Luisa Milena Cárdenas C.
Cantos que inundan el río (2021) es una película documental que nos habla del canto como aliciente, como un espacio para liberar y contar historias. En su trasfondo está uno de los momentos históricos más pesados de Colombia, del Chocó: la masacre de Bojayá. Todo se cuenta de la mano de las Cantaoras. Especialmente, a través de la historia de Oneida.
Con una atmósfera visual que transporta a los espacios y al dolor que nos cuenta, Cantos que inundan el río es importante, hermosa y al mismo tiempo difícil de ver; no porque sea de una narrativa compleja, sino porque su historia aflige el alma. Sin embrago, reitero, es importante verla. Es importante que su relato llegue a la mayor cantidad de personas posibles, porque la película nos reafirma que la guerra, tan absurda y tan ilógica, imposibilita la vida digna con su densidad. Nos reafirma, también, que para el dolor existe el canto.
Esa importancia se sostiene desde su narrativa, que con un aire observacional, nos transita a través de los momentos, las sensaciones y los recuerdos. Nos presenta, además, imágenes donde la alegoría transmite todo aquello que no se logra transmitir tan solo con la palabra, sino que amerita una elaboración que sale de las entrañas, amerita imágenes, cantos, gestos del rostro. La historia de las cantaoras, de Oneida, de sus cotidianidades y los rezagos de la masacre ameritan esta película que lo refleja con sensibilidad.
El ritmo es pausado, pero conlleva una estructura que cautiva, como un constante alabao, que transmite el dolor en el sentir y la necesidad de soltarlo, de expresarlo. La fotografía es preciosa, en la medida en que nos carga de nostalgia, nos permite habitar el lugar y la historia de Oneida desde los rostros y el quehacer habitual. La historia de Bojayá no es cualquier historia, es una que deja huella profunda, que reclama al mundo atención en lo que no se ha mirado con cuidado.
El ritmo es pausado, pero conlleva una estructura que cautiva, como un constante alabao, que transmite el dolor en el sentir y la necesidad de soltarlo, de expresarlo.
Con todo esto, se siente como si claramente fuera una película que pedía usar imágenes de archivo donde el uso de dicho elemento no peca. Se establece de manera justa, aportando el toque necesario de ironía cuando vemos la “participación” política en el tiempo de la masacre y planteando iconicidad cuando vemos el acompañamiento de las cantadoras en la firma de los acuerdos de paz.
La película es dirigida por Germán Arango, también conocido como Lukas Perro, integrante de Pasolini en Medellín, con lo cual se deja entrever ese acercamiento que siempre ha mantenido la corporación, donde hay un constante interés por reconocer los territorios y los sucesos que los abordan, en conjunto con los procesos que los acompañan. Así, Cantos que inundan el río se mantiene en esa inclinación, que desde lo etnográfico, lo antropológico y lo sociológico se cuentan los entornos y las personas en su estrecha relación, sin dejar de lado lo poético.