentarias de ejercer violencia sobre las mujeres.
Ya en la etapa de montaje con Rodrigo Ramos, notamos que había un extenso y bien logrado material sobre mi madre, tanto, que llegamos a bromear sobre la posibilidad de hacer otra película exclusivamente sobre mi madre (Risas), pero también era evidente que nunca había hecho entrevistas con ella, que siempre era en presencia de mi padre, pero sí tenía un buen registro de su vida cotidiana, de fotos y videos de sus viajes, lo que en el fondo nos abría una serie de interrogantes, como ¿bueno, esto es la peli de mi papá o de mi mamá? ¿quién es realmente el protagonista? Entonces en el proceso del montaje, que es también el lugar en donde la película se arma a partir de los residuos, de los elementos que uno va desechando, entonces fue para mí una sorpresa muy bonita, porque Ruby cobró mucha importancia, en un lugar en el que generaba muchas repulsas entre las mismas familias conformadas por miembros de la izquierda, que pese a sostener en el discurso una posición progresista, en los hechos cotidianos, en las costumbres, en las posiciones sobre la mujer, seguían adoptando las posiciones más machistas y conservadoras, sin que ello signifique tampoco que ella se sienta oprimida. Fue un momento muy interesante el del acabado de la película, porque se abrían un montón de posibilidades, de muchos matices, incluso la posibilidad de que ella contradiga a su esposo…
… ¿bueno, esto es la peli de mi papá o de mi mamá? ¿quién es realmente el protagonista? Entonces en el proceso del montaje, que es también el lugar en donde la película se arma a partir de los residuos, de los elementos que uno va desechando, entonces fue para mí una sorpresa muy bonita, porque Ruby cobró mucha importancia …
Totalmente, a mi parecer, es ella la que mejor se ha adaptado a los nuevos tiempos, evolucionado acorde a las nuevas circunstancias. Ha sabido leer de mejor manera los enigmas que cada época le propone a cada ser humano, y de una forma muy cariñosa pero muy firme, lo cuestiona, como cuando le recalca que las luchas del pasado continúan bajo otras motivaciones, que no todo tiene que estar bendecido por la cúpula del Partido, que para tu papá viene a ser algo muy parecido a lo que significaba la Iglesia para tu abuelita, la que decía que tu mamá no se podía casar con tu papá porque él era un puto comunista (Risas).
Total, para mí fue un descubrimiento muy bonito, más ahora que ella me ha estado acompañando en las presentaciones y conversatorios, se subrayaba mucho el papel que tiene dentro de la película y la familia, y mujeres bien radicales le agradecían esta firmeza y lucidez frente a las opiniones de Fernando respecto a las posibilidades de cambio encarnadas en las nuevas generaciones. Ruby aporta desde su perspectiva a un cambio más real, y en eso creo que somos muy parecidas, también discursivamente, nos entendemos muy bien en la vida y en la película, aunque ella aparece relativamente poco en términos de metraje, de diálogos, de escenas en las que pudo cobrar más volumen, pero cuando aparece siempre es muy puntual.
Y en vista de las circunstancias tan peculiares en que tuvo lugar el rodaje, ¿cómo se desenvolvieron las jornadas de trabajo, planeabas o improvisabas? ¿hubo muchos momentos en que tu papá te dijo: “Mija, apague esa maricada y nos tomamos un café o un vinito, o nos vamos a dar un borondito a la casa”, porque en esa época no se podía salir ni a darle la vuelta a la cuadra?
Ya desde la época que estaba escribiendo el proyecto tenía la costumbre de grabar a mi papá, sobre todo entrevistas, incluso hasta de viejos camaradas suyos, entonces ya había cierta relación sólida con mi papá intermediada por la cámara, él y mi mamá ya se habían acostumbrado a verme filmándolos, ya se había disipado cualquier sensación invasiva. Y luego, cuando arranca la pandemia, justamente el fin de semana que cerraron todo, me agarró en la casa de mis padres, en Pereira, pues yo ahora vivo en Cali, y estaba cerrado todo, incluidas las carreteras. Entonces empezó a pasar muy lentamente el tiempo, con la sensación de frustración aumentando a cada momento, de pensar que el proyecto de la película se había ido al carajo, que nos íbamos a morir todos (Risas).
Ya luego me dije pues vamos a empezar a grabar, a mirar qué pasa, al principio con una camarita pequeñita, una handycam, y con ella comencé unos diarios, ni siquiera pensados para la peli, sino como un registro cotidiano de lo que estaba sucediendo con el encierro, un periodo que para los que lo vivimos va a ser inolvidable, y a partir de esas pequeñas grabaciones se fueron generando unas dinámicas apegadas a las rutinas de mi papá y de mi mamá, muy desde lo intuitivo, tratando de capturar momentos significativos, en lo posible siendo muy espontánea, captando fragmentos, no tanto de entrevistas sino de conversaciones, tardeando en la casa, jugando parqués, y cada vez iba incorporando la cámara con más firmeza. En realidad, el único momento en que me dijo que apagara la cámara fue al principio de la película, porque además había ahí un momento de tensión en el que mi mamá se enoja inclusive, y es ahí cuando mi papá me dice que no grabe más, pero en general había mucha apertura, y eso se lo achaco a haber hecho el documental prácticamente sola, operando la cámara, pues estoy segura que si hubiera llegado un equipo más numeroso, las maneras de llegar a esos momentos de intimidad hubieran sido otros, o hubiera tenido que implementar otro dispositivo cinematográfico. Siempre me quedará esa duda. Lo que finalmente se logró con esta intimidad fue que posibilitó una atmósfera, una zona de seguridad para mi papá, porque el mismo Fernando fue durante mucho tiempo muy escéptico sobre el destino de Utopía en términos como: “¿A quién carajos le va interesar la vida de un maestro sindicalista, mi historia?”. Recordaba mucho en esos momentos el documental de Alan Berliner sobre su padre en Nobody Bussines (1996), en el que su padre lo increpaba cuando le decía que a nadie le importaba su historia, que nadie iba a ir a ver esa película.
… cuando arranca la pandemia, justamente el fin de semana que cerraron todo, me agarró en la casa de mis padres, en Pereira, pues yo ahora vivo en Cali, y estaba cerrado todo, incluidas las carreteras. Entonces empezó a pasar muy lentamente el tiempo, con la sensación de frustración aumentando a cada momento, de pensar que el proyecto de la película se había ido al carajo, que nos íbamos a morir todos…
Ya avanzado el tiempo me llegó una camarita más grande, una 5D con dos lentes, y un equipo de sonido más adecuado, una Tasca y dos micrófonos, y ahí sí me elaboré un plan de rodaje que fue básicamente estar todo el día detrás de mi papá registrándolo en todas las situaciones, incluidas sus confrontaciones ideológicas con mi mamá.
Retomo lo que decía tu papá respecto a quién carajos le iba a importar tu película, ya no en términos de espectadores, sino de eventuales productores o financiadores, porque bueno, para una mayoría su papá es un referente, algo muy sagrado, pero a la hora de aplicar a una convocatoria, presentar un pitch, o convencer a unos eventuales jurados, es algo muy diferente. ¿De qué manera armaste tu proyecto para que rebasara lo estrictamente personal y se tornara en algo atractivo para gente que nunca hubiera conocido a tu papá?
Fue difícil porque yo no conocía mucho el medio, y en ese sentido ha sido un aprendizaje la forma de participar en las convocatorias, en el FDC, en los mercados de producción. Nosotros nos ganamos un FDC de Relatos Regionales, un estímulo chiquitico para rodar un cortometraje en 2019. Yo venía trabajando con Harold Hincapié como productor, que además es mi primo, y que es director del festival Cine a la calle en Barranquilla, quien también volvía a Pereira después de muchos años por fuera, y ahí fue cuando comenzamos a confabular un poco, y lo primero que conseguimos fue ese FDC, pero como te dije era muy poquito, como para un corto bien modesto, un corto, que igual, nosotros siempre estuvimos convencidos de que iba a ser un largo. Ese mismo año, 2019, estuvimos en Sapcine, en el marco del festival de cine de Cali, justamente donde hay encuentros con productores, empresas, y ahí fue donde hice un training de pitch, en preparar teaser, de establecer contactos para procesos de coproducción.
… y ahí fue cuando comenzamos a confabular un poco, y lo primero que conseguimos fue ese FDC, pero como te dije era muy poquito, como para un corto bien modesto, un corto, que igual, nosotros siempre estuvimos convencidos de que iba a ser un largo.
A partir de este recorrido, el camino se hizo más fácil, aunque durante 2020 y 2021 estuvimos aplicando a fondos nacionales e internacionales y no pasaba nada. En 2022 ya habíamos logrado un buen corte, y ahí se sumaron algunos personajes para la posproducción, y se abrió una vaki para pagar algunas deudas que teníamos. Realmente fue un proceso muy duro, de mucho aprendizaje sobre la movida cinematográfica, de sumar gente, y eso es lo que más rescato de Utopía, que fue un proceso colaborativo muy bonito, en la forma en que la gente aportó desde su campo, incluida la gente de Medellín que lo hizo de la manera más abierta y generosa con el color y el sonido. Fue a partir de esas sumas y restas, a la vaki, y al aporte de las dos empresas de Medellín, que pudimos terminar la peli.
Hay un momento en Utopía que funciona como una especie de clímax, que es el estallido social de 2021, que coincide con la confrontación ideológica al interior de tu familia, que más que ideológica, era sobre los hechos que se daban día a día, que marcaban la pauta, y sobre todo, que respaldaban tu posición acerca de que los jóvenes sí estaban muy comprometidos con la realidad política del país, pues ya pasado un tiempo, no queda duda de que ellos fueron los grandes protagonistas de estas jornadas, ya no bajo la sombrilla o las directrices del Partido y la militancia, sino desde algo, que en mi opinión, iba más allá del compromiso político, algo mucho más visceral, porque personalmente conozco gente que estuvo involucrada en el estallido social, en las marchas, en las refriegas, y que nunca habían tenido o tienen en el momento ninguna filiación política, y que en esa ocasión sintieron casi como un acto de dignidad ciudadana salir a las calles a protestar. ¿Por qué decidiste cargar las tintas en esas jornadas tan combativas y tan necesarias para la historia reciente del país?
Como te decía al principio, la película fue incorporando momentos que ahora consideramos históricos, que rebasaron el planteamiento inicial de la película, que era un poco la relación padre e hija, obviamente en medio de un diálogo generacional, sobre lo que significaba la utopía para cada uno de los dos, entonces son estos momentos maravillosos que le permiten al documental irse encontrando con la vida misma, como sucedió con el primer estallido de 2019, y posteriormente el segundo de 2021, que quedaron registrados en parte por el deseo de ser testigos de un momento muy trascendental, repito, histórico, sin saber muy bien si eso iba a entrar en la película o no. Fue algo muy intuitivo, aunque tenía el pálpito que finalmente sí lo iba a usar. El estallido del 2021 me cogió en Cali, que fue el foco más combativo en Colombia, y ahí comencé a refrendar mi sensación de que realmente se estaba luchando contra la desigualdad y la injusticia de toda la vida; pero, ese momento, se podía escuchar por encima de todo este clamor, la de un discurso generacional, cuyos portavoces estaban arriesgando sus vidas todos los días en las calles por un descontento social muy grande, muy fuerte, y que en mi opinión, eran elementos que la relacionaban con la generación de mi padre, que también dio la lucha de manera muy aguerrida, que sufrió persecuciones, que tal vez encaraban las luchas de otras formas, con otras bases y otros matices ideológicos, pero que en el fondo era una misma lucha.
El estallido del 2021 me cogió en Cali, que fue el foco más combativo en Colombia, y ahí comencé a refrendar mi sensación de que realmente se estaba luchando contra la desigualdad y la injusticia de toda la vida;
Me pareció muy interesante cómo se daba este encuentro, cómo la historia casi se repetía con otros protagonistas y matices, porque tampoco la generación del estallido era la primera que salía a protestar a las calles. La resistencia siempre ha estado ahí, y así esta generación no se identificara con la de las décadas pasadas, de alguna manera estaban en las calles porque los viejos de hace treinta o cuarenta años ya habían estado antes ahí. Pienso que ese momento es la síntesis de ese diálogo intergeneracional que yo planteaba en la película, y que podía poner en situación ese choque o acercamiento.