Dopamina, de Natalia Imery Almario

La dopamina y la lealtad a uno mismo

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Liliana Zapata B.

Un documental que revise las vivencias particulares de alguien sin una circunscripción a la realidad actual o que permita al espectador vislumbrar cierto contexto global en lo narrado, puede generar un poco de recelo e incluso cuestionamientos desde el inicio, pues tiene el doble reto de tejer una historia lo suficientemente contundente, que además logre resonar en quien se acerca a él, o que por lo menos permita una identificación con lo que acontece. Pues bien, Dopamina (2019), ópera prima de la caleña Natalia Imery, hace parte de ese al que podríamos llamar: subgénero autorreferencial del documental, que con la sinceridad y cercanía con la que están contados los hechos, hace que logremos conectar con lo allí expuesto e interesarnos. La directora sin grandilocuencias, sino en un tono sencillo y en una búsqueda quizás por sanar y exorcizar sus demonios -lo que será siempre la ventaja de un cineasta sobre los demás mortales-, nos ofrece en este largometraje información sobre los grandes hitos de su vida.

La cinta más que conservar una premisa conceptual definida o desarrollar una idea central, es construida a través de fragmentos de diálogos sostenidos en la cotidianidad con quienes hacen y han hecho parte de la vida de Imery: como su pareja actual, sus padres, y una ex novia y actual amiga. En el entretejido de estas conversaciones, vamos conociendo que su padre fue diagnosticado con la enfermedad de Parkinson años atrás –quien ademásejercita su cuerpo diaria e intensamente, para elevar la dopamina que su cuerpo por sí solo no produce y mejorar su calidad de vida; y que un tiempo después ella decidió comunicarles a sus padres sus preferencias homosexuales, que según entendemos de acuerdo con conversaciones que nos son reveladas a lo largo del filme, no fue fácil de asimilar por ellos, lo cual generó conflictos en sus relaciones.

Esta particularidad, sin embargo, que dota a la película de cierta originalidad, no logra encajar completamente con el tono usado que es bastante directo, aun cuando no puede desconocerse que es un acierto estético.

Las ilustraciones usadas durante el desarrollo del argumento, buscan ser abstracciones que parecieran querer mostrar lo que ocurre en el inconsciente de un ser mientras entiende o trata de explicar hechos de su vida; ya sea la construcción como mujer en la sociedad y como parte de una familia, o los procesos que ocurrieron en la mente de un padre enfermo hasta llegar al momento presente de su condición. Esta particularidad, sin embargo, que dota a la película de cierta originalidad, no logra encajar completamente con el tono usado que es bastante directo, aun cuando no puede desconocerse que es un acierto estético.

Suponemos que para no dejar del todo de lado el contexto social del país, se nos remonta como espectadores a la época universitaria de los padres de Imery, y por momentos creemos que allí encontraremos el hilo narrativo de la película, pues se nos cuenta la complejidad de sus padres de consolidar una relación sentimental siendo militantes estudiantiles (en una época en la que serlo, significaba ser tachado de estar al margen de la ley), además de la muerte del tío materno torturado y asesinado por la misma razón. Sin embargo, posteriormente entendemos, o mejor, creemos dilucidar que la protagonista buscaba hacernos partícipes de su nostalgia por un pasado con su familia, con un padre sano militante de izquierda, con gran sentido de la colectividad y de la igualdad, pero que prefirió junto con su esposa privilegiar a su familia sobre sus ideales y concepciones sociales, sin renunciar eso sí, a sus creencias y principios; mismos que sin ambages cuestiona en un diálogo en el que él dice que: “la juventud actual se centró más en sí misma y en su interior y no tanto en el exterior. En mi época era al contrario”, aludiendo a esto como una suerte de reproche ante lo que él interpreta como una actitud indolente de la sociedad moderna que piensa solo en sí misma sin preocuparse demasiado por la colectividad.

… una doble reflexión: en primer lugar, acerca de la valentía de la protagonista de exponerse con toda su vulnerabilidad ante nosotros, y por otra parte, que aún distamos mucho como sociedad en aceptación y en empatía por la diferencia…

Aun cuando creemos entender las razones de lo expuesto por la autora, el film divaga sin decidirse si le da forma a un contenido sobre el contexto socio-político colombiano entre las décadas de los setenta y los ochenta, sobre lo que significa construir una familia como ella misma lo menciona, o sobre la aceptación familiar de la homosexualidad en tiempos de la liberación femenina. Pese a esto, y a que el largometraje corre el riesgo de perderse en apartes que son lanzados sin un mayor desarrollo posterior y que parecieran más la sumatoria de escenas agregadas al azar antojándose a ratos más como un trabajo universitario que como una pieza documental rigurosa, este es rescatado de nuevo por las escenas cumbre en los que la propia directora y protagonista, desnuda sus temores con respecto a la enfermedad de su padre y conversa con él y con su propia madre, acerca de la reacción de ellos ante la noticia de su homosexualidad y el dolor que su falta de comprensión al respecto le produjeron. Son precisamente los momentos que giran en torno a esta temática, los que aportan mayor profundidad y sinceridad al relato y lo dotan de ese contexto al que me referí inicialmente, pues siendo Imery una mujer que pasa levemente de los 30 años, con padres jóvenes y de mente abierta pareciera ser, llama mucho la atención que la homosexualidad de su hija los haya llevado a cuestionarse su labor como padres o incluso creer que una crianza basada en la libertad, pudo haber sido el desencadenante de sus preferencias sexuales. Ante esto es difícil no hacer una doble reflexión: en primer lugar, acerca de la valentía de la protagonista de exponerse con toda su vulnerabilidad ante nosotros, y por otra parte, que aún distamos mucho como sociedad en aceptación y en empatía por la diferencia, y que por más que nos jactemos de ser incluyentes y aceptar la diversidad, seguimos viendo al que no se asemeja a nosotros como una rareza que tenemos que explicar, o lo que es peor, a quien debemos sanar.

En síntesis, aunque la narración no se decide en su temática central, es paradójico que tenga tanto fondo y que vayamos develando las motivaciones y sentimientos de Natalia Imery de una forma tan diáfana, pasando de la pesadumbre a la liviandad de los relatos, mientras ella misma pareciera irse liberando de cargas y desprendiéndose a medida que avanza el tiempo de un pasado que le ha dolido, pasando de la rabia a la emancipación y de la nostalgia al goce de su realidad actual, como queriéndonos decir que solo viviendo el momento presente sin mayores preocupaciones y sobretodo siendo fieles a nosotros mismos, podemos potencializarnos como seres humanos, y lograr que la dopamina que da nombre al filme lo haga por la misma razón, pues como lo menciona Ángela la ex novia y amiga: “La mayor liberación es poder sentirse uno mismo”, y es precisamente eso de lo que somos testigos en este documental íntimo, y que se hace evidente al final de la cinta cuando la directora y sus padres terminan en el agua, la misma que a lo largo del metraje los exorciza y los sana, pues es allí donde ellos, al igual que nosotros regresaremos al final, a la esencia de la naturaleza donde podremos por fin ser lo que realmente somos: nosotros mismos.