Víctor Gaviria
El siguiente texto fue leído por el director antioqueño, quien es el director artístico de Miradas: Festival de Cine y Artes Audiovisuales en la inauguración de la primera versión de este evento el 25 de noviembre de 2021.
Miradas Medellín es un festival que estaba en el aire y que todos anhelábamos y esperábamos que de golpe se precipitara y se hiciera presente. Estaba disperso en docenas de pequeños cristales que tenían la forma de colectivos y grupos culturales, en propuestas personales de hacer una pequeña película, o festivales de barrio o talleres de formación, exhibición de películas que debían verse, seminarios de apreciación o talleres de crítica, o colectivos que reunían las memorias audiovisuales de los barrios que las personas habían construido con enormes dificultades.
Es un secreto a voces que la producción audiovisual de Medellín representa hoy mismo la propuesta más interesante en el cine colombiano de hoy: es esta pequeña primavera del cine en Medellín la que queremos celebrar con todos los espectadores de la ciudad y del país, y ponerla de presente para el cine iberoamericano: más de doce largometrajes, argumentales y documentales, que se han estrenado o se estrenarán en los próximos meses.
El cruce afortunado entre el cine y la ciudad en una historia que nadie puede negar: es una historia de intercambio de culturas, de intercambio de miradas, es la historia de un hermoso diálogo de inclusión que el cine hizo posible. Comenzó con los pioneros, Camilo Correa y Enoc Roldán, este segundo un maquinista del tren, del ferrocarril de Antioquia, que se hizo maquinista de cine, llevando un proyector por todo Antioquia, que llenaba las paredes de imágenes en los municipios más apartados. Y luego tuvo el capítulo de un sacerdote que llegó a escribir sus páginas de cine dominicales, y un abogado que le replicaba con igual inteligencia desde las páginas del Mundo, Luis Alberto y Orlando, que nos convencieron, a los jóvenes de aquella generación, con una larga cadena de argumentos. que podíamos saltar de ver cine a hacerlo.
Primero fue un corto, “Balada del mar no visto”, de Diego García, un relato que revelaba las claves de esta ciudad de 1984 con una clarividencia tal, como sólo el cine puede hacerlo. Y siguió luego un largometraje que dialogó con la ciudad, que tradujo, hasta donde se podía, esa tormenta social de los ochenta en una película de humanidad como fue Rodrigo D-No futuro. Primera mirada de alarma a la exclusión. Y luego se desprendieron los colectivos de Nickel producciones, Madera Salvaje, el proyecto de Muchachos a lo bien, y el incansable trabajo desde las universidades que, a falta de escuelas de cine, crearon los programas de Comunicación Audiovisual, únicos en el país, que también han hecho posibles las películas y los directores que hoy llaman la atención nacional y que presentarán sus películas en este primer festival de Miradas Medellín.
…Luis Alberto y Orlando, que nos convencieron, a los jóvenes de aquella generación, con una larga cadena de argumentos. que podíamos saltar de ver cine a hacerlo.
Después de Rodrigo D. vinieron Apocalipsur, Los Colores de la montaña, Los nadie, Matar a Jesús, Los días de la ballena, los cortos de Simón Mesa: Lady y Madre, La noche resplandece, de Mauricio Maldonado, y otros que hablan de ese espacio que llenan las personas cuando no hay costumbres sino el sobresalto y la espera, pero también las películas con historias de clase media en donde las pequeñas costumbres dividen el día y lo hacen legible como un libro. Los que fabrican el júbilo del día de la nada, y los que nos recuerdan en sus películas esos espacios de respeto que son pequeños tesoros sociales de convivencia.
Medellín es una ciudad admirable mundialmente por sus esfuerzos de innovación al servicio de la inclusión y la equidad social: la increíble red de equipamientos que esta y las administraciones anteriores han construido con generosidad y contundencia, hecha de Parques-Bibliotecas, Uvas, Casas de la Cultura, que es una red que se hará visible durante este festival.
Pero lo que además expone Medellín a sus propios habitantes y a extraños que llegan a visitarnos, es una ciudad de más de 180 barrios populares, que se autoconstruyeron por sus gentes mismas durante los años sesenta, setenta y ochenta, y que todavía siguen construyéndose en una laderas insumisas y difíciles en donde se ha cimentado una de las ciudades populares más admirables de Suramérica.
La arquitectura de búsqueda de espacios para los que no tienen espacio, la arquitectura de los equilibrios insólitos, de las escaleras de hierro que aparecen adelgazadas entre los espacios más estrechos para crear de pronto habitaciones o terrazas que parecen suspirar de malabarismo en las alturas y haber salido del sombrero de ese mago apremiado que es la necesidad, la lucha por un lugar de dignidad: la vida cotidiana como un ejercicio de crear espacios en los rincones más avaros que de pronto se abren como los pañuelos de los magos y se transforman en lugares.
Esta segunda ciudad, que convive con la ciudad de la innovación, es la más extraordinaria Ciudad de los lugares, que brotan por doquier, junto a los muros, en los barrancos en donde hay todavía un árbol piadoso y fresco, y lugares que están todos impregnados de humanidad, es decir, impregnados de recuerdos, de memorias de familia, memoria de barrio, y que todos ellos, sumados por las miradas que los guardan muy adentro del cerebro, hacen la más hermosa memoria de ciudad de los necesitados que han logrado arribar a ese tiempo soleado y esplendoroso de la sobrevivencia transformada en convivencia.
…la vida cotidiana como un ejercicio de crear espacios en los rincones más avaros que de pronto se abren como los pañuelos de los magos y se transforman en lugares.
Una vida cotidiana de los lugares que fueron tal vez de soledad, pero que han transmutado en lugares de convivencia.
Y en esta ciudad que es una fábrica y un laboratorio descomunales de resiliencia, en donde todos pueden volver a empezar, en esta ciudad de las oportunidades segundas y terceras y cuartas, donde, a pesar de tantos fracasos y derrotas, las gentes, arrulladas y despertadas por las voces vibrantes de la vida cotidiana, ensayan todos los días a empezar de nuevo una vida con dignidad y amor, que nunca han olvidado, que siempre se ha echado de menos.
Y en la mitad de esta primavera de los cineastas de Medellín, está el cine colombiano de todas las regiones, y también un director español que se atrevió a contar la historia de un personaje que nos enseñó a luchar por los propósitos de todos, y con el material de esta ciudad, sus actores, sus calles, sus barrios, su centro y su memoria, ha hecho una película que cuenta un invaluable fragmento de Medellín.
Y será un festival, fundamentalmente, que celebre el trabajo de los colectivos, de todos los que hacen parte de un sector que ha sacudido la ciudad de humanidad, de recuerdos, de recuperar y volver a traer las imágenes de cuando vivíamos llenos de anhelos y propósitos.
Medellín es la ciudad con la vida cotidiana más rica, más llena de voces, de historias, una vida cotidiana llena de miradas. Y en la mitad de estas miradas se establece el cine, se alimenta de ellas y sobre todo, hace que las miradas se crucen, se encuentren, como cuando el espectador detiene su vida y se sienta pacientemente a mirar, a leer una película y multiplicar de esta manera el cruce de las miradas.
“Una persona es una lámpara poderosa que llena las paredes de imágenes”.
Miradas Medellín es el propósito de concedernos a todos la inclusión, lo que las miradas que se cruzan nos conceden tan fácil, cuando llega el aire dulce y tranquilo de mirar, de mirar, como si fuera una costumbre…