La piel del tambor, de Sergio Dow

El desastre de la imitación

Sebastián Muñoz Sánchez

¿Cuál es el asunto de la identidad en el cine? ¿Cómo se relacionan la originalidad y la autoría? La piel del tambor (2022), la más reciente película del director caleño Sergio Dow, puede resultar útil para desenredar estos asuntos que han sido constantemente parte de la reflexión en torno al cine, desde los exámenes iniciales de los realistas socialistas en la Unión Soviética, pasando por la vanguardia intelectual de la Nueva Ola Francesa y la intensa defensa latinoamericana del Cinema Novo Brasilero. La piel del tambor funciona bien como referencia de los efectos nocivos que siempre advirtieron Eisenstein, Godard y Rocha en sus textos. La película de Dow, con la pretensión de un thriller convencionalmente gringo, cuenta la aventura del Padre Quart (Richard Armitage), un agente del servicio de inteligencia del Vaticano recibe el encargo de viajar a Sevilla, en España, para investigar una serie de asesinatos seriales en una pequeña iglesia. Allí, en apenas un prospecto de film noir, Quart conoce a la femme fatale Macarena Bruner (Amaia Salamanca), de la nobleza sevillana, quien parece respaldarlo en una tarea que a fin de cuentas nunca deja de ser insólita por ser quienes son los agentes mismos de esta trama. Desde ese punto de partida, Dow empieza a desplegar en automático el manual del thriller, con tales carencias de criterio que sorprenden para un cineasta que está lejos de ser neófito.

 

La película está basada en la novela homónima de Arturo Pérez-Reverte, de quien repetidamente se han llevado al cine sus historias, destacándose muy especialmente La novena puerta (1999), dirigida nada menos que por Roman Polanski. Los misterios fundados en los laberintos oscuros de la Iglesia Católica tampoco son una novedad y se han convertido en un tema recurrente tanto en el cine como en la literatura. Sin embargo, todo esto que tiene tanta consolidación, que está tan referenciado como género, como tema y como idea, se diluye críticamente en la película de Dow, que paradójicamente naufraga en su apego acrítico a los estándares, hasta el patetismo de la comedia involuntaria. En la escritura del guion de esta película participaron ocho personas, sobre la adaptación cinematográfica de una obra literaria. Es difícil saber si la desarticulación de esta trama se explica por este exceso de intervenciones en la escritura o si resulta sorprendente que todo un equipo de escritores, más característico de una serie que de una película, teja una trama con giros de tuerca que pasan de los predecible a lo ridículo.

… en ese esfuerzo por seguir al pie de la letra el manual del thriller, desemboca en el cura peleando a golpes, en escenas de pasión romántica, o el detective que en sus deducciones ingenuamente devela la trama, que la explica por si acaso no se entiende este tejido sin personalidad.

Mientras tanto, desde el punto de vista de los cinematográfico, los planos sin necesidad abundan, con la pretensión constante de la espectacularidad, saliendo siempre de la funcionalidad misma, de la lógica intrínseca de la historia, del tono, del lenguaje cinematográfico. La fotografía de Aitor Mantxola podría ser parte de un comercial de alto presupuesto, del videoclip de una estrella de la música popular o de una serie de cualquiera de las plataformas de streaming más recurrentes, lo cual habla muy claramente de la vacuidad del estilo. Por supuesto, en ese esfuerzo por seguir al pie de la letra el manual del thriller, desemboca en el cura peleando a golpes, en escenas de pasión romántica, o el detective que en sus deducciones ingenuamente devela la trama, que la explica por si acaso no se entiende este tejido sin personalidad.

 

Volvamos a las preguntas iniciales. Primero que todo, ¿cuál es el asunto de la identidad en el cine? Esta película está dirigida por un cineasta colombiano (con fondos del Estado colombiano), filmada en España y hablada en inglés. ¿Es una película colombiana, española o estadounidense? Tal vez más estadounidense, por sus pretensiones formales, más española, por lo que necesariamente implican sus locaciones, pero prácticamente desprovista de cualquier rasgo de “colombianidad”. Podría considerarse entonces que la identidad puede ser una camisa de fuerza que limita la expresión de los cineastas colombianos, en este caso, pero más bien debería entenderse como un proceso natural en el que los vínculos socioculturales derivan en elementos únicos, de forma y de fondo, que terminan por configurar lo que podría llegar a convertirse en un patrimonio. La célebre y bien ponderada El día de la bestia (1995), del español Álex de la Iglesia, situándose conscientemente en un género completamente diferente al de La piel del tambor (aunque casi con los mismos resultados en hilaridad), también nos presenta la situación de un sacerdote que tiene que sacrificar sus votos para resolver un asunto de vida o muerte, pero se ciñe estrictamente a una españolidad más clásicamente madrileña que no solamente le da una identidad que ha convertido a la película en un clásico de culto, que no solamente deja entrever la paranoia de final del siglo XX, sino la multiculturalidad de la sociedad europea en el cambio de siglo.

 

El thriller de Dow sobre la Iglesia es desangelado, no expresa las ideas de una perspectiva cultural, ni desde lo colectivo ni desde lo individual. Si es que expresa algo así, no es nada más que un proceso de colonización cultural consciente, aceptado e incluso defendido desde sus mismas formas. Una imitación abierta que solamente desemboca en el desastre, porque puede asegurarse fácilmente que una película con el desarrollo dramático y cinematográfico que pretende La piel del tambor va a tener siempre mejores resultados en manos de los gringos, en Hollywood, con toda la tradición y la sensibilidad de fondo para el thriller, para el suspenso, como una respuesta natural a su propia cultura.

 

Finalmente, vale la pena procurar responder la otra pregunta inicial: ¿cuál es la relación entre la originalidad y la autoría? Si nos remitimos a La piel del tambor, es una relación muy estrecha. Si consideramos especialmente a la originalidad como un desarrollo creativo que se fundamente en los orígenes, esta es una prueba clara de que la sustancia viene en buena parte de la conexión esencial del autor con su propia identidad, con aquella conmoción en la cual está implícito su origen. Difícilmente se podrá dar esa condición de autor con una conmoción prestada, inculcada como un dogma.