Juan Daniel Causil
Escuela de crítica de cine de Medellín
“Je est un autre” escribió alguna vez el poeta Arthur Rimbaud. Poeta vidente, cabría agregar, por su esfuerzo de alcanzar o al menos de vislumbrar lo desconocido a través del desarreglo de los sentidos, incluyendo a su propia personalidad siempre escabulléndose entre las cosas como en un festín. Cosa similar podríamos decir de Emilio/Stefany, un ser doble cuya vida, al igual que la del poeta, se mueve en una autocontradicción permanente como en un viaje de ida y vuelta donde cree y descree, donde se reinventa a veces con esperanza y a veces con cansancio; “¿Quién soy?” se pregunta Emilio a lo largo del documental y sus gestos de hastío parecen evocar a otro poeta cansado, Umbral, que responde por él: “Soy la mirada ciudadana y cansada que no puede coger en su red débil el pez inmenso y coleteante del mundo”.
Lo dicho por Umbral, por Rimbaud u otros poetas lo expresa igual de bien Emilio. Pero no los mencionamos tanto para arribar a la historia en sí que dirige Ana Cristina Monroy, sino más bien para emparentarlo con uno de los temas más relevantes en la historia universal, y es que en el fondo ¿Quién soy? (2021) no es otra cosa que una reflexión sobre la (de)construcción de la identidad y de la relación que existe entre el cuerpo y la mente, expuesto con acierto en el caso del travestismo que, como señala Foucault, elimina la distinción entre adentro y afuera, pues el hombre se hace mujer “hacia adentro” comportándose como tal “hacia afuera”.
De esta manera, el documental se encadena a una serie de trabajos, tratados, tesis, etc. donde además enriquece los estudios con el caso particular de Jesús Emilio, un hombre de mediana edad, de tez morena, proveniente del choco que, luego de haber renunciado a ser hombre y, de hecho, después de hacerle “Luto” a su “yo-hombre” para convertirse en Stefany Martínez, decide retornar a la piel y a las vestiduras del ya difunto. En el transcurso del documental iremos viendo las razones y el “cambio” que padece Emilio, todo relatado de primera mano mientras viaja en una canoa por el río, conjeturamos que es el Atrato, que sirve voluntaria o involuntariamente como la metáfora más idónea y antigua del cambio.
De interlocutora de Jesús tenemos a su madre, una anciana que guarda la esperanza de una “corrección” sincera por parte de su hijo y que sirve, al parecer, como la voz del pueblo, la tradición y la moral: de su boca, podríamos decir, sale todo lo que piensa la comunidad, esto es, el rechazo y repudio por la homosexualidad, una visión estrictamente biológica de las relaciones humanas expresada a través de la relación (pene-vagina/ pistola-pan), la fe en la religión (y en su capacidad de conversión) y de la supeditación de las mujeres a los hombres.
…todo relatado de primera mano mientras viaja en una canoa por el río, conjeturamos que es el Atrato, que sirve voluntaria o involuntariamente como la metáfora más idónea y antigua del cambio.
Servidos de estos elementos –los testimonios de Emilio y su madre, su diario vivir en su peluquería y la peregrinación de éste por los lugares y personas que marcaron su vida– podemos conjeturar las causas del cambio y la sinceridad con la que se realizó dicha transformación. Aquí mencionamos tres posibles causas y que, a nuestro parecer, no son exclusivas entre sí, al menos no las dos primeras: para empezar, la primera razón por la que Emilio podría haber decidido volver a ser hombre es por la presión que siente por un mundo que lo supera y del cual quiere ser parte, pues a dicho mundo lo une su madre y su hermano fallecido que, de estar vivo, lo haría ir por el camino “correcto”. Si es este el caso, tendríamos que ver en Emilio un ser bondadoso que renuncia a su propia felicidad para complacer a su anciana madre, además de una víctima de la ignorancia e hipocresía de su pueblo que lo obliga a ser lo que no es. Pero que a su vez lo desea y lo busca como es el caso de los hombres heterosexuales que sostienen relaciones con él a escondidas. Sin embargo, esta conjetura se queda a medias por el hecho de que Emilio ya había realizado el cambio, y había sido, entre comillas, “aceptado”, lo que significaba, a su vez, que era consciente de, como lo dijo en el documental que antecede a este, titulado Este pueblo necesita un muerto (2007), que lo que le esperaba era que le dieran “por el culo” aludiendo, además del acto carnal, a los abucheos y matoneos que iba padecer.
De modo que la “presión” es una de las caras, pero no la repuesta definitiva. Otra posible razón sería la “presión”, ya no proveniente de los otros sino de sí mismo, esto es, Emilio se encontraba atormentado por haber hecho consigo mismo lo que hizo, además de llevar una vida llena de sexo, desmesurada y pecaminosa, pues hay que recordar que para él la religión es uno de sus mayores pilares y ha tratado, igual que su madre, de encontrar una solución a su viciosa homosexualidad a través de rezos y exorcismos que, a guisa de alivio, lo ha dejado con el “demonio” más adentro.
Si reunimos estas dos “razones” podríamos formular una conclusión hasta cierto punto cruel: Stefany Martínez mató a Emilio, y una vez liberada de él se asustó de las plumas y se suicidó, dejando un fantasma que habita el negro cuerpo de ambos. Pero ciertamente no creemos esto, sino que más bien consideramos que es una limitación que va en contra, justamente, de la esencia del documental de Ana Cristina Monroy que es, a fin de cuentas, no ser reduccionistas; ofrecemos, entonces, otra interpretación que tendrá su sustento en la secuencia final, a saber, que el protagonista del documental es tan Stefany como Emilio; Por otro lado, no nos debe preocupar la extrañeza de la convivencia entre dos o más identidades, antes bien, el tema es antiguo y, de hecho, podemos recordar aquí algunas de sus expresiones: Doppelgänger, en el folclor germano, y que traduce bellamente “doble andante” como si menospreciara la cara por encima de los pies; Robert Louis Stevenson con el Dr. Jekyll y Mr. Hyde; el mismo Rimbaud citado al inicio, que es a menudo pintado en la poética ebria de Verlaine (y propia) como un travestido; el famoso caso de Pessoa, cuyo nombre es de entrada una y mil caras; de nuestro continente podemos recordar a Porfirio Barba-Jacob, nacido entre las montañas antioqueñas; y Borges, nacido cerca al mar de la plata, que no solo se desdobló en su literatura sino que teorizó al respecto llegando a la conclusión de que eso de la “unidad de la persona” es simple nadería.
La reflexión de Borges nace de la lectura de Schopenhauer; pero ciertamente en la filosofía el tema de la identidad toma mayor peso, no en la ilustración, sino a partir del siglo XX, cuando la categoría de sujeto (de conocimiento), hombre, e incluso “persona” entraron en debate a causa de la idea de racionalidad y progreso que llevó a la humanidad a la guerra y a la miseria. La escuela de Frankfurt, Heidegger y los existencialistas se dieron a la tarea de resignificar al ser humano comprendiendo que no es un ser unitario, sino que hay fuerzas que él mismo no entiende. La guinda del pastel es el psicoanálisis, que pone en evidencia el inconsciente y las pulsiones del ser humano y el feminismo de Beauvoir que afirma avant la lettre la performatividad del género y la distinción entre género y sexo con su: “no se nace mujer, se hace”. La sociología nos presta, además, un contexto diverso, rápido, “liquido” donde la identidad estable es ya una utopía.
…Borges, nacido cerca al mar de la plata, que no solo se desdobló en su literatura sino que teorizó al respecto llegando a la conclusión de que eso de la “unidad de la persona” es simple nadería.
¿Sería entonces un desatino pensar que Emilio/Stefany tiene dos caras? Nadie negaría que mucho de su cambio reside en la presión tanto externa como interna, que se está forzando a cerrar algo que es de suyo irrevocable. Pero, a su vez, si anulase a Emilio también borraría una parte de sí que tiene su importancia. De modo que la pregunta no es errada y lleva a otra: ¿Si Emilio/Stefany se perdonase a sí mismo, lograría llegar a un equilibrio? Creemos en la posibilidad y en nuestra conjetura, gracias a la secuencia final del documental, donde Emilio, leyendo sus diarios en la canoa, derrumba la idea de la identidad: no sabe quién es, no sabe si Emilio ha resucitado de entre los muertos, no sabe si Stefany Martínez volverá a caminar por las calles. Pero lo que sí sabe es que es un ser sintiente que añora amor, que desea no ser utilizado y que no perdona las injusticias ni las traiciones. Con todo, Ana Cristina Monroy nos muestra un documental lleno de interrogantes que nos cuestiona sobre lo que somos, un gran tratado de la identidad en setenta minutos.