La perra, de Carla Melo

David Sánchez

Carla Melo presenta su cortometraje de animación La perra  en todos los festivales prestigiosos a los que podía optar: Cannes y Annecy. La obra tiene dos visiones, dos posibles críticas, una sobre el guion y otra sobre la técnica usada. El guion trata, como ya hizo en su primer corto, Por ahora un cuento, de unas garzas de cuello para arriba y cuerpo de humano de cuello para abajo. Madre e hija comparten casa con una perra. El tiempo pasa y le llega la madurez a la niña, ésta abandona su casa por no poder aguantar la presión que la madre ejerce sobre ella.

 

Hasta este punto la narrativa nos muestra una madre que parece ejercer la prostitución, ella de cabeza morada, con un cuerpo que en ocasiones se transforma en una mutación con varios pechos, recorremos su cuerpo gracias a unos vertiginosos planos, mostrándonos sus glúteos, sus piernas, mostrandonos una especie de falsa satisfacción de lo que hace para ganarse la vida.

 

Este punto es recurrente, en toda la cinta vemos la figura de la mujer, representada por las dos garzas y la perra, maltratadas, marginadas, pisoteadas por la figura del “macho”. En unos casos son unos obreros que lanzan piropos, un perro que pretende copular con la perra, o el novio de la joven garza, que parece tener la cabeza de un gallo para demostrar la arrogancia de ese género del que no parece salvarse nadie.

Un shock en toda regla para la joven ave de cabeza amarilla y pechos firmes, que poco a poco irán cediendo a la gravedad como le pasó a su madre. El paso del tiempo, la nostalgia por volver a una casa en la que no se siente a gusto, pero se siente querida. Una perra que aparece dibujada en la memoria montañosa desde la ventana. Una vida con seres del sexo opuesto a evitar, un mensaje en el que pareciera que una sociedad donde solo hubiera hembras sería la sociedad perfecta. La falta de margen, de oportunidad a la otra parte de la ecuación de poder comportarse de forma respetuosa, parece transmitir la idea de que no hay solución, la única es volver a casa, y abrazar a las hembras que hay, su perra y su madre.

Unos estereotipos que deben de existir a pesar de que quite credibilidad a la cinta, pero que aporta inevitablemente un debate, que si bien es necesario, en un mundo globalizado parecen fuera de escala para ojos de países en donde ser mujer es una verdadera pesadilla …

La temática está muy en boga últimamente en los festivales de cine, podemos ver casos extremos como en la terrorífica (en todos los sentidos) Lamento, de Rubén Sánchez, en donde una adolescente parece pasar pruebas puestas por Takeshi Kitano para evitar ser abusada por todos los hombres que le hablan. Otro ejemplo es Alegre y olé, de Clara Santaolaya, en donde un hombre arruinó la vida de la mujer protagonista, y lo mismo hizo el chico con la joven que comparte el protagonismo en la cinta. Unos estereotipos que deben de existir a pesar de que quite credibilidad a la cinta, pero que aporta inevitablemente un debate, que si bien es necesario, en un mundo globalizado parecen fuera de escala para ojos de países en donde ser mujer es una verdadera pesadilla (ablación, matrimonios forzados…)

 

La técnica está bien conseguida, los siete meses de delineado y cinco de entintado, han conseguido que las formas poco precisas de los personajes nos transmitan lo que quieren, una sensibilidad rara, sin poder definirse, unas vibraciones en los colores que hacen que el espectador se quede absorto en unos dibujos dinámicos, con ángulos imposibles desde el morro de la perra, hasta la icónica imagen del pico de la joven partido. Un pubis repleto de pelo aquí es visto con curiosidad, la misma que tiene la protagonista cuando ve esa mata asalvajada crecer en ella. Los cambios de niña a mujer son la parte que Carla quiere mostrar en su obra, unos cambios que no solamente se ven con el paso del tiempo (pechos caídos, arrugas, flacidez, incluso muerte por vejez de la perra) sino que también vemos el cambio al instante, en esos colores vibrantes, que palpitan, que se mueven por la cabeza de las garzas, que nos hacen ver que lo que estamos viendo está vivo.

 

La animación colombiana tiene su máxima expresión en Santiago Caicedo, quien con Virus tropical, allá por 2017, sorprendió al mundo y a Colombia con una maravilla que recorrió festivales como Berlín o Annecy. Él fue quién dio los primeros pasos a nivel internacional. Después llegaron, entre otros, Diego Felipe Guzmán, quién participó en competición oficial de Annecy 2022 con La otra forma. La animación colombiana es mucho más rica de lo que uno puede llegar a imaginarse, un ejemplo es el ruso de nacimiento pero colombiano de corazón Alex Budovsky, quién ganó en Sundance con Bathtime in Clerkenwell.

 

Carla pertenece a una nueva ola, la que viene, como ella misma lo describe, de la Universidad Pontificia Javeriana, en donde la profesora Cecilia Traslaviña consigue impregnar de imaginación la animación, haciendo que esta sea una variante más abstracta que la de los ejemplos anteriormente mencionados.

 

Estaremos pendientes a lo que hagan los estudiantes de la Javeriana, de Carla Melo, y del cine de animación colombiano, ya que parecen tener un futuro brillante.