La otra forma, de Diego Felipe Guzmán

Salir del molde y no morir en el intento

Esteban Arango E.

Si hay algo para destacar del audiovisual colombiano en la última década es la variedad de propuestas que ha logrado poner en pantalla. Las producciones en nuestro país se han volcado hacia búsquedas más personales, ejercicios formales o de género y, sobre todo, temáticas que no habían sido tan exploradas, dejando atrás el estigma de un cine homogéneo, que solo encontraba inspiración mirando las grietas de su misma sociedad.

 

Aún con la salvedad del terreno ganado por las libertades creativas, una película animada de ciencia ficción y sin diálogos no deja de ser una rara avis para nuestro contexto. Más cuando el correr de los minutos hace evidente que las imágenes de La otra forma (2022) no fueron pensadas para un público muy infantil.

 

La ópera prima de Diego Felipe Guzmán recurre a la animación no con fines educativos o de entretenimiento, sino para introducirnos a un escenario futurista, en el que las personas viven con un marco en sus cabezas, que los restringe tanto física como mentalmente.

 

Ese encasillamiento se da en un mundo cuadriculado, donde todas las cosas tienen una misma forma y los habitantes se comportan igual, impulsados por el deseo de encajar y, en un plano más tangible, de ser enviados como recompensa al paraíso cúbico que les ha sido prometido – y que los espectadores terrenales conocemos como Luna–.

 

Para lograrlo, los personajes deben completar su proceso de escuadrado, que consiste en seguir la rutina de sus ordinarias vidas y reforzar cada noche las tuercas de sus respectivos marcos, alejando así pensamientos que puedan volverlos distintos. Sin embargo, no todos persiguen este propósito o le encuentran el mismo sentido, y es ahí cuando los tornillos empiezan a zafarse.

 

A partir de esta premisa, el director se sirve de unos lugares “comunes” para desarrollar a su personaje principal y conectarlo con la audiencia, como la cuestión de la identidad, el conflicto entre el deber ser y la voluntad propia o el valor de la individualidad en medio de las masas. Comunes en tanto el espectador puede identificarse con ellos, no por ser clichés o porque Guzmán evite profundizar en ellos.

 

Después es claro que La otra forma no pretende quedarse en esa superficie. El argumento va abriendo paso a metáforas sobre la salud mental, la autopercepción e, inclusive, se aventura a jugar con la idea de una entidad superior que ostenta el control de la sociedad y reprime cualquier atisbo de divergencia –muy al estilo del cine cyberpunk–.

… el director se sirve de unos lugares “comunes” para desarrollar a su personaje principal y conectarlo con la audiencia, como la cuestión de la identidad, el conflicto entre el deber ser y la voluntad propia o el valor de la individualidad en medio de las masas.

Así como su protagonista se arriesga a escapar para encontrarle un sentido a las cosas, la película redobla su apuesta inicial y sale airosa en el intento. Pasamos de ver una animación muda y con un estilo visual extravagante a una obra que tiene preguntas por resolver y que, por lo tanto, nos invita a ser parte activa de ella; a prestar atención a sus detalles y a establecer conjeturas para entender lo que está ocurriendo.

 

Si bien llega un punto en que el conflicto se vuelve reiterativo y se dificulta seguirle el hilo a la trama de cada personaje, La otra forma mantiene su interés por exaltar la diferencia, siendo en sí misma un ejemplo de lo que busca, y resulta en una invitación a seguir expandiendo la mencionada variedad de nuestro cine. En especial en el campo animado, donde hacen falta más propuestas adultas, retadoras y que se desliguen de la tediosa carga que implica el dejar moralejas.