Pisingaña, de Leopoldo Pinzón

De las violencias y sus prolongaciones

Oswaldo Osorio

Pocas películas como esta dan tan certera cuenta de la tensión campo–ciudad que define tanto a Colombia. Y más certera todavía es cuando la conexión que hace entre ambos universos es la violencia, o mejor dicho, las violencias, desde la del conflicto armado con todas sus atrocidades, pasando por la de un machismo galopante y normalizado, hasta las azuzadas por la desigualdad social y el sentimiento de superioridad que pueden sentir unos por otros.

Basada en la novela Terremoto, de Germán Pinzón, esta cinta adapta la cruel y descorazonadora historia sobre una joven campesina que, luego de ser violada y desplazada por soldados, termina siendo explotada, engañada y humillada cuando va a trabajar en una casa de clase media bogotana. La abierta y despiadada violencia del campo, entonces, se prolonga en la ciudad asumiendo formas más sutiles, pero tal vez más demoledoras y peligrosas.

A pesar de que la violencia ya estaba instalada en los campos colombianos desde hacía tres décadas, apenas es en los años ochenta que algunos directores pueden tocar esa realidad, la cual, soterradamente, parecía vedada para el cine. Aún así, las censuras y el ceño fruncido de la institucionalidad se dejaron ver sobre algunas de ellas, empezando por las de Dunav Kuzmanich: Canaguaro (1981) y El Día de las Mercedes (1985); también pertenecen este ciclo películas como Caín (Gustavo Nieto Roa, 1984), Cóndores no entierran todos los días (Francisco Norden, 1984) y esta cinta de Leopoldo Pinzón; todos ellos filmes que, por demás, estuvieron entre lo más destacado que se hizo en ese periodo.

Aunque el foco dramático está puesto en la joven, el punto de vista y el conflicto más íntimo está sobre Jorge, marido amargado, empleado mediocre y lascivo miembro de “El club de observadores de mujeres”. Entonces, gracias a él es posible conocer con detalles y matices ese universo de la clase media, con sus sordideces y miserias morales, así como su modus vivendi en el ámbito doméstico, laboral y social. La casa, la oficina y el billar son los tres rincones donde choca contra las paredes este hombrecito cobarde e irresoluto. Es allí donde se pone en evidencia su talante de timorato sobreviviente del entorno social que le tocó vivir, eso a despecho de que, muy en el fondo, deja vislumbrar una conciencia más justa y hasta noble, la cual se queda solo en sus atribulados pensamientos y fantasías.

Aunque el foco dramático está puesto en la joven, el punto de vista y el conflicto más íntimo está sobre Jorge, marido amargado, empleado mediocre y lascivo miembro de “El club de observadores de mujeres”

De manera que, en este relato, aunque la empatía está con la joven víctima de esas violencias, la mirada y reflexividad están en Jorge. Es a partir de él que se puede entender, no solo lo que muchos quisieran ser pero son incapaces de concretarlo, sino también los mecanismos sicológicos y sociales de ese medioambiente humano que habitan: la farsa de un matrimonio que se sostiene por la costumbre y la imposibilidad de romperlo como acuerdo social, por más amargo y disfuncional que sea; las hipocresías del contexto laboral, con todas sus pequeñas y grandes batallas de jerarquías, poderes y relaciones honestas o impostadas; y la complicidad entre un grupo de hombres que permanecen en una fuga constante y que se erigen como la representación más clara y desinhibida del machismo de esta sociedad.

Aunque, claro, una cosa es hablar de esta cinta al momento de su estreno y otra en la actualidad, casi cuatro décadas después de ser concebida. Si bien en la relación entre estos cuatro oficinistas de mediana edad se puede leer una crítica sugerida por la película, de su machismo, de su burdo hedonismo y de su insensibilidad social y egoísmo, también es cierto que muchos de los diálogos y situaciones que en aquel entonces pudieron resultar cómicos, ahora solo merecerían un frontal reproche, como esa escena en que, en manada, se comen con los ojos y prácticamente acorralan a cuanta mujer se les cruza por la calle.

Pero esta condición no solo era potestad de los hombres, pues la película igualmente denuncia, y tal vez con menos sutileza, que las mujeres también estaban alineadas con este machismo, arribismo y condición retrógrada de la sociedad. La esposa de Jorge es una colección andante de prejuicios y mezquindades, pero más aún lo es la madre de este, que ya incluso raya con una intencional caricatura grotesca, siendo, de hecho, el personaje por el que menos simpatía tiene el relato. Esto bien puede servir de excusa para trazar una progresión entre la madre, la esposa y una potencial espectadora de la actualidad, y sacar la obvia y afortunada conclusión de que ese machismo y desigualdad de género están teniendo una evidente transformación.

Pero esta condición no solo era potestad de los hombres, pues la película igualmente denuncia, y tal vez con menos sutileza, que las mujeres también estaban alineadas con este machismo, arribismo y condición retrógrada de la sociedad.

Eso no quiere decir que las cosas han cambiado mucho en este país en relación con el conflicto de fondo, esto es, la violencia de los campos que luego tiene su prolongación y réplica en la ciudad. Incluso, como se sabe, unos años después de su estreno esta situación se recrudeció en casi toda Colombia, cuando entró con una fuerza devastadora ese tercer gran actor de la violencia que fue el paramilitarismo.

Así que se trata de una película que habló con honestidad y contundencia de una Colombia arbitraria, desigual y violenta, pero que a pesar de todo el tiempo que ha pasado y todas las cosas que se han transformado, aún no pierde su vigencia. Eso es el resultado de una concepción inteligente de su historia y de lo que querían decir con ella, lo cual es llevado de la mano por una puesta en escena elocuente con todos esos matices que quería revelar y denunciar de este universo social que, aunque parecía normal, estaba muy descompuesto en cuanto a humanidad y sensibilidad social.