Del álbum privado a la internet, fotos de la familia Córdoba González*

Silvia Córdoba González

Desde hace varias generaciones mi familia paterna, Córdoba Sevillano, así como la materna, González Rodríguez, ha vivido en Medellín, Colombia. Como habitantes de un pueblo grande que se convirtió en ciudad, hicieron parte de una reducida élite que les permitió acceder a ciertos lujos de la época, uno de ellos fue la fotografía, un nuevo invento que llegaba a las ciudades intermedias de Latinoamérica a principios del siglo XX.

 

Durante más de un siglo las historias de mi familia han sido registradas y guardadas en diferentes álbumes fotográficos que han pasado de generación en generación, y que hoy están en mis manos. Se trata de cerca de 3.300 fotografías en 11 álbumes y varias cajas de fotos, negativos, diapositivas y contactos que fueron tomados entre 1920 y 1970 y cerca de 80 álbumes con fotos entre 1971 y 2007 en diferentes formatos, cuyo contenido todavía es desconocido, pero estos cálculos son inexactos y aun hoy no hay certeza sobre el tamaño real de la colección, pues cuando un anciano muere en mi familia, me llega un nuevo álbum o caja de recuerdos.

 

Este archivo es el reflejo de la vida cotidiana de dos familias en la primera mitad del siglo XX, que describe de manera detallada las relaciones de un grupo social que, por su situación económica emergente, tuvo la posibilidad de retratarse en estudios fotográficos y que, a partir de los años veinte, accedieron a cámaras con las que fotografiaron los aspectos más importantes de su vida familiar y social. Gente normal en una época en la que retratarse era un hecho extraordinario.

Durante décadas estos recuerdos y memorias estuvieron guardados, primero en la casa de mis padres y luego en un anaquel de mi biblioteca, hasta que en 2016 una amiga me convenció de hacer algo con ellos. ¿Pero, hacer qué? Iniciamos el proceso de revisión del contenido sin tener idea del viaje que estábamos a punto de emprender. Hicimos una primera descripción en un cuadro de Excel de los once álbumes más viejos, como tratando de encontrar algo que nos permitiera identificar eso que hacía de estos álbumes de fotos algo importante y especial para alguien por fuera de mi círculo familiar.

 

De manera intuitiva separamos la parte más antigua de la colección en cinco grupos: las fotos de Enrique, mi abuelo materno; el álbum de María Helena, su hermana; las fotos de mi abuelo paterno Leonidas; los tres álbumes de Lastenia, su hermana; y el álbum de Juan Rodríguez, hermano de mi abuela materna. Quedaron por fuera los álbumes de mi abuela materna porque recoge fotografías tomadas por diferentes personas, y una caja de películas de cine de 8mm que mi padre había filmado en su juventud.

 

Fue entonces cuando me acerqué a la Biblioteca Pública Piloto de Medellín (BPP), uno de los espacios con mayor experiencia en la restauración y conservación de archivos fotográficos en Colombia, con el pretexto de que yo tenía algunas fotografías que pertenecían a la familia de Melitón Rodríguez, un tío de mi abuela materna, y uno de los fotógrafos más importantes de la ciudad durante los siglos XIX y XX. Sin proponérmelo habíamos empezado a buscar el valor patrimonial de la colección.

… me acerqué a la Biblioteca Pública Piloto de Medellín (BPP), uno de los espacios con mayor experiencia en la restauración y conservación de archivos fotográficos en Colombia, con el pretexto de que yo tenía algunas fotografías que pertenecían a la familia de Melitón Rodríguez, un tío de mi abuela materna …

 

En 2017 escribimos el primer proyecto para aplicar a una beca en gestión de archivos con el Archivo General de la Nación, cuyo objetivo era organizar toda la colección familiar. La beca nos fue negada, entre otras cosas, porque queríamos abarcar demasiado en poco tiempo y con escasos recursos. En este punto ya teníamos dos lecciones: 1. Es necesario delimitar la cantidad de trabajo para dividirlo en etapas, y 2. Hay que encontrar el valor de cada uno de los fondos de la colección.

 

El apoyo de la Biblioteca nos permitió tener un norte claro; los objetivos y metodología desde entonces han sido los mismos: realizar trabajos de inventario y catalogación, primeros auxilios, digitalización y corrección digital, almacenamiento y divulgación de los diferentes fondos de la colección de la familia Córdoba González. Desde el comienzo hemos trabajado de la mano de la misma asesora, que es experta en conservación y restauración de bienes culturales muebles, y un equipo de cuatro personas: una comunicadora audiovisual responsable de la descripción y catalogación de los soportes, una publicista para hacer todo el trabajo de corrección digital y página web, un antropólogo visual para la investigación y digitalización y yo, comunicadora social, periodista, que asumí el trabajo de primeros auxilios, almacenamiento y divulgación. Toda nuestra labor ha sido un aprendizaje desde la práctica, con la participación en talleres de diferentes temas que alimentan nuestro escaso saber sobre la conservación y la archivística, y un arduo trabajo en gestión para la búsqueda de recursos que nos permitan, al menos durante tres meses al año, concentrarnos en un proyecto.

 

En 2019, y luego de varios intentos con distintas entidades ganamos por fin nuestra primera convocatoria pública con el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia (ICPA), en la que nos centramos únicamente en un grupo de fotos que aparecían marcadas en una caja como Fotos profesionales, que pertenecían a mi abuelo, el ingeniero Enrique González Mesa. Se trata de un álbum con 78 fotografías, y 35 fotos sueltas con imágenes de la construcción de la Hidroeléctrica de Guadalupe, la primera que se hizo en el departamento de Antioquia en la década de 1930, donde él fue ingeniero, en las que detallan las excavaciones, maquinaria y obreros del más importante megaproyecto de la época; También había cerca de 60 fotos del montaje de la planta de Coltejer en Itagüí, una empresa de textiles que se convirtió en el motor económico de la ciudad de Medellín en la primera mitad del Siglo XX; 45 fotos de la primera barcaza sobre el Río Cauca; 22 de un proceso de mejoramiento de viviendas en Urabá, una zona perdida entre la selva y el mar caribe en la frontera con Panamá; 16 transparencias, 12 negativos y cerca de 70 fotos sin identificar en diferentes lugares de Antioquia y Colombia. Con estos recursos recuperamos 370 fotografías inéditas tomadas entre 1925 y 1970, que muestran, desde la mirada de un ingeniero civil, obras de ingeniería fundamentales para el progreso de la región.

 

Este proyecto, Fotos profesionales del ingeniero Enrique González Mesa, finalizó con exposiciones itinerantes por diferentes pueblos y municipios de Antioquia, acompañadas de charlas sobre la importancia de preservar las fotografías en papel y sus cuidados básicos con poco presupuesto. También tuvimos un primer acercamiento, muy tímido, a las redes sociales: abrimos una cuenta de Instagram @fotosdefamiliaco, que nos permitió entender que sí hay un grupo de personas atentas a las fotos antiguas, no importa que sean de mi familia o de otra, y encontramos en ellas un espacio de comunicación de doble vía con un grupo de personas interesadas en la historia y el patrimonio. Mi abuelo, quien falleció de 99 años en 2004, alcanzó a conocer los primeros asomos de la internet, pero nunca se imaginó que esas fotografías que tomó en su juventud pudieran llegar en un solo día a más personas de las que las habían observado durante toda su existencia. ¿Qué pensaría hoy del alcance que han logrado sus imágenes?

El 2020 nos marcó a todos. La pandemia me dejó varada en Uruguay durante cuatro meses, tiempo suficiente para escribir el segundo proyecto, nuevamente para el ICPA: Fotografías de una mujer soltera en la década de los 30. Álbum de Lastenia Córdoba Maya. Se trata del primero de tres álbumes de una tía de mi padre, que vivió entre 1911 y 2001. El hecho de estar en Uruguay fue fundamental, pues pasé todo este tiempo en la casa de mi tía Sonia, hermana de mi padre y sobrina de Lastenia, quien me dio luces para comprender al personaje y, nuevamente, buscar el valor patrimonial de sus fotografías.

Mi abuelo, quien falleció de 99 años en 2004, alcanzó a conocer los primeros asomos de la internet, pero nunca se imaginó que esas fotografías que tomó en su juventud pudieran llegar en un solo día a más personas de las que las habían observado durante toda su existencia.

Lastenia era hija de mis bisabuelos Juana Maya Restrepo, una ama de casa y madre de 12 hijos, con Félix Antonio Córdoba, un carpintero de Medellín; una familia católica y tradicional. A diferencia de la mayoría de las mujeres de su generación, ella tuvo acceso a educación básica que le permitió trabajar como secretaria en los negocios de una importante familia de comerciantes de las telas, y desarrollarse con independencia económica. Tuvo una cámara fotográfica y viajó por Antioquia y Colombia en una época en la que, si bien todavía no se hablaba de feminismo, salió del esquema en la que las mujeres estábamos destinadas a casarnos, tener hijos y cuidar una familia.

 

¿Cómo veía el mundo una mujer en Medellín hace casi cien años?, ¿Qué era tan importante que merecía ser fotografiado y guardado en la memoria?, ¿A dónde iba?, ¿Cómo se vestía?, ¿Quiénes la acompañaban? Este álbum nos permitió responder parcialmente estas preguntas y encontrar el lugar de la mujer soltera dentro de una sociedad conservadora y patriarcal, y nos permitió entrever la vida cotidiana y la intimidad de algunas familias antioqueñas. Al igual que mi abuelo, este fondo no se trata de la obra de una artista o fotógrafa de oficio, su autora plasmó en sus fotos un fragmento de la historia de un grupo de mujeres jóvenes de clase media alta que tuvieron acceso a usar una cámara fotográfica, donde cada imagen permite ver que fue pensada y planeada con cuidado para guardar un momento sagrado.

 

Durante el proceso de conservación de este fondo fue necesario fabricar un álbum de fotografías que no existía, pues en 2007, luego de un accidente cerebrovascular, encontré a mi padre despegando todas las fotos para escanearlas, tal vez en un esfuerzo desesperado para atrapar su memoria. Del álbum quedaron en ese momento las páginas manchadas de pegante y las fotos sueltas desperdigadas por el suelo, que años más tarde armamos intuitivamente y de manera cronológica. En este proyecto trabajamos sobre 393 soportes en papel.

 

La pandemia nos obligó a ampliar el tema de la internet, y a utilizar herramientas virtuales para la divulgación del trabajo, pues al momento de finalizarlo el mundo todavía estaba detenido por el bicho, y estaba prohibida cualquier tipo de reunión o exposición física. Continuamos alimentando la cuenta de Instagram y abrimos el Facebook @fotosdefamilia, además, creamos el sitio web www.fotosdefamilia.co bajo licencia de CreativeCommons atribución No Comercial – Sin Derivadas, donde no se admite el uso comercial ni la modificación de las obras, pero si descargarlas y usarlas con otros fines, ojalá educativos y para la investigación. Esto es solo un formalismo, pues en la internet, todo es público y accesible para su transformación y venta.

Continuamos alimentando la cuenta de Instagram y abrimos el Facebook @fotosdefamilia, además, creamos el sitio web www.fotosdefamilia.co bajo licencia de CreativeCommons atribución No Comercial – Sin Derivadas …

Las fotos de Lastenia, a diferencia de las del abuelo, son fotos emocionales, algo así como el feed de una joven llenando su Instagram hace cien años. Son imágenes de paseos, niños, familia, amigos y paisajes donde se rompen algunas de las reglas de etiqueta, que me llevaron a un viaje profundo y personal sobre mi familia, la soltería y la mirada de la mujer en mi propio contexto. Detrás de algunas de sus fotos se encontramos textos escritos sin cuidado y con rabia, que al parecer correspondían a una pena de amor por un hombre al que amó. ¿Quería Lastenia que su tristeza se mostrara al mundo?, ¿Qué debe mantenerse en la intimidad del álbum y qué debe mostrarse? Sus fotos me permitieron verme en ella y comprender el valor y la fuerza que tuvieron mis antepasadas cuando optaron por vivir su vida de otras maneras que yo misma he replicado de manera inconsciente.

 

Al año siguiente, en 2021, mi padre, de 85 años, tuvo nuevamente una enfermedad grave. Cuando estaba en el hospital comprendí que su poderosa memoria se seguía diluyendo y que sus recuerdos no aguantarían mucho más tiempo. Aplicamos a una beca, nuevamente con el ICPA para recuperar los rollos de cine que él filmó. En el año 1959, cuando tenía 23 años, el estudiante de ingeniería Carlos Ignacio Córdoba Sevillano compró su primera cámara de cine, una Bolex 8-SL con la que se dedicó a filmar en formato de 8mm los distintos eventos de su vida. Durante quince años esta cámara fue testigo de las celebraciones de navidad, los matrimonios, bautizos, primeras comuniones y paseos de las familias Córdoba Sevillano y González Rodríguez, además, en el período entre 1961 y 1964 sirvió como herramienta de trabajo del recién graduado ingeniero, que viajaba por el departamento laborando en la Empresa Electrificadora de Antioquia para llevar luz a los distintos municipios.

 

El día de mi primera comunión la cámara dejó de funcionar para siempre y se guardó en un armario junto al proyector, la lámpara y las películas durante más de cuarenta años. Todo el material corresponde a 22 rollos de distintas longitudes de cine silente, de los cuales hay dos horas que fueron burdamente transferidas a video8 con la proyección en la puerta brillante de un baño y cuyo contenido estaba medianamente identificado, el resto dependía de la memoria de mis padres.  Adicional a las películas familiares, en este fondo encontramos un rollo de 400 pies y cuatro de 50 pies marcados como “Electrificadora”, que hacen referencia a los viajes de trabajo realizados por mi padre, y que se suman a las fotografías de mi abuelo como registro de procesos importantes para la ingeniería local.

 

Este proceso de identificación de las imágenes me permitió comprender mi propio error al repetirme durante años que yo era fotógrafa porque mis fotos me permitirían recordar el pasado cuando la memoria comenzara a irse, una sentencia que viene programada en mis genes. La palmada en la cara llegó cuando, una vez digitalizadas las películas, tuve largas sesiones con mis padres para corroborar la información del Formato Único de Información Documental FUID, y evidencié que la memoria se va, aunque tengas los recuerdos al frente de tus ojos. La mayoría de las personas, no familiares, que aparecen en las películas, se guardaron en un Excel sin nombres ni apellidos, mientras asistían a eventos sin invitación en lugares desconocidos. Entonces, ¿cuál es el sentido de guardar un instante en el tiempo?

 

La restauración, digitalización e inventario de las películas de 8mm permitió indagar en la mirada cotidiana de un antioqueño en los años sesenta, los ritos religiosos, la llegada de nuevos miembros a la familia, los encuentros y paseos de una generación. Hoy estas películas familiares cobran relevancia en la medida en que son el único testigo de la cotidianidad en un tiempo previo a la existencia del video casero, en el que la televisión se producía en directo y desde estudios con contenidos muy alejados de la vida cotidiana de los habitantes.

La restauración, digitalización e inventario de las películas de 8mm permitió indagar en la mirada cotidiana de un antioqueño en los años sesenta, los ritos religiosos, la llegada de nuevos miembros a la familia, los encuentros y paseos de una generación.

Sesenta años después de la filmación de este material, gracias a la tecnología, se pueda grabar prácticamente todo, pero en ese momento el registro dependía de la disponibilidad de equipos y de la viabilidad económica para mandar a revelar a Venezuela o Estados Unidos, lo que hace que las imágenes de esta época sean fragmentadas y escasas. Nuevamente este proyecto nos invitó a ampliar la participación en la internet, donde abrimos un canal de YouTube para publicar pequeños fragmentos de video de 30 segundos que también se compartieron en el Instagram, Facebook y en una nueva sección de nuestra propia página web.

 

Para 2022 participamos ante el Ministerio de Cultura por una beca en gestión de archivos con el proyecto Dulzura, silencio y lágrimas. Álbumes de María Helena González Mesa, otra tía abuela, que al igual que Lastenia, nació en Medellín en 1911, y aunque ambas son mis tías abuelas posiblemente nunca se conocieron.

 

María Helena fue hija de mis bisabuelos maternos, Rosa Tulia Mesa Posada (1880-1964) y Nicanor González Uribe (1861-1951), descendiente de una familia de mineros fundadora del municipio de Andes, en el suroeste antioqueño. Luego de estudiar medicina en la universidad Nacional, Nicanor fue cónsul en Burdeos, París y Génova, lo que permitió que sus hijos Enrique, Margarita y María Helena tuvieran la posibilidad de viajar por Europa y conocer otras culturas desde su infancia.

Su álbum de fotografías es un libro de 44 páginas y 142 fotos que retrata sus paseos por diferentes lugares de Colombia y el mundo como Miami, Aruba, Curazao, París o La Habana en su juventud. Adicionalmente, hay decenas de retratos en distintos eventos sociales y paseos con el grupo de amigas que la acompañó toda su vida, todo el álbum es una oda a la amistad; No hay niños ni familia sino el registro de una vida social activa y sofisticada. En su álbum hay también vestigios de una historia de amor inconclusa con un hombre que fue rechazado por la familia.

 

Junto a su álbum de fotografías, ella conservó un cuaderno de autógrafos con 55 dedicatorias de personalidades, artistas e intelectuales locales de la época como Sofía Ospina de Navarro y Tomás Carrasquilla, dibujos en lápiz de León Cano, Ciro Mendía y Eladio Vélez, la firma de la artista argentina Berta Singerman e incluso hay una firma de Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo del pueblo, aspirante a la presidencia de la república asesinado en 1949. Su autógrafo está atrapado entre dos hojas pegadas una contra otra y solo se observa en contraluz, pues una mujer de su familia no podría tener en su cuaderno y a la vista de todos, la marca de un líder de izquierda.

 

Esta página fue el detonante que me permitió observar de nuevo el enorme esfuerzo que hicieron las mujeres de mi familia antes de mí, ¿Qué más había escondido en estos álbumes? En su autógrafo, a la mitad del libro, su padre le dice: Querida hija: La mujer en el hogar tiene tres armas con las cuales es invencible: la primera es la dulzura; la segunda el silencio; la tercera las lágrimas. Nicanor González U.  – Medellín, setiembre 9/1,932. Las palabras de su padre son un legado para María Helena, pero también para todas las mujeres que la precedimos, de quienes se esperaba que viviéramos nuestras vidas sin transgresiones.

… hay una firma de Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo del pueblo, aspirante a la presidencia de la república asesinado en 1949. Su autógrafo está atrapado entre dos hojas pegadas una contra otra y solo se observa en contraluz, pues una mujer de su familia no podría tener en su cuaderno y a la vista de todos, la marca de un líder de izquierda.

Mis dos tías abuelas, Lastenia y María Helena vivieron y murieron en la soltería. Ambas tuvieron amores con quienes no pudieron compartir su vida, y que solo escudriñando entre sus álbumes permiten vislumbrar encuentros imposibles. Sus álbumes eran sus diarios que esconden el deseo de transmutar lo establecido, entonces pasé de verlas como dos solteronas a dos mujeres que desafiaron su entorno, que no se casaron con otro hombre que no fuera su gran amor, que viajaron con sus cámaras por Colombia y por el mundo, trabajaron en un ámbito corporativo gobernado por lo masculino, que tuvieron el privilegio de cuidar a sus padres en la vejez y que murieron en la abundancia que les dio la vida. De alguna forma yo soy ellas luego de dos generaciones de dulzura, en las que quedaron atrás el silencio y las lágrimas.

 

El pasado mes de agosto recibimos nuevamente la noticia de que en 2023 también trabajaremos con otro fondo gracias a un estímulo del Ministerio de Cultura con el proyecto Álbum de Juan Rodríguez A. Empezado en noviembre de 1923. Juan Rodríguez Arango (1905-1966) nació en Medellín, fue el mayor de los cuatro hijos de Ana María Arango Lalinde (1878-1944) y Cipriano Rodríguez Lalinde (1866-1927) Sus hermanos fueron Elkin, José y mi abuela Maruja. Su padre, Cipriano, era primo de Melitón Rodríguez pionero de la fotografía en Antioquia, y quien, sin saberlo, nos abrió las puertas de la Biblioteca Pública Piloto al principio de este viaje.

 

Juan empezó y dejó la marca en la primera hoja de su álbum en noviembre de 1923, hace cien años cuando tenía 18, y lo terminó en 1927 tras la muerte de su padre, cuando la condición económica de la familia cayó dramáticamente y él se radicó en Bogotá. Mi abuela Maruja guardó durante décadas el álbum que le entregó a mi madre.

 

Sus fotos muestran la vida social de un joven de clase alta de la Medellín de la década de los años veinte, donde abundan las fiestas y paseos con su círculo social, jóvenes de su edad, de los cuales algunos se convirtieron en personajes de relevancia en la sociedad colombiana durante el siglo XX. Este álbum conserva lugares de una Antioquia que ya no existe con fotografías del Río Medellín sin canalizar, el tranvía de oriente o los barcos a vapor por el Rio Magdalena en el municipio de Puerto Berrío. Además, hay imágenes de las que podrían ser las primeras fiestas de disfraces en la ciudad, serenatas y paseos de olla en potreros que hoy son barrios de Medellín.

 

El de Juan es un pequeño álbum de 22 x 13 centímetros con 44 folios y 234 fotografías originales en blanco y negro de diferentes dimensiones. Además de la calidad estética de las imágenes, las poses, los encuadres y el cuidado con que se registraron, este álbum está cuidadosamente diseñado. Algunas fotos son cortadas en su silueta, otras son circulares o en forma de rombo, incluso hay algunas que miden solamente un centímetro porque las editó para el álbum, y la mayoría tiene esquineros diferentes a los del resto de la colección familiar, además casi todas las páginas tienen de textos escritos con blanco sobre la cartulina negra, donde se nombra a los personajes de las fotos, se explica la situación o se titula con frases como “bellezas antioqueñas” o “marranicidio en Pereke” donde se marca la disección, decapitación y confección de una marranada en 1926. ¿Qué esconden las fotos de un joven rico y fiestero en la Medellín de hace un siglo? Estamos en ese camino.

Además de la calidad estética de las imágenes, las poses, los encuadres y el cuidado con que se registraron, este álbum está cuidadosamente diseñado. Algunas fotos son cortadas en su silueta, otras son circulares o en forma de rombo …

Desde hace cinco años, cuando me preguntan qué hago, mi respuesta es que yo trabajo despertando muertos. Hasta ahora todos son de mi familia, son mis ancestros. Cuando los observo me busco en sus ojos, sus posturas y sus gestos. Les hablo, les pido el permiso y la sabiduría para tratarlos con amor y respeto, para entender sus álbumes, lo que muestran y lo que esconden con cada foto, para saber qué es eso que quisieron decir, con la intención de honrar su existencia y de hallar qué quieren que salga a la luz y qué debe mantenerse escondido entre las hojas pegadas.

 

Hacerse una foto es como multiplicarse, sacar una copia de sí mismo y sobrevivir al tiempo. Las personas se toman fotos para que las vean. Pero una cosa es permanecer entre en un cajón eternamente, y otra es volver a existir no solo como imagen sino como memoria; entonces, esa gente que estaba encerrada en la oscuridad tiene otra vez nombre, vuelve a sonreír y a posar para la cámara en un paseo, una fiesta o junto al amor de su vida; las ciudades vuelven a ser campos abiertos, los ríos se llenan de nuevo con aguas limpias y los enormes edificios se convierten en las casonas que ya nadie recuerda.

 

Ahí se suma la internet. Sus álbumes personales, familiares, sociales o profesionales se convierten en piezas digitales donde las imágenes de color sepia brillan nuevamente con los tonos entre el blanco y el negro que se perdieron con el ácido del papel, el calor y la luz, y se suben a la red global para llegar virtualmente al mundo entero.  Eso que escondían ya es público, y regresa la pregunta por la intimidad, una palabra que poco importa en el mundo actual, donde las fotos que un día fueron normales se convierten en imágenes patrimoniales, y la gente que las tomó, en personas extraordinarias.

 

*Ponencia presentada durante las IV Jornadas de discusión / III Congreso Internacional. Archivos personales comúnmente extraordinarios: Experiencias, trayectorias y derivas. Buenos Aires, 21 de septiembre de 2023