Entrevista con Iván Sanjinés y Marta Rodríguez

“La cámara es un tronco lleno de abejas”

Los documentales de Marta Rodríguez, además de su vocación etnográfica y antropológica, tienen ese espíritu de denuncia que evidencian su permanente preocupación y compromiso con los problemas del país, en especial con los que afectan directamente a sectores marginales y minoritarios de la sociedad. En trabajos suyos como Los hijos del trueno (1998), y Amapola: la flor maldita (1996), codirigidos con Lucas Silva, se centra en la problemática de los indígenas del Cauca en relación con los cultivos ilícitos y la presencia de distintos grupos armados en la región, así como de las repercusiones que el conflicto armado, el narcotráfico y las faltas de garantía del gobierno tienen en las comunidades, su cultura y nivel de vida.

 

La experiencia boliviana, por su parte, en la que el documentalista Iván Sanjinés ha desempañado una importante labor en su génesis y consolidación, es muchísimo más completa y fructífera que en Colombia. Allá el video indígena es una realidad que está a punto de convertirse en una sólida alternativa mediática, cultural y hasta económica. Los trabajos realizados por las distintas comunidades indígenas de Bolivia, no solo están alcanzando una ostensible calidad, sino que también hacen parte ya de una dinámica de producción que no se limita a trabajos documentales, como Nuestra palabra (1999), que narra la historia no oficial de una comunidad, sino que están recurriendo a otros géneros y formatos, como el reportaje, el documental dramatizado y hasta la ficción.

 

Incluso hay producciones como Desempolvando nuestra historia (1999) –que es una video carta documental con fragmentos ficcionados– que no le temen a recurrir a híbridos, con tal de que sea dicho de la mejor forma lo que se han propuesto. Pero en especial llama la atención que ya muchos realizadores han incursionado en el argumental con muy buenos resultados. Oro maldito (1999), por ejemplo, es un relato de 35 minutos de duración que, además de poner en juego con eficacia los recursos de la narrativa audiovisual, es consecuente tanto con los problemas que aquejan a los indígenas bolivianos como con su particular forma de percibir y recrear el mundo.

Kinetoscopio: Hablemos un poco del momento histórico en que fue posible el nacimiento del video indígena que, por lo que ustedes han dicho en otras partes, coincide con los 500 años del descubrimiento.

 

Marta Rodríguez: Lo básico de los 500 años fue lo que se llamó el Autodescubrimiento: la posición que toman las organizaciones indígenas para decir: “rechazamos los 500 años, pero descubrámonos a nosotros mismos”. Se hizo entonces una labor inmensa de recopilación de mitos, de retomar la medicina tradicional, todo lo que era cultura. Recuerdo que Abadio Grin, que está ahora dirigiendo la OIA (Organización Indígena de Antioquia) en Medellín, recorría Colombia dando conferencias; y ocurre que no solamente es en Colombia, viene gente de Brasil, Ecuador y México; los indígenas como que se miran la cara y empiezan a hablar. Vemos una afirmación inmensa de carácter étnico que se dio en toda Latinoamérica.

 

Dentro del CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca) -eso es en el año 1992- ha ocurrido una masacre horrible en Caloto, porque en ese momento llegó el narcotráfico al Cauca. Los indígenas habían recuperado una hacienda, La Nilo, en el Norte del Cauca, donde compraron tierra los narcos. El día de Navidad ya se había dicho que llegaban, estaban muy amenazados. Llegaron policías encapuchados y mataron a veinte indígenas: había mujeres y niños, una masacre espantosa. Y como ya el CRIC tenía un Departamento de Comunicación, entonces dos indígenas salen en una moto con una Sony 5000 y filman el levantamiento de los cadáveres, filman todo.

 

Ya ellos asumen lo importante que es tener una cámara en zonas indígenas y en zonas donde hay masacres y otros problemas de orden público, y el valor que tienen esos documentos. Hay dos indígenas que Iván conoció: Antonio Palechor, que es hijo del líder Gregorio Palechor, y Manuel Sánchez, un totoró que dirige el Departamento de Comunicaciones. Antonio es un tipo que estudia e investiga los medios, porque ha sido muy curioso. Él intenta editar las imágenes de la masacre y le pone Crónica de una masacre anunciada (1993).

Y como ya el CRIC tenía un Departamento de Comunicación, entonces dos indígenas salen en una moto con una Sony 5000 y filman el levantamiento de los cadáveres, filman todo.

Yo en 1992 decido hacer un taller en Popayán e invito a Iván, que viene por primera vez a Colombia como profesor, e invito a un indígena excelente, Alberto Buenala, un indígena otavalo que estudió cine en México. Ahí empezamos a ver que ya los indígenas se dan cuenta de la importancia de una cámara. El documento sirve para la Fiscalía, para mostrar cómo ocurre esta masacre. Antes ellos habían filmado algunas fiestas y otras cosas, pero ya en ese momento uno ve que el indígena empieza darse cuenta de que las cámaras son importantes para que filmemos cosas como las que me contó Daniel Piñacué, que cuando el 12 de octubre van a tomarse la Panamericana y les meten tanque y les meten bala, él me cuenta: “Yo estaba filmado y eso fue lo único que paró a los policías, los dejó tiesos el saber que yo estaba registrando sus barbaridades”. Ese material me lo dieron, porque yo intercambio materiales con ellos.

 

Hicimos Memoria viva (1993), Iván participó en la edición, me dieron lo del 12 de octubre y filmamos el aniversario de la masacre. En el taller de video nos pusimos a editar y llega Daniel Piñacué, que es un guerrillero reinsertado de los Quintines, hermano del senador, que sale de la guerrilla sin saber qué hacer, un poco desadaptado, sin papeles, sin saber más que manejar armas. Daniel se mete a editar la masacre con nosotros y luego crean Alianza Social Indígena, entrega las armas el Quintín, crean Sol y Tierra, que es un proyecto de video para la paz y Daniel está ahí. Vienen a Bogotá, les damos un taller y ahí nació ya el grupo de video indígena que recorre el territorio Páez haciendo crónicas. También hacen varios documentales, el CRIC por su lado hace Amapola Solución o Destrucción, sobre los problemas que los están afectando. Hacen otro cuando matan a un alcalde en Ambaló y hay un escándalo porque van a aplicar jurisdicción especial, o sea latigazos y cepo. La OEA, cuando va Daniel a Estados Unidos, les dona equipos: Betacam, trípodes, cámaras… y llega él al Cauca con unos equipos ya profesionales y, como son reinsertados, les dan 30 millones o algo así y se compraron un equipo de edición de 3/4. Entonces ya empezaron a producir y a prestar servicios y así nació Sol y Tierra…Pero ahora que Iván nos cuente por su lado.

 

Iván Sanjinés: El caso de Bolivia también coincidió con la etapa que se da a principios de los años noventa. No hay un movimiento de producción indígena hasta mucho después, pero comienza a haber una gran efervescencia en todo lo que son las organizaciones indígenas. El antecedente más importante en el caso de Bolivia es el cine de Jorge Sanjinés, un cine que se hace desde los años sesenta. Ustedes deben conocer el libro, El cine junto al pueblo, que viene a ser una especie de manual para muchos cineastas y mucha otra gente que, de alguna manera, tiene que ver con el cine en esas épocas, sobre todo el cine alternativo de izquierdas. El grupo UKAMAU de Bolivia había estado también haciendo estas películas con la gente, con las comunidades indígenas. Eran películas sobre todo de denuncia y lo que no se había hecho todavía en Bolivia era pasar de repente a entregar las cámaras a los pueblos indígenas. Se trabajaba junto a ellos, pero faltaba que los indígenas por sí mismos produjeran sus propias imágenes.

El grupo UKAMAU de Bolivia había estado también haciendo estas películas con la gente, con las comunidades indígenas. Eran películas sobre todo de denuncia y lo que no se había hecho todavía en Bolivia …

En 1992 surge también todo el movimiento en torno al V Centenario. El trabajo de Bolivia, y el mío en particular, tiene también que ver con que yo ingreso al Consejo Latinoamericano de Cine y Video de Pueblos Indígenas (CLACPI), donde conozco a Marta en Cuzco, Perú, en 1992, y ese mismo año se comienzan a hacer algunas actividades de trabajo coordinado con otros países. Estoy en Perú y también en Colombia, haciendo el primer taller de video indígena en Popayán, y en el caso de Bolivia ligado a los procesos locales, pero recién en el año 1995 me encuentro un poco ligado a lo que puede ser el nacimiento del video indígena boliviano, con lo que fue la organización de un festival de cine y video de los pueblos indígenas, el V Festival Americano: un festival organizado por el CLACPI, nacido en México en 1985 y que había desarrollado varios festivales anteriormente ya en México, Venezuela, Brasil, Perú y el siguiente fue en Bolivia.

 

Entonces yo planteo a las confederaciones indígenas bolivianas, con base en lo que había yo aprendido también en mis viajes a Colombia, Brasil, Perú y otros lados, la posibilidad de que ese festival fuera una especie de proceso preparatorio y de diseño de un posible Plan Nacional Indígena de Comunicación Audiovisual. Este Plan es aprobado en el Festival de Cine de Bolivia en 1996 y se comienza a implementar desde entonces hasta hoy. Cuando se plantea esta idea a las confederaciones indígenas dicen: “Bueno sí, parece interesante hacer un trabajo en comunicación audiovisual, pero la verdad es que lo vemos como algo inalcanzable. ¿Será que vamos a poder y no va a ser un engaño, será que otra vez no vamos a ser utilizados para un proyecto externo?”. La respuesta es No. Si se llega a hacer algo es porque todos lo deseamos y sobre todo ustedes los pueblos indígenas. Cuando se plantea todo esto no había un centavo, no había una cámara, no había nada, solo había el deseo y la fuerza de poder hacer algo así. En los primeros talleres en Bolivia no había sino ganas de hacer las cosas. Había muchos indígenas con ganas que hoy día son realizadores importantes y que ganan premios internacionales. En esa época no había nada. Era una energía colectiva, interna que nos impulsaba a trabajar y a llevar eso adelante.

 

El objetivo que se tenía era el de no ser solamente una imagen de referencia en una sociedad que no quiere entender que hay indígenas, sino que querían también estar presentes en los medios, decir: “Somos así, estas son nuestras historias, no queremos que nos interprete la gente de afuera, queremos nosotros mismos decir cuál es nuestra realidad, cuál es nuestra situación”. Entonces comienza este Plan nacional Indígena, con talleres de formación, después comienza a estructurarse una Red Nacional de Comunicación e Intercambio Audiovisual, que ahorita está en todo el país y respondiendo a una necesidad que es la del Plan Nacional, que era devolver a los indígenas su imagen. O sea, que esas imágenes que habían sido captadas, robadas o registradas por una serie de cineastas antropólogos, internacionales o nacionales, lo menos que pasaba era que volvieran a las comunidades indígenas.

 

Esta red llega actualmente a más de 150 comunidades indígenas y no solamente se está utilizando el video sino también la radio. Y gracias a esta Red Nacional, la producción indígena en estos momentos es muy variada en géneros y formatos, desde ficciones hasta filmes musicales, reportajes, documentales. Los pueblos indígenas son capaces de producir como cualquier otro cineasta. Eso es lo que se está haciendo en Bolivia, a pesar del miedo que tenían al principio: que eso era imposible, que ellos no iban a poder, que la sociedad boliviana se había encargado durante siglos de decirles que no eran capaces de hacer algo así, que la tecnología era algo muy ajeno a ellos, que era algo dañino, que iba a causar un problema cultural. Era un poco el punto de vista de algunos antropólogos que decían, “oh no, las cámaras en las comunidades, eso es un desastre, ustedes están haciendo algo muy malo, porque a los indígenas hay que dejarlos intocados”, así ellos pueden investigarlos, supongo yo.

Los pueblos indígenas son capaces de producir como cualquier otro cineasta. Eso es lo que se está haciendo en Bolivia, a pesar del miedo que tenían al principio: que eso era imposible, que ellos no iban a poder …

En realidad había mucho miedo del efecto de ese proceso de comunicación con tecnologías nuevas y cuando la gente preguntaba cómo es que los indígenas pueden agarrar las cámaras para hacer video, los mismos indígenas nos decían, nosotros agarramos una cámara y la apropiamos culturalmente y en una ceremonia, por ejemplo, vamos a hacer que esa cámara sea parte de nuestra cultura porque es útil para nosotros, entonces en una ceremonia tradicional vamos a incluir esta cámara para que sea parte, para que nos ayude a defendernos y a defender nuestra cultura. De esa manera esta cámara ya no es algo externo sino que venía a ser algo interno, capaz de registrar todo lo que está viviendo la comunidad, todas sus tradiciones, la memoria de los ancianos que se está perdiendo, muchos han muerto pero ya están registrados y quedan ahí en la memoria, con la medicina tradicional, el conocimiento ancestral, una serie de cosas, de cuentos, de mitos y de leyendas que es parte de lo que se está produciendo, mucha ficción y se están ganando muchos premios con estas ficciones.

 

En Guatemala también tuvimos una ceremonia maya para empezar el festival del año 99. Antes de que empezara el Festival hicieron los Mayas un gran ritual para darle un carácter sagrado. Nos bendecían las cámaras.

 

Hablar de video indígena, no tanto en Colombia como en Bolivia, es hablar de video documental. ¿Qué falta para dar el paso que se ha dado en Bolivia?

 

M.R: En Colombia el problema es el siguiente: la UNESCO patrocinó el primer taller, ya va a ser diez años en el 2002. Montar el taller tomó casi dos años y no hemos tenido más financiación para darle continuidad. Entonces los indígenas que se formaron como Daniel Piñacué, él por su propia cuenta creó una fundación, Nasahuala, de Tierradentro, con su socio, y él ahora está produciendo Aborigen, para la cual recibió 160 millones de pesos, 10 millones por capítulo y todo un año produjo los capítulos que están pasando ahora por Señal Colombia.

 

La ONIC, su departamento de Comunicaciones, también licitó y le dieron para cuatro capítulos. Allí hay mucha gente mestiza, no son propiamente indígenas, pero hay un espacio ya en televisión. Ahora nuestros alumnos, muchas veces he visto que están filmando, que tienen sus cámaras, pero no han tenido continuidad. Vinieron estudiantes cuando la ONIC licitó para Inravisión, a formar a los indígenas para trabajar para televisión, porque no tenían preparación y estudiantes empezaron a formarlos. Pero no tenemos ni el personal ni la ayuda económica ni la organización que tiene el CEFREC (Centro de Formación y Realización Cinematográfica).

 

Entones aquí están esos proyectos. Aquí en Antioquia tuve alumnos, sé que la OIA ha hecho algunas cosas en La Guajira. Se intentó hacer un video sobre el problema de las salinas de Manaure, pero no tenemos ni el personal que tiene Iván, ustedes (mirando a Iván) recorren Bolivia y mandan gente. Ustedes ahora tienen un proyecto interesantísimo que van a iniciar en Bolivia, pero ustedes son como diez personas en el CEFREC. Aquí lo que hace falta es gente que se quiera meter a trabajar a ese nivel. Sé que la Universidad del Valle ayuda a indígenas de Guambía, pero no es un trabajo continuo.

 

¿Después de todos estos años, cómo ha evolucionado el proceso de acercamiento, identificación y aceptación por parte de las comunidades? ¿Les llega efectivamente todos estos mensajes de todos estos nuevos aparatajes y tecnologías?

Aquí lo que hace falta es gente que se quiera meter a trabajar a ese nivel. Sé que la Universidad del Valle ayuda a indígenas de Guambía, pero no es un trabajo continuo.

M.R: Una vez que se ha disparado ese proceso está cada vez creciendo mucho. Cada día crece más y en muchos lugares, incluso en Colombia. Lo que se ve es que está siendo apropiado por los indígenas, incluso sin una capacitación, o sea, están agarrando las cámaras porque requieren de pronto registrar, denunciar algo y lo agarran y eso lo utilizan mucho.

 

Ahoritica, por ejemplo, un indígena ambaleño, a quien nadie le dio clases, con una simple camarita Hi-8 filmó cómo los indígenas se enfrentaron y se mataron allá en el Cauca. Él vino a mi casa y me mostró todo, toda la filmación de cómo los guambianos se enfrentaron, los muertos, todo lo filmó él. Es un joven que no tuvo educación y me dice “quiero estudiar video y quiero aprender”. Me trajo otro video de cómo se aplica el castigo de colgar del cepo y los latigazos en el Cauca, que lo está haciendo con una simple camarita Hi-8, sin tener clases, pero están mostrando su realidad, la están mostrando. Iván les va a hablar de un taller que va a hacer en Cuba que es excelente, quedamos en conseguir becas para que vayan indígenas a aprovechar y a formarse en Cuba, eso va a ser en la escuela de San Antonio de los Baños.

 

Son diferentes alianzas que se tienen. Así como hablamos de Norteamérica, también se ha hecho una alianza entre el Consejo Latinoamericano y la escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y vamos a abrir unos espacios de capacitación y entrenamiento especializado para indígenas. Entonces tenemos un taller en marzo de 3 semanas con los profesores de San Antonio. Va a venir también un profesor de Sundance, la fundación de Redford, y vamos a hacer un trabajo intenso de intercambio de experiencias y también de especialización de nuevas tecnologías en edición no lineal y en otros aspectos más de la producción y realización de videos desde el punto de vista indígena con la participación de profesores tanto de América Latina como de la misma escuela.

 

¿Y cómo funciona esa capacitación que dan personas occidentales y la mirada de los indígenas? ¿Cómo se transforma? ¿Miran con una identidad propia o se les pega un poco lo de sus maestros?

 

M.R: En mi taller al comienzo tuve una gran crisis, porque yo llegué a dar unas clases con información europea y no funcionó y me tocó reevaluar toda la metodología y partir de maestros indígenas que les hablan de su cultura. Yo no puedo ir a darles una información que yo adquirí en Europa porque no es su interés inmediato, ellos son muy inmediatistas en lo que hace relación a su mundo, a sus problemas inmediatos: ecología, biodiversidad, represión, masacres. Me pongo a hablarles de Grierson y de Vertov y me dicen: “Mi señora, usted está hablando griego, eso no nos interesa”. Ellos son generación video y yo les hablaba de cómo editaba el cine, pero no les interesaba. No les tocó ni lo vivieron.

 

Pero bueno, yo pienso que todo este tiempo se ha ido viendo también de qué forma se puede hacer este trabajo de capacitación. Sobre todo se ha incluido siempre a indígenas profesores, o sea, ellos mismos que son ya realizadores como el caso de Alberto Buenala que es ecuatoriano. Entonces se puede diseñar una metodología nueva porque no existían referentes en cuanto a la capacitación en este campo. Pero yo diría en general es que no se puede tener mucho miedo. O sea, yo pienso que los indígenas agarran lo que les interesa y las cosas que no les interesen no las van a agarrar. Como cualquiera que veamos, como un pintor que para pintar requiere de unas técnicas básicas y de ahí comienza a generar su propio lenguaje.

Me pongo a hablarles de Grierson y de Vertov y me dicen: “Mi señora, usted está hablando griego, eso no nos interesa”. Ellos son generación video y yo les hablaba de cómo editaba el cine …

Hay un zapoteco, Crisanto Manzano, de un talento enorme, tiene cámara de video, se ha ganado premios. Pues el hombre empezó filmando la boda tradicional, una boda zapoteca y los indígenas de la comunidad ¿sabe cómo llamaban a la cámara?: un tronco lleno de abejas. Yo me quedé en Guajaca con Crisanto porque estoy escribiendo un libro de video y él me decía: “Yo en mi comunidad al principio era importantísimo, yo estaba grabando las bodas y me volví un personaje en la comunidad.” (…) Cuando tuvimos un encuentro con los indígenas mexicanos ellos decían: “Esta cámara no es gringa, la volvemos de nosotros.” Un indígena me decía: “Yo quiero amarrarla en mi yunta del buey y ponerla ahí y filmar como yo vivo y estar trabajando con la yunta del buey.” Es como ellos coger y volver esa herramienta una cosa que les hacía sufrir, los catálogos, a mí me decía Daniel Piñacué que habla Páez: “Usted me da un catálogo en japonés, chino e inglés y yo no entiendo, no sirvo pa´ eso” También eso me decía Crisanto Manzano: “Me caigo de la cama viendo que In que Out y yo no entiendo un carajo.” Ellos reinventan. Como a Buenala al que yo le digo: qué es un plano medio y me dice: “de las huevas pa’arriba.”

 

¿Pero les interesa el lenguaje del cine?

 

Sí les interesa pero desde su mirada. Como te digo, a ellos les encanta: allá en el Cauca empezaron a descubrir el cine por las películas de UKAMAU como La sangre del Cóndor (Jorge Sanjinés, Óscar Soria, 1969); o también Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (Marta Rodríguez, Jorge Silva, 1982). Les encantan, les gustan muchísimo, pero miran mucho desde el mundo de ellos y desde su cultura. Ellos lo critican a uno desde su cultura. Quizá con ellos así yo fui aprendiendo y estoy haciendo una memoria de eso, pues me gusta escribir esas crónicas. Uno como antropólogo hace diarios de campo y yo he guardado todo eso porque así es que aprendemos. No les gustaba el primer plano, que les cojas un ojo, que les desfiguren la cara. Cuando llegó un tipo en una película de Álvaro Urcú, el cura que mataron, y lo ponían grande y luego chiquito, entonces un alumno me decía: “Es que yo siembro una mata y la mata crece, me da semillas, luego florece y todo y ustedes me rompen el tiempo, yo no entiendo nada.” Así es como yo aprendí, con esas pequeñas cosas.

 

Están viendo noticieros y todo lo demás, y uno no puede decir que las culturas no se contaminan… como lo que estoy viendo en Guambía con la amapola, con la guerrilla, con los paramilitares. ¿Qué música oye uno en el Cauca hoy en día? Corridos prohibidos, eso es lo que les gusta, o música del despecho. Tú no vas a oír la música tradicional y todo eso. Una vez en Insaque fui a un mercado y esos corridos prohibidos con las fotos de Pablo Escobar y del mexicano las pasan por televisión, y todos los niños en la puerta mirando y cantando que la plata, que el carro rojo, que el billete, que las mujeres. Estoy haciendo un documental sobre eso, sobre cómo ha penetrado en las culturas indígenas todo eso de afuera. ¿Qué valores le está metiendo esa música que ellos están oyendo? además, es muy evidente la penetración de los narcos: tú ves en Silvia (Cauca) en un café todo el día los indígenas borrachos con los narcos. Ahí mueven la plata, los estafan, los roban. Hay una penetración en las culturas indígenas que los está destruyendo.

 

¿En Bolivia hay esos problemas?

 

I.S: No, en Colombia la cosa está más complicada. Creo que en general la situación de los pueblos indígenas puede ser similar en cuanto a que sí existe una situación de marginación y discriminación fuerte y una miseria extrema. La diferencia puede estar en que no se ha llegado a los excesos de esa violencia en la que están matando indígenas todo el tiempo. Aquí en Colombia sucede todos los días, desplazados en gran magnitud. También allá en Bolivia puede existir pero no es tan terrible como sucede en este país. En todo caso sí hay una situación de enorme miseria y este mismo proceso de comunicación de producción de video a la misma sociedad boliviana le sorprende. Cuando la sociedad boliviana o los cineastas ven las producciones indígenas, se sorprenden un poco y dicen que cómo es posible que puedan hacer ellos eso. Y está ayudando mucho a dar una diferente mirada de los pueblos indígenas, y no solamente una mirada romántica sobre un mundo intocado, sino un mundo real en el cual igual hay problemas, igual hay reclamos, igual hay sueños, realidades, fantasías, mitos, leyendas, etc. Lo interesante de eso es que está siendo hecho por ellos mismos, o sea, no es un programa externo en el cual se quiere ayudar a los indígenas a hacer algo sino que son ellos mismos quienes lo hacen.

 

En ese contexto, tenemos indígenas cocaleros de la zona de producción que son videastas que ganan premios y que están reconocidos y que están filmando. El plan nacional lo que hace es entregar cámaras y nosotros –CEFREC, CLACPI- lo que hacemos es buscar los recursos, les prestamos el apoyo técnico. Se ha dotado de cámaras a los equipos indígenas: estamos hablando de la Amazonía, del altiplano, del valle, de todas las regiones de Bolivia y centros de coproducción en diferentes partes del país. Creo que sí tienen un poco de efecto esos trabajos, de ir cambiando un poco a la sociedad occidental, de comenzar a reconocer al otro de una manera que no había sido posible hasta el momento. Igualmente tenemos, por ejemplo, el caso de muchas producciones que están ayudando a recuperar la lengua en zonas donde no se están hablando su lengua tradicional. Cuando un equipo indígena comienza a producir un material en esa lengua, eso causa una serie de efectos en la comunidad, que comienza a perder el miedo de hablar su propia lengua, porque existe un gran temor a enfrentar su propia lengua, su propia cultura. Entonces la gran reflexión que se está haciendo ahora con este proceso es de qué manera, usando una tecnología moderna, se puede reforzar lo tradicional, sin necesidad de que tampoco eso signifique que van a tener que vivir siempre en el retraso, sino que es una forma de reflexionar sobre qué es el desarrollo indígena que no necesariamente es el desarrollo occidental. Ahora mismo occidente está pensando en los pueblos indígenas, el problema de la medicina tradicional, la medicina alternativa, la ecología, la Amazonía, de los bosques, etc. O sea, occidente ahora está buscando al mundo indígena, sin embargo, en Bolivia hay una enorme incomprensión, una barrera entre los dos mundos que sigue siendo totalmente marginal, catalogado como algo que no puede aportar absolutamente nada y solamente es un retraso completo.

Además están hechos de una manera que son atractivos, pues se tiende a pensar que el video indígena es algo muy básico, muy mal hecho. En Bolivia ese es el primer proceso de producción en formato digital que se ha hecho, nadie lo había hecho, ni las productoras comerciales …

(…)Ahora tenemos ese problema en Bolivia, que hay demasiada demanda, y no se sabe qué hacer porque todos quieren contar sus historias. En un principio había un temor porque decía que de esa historia se van a aprovechar, se va a hacer negocio, a venderlas. Pero después todos quieren que la gente sepa cómo era su historia, además quieren estar en la televisión, porque esas historias se están pasando por televisión. Entonces se ven estas imágenes y la mayoría del país no tiene idea de esto, es la primera vez que se conocen estas historias y la gente ve y dice “!Ésa es la historia!” Porque lo que uno ve en los textos, no hay ni una sola página sobre ese tema, nada, absolutamente. La gente llama y escribe por correo, por internet, y vamos a tener que hacer una serie de repeticiones por televisión. Y es el canal nacional, el que llega por satélite a todas partes. Además están hechos de una manera que son atractivos, pues se tiende a pensar que el video indígena es algo muy básico, muy mal hecho. En Bolivia ese es el primer proceso de producción en formato digital que se ha hecho, nadie lo había hecho, ni las productoras comerciales, ni los que hacen spots publicitarios, fueron los indígenas. La calidad que sostienen es muy buena, o sea, que nadie puede decirles que no pueden pasar eso por televisión. Es un proceso que se le fue de las manos al Estado mismo.

Yo soy el director del CEFREC y cuando hemos hecho este acuerdo es con las grandes confederaciones indígenas de Bolivia, y una de las cosas que se acordaron fue que en este proceso se iba a contar con la capacitación necesaria. Es un proceso que ha producido como 150 títulos y sigue produciendo documentales, reportajes, ficciones, etc.

 

¿Hay unidad política entre los grupos indígenas bolivianos, se puede trabajar con ellos juntos?

 

I.S: Ésta es la primera experiencia en que los pueblos indígenas de Bolivia trabajan en conjunto, en algo concreto. Y existe una Coordinadora Audiovisual Indígena (CAI) originaria de Bolivia. Es la primera instancia de trabajo en la que uno encuentra aymarás, quechuas, trinitarios y guaranís haciendo un trabajo en conjunto de interculturalidad real, o sea, de trabajo complementario. Conformando equipos técnicos en donde uno es sonidista, el otro es camarógrafo, el otro es productor… y se desplazan a distintas regiones de Bolivia para hacer producciones indígenas. Llegar a ese punto no a ha sido nada sencillo, porque igual hay diferencias notorias entre indígenas de occidente, del oriente y de la Amazonía, o sea, tienen unas diferencias históricas y geográficas bastante grandes.

 

Paralelamente a los primeros talleres de capacitación surgieron los primeros festivales indígenas

 

M.R: El primero fue en 1985, en México, el otro fue en Brasil, en Río de Janeiro. En el primero no hubo taller y fue un proyecto como de antropólogos, científicos sociales, pero no había tanta participación indígena. Donde ya se ve es en Brasil, allá sí hay un jurado indígena y hay un taller y se hacen como cuatro videos y es una participación enorme de indígenas. Luego el de Caracas y después fue el famoso del Cuzco, que fue la gran crisis de todo porque se cuestionó el proceso. Entonces el CLACPI, que no tenía indígenas, se transforma y ya no es un consejo de antropólogos y cineastas solamente, sino que viene a ser también indígena y está cada vez siendo más indígena y con la premisa de hacer procesos, como el que se hizo en Bolivia, o sea, que los festivales sirvan para hacer un proceso, no solamente para hacer un evento, sino que tuviese un proceso de capacitación, de entrenamiento, de reflexión, etc.

Ellos en el Cuzco dijeron ¡no más!, hasta aquí llegamos, fue un poco violento. Porque ellos se reunieron solos, no quisieron a ningún mestizo y salieron con un documento diciendo: queremos derechos de autor, queremos conocer presupuestos, queremos conocer la técnica y vamos a juzgar porque nos han ofendido con sus películas, entonces ellos en ese momento toman conciencia y dicen hasta aquí llegamos.

 

Algunos de esos videos indígenas son como los que ustedes hacen, muy políticos. ¿Siguen usado el video como un arma política?

 

I.S: Eso es algo que ellos deciden, no hay nadie que les esté diciendo que tienen que hacer un cine político, que tienen que seguir el ejemplo de Jorge Sanjinés. Ha surgido de ellos. (…) si tienen un problema y el ejército los está acosando, obviamente tienen más tendencia a hacer un programa de denuncia, porque su realidad es esa, están siendo asesinados y apaleados ahora mismo, porque el ejército está erradicando la hoja de coca. Entonces por un lado pueden hacer ficciones, como Oro maldito (Marcelino Pinto, 1999) –que ha ganado un premio en Quito de narrativa– y al mismo tiempo hacer reportajes.

… obviamente tienen más tendencia a hacer un programa de denuncia, porque su realidad es esa, están siendo asesinados y apaleados ahora mismo, porque el ejército está erradicando la hoja de coca.

¿Y cómo funciona la distribución de todo este material?

 

I.S: La televisión comercial boliviana actualmente quiere solo la ficción y la cosa bonita, la parte cultural, la música y las danzas. Pero los trabajos políticos no. Esa parte de las marchas, de los problemas, de las pedreas… esa parte no. Aun así se han pasado cosas por televisión, como un video de denuncia sobre el problema con una petrolera que ya comenté. Ahora las confederaciones indígenas, que ya están en negociaciones con el gobierno, hacen la exigencia de las frecuencias propias de televisión para los pueblos indígenas. Entonces ahora estamos entrando en un proceso de capacitación en televisión. Empezando por televisión comunitaria y otra serie de experiencias y tratando de apropiarnos del concepto de televisión y trabajarlo a la manera educativa, para que sea más consecuente con las comunidades indígenas, o sea, que no se trata de hacer televisión comercial salvaje ni tampoco esa televisión educativa que duerme a todo el mundo.

 

Hay, por ejemplo, en algunos lugares de Bolivia, en el norte de La Paz, una serie de antenas parabólicas compradas por las comunidades. En un principio, la comunidad veían puras telenovelas mejicanas, peruanas y colombianas, pero los comunicadores indígenas empezaron a convencer a la gente para que viera otras cosas, y después de dos años de una dura pelea interna, las comunidades decidieron no ver más telenovelas.

 

Usted ayer en la conferencia[1] parecía un poquito desencantada y decía que no se puede tapar el sol con los dedos, sobre la situación de los indígenas…

 

M.R: Desencantada no, preocupada. Yo creo que, en un país que se nos está desintegrando, a todos tiene que afectarnos, y eso también ya llegó a las comunidades indígenas. Yo fui a Córdoba y me encontré con indígenas que se están yendo con los paramilitares o con la guerrilla; en la Sierra Nevada está ocurriendo, en la Guajira… Les ofrecen dinero, que con un “fierro” tienes poder, que se vayan o lo llevan a la fuerza o los matan, ¿Entonces qué hacemos?

 

¿Pero el asunto de la coca en Bolivia es una cosa muy distinta?

 

I.S: ¡Uy! sí, muy distinta, los mercados de cocales allá son grandísimos. Cuéntales tú lo de las yungas, que es la coca tradicional, que popularmente tienen derecho y todo…

 

M.R: Sí. En Bolivia, que no ha habido otro tipo de plantaciones ni nada más que la coca, este es un producto tradicional, y obviamente es cierto que una parte va a la producción de droga, pero durante tantos años no se ha logrado que se dé una alternativa concreta a los campesinos productores, y es un país en el que la gran mayoría de personas padecen enorme miseria, la mayoría campesinos. Entonces hay mucha gente que se ha hecho rica, haciendo proyectos y tratando de conseguir dinero para el famoso desarrollo alternativo y no se ha logrado nada en concreto hasta ahora. No hay por ahora esas cuestiones de violencia como hay aquí, pero no se sabe lo que pueda suceder en Bolivia, porque no hay una solución a este problema y es un caldo de cultivo para cualquier tipo de problema posterior.

 

¿Pero hay erradicación?

 

I.S: Hay erradicación forzosa y violencia. Están habiendo movimientos bastante fuertes de resistencia, hay también algunos sectores que están con armas y están enfrentados al ejército…

 

¿Y el boom de la coca, el boom económico que eso trajo no desfiguró nunca las culturas, como aquí por ejemplo?

 

I.S: No, porque la coca es un cultivo tradicional. Además es una base económica, con los mercados de coca la economía se mueve y se consume enormemente en toda Bolivia, o sea, la coca mueve muchísimo. La hoja de coca se utiliza en todo el país y hay productos de coca de todo tipo, hasta pasta de dientes…

 

Sí, pero también hay narcotráfico. ¿no?

 

I.S: También narcotráfico.

 

¿Y en el narcotráfico también están involucrados indígenas?

 

I.S: Supongo que sí. También afecta, sobre todo a campesinos de las zonas de producción, pero lo que no se nota, como aquí, es que haya un impacto cultural, digamos un quiebre, allá eso no se ve eso.

 

Publicada en la Revista Kinetoscopio No. 61, 2002, Medellín.

 

[1] Esta entrevista se realizó en el marco del III Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia, cuyo tema central fue Conquista y colonia en América.