Reflexiones al final de un periodo

Luis Alberto Álvarez

En el pasado Festival de Cartagena concursaron por Colombia tres largometrajes (Visa USA, A la salida nos vemos y El tren de los pioneros) y uno más (La boda del acordeonista) fue exhibido fuera de concurso porque ya había recibido varios premios en el Festival de Bogotá. De ellos, uno (Visa USA) obtuvo el premio a la mejor película del Festival y otro (A la salida nos vemos) el premio a la mejor “primera obra”. Además una de las intérpretes (Marcela Agudelo) recibió una mención especial por sus dotes prometedoras. Estos premios fueron otorgados por un jurado que, al fin y al cabo, tenía miembros de fama internacional como Miguel Littín, Román Chalbaud, Imanol Arias y Assumpta Serna.

En noviembre del año pasado una película colombiana, Tiempo de morir, obtuvo el “grand prix” y un actor colombiano, Gustavo Angarita, el premio a la mejor interpretación masculina, en el Festival de Río de Janeiro. No muchos meses antes Cóndores no entierran todos los días y, sobre todo, su intérprete Frank Ramírez, fueron escogidos con interés y respeto en diversas latitudes.

Comparada con la época en que el Gordo Benjumea se enseñoreaba por las pantallas colombianas como única alternativa a las docenas de indigeribles cortometrajes de sobreprecio sobre gamines o indígenas, casi podría decirse que estamos en una verdadera bonanza y que pese a todos los problemas y malos pasos, el trabajo de FOCINE ha dado frutos respetables.

Cine nacional

Sin duda que ha habido un aprendizaje positivo y sin duda que las políticas de fomento tienen un papel fundamental en este progreso. Pero no se trata aquí de entonar himnos de alabanza sino de analizar la situación en el momento presente y las perspectivas que presenta esa complicadísima tarea de llevar a cabo un cine nacional. En el cine, más que en ninguna otra actividad, se depende de un equilibrio hábil, se está siempre al borde de llegar a la cumbre o de precipitarse estruendosamente. Los consumidores de los productos cinematográficos son los más impredecibles del mundo y cambian de parecer y de gusto de una manera aterradora y peligrosa.

El deseo de usar el cine como instrumento de expresión personal, como vehículo de comunicación y mensajes, tiene que enfrentarse a las gigantescas dificultades técnicas y económicas del cine como estructura industrial. Es por eso que sería injusto simplificar y lanzar en la cara a los responsables del cine colombiano todo paso en falso, todo error de apreciación, todo fracaso. Las grandes industrias del cine funcionan con un altísimo porcentaje de fracasos y unos cuantos grandes éxitos que equilibran de nuevo todo el sistema. Y además, hay cosas que no pueden llamarse fracasos por el hecho de no producir rendimiento económico. Muchas de las obras más permanentes y felizmente existentes del arte cinematográfico, han sido al principio, o incluso siempre, verdaderos fracasos económicos.

Lo que hay que preguntarse frente al cine colombiano es qué es lo que estamos buscando. Una industria boyante y competitiva con los monopolios internacionales del cine es una ilusión ingenua. Varias veces lo hemos dicho: las únicas razones valederas para la existencia del cine colombiano son dos: crear el espejo de nuestra propia identidad y la posibilidad de expresión artística, personal y socialmente significativa. Estas cosas exigen, necesariamente, una actitud de fomento, de subvención, una filosofía estatal que juzgue que el cine es importante y haga posible su existencia simplemente por eso. Esa actitud exige reflexión de parte de todos y debe mover a dejar de lado actitudes absurdas, poses imitativas, sueños inútiles y grotescos de constituir sistemas de estrellato, de crear estrambóticas subculturas cinematográficas.

…las únicas razones valederas para la existencia del cine colombiano son dos: crear el espejo de nuestra propia identidad y la posibilidad de expresión artística, personal y socialmente significativa.

FOCINE

Con María Emma Mejía FOCINE ha tenido al frente a una persona proveniente del medio cinematográfico y por lo tanto, con intereses dictados en buena parte por las necesidades del mismo. Con ella hubo una verdadera reactivación del trabajo cinematográfico, después de una parálisis que por poco acaba definitivamente con el cine colombiano. Más importante aún, por su esfuerzo y el de la ministra de Comunicaciones se salvó a la entidad de fomento del furioso embate de los directorios políticos, interesados en controlar los recursos de FOCINE y desviarlos hacia sus propios feudos, instrumentalizados por la industria establecida del cine en el país, la de la distribución y exhibición.

Fue una batalla de una guerra que se sigue librando. Por desgracia las guerras dejan huella. Es cierto que FOCINE, que debió inventarse de la nada, pasó por un período con elementos muy libres, a veces caóticos, antes de llegar a reglamentaciones precisas y mientras buscaba un método de trabajo en la política de fomento, la dicotomía entre creación de una industria o subvención a una expresión artística es una herencia de la falta de criterios iniciales y sigue sin resolver; igualmente desde el comienzo se mantiene la carencia absoluta de políticas para la distribución y exhibición. Tanto entonces como ahora los monopolios, el nacional y los multinacionales, tienen derechos absolutos y permanecen intocables. Incluso parece que la connivencia haya sido mayor en el último período.

Pero la primera época de FOCINE fue creativa y con colaboradores que llevaban a cabo su trabajo ante todo por el interés en el cine. Después de los debates parlamentarios y las acusaciones es cierto que FOCINE sobrevivió, pero convertido en un instrumento pesado, burocratizado, encadenado, lento, con frecuencia incapacitado para captar las situaciones más propicias, un instrumento que es un obstáculo sobre todo para las posibilidades más novedosas y originales del cine colombiano y que acentúa con más facilidad lo convencional, lo exterior, lo que produce imagen. Esta estructura puede ir marcando un cine colombiano “oficial” hasta la esterilidad y permitir que el cine verdaderamente importante surja fuera de estas tiendas, en otras condiciones, sin el apoyo del Estado.

Es algo muy parecido a lo que pasa con el Estado colombiano: la pesadez de la estructura, lo laberíntico e ineficaz de sus organismos llevan a que la efectividad se busque a otro nivel, entonces se llega a la omnipotencia presidencial. En el FOCINE actual las cosas funcionan de modo presidencial: la señora gerente, de acuerdo a sus criterios personales, a sus gustos, a su humor de determinado momento, está definiendo en gran parte el curso del cine colombiano. Muchas veces es asunto de estar o no en estado de gracia. De ahí que hay muchas cosas que deberían haberse definido con base a criterios y a políticas aplicadas, se han convertido en altamente aleatorias. Por ejemplo qué se entiende realmente por coproducción con otros países y cuál es el beneficio real de las mismas para nuestro cine. Cuál es, además, la diferencia entre una cooperación artístico técnica real y una producción multinacional como Crónica de una muerte anunciada.

También sería importante un sistema verdaderamente organizado, efectivo y justo de selección de productos, tanto en los largos como en los famosos mediometrajes televisivos, un método que superara la inadecuada lectura de guiones por un jurado, casi siempre apegado como todo en Colombia a la palabra hablada y escrita e insensible a la narración visual.

Uno de los inconvenientes fundamentales del FOCINE actual es el de haber asumido el rol de casa productora, con todos los esquemas de las productoras privadas. Por gusto, por intereses, se lleva al cine nacional hacia un determinado rumbo, se estimula la coproducción que da imagen internacional y se trata la producción no convencional como marginal, como fenómeno de segundo rango.

Uno de los inconvenientes fundamentales del FOCINE actual es el de haber asumido el rol de casa productora, con todos los esquemas de las productoras privadas.

Cuando alguien logra que el padre Estado produzca su película, FOCINE no es solo la estructura de financiación sino el “mogul” que interviene, que sugiere e impone, que pide añadiduras y exige supresiones, que censura si es el caso y que luego se permite guardar el producto en bodega.

Distribución

Los funcionarios de FOCINE asumen fatigas de producción mientras que su labor sería la de facilitar la estructura básica sobre la que el cine colombiano se realice en condiciones de libertad y creatividad y luego con la garantía de que ese trabajo suyo va a ser accesible a su público natural.

Infinitamente más importante que un premio en Río hubiera sido que Tiempo de morir se hubiera exhibido en Colombia hace ya meses. La película la han visto los brasileños, los berlineses, los franceses y nosotros no. Y la televisión alemana presentó La guerra del centavo ante millones de espectadores y en Colombia nadie la ha viso en teatros comerciales. Y El escarabajo se exhibió dos días en pésimas condiciones en el teatro Lido de Medellín y Los elegidos fue presentada por Cine Colombia y los coproductores colombianos en una versión mutilada por lo menos en la mitad de su metraje y en un doblaje que daba escalofríos, con el fin de hacerla “comercial”.

Jugar a magnates de cine es un papel muy llamativo pero mucho más importante es el de abrirle camino, lenta pero seguramente, a la producción nacional, buscarle su lugar en los intereses del espectador, permitirle una estabilidad y una continuidad. Esta misma paciencia, modestia y concentración, se necesita para todos los frentes realmente valiosos en el cine, entre ellos la recuperación del patrimonio fílmico, de todas las imágenes producidas y olvidadas en Colombia, fuente importantísima de identidad y de investigación histórica; pero ha sido muy difícil crear esta conciencia porque, cabalmente, este es un tipo de trabajo que no da pantalla, que no es evidente y en este país nada funciona sin relaciones públicas, sin trompetas. Ha sido un esfuerzo muy grande de parte de algunos apasionados en el país, el hacer entender que este campo no es para nada secundario. Pero aquí lo que necesite más de los años de una legislatura o de un período presidencial no tiene perspectivas.

Situación del cine colombiano

La primera gerente de FOCINE, Isadora de Norden, se vio obligada a renunciar a su cargo en razón de que su esposo, Francisco Norden, estaba impedido por parentesco para presentar un proyecto a la entidad. Se trataba de Cóndores no entierran todos los días y casi podría decirse que fue un sacrificio con frutos, porque, todavía a estas alturas, Cóndores sigue siendo el más sólido, el más logrado de los largometrajes nacionales, casi un clásico, un momento a partir del cual el cine colombiano tenía que cambiar de rumbo.

La política de los mediometrajes partió de consideraciones gremialistas y el gremialismo es particularmente paralizante…

Cóndores no se producen todos los días. Pero no hubo una respuesta a Cóndores ni de parte de las políticas ni de parte de los creadores. FOCINE, por diversas razones, entró en una etapa crítica y la industria en un completo congelamiento. La propuesta de reactivación con mediometrajes en 16 milímetros, con vistas a la emisión televisiva, sigue siendo uno de los dos polos extremos en los que se ha concentrado FOCINE de ahí en adelante. El otro es el de las coproducciones internacionales. Estos dos polos le han quitado vigor a la producción más vital para un país, el cine nuestro de cada día, los largometrajes nacionales para teatro, destinados antes que a nadie al público colombiano, el cine sólido de presupuesto medio que es el que crea una producción real de identidad nacional. La política de los mediometrajes partió de consideraciones gremialistas y el gremialismo es particularmente paralizante (basta ver a lnravisión, basta ver las reglamentaciones de la carrera periodística, de la educación, etc.). FOCINE cambió su función de fomento de un cine nacional, por la de Ministerio de Cinematografistas y se inventó una manera de darle trabajo a directores, camarógrafos, iluminadores, sonidistas y asistentes, que estaban prácticamente en la calle, en parte porque la televisión no los acoge, dado que tiene su propio gremio cerrado, y sobre todo, porque por estos tiempos la producción en cine de 16 mm le cedió el paso, definitivamente, a las nuevas técnicas de video.

Mediometrajes en tierra de nadie

No quiero que se me entienda mal. No es que pretenda que no es importante que artistas y técnicos tengan un campo de trabajo. Pero si mis muy primitivos conocimientos de economía no son falsos, debe considerarse un adefesio y una actitud de paternalismo demagógico crear fuentes de trabajo para producir cosas inútiles o que a nadie le interesan. Digamos, montar una fábrica para producir huecos para pandequesos. Los mediometrajes de FOCINE son un producto en tierra de nadie, entre cine y televisión, en un formato y una longitud que hacen que sean en buena parte inaccesibles. (Entiéndase que, por claridad, tiendo a simplificar: es cierto que han sido organizadas por FOCINE muchas exhibiciones de estas películas, pero ello no puede considerarse un flujo de distribución y exhibición normal). En televisión estas películas han sido sometidas a las reglas del juego de los canales comerciales y han sido asumidas por los programadores casi como un subproducto, una condescendencia con lo que nada les reporta, que es más humillante que halagadora. Los transfer de cine a video les han quitado a estas cintas sus posibilidades visuales, de manera que aparecen enfrentadas desventajosamente a las nítidas y brillantes (no necesariamente mejores ni más bellas) imágenes de video. En cuanto cine sólo pueden ser exhibidas en ciertos eventos, en forma de paquetes de dos o tres y para un público ya catequizado (sobre todo como obligada alternativa para los cineclubes y facultades de comunicación, a la falta de otros materiales en 16 y a los costos de los de 35). La posibilidad inicial de un “inflado” a 35 milímetros, con el fin de posibilitar la exhibición en teatros, resultó sólo teórica y para nada viable; máxime cuando las rígidas normas impuestas por los exhibidores a las películas de sobreprecio implicarían dividirlas en dos o tres partes o mutilarles un alto porcentaje de su longitud original. La posibilidad opuesta es la que dan aquellos proyectos en tres o cuatro capítulos, que pueden ser unidos en un largometraje. Pero, debido a los mecanismos que analizaremos más tarde, la simple yuxtaposición de algo que fue concebido en segmentos de 15 minutos, no logra obtener la dinámica de un largo de hora y media. En los casos de San Antoñito y El tren de los pioneros, casi podría decirse que es más lo que sobra que lo que falta. Ambas películas se extienden interminablemente más allá de una o dos situaciones argumentases, sin crear una verdadera estructura dramática, sin el desenvolvimiento adecuado a la historia. Es el sistema mismo en que se producen ese tipo de obras, que no parten de las necesidades internas de un guión, de las exigencias de una historia, sino del encasillamiento forzoso en el esquema “todo vale veinte”, el modelo de los mediometrajes de tres millones de pesos por episodio, con tema libre que admite documentales, dramas intimistas, reconstrucciones históricas, dibujos animados, chistes escenificados y super-producciones y hasta producción en video.

Las “opere prime” sin continuidad

La primera época de FOCINE produjo el grupo de “opere prime”, los primeros largometrajes de directores curtidos durante años en el cortometraje de sobreprecio o en el 16 mm semi-privado. Hay una jerarquía de calidad en estas películas, pero todas tienen en común el esfuerzo por construir historias estructuradas y la presencia permanente del fantasma del fracaso económico, la búsqueda casi morbosa de elementos “comerciales” para atraer a un público amplio. El pulido fracaso de Pura sangre, la inexplicable caída de tono de la excelente Carne de tu carne, la cuidadosa elaboración de Cóndores no entierran todos los días, la exploración en la identidad humorística colombiana en La Virgen y el fotógrafo y Con su música a otra parte, el intento de captar al colombiano cotidiano en El escarabajo y hasta el lanzamiento del más típico representante del cine de consumo en Colombia hacia horizontes más estables en Caín, pueden verse ahora como los frutos de una época unitaria, importante por su significado más que por la individualidad de los resultados. El problema es que esta época exigía una continuidad inmediata, una edificación sobre lo aprendido. Pero vino la parálisis y la solución de los mediometrajes, en la que todos los autores de las “opere prime”, con excepción de Norden, buscaron la salida de la inactividad. Esta opción los sometió a una serie de limitaciones y censuras inconscientes que terminaron por deshacer los pasos andados en los largos. La conciencia de estar haciendo productos para ser emitidos en televisión creó un síndrome Nilssen, con consideraciones de franjas, de horarios, de número de espectadores a una determinada hora, un ajuste también inconsciente e inepto a un pretendido lenguaje televisivo, a una temática adaptada al público de la pantalla pequeña. La mayoría de las películas son híbridos y, notoriamente, las provenientes de los autores de la serie de largometraje son las menos satisfactorias (con excepción de Aquel 19 de Carlos Mayolo, que es de las mejores de la serie pero, evidentemente, inferior a lo logrado en Carne de tu carne). En otros veteranos del sobreprecio se observa casi el fenómeno contrario, el querer recalcar a ultranza la identidad del lenguaje cinematográfico, como en El papá de Simón, con sus grúas y sus iluminaciones relamidas e independizadas de la historia que se está contando. Muy pocos mediometrajistas de este programa se sometieron exclusivamente a la limitación de tiempo y estructuraron dentro de la misma una historia completa, con su propia dinámica. Entre éstas Los habitantes de la noche fue producida fuera del programa de los 3 millones (era la realización de un guión premiado y filmado en 35 mm. en producción normal. El formato le confiere una legibilidad a las imágenes, casi siempre nocturnas, que el 16 no hubiera logrado y, sin embargo, para que la película pudiera incorporarse al “Cine en T.V.” tuvo que ser también víctima de tijera). Las otras fueron La vieja guardia, tal vez la más original hasta ahora, pero que tiene que contar su historia con excesiva rapidez y Semana de pasión, el regreso de una promesa de los sesenta, Julio Luzardo, quien por hacer la película sin pensar en el medio televisión, se vio, tal vez, condenado a que su película no sea emitida. La aprobación de proyectos por un jurado y la producción por FOCINE, no excluyen la posterior problematización conectada con el medio televisivo, los poderes, los vetos, etc. El caso de El potro Chusmero, película por lo demás insignificante, pasó por todos los periódicos. No así el de El día de las Mercedes, tal vez porque el mismo equipo de realización recibió el espaldarazo de FOCINE para el largo metraje Mariposas y este nuevo vínculo llevó a ambos contratantes a prescindir de escándalos. En todo caso, es otro “Cine en T.V.” que no se verá en T.V.

El pulido fracaso de Pura sangre, la inexplicable caída de tono de la excelente Carne de tu carne, la cuidadosa elaboración de Cóndores no entierran todos los días, la exploración en la identidad humorística colombiana en La Virgen y el fotógrafo

Mientras tanto se siguen aprobando proyectos de mediometrajes, en condiciones similares aunque con cierta revisión de procedimientos. ¿Y mientras tanto cuál ha sido la suerte de los largos?

Ataques injustos e irresponsables

Dos de las características más curiosas del lindo país colombiano, que no figuran en ninguna guía turística, son su extremada juventud y la difundida práctica del canibalismo. Extremada juventud, porque es un país que nunca ha pasado de los cuatro años de edad. Cada vez que comienza un período presidencial se ponen los contadores en cero, se ignora o, peor aún, se arrasa lo realizado en los cuatro años anteriores y se emprende la construcción del propio monumento, que en los próximos cuatro años no llega ni a tener listo el pedestal. La falta de continuidad, tal vez el signo más característico de la primitividad arraigada en el ser colombiano, que casi puede considerarse nuestra patología congénita favorita e incurable. Y el síntoma más notorio de esta sociedad de desarrollo pendular, es la absurda necesidad de dejar pelado hasta los huesos a todo compatriota que durante un tiempo se haya esforzado por trabajar en pro de alguna cosa, por establecer algún tipo de estructura permanente.

FOCINE ha sido, desde el comienzo, una de las carnes favoritas de políticos ambiciosos y de una prensa vocinglera y sin ética; y, lo que es casi increíble, de los propios cinematografistas que en esta institución, perfecta o imperfecta, han encontrado la única posibilidad de ejercer lo que eligieron como tarea de su vida.

Y el síntoma más notorio de esta sociedad de desarrollo pendular, es la absurda necesidad de dejar pelado hasta los huesos a todo compatriota que durante un tiempo se haya esforzado por trabajar en pro de alguna cosa…

No he sido nunca un turiferario de Focine. Muy recientemente emprendí un análisis de la actual gestión de la compañía, en la que las críticas y los desacuerdos no eran, ni mucho menos, la excepción. Sólo que soy consciente de que el tipo de trabajo que allí se realiza no se deja tan fácilmente meter en reglas y que cada empeño es, al mismo tiempo, lleno de posibilidades y de tremendos riesgos. No se están manejando productos de un cinturón de producción sino esa difícil mezcla de arte, individualidad e industria que en todo el mundo causa tremendos problemas.  Pero debo confesar que me escandaliza y se me hace incomprensible el tono con el que un grupo de gente de cine se ha dirigido al presidente electo, para presentarse ante él como damnificados de un naufragio, ansiosos de quedar a salvo en su barco, como sobrevivientes de un caos que caminan hacia la luz de la redención que se acerca. Me escandaliza el tono desvergonzadamente oportunista en que se capitalizan los errores de algunos de los cuales ellos son corresponsables.

Actitud de ajuste

Me escandaliza el querer desconocer realizaciones innegables y el describir las cosas como un caos del cual el próximo gobierno va a salir, a partir del kilómetro cero. Las ranas pedían rey, nos dice la fábula y uno se teme el tipo de rey que se les va a otorgar. Los nombres que ya suenan para FOCINE están siendo manejados con criterios eminentemente de directorio y cuota. De uno de los más opcionados se dice que, más que ninguna otra cosa, es un fiel turbayista. De otra, Gloria Zea, parece que el criterio es el de rehabilitación. Haberla dejado cuatro años sin lugar preponderante es casi un delito. Si es necesario aprender alguna cosa de cine, ya habrá tiempo. Y las otras expectativas son paralelas. La actitud de estos realizadores va a llevar a FOCINE a un nuevo ciclo de crisis, del cual quién sabe si saldrá con vida. La cultura no será una de las líneas de fuerza del próximo gobierno, aunque fuera por lograr contraste. Candidato al Ministerio de Comunicaciones es, por ejemplo, José Name Terán. Un simple decreto presidencial bastaría para que FOCINE dejara de existir y el cine colombiano quedara en manos de algún departamento de cinematografía en el edificio Murillo Toro. Y los realizadores que dicen ver en el próximo siete de agosto un enésimo amanecer para el cine colombiano, muy probablemente tendrán que sentarse a llorar encima de lo que han ayudado a liquidar. Me escandaliza y me preocupa la actitud de artistas que encabezan su misiva en clara actitud de ajuste: “también nosotros anhelamos un cambio a partir del siete de agosto próximo, cuando el presidente elegido por la mayoría de votos jamás registrada en la historia del país asuma sus funciones”. Alguien entra y alguien sale en el palacio de Nariño. Ellos, en cambio, estaban dentro y ahora no dejarán de estarlo.

A diferencia de muchas otras entidades colombianas, FOCINE no ha tenido durante los años de su existencia, administradores deshonestos, ni ha sido un nido burocrático.

Relleno

A estas voces, que por lo menos se pueden considerar bien intencionadas, ha hecho coro por los mismos días (quiero pensar, muy honestamente, que no fue de acuerdo) la acusación ante la Procuraduría de un señor Ricardo Saldarriaga. El Tiempo y El Espectador reprodujeron estas acusaciones con el tono de quien, una vez pasados la visita del Papa, el mundial de fútbol y el Tour de Francia y defraudados por la descortesía del Ruiz (que se sigue negando a producir tragedias) se ha visto en la necesidad de volver a FOCINE como clásico comidilla de relleno. El problema no es la noticia misma, sino la manera como se ignoran el contexto y los entretelones del escándalo. Porque el señor Saldarriaga, a quien se presenta en los medios como un valiente defensor del arte cinematográfico y del erario público, quien habla con éxtasis del maestro Fellini y se rasga las vestiduras por la baja calidad de los productos nacionales, es un conocido exhibidor bogotano de pornografía de la peor laya. Es probable que Saldarriaga tenga motivos serios para declararle la guerra frontal a FOCINE. De hecho es deudor moroso de la compañía en alta cuantía. Y la deuda contraída se origina en la negativa a pagar el sobreprecio de fomento al cine estipulado por la ley, un sobreprecio que no por ello ha dejado de percibir de sus espectadores. Así son las cosas y uno se siente muy inseguro frente a la calidad ética y democrática de una prensa que trata los hechos de una manera tan indiferente, cínica, desinformada y desinformadora.

A diferencia de muchas otras entidades colombianas, FOCINE no ha tenido durante los años de su existencia, administradores deshonestos, ni ha sido un nido burocrático.

Cine colombiano

He criticado en ocasiones ciertos amagos de burocratización, pero, ciertamente que no se han tomado la partida y han sido más en los procedimientos que en el espíritu, amén de haber sido impuestos desde fuera por la burocracia real. Cada una de las gerencias tuvo enfoques muy diferentes, estilos diversos, aciertos propios, errores graves. También como excepción, ninguno de sus gerentes ha creído deber arrasar con la obra de su predecesor. Tal vez porque todos se han enfrentado a situaciones semejantes, en este océano sin brújula donde todo es posible o imposible. Y sin embargo, quien lo creyera, FOCINE creó lo que no existía: el cine colombiano. Y la actual administración hizo cine colombiano y cultura cinematográfica más intensamente que las otras, después de un período de estancamiento que tuvo diversas causas y que amenazaba con ser definitivo. Los cinematografistas lo saben, pero mucha gente no lo sospecha: lo que implica poner sobre las piernas una cinematografía nacional, en un mundo donde el control de los monopolios multinacionales es casi total. El problema no es sólo del tercer mundo: también lo tienen Suecia, Rumania o Singapur y hasta países con larguísima tradición en el medio como la Gran Bretaña, Francia o Italia. Si es cierto, por ejemplo, el rumor de que la gigantesca multinacional Cannon, de Golan y Globus, tiene entre sus intensiones la compra de Cine Colombia, desaparecería entonces el último ramo de la industria nacional. Y sin embargo, FOCINE sigue haciendo el intento, gigantesco, de hacer un cine para los colombianos. Rambo no es cine para colombianos. Por esta razón FOCINE debe continuar existiendo y debe ser liberado del sistema de turnos de poder y de la política de las reparticiones. Y no debe nacer de nuevo el siete de agosto, para ponerse a crecer otros cuatro años de enanismo. No sé si alguien pueda o quiera transmitirle al doctor Barco que hay un pensamiento diverso frente a FOCINE. Es bueno que sepa que hay muchos que consideramos su actual administración positiva e importante. Pensamos que la continuidad y la perspectiva amplia son un criterio esencial para el cine y que, por lo tanto, María Emma Mejía debería continuar al frente de la institución. Con ella en el cargo es posible proponer, disentir, cambiar, atacar, planear, volver atrás, corregir, mejorar. Si todo tiene que empezar de nuevo, quién sabe si esto vuelva a ser posible.

Arcadia va al cine No 13.1986

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