Esteban Arango – Valeria Montoya
Escuela de crítica de cine de Medellín
Tras un periodo complejo, lleno de retos e incertidumbre para la industria audiovisual colombiana, el cine de nuestro país encontró en Medellín un espacio para reconectarse, ponerse al día y descubrir las historias que habían quedado opacadas en el último año por el protagonismo del covid-19.
Miradas Medellín, festival organizado por la Alcaldía de la ciudad, se convirtió en el epicentro del cine nacional durante casi una semana, reuniendo a directores, productores, críticos y demás figuras relevantes del sector en torno a 85 obras, la mayoría de ellas inéditas por ser preestrenos o por no haber tenido la oportunidad de exhibirse en muchos otros escenarios.
Con el impulso del gobierno municipal y el respaldo abundante de aliados, el evento gozó de las condiciones necesarias para lograr sus cometidos. Por un lado, fue clara la intención de generar un espacio para el fomento de la cultura y la integración ciudadana, así como se evidenció el propósito de incentivar al sector audiovisual del país, el cual quedó bastante golpeado por los efectos de la pandemia.
Dinamizar entonces este mercado fue un componente central en la agenda del festival, que contó con la participación del Bogotá Audiovisual Market -BAM-, la Comisión Fílmica de Medellín y las cinematecas de ambas ciudades, actores que pueden contribuir no solo al establecimiento de una industria cinematográfica en la capital antioqueña, sino a que iniciativas como Miradas Medellín se mantengan dentro de su oferta cultural.
Entre tanto, el resto de la programación tuvo como prioridad llevar el cine a diferentes rincones de la ciudad. Las proyecciones de la selección oficial de largometrajes se realizaron principalmente en escuelas, Unidades de vida articulada -UVAs- y parques bibliotecas, seguidas por conversatorios con los realizadores y protagonistas de las películas.
La primera edición de Miradas Medellín supuso también la ocasión para homenajear a Fernando Trueba, por su “aporte a la construcción de la memoria” a través de su obra, y a Víctor Gaviria, por su trayectoria e influencia en la escena artística local. Ambos directores recibieron la medalla Categoría Oro, máxima distinción que entrega la ciudad, previo a la proyección de sus películas El olvido que seremos y Rodrigo D: No futuro.
Además de estos reconocimientos, el festival tuvo en su inauguración y clausura dos momentos significativos: el preestreno de Amparo, ópera prima del antioqueño Simón Mesa, con la presencia de ex combatientes del conflicto armado colombiano –a cinco años de la firma del acuerdo de paz–, y la proyección de Cantos que inundan el río, de Luckas Perro, ante los ojos de las Cantaoras de Bojayá, protagonistas del documental.
Ambos directores recibieron la medalla Categoría Oro, máxima distinción que entrega la ciudad, previo a la proyección de sus películas El olvido que seremos y Rodrigo D: No futuro.
Precisamente, este último film hizo parte de una muestra central valiosa por su trasfondo, en tanto abordó temas complejos de la experiencia humana –y de describir con imágenes– como la guerra, el aborto, la enfermedad o la identidad de género a través de testimonios personales y memorias colectivas.
Todos estos elementos hicieron de Miradas Medellín un medio importante para mostrar las historias que estaban por ser vistas, generar las redes que estaban por conectarse y ofrecerle a la ciudad un espacio de encuentro con su cine, que no es más que una oportunidad para echarle un vistazo a su propia realidad.
Identidad, memoria y resistencia, focos de la selección oficial
Un zoom por la muestra central del festival es suficiente para identificar el hilo conductor y el propósito que la sostienen. La selección incluyó tres largometrajes de ficción y tres documentales; historias unidas por realidades crudas, devoradas por la inmensidad de la ciudad, con la fuerza y determinación de la mujer como protagonista en algunas y en otras posando la mirada sobre nuestra propia identidad, de género, cultural, de ciudad e individual.
Amparo, la elegida para auspiciar el espacio inaugural, tuvo su proyección en el Teatro Pablo Tobón Uribe, con un despliegue tipo industria. Esta historia de una mujer que se ve obligada a buscar los medios para evitar que su hijo termine prestando servicio militar, proyecta el rol de madre y cómo se desenvuelve en la ciudad. El manejo de planos cerrados y escenas que enmarcan a la protagonista resaltan la idea de una realidad sofocante, que convierte a Amparo en víctima y heroína a la vez. Sin embargo, Sandra Melissa Torres (Amparo) encarna a un personaje plano y carente de expresión, que afecta la conexión con el espectador, y la falta de un giro dramático contundente hace que la película sea, por momentos, difícil de ver. Al final el largometraje fue recibido con aplausos por el público, aunque no con tanta emoción como se pudo evidenciar con otras películas.
Días después, las emociones se trasladaron a la sala del Museo de arte moderno de Medellín –MAMM–, donde el festival tuvo programados varios de los largometrajes de la selección oficial. Pasamos además de la historia de una mujer que reconoce y se hace cargo de su papel de progenitora (Amparo) a una que, al desconectarse de su anterior realidad, pierde la noción de ese rol. Una madre, dirigida y escrita por Diógenes Cuevas, nos expone la historia de Alejandro, un joven que, tras la muerte de su padre, sale a buscar y liberar a su madre del sanatorio en que se encuentra. En un intento por recuperar el tiempo perdido con su mamá, el protagonista también se embarca en un camino de descubrimiento, que lo ayuda a entender si su destino está sellado, al igual que el de ella, por la locura. Suspiros, tensión y algunos gritos ahogados acompañaron la exhibición del film, sobre todo ante el inminente final.
La misma pantalla nos introdujo a otro personaje con la necesidad de indagar su papel en el mundo. Es la historia de Tato, un joven huérfano amante del rap que protagoniza La ciudad de las fieras, de Henry Rincón. Esta cinta involucra un proceso de reconocimiento propio y de un entorno forzado por la violencia de pandillas, lleno de contrastes entre lo urbano y lo campestre. El director acierta en la forma que elige para contar esta historia, con la fotografía y el color como medios para establecer analogías y simbolismos en la imagen. Otros elementos, como la banda sonora y la construcción de personajes ricos en matices, generan tanta conexión con esta ficción que el simple ruido de una motocicleta es capaz de aumentar la tensión en el ambiente. El despliegue visual fue bien recibido por el público, quizá por tratarse de una propuesta tan distinta a lo que se viene mostrando en el cine nacional. Tras la proyección, unas palabras del equipo de la película desbordaron las emociones de los espectadores y ocasionaron algunas lágrimas.
La misma pantalla nos introdujo a otro personaje con la necesidad de indagar su papel en el mundo. Es la historia de Tato, un joven huérfano amante del rap que protagoniza La ciudad de las fieras…
Por la línea temática del descubrimiento personal podríamos encuadrar también a los documentales ¿Quién soy? y Si dios fuera mujer, sumándoles el foco sobre la identidad de género y cómo estas nuevas expresiones chocan con una sociedad aún llena de tabús.
La programación del festival planteó un contraste interesante con proyecciones externas a la muestra central, como Balada del mar no visto y Los conductos, que exploran más el concepto de ciudad y, con sus propuestas en movimiento, nos llevan por un viaje donde Medellín es protagonista y la audiencia atestigua su evolución desde el pasado hasta el presente.
El evento de clausura tuvo como abrebocas una presentación con las Cantaoras de Bojayá, transportando a los asistentes a un recorrido por esta región. Luego llegó el turno de Cantos que inundan el río, un documental que nos muestra la historia de Oneida, quien desde pequeña aprendió la tradición afrocolombiana de cantarle a los muertos para acompañarlos en su travesía al purgatorio. Esta mujer, custodiada por la inmensidad de los paisajes, se llena de valor y fuerza para contar la historia de violencia que vive su pueblo a través de sus cantos. El río es el que nos guía en esta expedición, llevándonos por un recorrido histórico que, además, tiene una carga poderosa de apropiación cultural y de resistencia frente a la adversidad.
Con el cierre de Miradas Medellín queda la imagen de un cine cargado de relatos, que a menudo pasan desapercibidos y que, al ser descubiertos, ponen al espectador en una encrucijada. Historias de nuestro territorio, que van desde mujeres que afrontan entornos complejos a situaciones de violencia que normalizamos, pasando por los constantes conflictos entre ser y el “deber ser”.
En últimas, el festival logró instalar preguntas sobre la identidad, el reconocimiento de sí mismo y el espacio que se habita, y nos invitó a hacer una introspección para sensibilizarnos a través del arte audiovisual y deleitarnos con las distintas formas en que este nos presenta el mundo.