El canto del auricanturi, de Camila Rodríguez Triana

Intentando recuperar lo que se ha perdido: Palabras a una película y a algunos de sus personajes

Daniel Tamayo Uribe

Una frágil luz como de una antorcha o una linterna a punto de apagarse intenta iluminar en medio de la penumbra. Algo se resiste a desaparecer, pero tampoco es en plenitud. Así me parecen las existencias espectrales en la película El canto del auricanturi (2023), dirigida por Camila Rodríguez Triana. Allí nos encontramos con Rocío, una mujer que desde muy joven ha estado lejos de su madre, Alba, a quien su hija la ha creído muerta, pero que sigue viviendo, desde hace no sabemos cuánto, con un silencio sepulcral en la casa en que alguna vez vivieron juntas con el padre y marido, desaparecido. La protagonista regresa a su pueblo natal y entonces intenta hacerle saber a Alba que está embarazada, pero la comunicación es difícil por el silencio de la madre. Al mismo tiempo, personas, objetos, lugares y animales expresan el semblante fantasmal de un pueblo asolado por la violencia de la guerra. Todos los personajes, humanos y no humanos, parecen tratar de recuperar algo que han perdido y cuya huella aún permanece. Me dirigiré a ellos.

 

Al pueblo, a la casa, al bosque, a la laguna

El entorno rural en que se encuentran ustedes es blanco y frío como usualmente nos imaginamos a los fantasmas. Se le ve bastante abandonado, descuidado pueblo. Sus calles son solitarias, su bar parece “de mala muerte”, con presencias masculinas sospechosas o cínicamente oscuras. En algunas partes cuenta con flores. Parecen algo tristes, pero son suaves y siguen vivas. Son también sus presencias femeninas, más bien resguardadas.

 

Hay algunas casas que, como ustedes, conservan la energía hogareña pero con mucha melancolía. Por una parte, te tenemos a ti, casa vecina o secundaria, en que se trabaja con flores y tejidos. Tal vez son dos casas las que veo pero creo que solo eres una, es confuso. También tienes en un altar a un hombre de antaño. Este parece repetirse en otros hogares, los veamos o no. Pasa así con la casa protagónica, por otra parte, aunque el altar no existe como tal en ti, en cambio lo tienes fragmentado en objetos olvidados como el viejo y pequeño retrato de un señor. Así, tus viejas vidas individuales o familiares siguen presentes como una fantasmalidad color sepia de atmósfera fría y acogedora. Esta se siente en tus tasas sobre la mesa para comer, tus camas empolvadas, las sillas y muebles que parecen a punto de quebrarse, pero no lo hacen, y un telar que tal vez todavía funciona. Viejos hogares, espacios del recuerdo, ha pasado el tiempo y en ustedes aún se puede anidar la vida, pequeñas plantas al menos.

 

Plantas que quizás puedan llegar a crecer como los altos y aparentemente infinitos árboles en usted, bosque. Tiene algo de acogedor al mismo tiempo que de sobrecogedor. Su ambiente es blanco y con ello su frescura está entre el descanso y al agobio. Sus colores cafés y rojizo pálidos son, como con el resto, expresión de su espectralidad vital. Fácilmente uno puede perderse en usted, en sus intrincados caminos bajo los árboles y el paisaje repetitivo. En conformidad usted conserva objetos perdidos, apenas partes derivadas como prendas de ropas antes usadas, que nos permiten conectar con esas viejas vidas, seguramente asesinadas, que no quieren olvidar algunas personas. Otras más bien masculinas, de hecho, se esfuerzan porque así sea. Ellos no cuentan con la potencia de sus profundidades, de su tierra oscura y húmeda.

Plantas que quizás puedan llegar a crecer como los altos y aparentemente infinitos árboles en usted, bosque. Tiene algo de acogedor al mismo tiempo que de sobrecogedor. Su ambiente es blanco y con ello su frescura está entre el descanso y al agobio.

En eso eres semejante al bosque, misteriosa laguna. En medio de un blancuzco verde de plantas frías y mojadas, permaneces la mayor parte del tiempo silenciosa, quieta, en aparente paz, tanto que reflejas como un nítido espejo. Paradójicamente, cuando te mueves y pierdes esa quietud que parece precisa, pones de frente algo más esclarecedor al tiempo que turbio como tu cuerpo. Los hombres quieren ocultar en ti los rastros de la muerte que deja huella en objetos como una silla o un mueble. Parece que quienes han sido violentados, objetos o personas, no desaparecen aunque hayan sido sepultados en tus heladas aguas. Desde tu profundidad, de tanto en tanto, regurgitan y salen a la superficie. Tal vez son ellos, a lo mejor eres tú. En cualquier caso, una o varias fuerzas que pasan por ti siguen activas frente al dolor y el olvido.

 

A Rocío y a Alba

Rocío, eres una mujer que al mismo tiempo me recuerdas a la infancia y a la madurez. Como suele decirse, “te ha tocado duro”. Desde niña y hasta ahora separada de tu hogar y con ganas de volver. Te resguardas en esa vieja casa, antes hogar y ahora refugio, frente a la agresividad del mundo. Sin embargo, allí los recuerdos no te dejan tranquila, ni aquellos de antaño ni los más recientes. Te asedian como los hombres, quienes aparecen con insistencia cada vez que sales; a veces como que quieren ayudarte o acompañarte, pero en últimas parecen mentirte o querer aprovecharse de ti, por no decir otra cosa. Te hablan por ahí en el pueblo o sus voces suenan en tu celular. La que sale de este dispositivo es la del hombre con quien te has embarazado y la situación es problemática para ti. Dudas, no confías en él como finalmente en ninguno, y tal vez temes que con tu posible cría se repitan los conflictos. Tampoco está tu padre. Tal vez lo extrañas junto a esa imagen de familia que recuerdas con melancolía, pero realmente quien más te falta es tu madre. Quisieras contarle de tus problemas del presente y volver al pasado que escasamente tuvieron juntas. A pesar de que intentas que compartan al comer en la vieja mesa del comedor y tratas de hablar con tus pocas pero insistentes palabras, no hay respuesta y menos aún las palabras de ella. Pasa igual con el registro que tienes de ella en esa grabadora que tanto escuchas, no hay verbo. Mas parece que su voz sí suena. Produce ese dulce y misterioso canto que constituye la comunicación que solo ustedes dos entienden y te arrulla como a una pequeña niña cuya madre acaricia sobre su regazo. Eres también esa infanta que anhela a su mamá, ¿no es así, Rocío? A lo mejor ella también anhela una presencia semejante que la abrace.

Piensas que solo queda insistir en volver y recolectar los despojos, por eso no dices nada. Acaso el silencio es también un mecanismo de defensa ante el brusco ruido de la hostilidad.

Alba, de tu hija podría recibir alguna respuesta aunque fuese corta. De ti y de la mayoría a quienes me he dirigido hasta ahora, probablemente no. O al menos no en palabras. De tu boca apenas escucho el sonido que ella produce cuando la abres un poco y parece que es su saliva moverse allí mismo lo que suena. Es como si intentaras decir algo, pero no tienes la suficiente fuerza o realmente no quisieras decirlo; quizás no haga falta. Tu intrigante mirada y parcos pero dulces movimientos son lo que puedes ofrecer a tu hija, quien es realmente quien precisa de respuesta tuya. Parece que ella no sabe ni qué pasó ni qué pasa contigo. Pero a lo mejor están iguales. Semejante a ella, estás empeñada en escarbar, aunque solo sean los restos, algo del pasado que has perdido. Igualmente tampoco recibes muchas respuestas. Tal vez ya no las esperas o ¿es que ya tienes algunas? Parece que sabes más o menos qué pasó, ¿la violencia? Pero no a dónde llevó eso a tu marido. Piensas que solo queda insistir en volver y recolectar los despojos, por eso no dices nada. Acaso el silencio es también un mecanismo de defensa ante el brusco ruido de la hostilidad. En pena, pero sin angustia, estás resignada al pasado y esperas a un milagro para el porvenir.

 

Al auricanturi, al cerdo y a Camila

Mística ave, no te muestras y tampoco encuentro mayores referencias sobre ti al investigar. Solo está tu nombre en el título del filme y no sé si será de tu especie, tu nombre propio o quizás ambas. Eres tan espectral como la existencia en esta película. Sin embargo, eres quien tiene la mayor fuerza de resistencia al aparecer sonoramente en contraste con el silencio sepulcral y los bruscos golpes de la violencia y el olvido. Es tu canto, de algún modo, “la voz” más escuchada al sonar adentro y afuera. Parece que con ella consolaras de una manera un tanto más distante y misteriosa que la de las mujeres que te imitan. Al mismo tiempo parece que dieras una señal, quizás remota y palpable aunque frágil. Como aquel que aún puede volar, a lo mejor eres el indicio de que la vida todavía puede abrirse camino como una semilla que crece entre una fría y fantasmagórica tierra llena de zozobra.

 

En medio de esta atmósfera, sin embargo, parece incierto que una tal semilla pueda crecer y florecer. Ella es hija de todo un ecosistema que se mantiene aferrado a su pasado, el cual no deja de visitarlo a manera de fantasmas. En ocasiones, posiblemente muchas, es imposible recuperar personas, objetos, espacios o vidas anteriores por más que se intente. Pero no se trata de olvidarlos, no solo por lo difícil, sino más aún por cuanto no resulta provechoso. Pero decididamente hay que modificar la relación que se tiene con los sucesos anteriores para dejar su idolatría y su melancolía. Un tal movimiento afectivo implica, en todo caso, un desgarramiento doloroso y a su manera un sacrificio. Es una manera de “dejar ir”, así como se suelta la correa de una querida mascota. Señor cerdo, usted, como los otros seres vivos en este pueblo y su ama, está a la deriva. Ella lo suelta y parte con dolor, ahora le toca a cada uno por su lado esperar a ver qué pasa.

 

Esto, de forma oblicua, me hace recordar en este momento las historias de desarraigo y desplazamiento forzado que han vivido muchos colombianos y colombianas. De esta manera, Camila, no sé si se logra hacer catarsis del vínculo con esos espectros del pasado. Creo que a veces sí y otras veces no. A medida que avanzaba la narración de El canto, entre lugares, objetos, personas y animales, una sensación de espera crecía en mí ante las potencias y las resistencias. Al final esperando me quedé.