Ingrid Úsuga O.
Nuestro hijo traerá lo que hace falta
-Diana Ipuana-
En una entrevista a propósito del estreno de La frontera (2019) en el Festival de Cine de El Cairo, el director David David C. hablaba así de su ópera prima: “La comunidad wayuu de Colombia es una minoría que ha resistido con dignidad el paso del tiempo, y la fuerza avasallante de la colonización. Para mí son una representación ideal del ser colombiano por su capacidad de resistir, y por su conexión con la tierra, con la familia, con lo místico. Ahora bien, esa resistencia se ha nutrido un poco del hermetismo. La necesidad de cerrarse en sí mismo para sentirse seguro. Allí encontré el meollo de la historia, la metáfora entre la frontera física y la frontera de la mente” (1). Coincido con su afirmación: el título de este filme va más allá del enorme territorio geográfico por el que se unen (y se separan) Colombia y Venezuela, para hablarnos de los límites que nos ponemos nosotros mismos en relación con los demás. Por eso, en esta película, la política está reducida a unas declaraciones gubernamentales que los personajes escuchan en la radio, algo abstracto y lejano, algo que parecieran no entender porque tampoco sienten en esos discursos alguna relación con su día a día, donde sus condiciones sociales son muy precarias, pero que -paradójicamente- viven así precisamente por esa política migratoria que se mueve al vaivén del capricho del mandatario de turno.
Por eso creo que el director barranquillero David David Celedón tuvo el acierto de no centrarse en el paso fronterizo físico, en el desespero y la incertidumbre de cruzar una frontera que cuando empieza la narración del filme está cerrada. Él decidió enfocarse en una familia que prácticamente simboliza a una comunidad entera. A él le importa la gente que vive en uno de los lados y los muros mentales y culturales de los que se rodean para protegerse. La película está dotada de una gran sensibilidad, se nota el conocimiento del director hacia este tema. Por eso, uno de los valores más importantes de esta película es que David David nos retrató la unión, más no las diferencias culturales. Donde exaltó los puntos en común más allá de las diferencias.
La protagonista es una joven wayuu, Diana Ipuana (interpretada por Daylín Vega Moreno), que vive en una ranchería en medio del desierto del departamento de La Guajira (o quizá de El Cesar, ambos son limítrofes con Venezuela) con su hermano y con su marido, que es carpintero, pero que tiene unos medios ilegales y violentos para subsistir. Diana y su marido están esperando su hijo primogénito y viven en una relación con la tierra que es la de todo campesino: es su raíz y su sustento y a la vez es su condena, algo que los ata.
La película tiene dos momentos y en ambos hay tres personas. Diana es siempre el personaje común, aunque las circunstancias sean muy diferentes. En el segundo momento estará acompañada de dos seres a los que auxilia: un hombre herido y una mujer venezolana que intentaba cruzar la frontera. Junto a su hermano y a su marido ella sentía paz, reflejaban su mundo habitual, su frontera particular. Junto a los otros dos personajes, llegados casi por casualidad a la ranchería, ella encuentra la incertidumbre, lo desconocido, lo que la reta, algo que la fuerza a abrirse, un lazo solidario que culturalmente le exige mucho.
…viven en una relación con la tierra que es la de todo campesino: es su raíz y su sustento y a la vez es su condena, algo que los ata.
La sencillez de la narración es perfecta para describir el tipo de vida y la personalidad de Diana, una mujer callada, con una vida interior forjada a punta de resiliencia y de carencias. La película, además de tener dos momentos, tiene dos escenarios igual de importantes y llamativos: El plano real y actual de la vida de Diana; y uno muy especial, el plano onírico, que refleja los sueños, ilusiones y predicciones que ella tiene acerca de una situación. Es como si esos sueños, además de hablarle a Diana, demostraran la fortaleza espiritual y la magia de la cultura wayuu, como si estas personas estuvieran en contacto con otra dimensión, una que ellos mismos descubrieron, es una conexión con la madre tierra que les da poder, seguridad y que, además, se comunica con ellos recíprocamente. Todos estos sueños tienen un significado, algunos más literales y otros necesitan de más análisis para entender lo que quisieron decir. Sería imposible no compararla con películas como Pájaros de verano (2018), de Ciro Guerra y Cristina Gallego, en donde también se ve el vínculo de la comunidad con la tierra y los sueños, solo que en este caso fueron enfocados al alma de la protagonista.
Es increíble lo poderosa y contradictoria que puede ser una frontera en cualquier sentido desde donde se vea. Puede ser un lugar que une, que limita, que protege o que agrede. Todo en unos metros de tierra o en un pensamiento o en un acento. Es donde el cuestionamiento sobre lo humano florece en su esplendor: ¿Adónde pertenezco? ¿A dónde voy? ¿Por qué me quiero ir? ¿Por qué me quiero quedar? ¿Por qué debo limitar mi recorrido?
Referencia:
1. Marta García, “David David estrena su ópera prima “La frontera” en el Festival de El Cairo”, página web: Latamcinema.com