La forma del presente, de Manuel Correa

La verdad como diálogo

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Martha Ligia Parra Valencia

En twitter: @mliparra

 “Para cineastas y periodistas, muchas veces, lo que estás haciendo parece lo más importante del mundo. Vale recordar que en realidad no lo es, que la vida misma es a veces más interesante y que las relaciones que construyes te enseñarán más que cualquier periodismo o cine”. Esta afirmación de Manuel Correa es ya una declaración de principios que ubica su trabajo en una orilla distinta y sin afanes protagónicos. Su debut con La forma del presente, es potente y arriesgado, tanto en la apuesta visual como discursiva. Y se mueve en un terreno donde no hay víctimas pasivas, ni saberes que pesen más que otros.

Este documental de creación es el resultado de un trabajo juicioso que se desliga de la postura habitual frente a las víctimas del conflicto. Casi siempre utilizadas para extraer información. Por el contrario, resulta significativo el acercamiento que Correa hace al grupo de Las Madres de la Candelaria (asociación Caminos de esperanza) y que él describe así: “fui un día como cualquier visitante. Estuve con ellas mucho tiempo pero no llevaba la cámara, no me interesaba, realmente la llevé muy pocas veces, solo quería estar ahí, ser parte” y más adelante dice: “reflexionaba sobre los muchos cineastas y documentalistas que iban a donde ellas, que sacaban su dolor y se iban y no volvían”.

“nosotros estamos en una zona de confort. Para nosotros era muy fácil votar NO, porque no hemos vivido la guerra en carne propia (…) Volver a la guerra es un retroceso”.

El abordaje del joven realizador paisa marca una gran diferencia. Prioriza a las personas, las relaciones, el respeto y el interés genuino de escucha. Ese es el espíritu que atraviesa la película. Al comienzo, en una panadería de barrio, la puesta en escena da la pauta: un grupo de hombres mayores (la mesa ocho) expresan básicamente dos posiciones contrarias frente al acuerdo de paz en Colombia. Uno de ellos dice: “nosotros estamos en una zona de confort. Para nosotros era muy fácil votar NO, porque no hemos vivido la guerra en carne propia (…) Volver a la guerra es un retroceso”. Otro hombre, a quien no le vemos el rostro mientras defiende sus ideas en forma categórica, representa a la población que votó por el NO: “Usted está en su casa, su casa se llena de ratas, hay una plaga de cucarachas (…).Lo que hay que hacer en este país es acabar con todas estas plagas”.

La forma del presente nace de una necesidad de diálogo amplio. Correa, consciente de una sociedad cada vez más antagónica, quiere mediar entre formas de pensamiento diversas. Le preocupa la visión unilateral sobre la guerra en Colombia, las mentiras que circulan por las redes, la no verificación de la información y la usual visión extractivista y agresiva del lente periodístico o cineasta.

Influenciado por la arquitectura de la investigación y forense, el director experimenta una mirada abierta e incluyente sobre el conflicto colombiano. Se trata de una perspectiva multifocal para hacer una aproximación a un tema tan complejo. Prueba una especie de arqueología del presente. Y para ello les da espacio a diversas voces, algunas de las cuales son nuevas, por ejemplo, el grupo de neurocientíficos, las reservas militares y un filósofo matemático, junto a un fotógrafo, un historiador, un negociador de paz y, por supuesto, las Madres de la Candelaria. Estas últimas, que buscan a sus familiares desde hace 22 años, entienden claramente la importancia del trabajo colectivo. Se agradece la decisión de no incluir políticos ni altos rangos militares, pues son siempre los visibilizados por los medios y como explica el director, sólo siguen el mismo guion.

Después de la función, una de ellas les dice a los reclusos: “Es mejor la paz a medias que no la guerra todos los días”.

Las Madres de la Candelaria utilizan el teatro como herramienta de acercamiento con quienes pueden obtener información sobre sus desaparecidos. Estas madres y abuelas han vivido la tragedia de la desaparición, que es un duelo que no acaba. Sin embargo, tienden puentes de comprensión, de diálogo. Piden que no se hable más de víctimas y victimarios sino de sobrevivientes. En la obra de teatro Las acacias, creada por ellas y que presentan en las cárceles, interpretan su propio papel y el de sus victimarios. Las mueve la esperanza y la búsqueda de la verdad. Después de la función, una de ellas les dice a los reclusos: “Es mejor la paz a medias que no la guerra todos los días”.

Entre las entrevistas más emotivas del documental está la de Fabiola Lalinde, “insistente, persistente e incómoda”, como ella se autodenomina. Mujer mayor paisa que es un ícono de los desaparecidos en Colombia. Cuyo hijo Luis Fernando fue torturado, desaparecido y asesinado por el ejército en 1984. Para ella, “las guerras no las ganan las armas sino las estrategias”. Y la suya fue la operación Cirirí que sirvió para que se diera la primera condena al Estado por desaparición en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Fabiola manifiesta: “al desparecido le violan todos los derechos, y en el caso de mi hijo “agotaron cuanto mecanismo de impunidad pudieron”.

Su lucha tardó 4.428 días. “Me acuerdo de mi mamá cuando decía: el que tiene la razón no grita (…) Me entregaron 69 huesos en una caja de cartón (…). El juez decía, señora, pero entienda que eso está 100 metros más arriba y no podemos subir allá. Tenemos que buscar hacia abajo, por la ley de la gravedad, por los animales. Yo le dije que los mecanismos de impunidad trabajaban en sentido contrario a la ley de la gravedad y que los desaparecidos en Colombia había que buscarlos río arriba y monte arriba. Yo me meto en todas estas cosas de persistir para que la gente aprenda a no dejarse manipular de nadie”. Tremenda tarea la que se han echado a cuestas mujeres como Fabiola. También como ella, Teresita Gaviria de Las madres de La Candelaria dice: “lo de nosotros es una cosa muy delicada, es buscar los desaparecidos en este país”.

En La forma del presente, Correa entrevista a Fernando Zalamea, filósofo de las matemáticas, incluido en el libro “100 mentes globales, los pensadores transdisciplinarios más atrevidos en el mundo”. El autor habla de la necesidad de estudiar las cosas desde distintos puntos de vista para poder entenderlas. “Gracias a las perspectivas diferentes se obtiene una buena representación del objeto”. Zalamea se refiere a “un proceso de diferenciación y reintegración para obtener algo relativamente correcto. No hay una verdad única, pero si múltiples verdades. No quiere decir que todo sea verdad. En la superficie está la posverdad y el manejo sistemático de decir mentiras, sistemática y ordenadamente para que, al final, se crea que eso es la verdad. Mientras que la verdad está en lo profundo. La verdad se construye como diálogo, como mediación y es algo que no sucede demasiado en la política colombiana”.

Por su parte, el fotógrafo de guerra Federico Ríos, mientras observa imágenes de una comunidad, revela la situación que se repite en muchas regiones apartadas del país: “Para esta población el estado es un intangible, ninguna de esas personas entiende lo que es el Estado (…) Sacar a hombro a un enfermo a un pueblo cercano donde haya un centro de salud es una situación bien dramática. Son personas que viven en un infortunio constante, en un olvido. Ellos no reconocen un Estado o un poder porque eso no llega hasta allí, porque nunca lo han visto, nunca lo han vivido. Si tienen problemas con un vecino no tienen ningún estamento del Estado para ofrecerles ningún tipo de alivio. Yo creo que es importante que empecemos a ser un país que incluya a sus nacionales y no solo a los habitantes de las grandes ciudades”.

El historiador Javier Ortiz otro de las voces señala: “Nada se hace más desde el presente que la historia (…) Hay que preguntarse por qué se privilegia una información sobre otra. Para él, la memoria tiene carne y hueso. Lo que le interesa a la memoria es convertir la historia en carne, en sujetos, en gente viva”.

En el documental, Juan Esteban Ugarriza, académico y negociador de paz está convencido de que es un grave error construir una visión única y oficial sobre lo que ocurrió en el país con el conflicto. La idea es que se dé el encuentro de distintas maneras de entender y legitimar memorias diferentes.

Para él, la memoria tiene carne y hueso. Lo que le interesa a la memoria es convertir la historia en carne, en sujetos, en gente viva”.

Las reservas militares también tienen espacio en esta película. Recuerdan que les hacían cantar estribillos como “sube, sube guerrillero que en la cima yo te espero” o “A la guerra iré y guerrilleros mataré”. Entre sus distintas afirmaciones, llaman la atención las siguientes: “Los políticos nos están utilizando para seguir en el poder y nos tienen de carne de cañón. El gobierno colombiano no ha ganado la guerra por falta de decisión política. Si uno mira, tampoco existió la voluntad por parte del ejército de ganar la guerra porque la guerra es un negocio, es lo que garantiza los ascensos y aumentar el pie fuerza. La base social es la corrupción que tenemos a todos los niveles. Yo siempre he pensado que la guerra es un negocio, uno de los más grandes y rentables”.

Al director Manuel Correa le preocupa el modo en el que nos estamos narrando y que lo estemos haciendo desde la falacia. De ahí la importancia de la verificación. Además, a partir de la lectura del libro Filosofía sintética de las matemáticas contemporáneas de Fernando Zalamea, sintoniza con la visión del autor y se interesa por una reflexión de las matemáticas contemporáneas: “La idea muy compleja y de múltiples capas de lo que es la verdad”. Ese ejercicio de múltiples capas resuena en La forma del presente al acercarse al conflicto colombiano.

La película es un esfuerzo austero y sereno que reconoce las distintas aristas en un tema como la guerra. Al mismo tiempo, evita una postura que invalide, al contrario. Hoy, las cifras de falsos positivos por parte de fuerzas del Estado en Colombia triplican los datos iniciales, al pasar de 2.249 muertes extrajudiciales registradas por la Fiscalía a las 6.402 que acaban de ser reveladas por la JEP. Esta dinámica perversa persiste en la estructura militar, a la par que continúa el desplazamiento, las desapariciones y las guerras de clanes, mafias y poderes paramilitares. Resulta, por tanto, particularmente actual y necesario este documental. Es un llamado urgente al diálogo, a un escenario más propicio para la construcción de la memoria. Y como lo dice el fotógrafo Federico Ríos, hace parte de los “pequeños pasos en ese avance de construir un país con una mirada diferente”.