Tantas Almas, de Nicolás Rincón Gille

Tanta inmensidad y tanto vacío

Liliana Zapata B.

Hay muchas formas de retratar la violencia en el cine o de recordarla, pero en ocasiones, cuando se busca ser original en la forma de abordarla, se puede caer en la parodia, en el amarillismo, o incluso en la banalización. De todas ellas se ha apropiado el cine colombiano a la hora de buscar reproducir nuestra propia historia, con resultados disímiles –como parecería obvio–, repitiéndose incansablemente y dejando al espectador en un estado de agotamiento o incluso de hartazgo, crónicos. La decisión entre privilegiar la violencia en sí misma o ponerla como telón de fondo, seguramente ocupa largas horas de los directores que deciden hacer un filme que contenga esta temática, y gratamente, a veces aparece en el horizonte un director que piensa diferente, que ve el panorama con otros ojos, que enfrenta las mismos dualidades, pero cuya alternativa en lugar de ser blanca o negra, es intermedia, singular, y por qué no, original, en tiempos cuando la originalidad está más cuestionada que nunca.

 

Este director decide, de pronto, contar las mismas historias pero sin sensiblerías innecesarias, las mismas atrocidades sin ambages y la mismo situación oscura y angustiosa, pero con una sutileza tal, que aun cuando entendemos lo que vemos y podemos claramente imaginar más allá, él nos evita el agobio del cuerpo mutilado, de los disparos a quemarropa y de los ríos de sangre, pues no es necesario mayor detalle para entrever lo que subyace, para dilucidar el dolor ante la pérdida a través de la mirada de un padre y no de una madre como es usual, para mayor ruptura en la forma tradicional de contar.

 

No sabemos si ser original es un atributo incorporado a propósito en Tantas Almas (2019), por el director colombobelga Nicolás Rincón Gille, en este, su primer largometraje de ficción, pero lo cierto es que ha logrado hacer emerger un relato colmado de emociones sin acudir necesariamente a nuestra sensibilidad extrema y abrumarnos con imágenes demasiado explícitas. Es claro para el director que se tienen sentimientos más profundos y perennes, cuando escudriñamos el corazón de alguien profundamente herido y destrozado, que cuando se nos muestra vívidamente lo que lo causó. En Tantas Almas, más allá del horror de una guerra, o de la sangre derramada, queda claro que lo que persiste y sobrevive es el dolor de la pérdida, de la duda, de la soledad del miedo. Lo que vemos es un alma en búsqueda de otras que no hallarán consuelo hasta volver con su padre y ser enterrados dignamente.

 

Es claro para el director que se tienen sentimientos más profundos y perennes, cuando escudriñamos el corazón de alguien profundamente herido y destrozado…

 

La historia de José, es la de miles de padres que han perdido a sus hijos a manos de otro y sin ningún motivo. Una noche sus hijos simplemente desaparecen por decisión de un grupo armado al margen de la ley, y al ser arrojados al río como tantos otros, es el sufrimiento el que perdura, el que no abandona. José, de la misma forma que un judío errante, vaga sin rumbo tras sus hijos, con el fin de darle un poco de sosiego a sus almas y a su alma. Pero en este proceso, es su espíritu el que se pierde con cada hallazgo que, en lugar de ayudar a paliar el dolor, lo exacerba, al verse circundado de la violencia más cruenta y más absurda, donde unos pocos deciden sobre las vidas de los demás, sin control y sin resistencia alguna.

 

José en el río, José en la canoa, José en la selva, José con el comandante de un grupo armado, José con la dama que consigna en un libro el detalle de cada uno de los cuerpos –o los pedazos de ellos– que escupe el río, José enterrando a uno de sus dos hijos, José ayudando a un joven desertor que probablemente haya participado en el asesinato de ellos, José omnipresente en la pantalla, llenándola con su entereza y su tormento, desgarrado pero perseverante en la tarea que se ha auto impuesto de encontrar a sus hijos so pena de poner en riesgo su vida, o lo que queda de ella. Eso es lo que vemos y es lo que nos trae Nicolás Rincón, apoyado en la impresionante fotografía de Juan Sarmiento del pueblo de Simití al sur del departamento de Bolívar –agobiado durante años por la guerra–, con una puesta en escena cuidadísima e impecable, que no nos distrae sino que enfatiza la soledad y el vacío de un ser que se enfrenta a una pesquisa en una inmensidad de agua y selva, que nos permite dilucidar que su exploración no es física, no es ya la de unos cuerpos, si no la de la paz de su propia alma.

 

Cualquiera puesto de frente ante la búsqueda de algo en la inmensidad del río Magdalena y sus orillas, desistiría casi de inmediato, pero en José la duda no tiene cabida, él no cree, él tiene la certeza de que encontrará a sus hijos y no hay obstáculo posible. Las canciones que les dedicaba a cada uno de ellos son mantras que repite y son las brújulas que le permitirán llegar hasta ellos, encontrarlos y darles la sepultura que pondrá a sus almas por fin en paz.

 

La mirada del padre, es la de Tantas Almas y es la de José. Acostumbrados como estamos al punto de vista de la madre, cuando de conflictos bélicos se trata, el del padre es además de extraño y novedoso, contundente, pues nuestro imaginario y nuestra tradición formada, nos llevan siempre a pensar que la madre es la que sufre y la que busca consuelo, y aunque así es, claro está, el padre también flaquea, el padre también pierde, y el padre, también siente. El director quiso enfatizar esta perspectiva; y esa mirada impasible de José puesta de frente al dolor, ahonda más el sentimiento de pérdida, pues intuimos, y más aún, sabemos, que detrás de ese semblante siempre adusto, está la más grande agonía que nos desgarra tanto como a él. Es José quizás, el resumen de perderlo todo, pero aun así continuar a pesar de que adentro solo haya vacuidad, aun cuando el alma haya quedado suspendida en el río y entregada a la vastedad del río Magdalena. Es José el retrato y la representación de los miles de Josés que siguen respirando pero que son más espectros que los de sus muertos, porque son ellos los que han tenido que continuar cuando todos los demás se han ido o han sido arrebatados, son sus almas las que siguen “vivas” si así pudiera llamársele a una vida cuyo único consuelo es hallar los despojos de aquellos a quienes se ha amado.

Las canciones que les dedicaba a cada uno de ellos son mantras que repite y son las brújulas que le permitirán llegar hasta ellos…

 

Sin embargo, si José lo ha perdido todo y puede continuar, José representa también paradójicamente la esperanza, la esperanza de creer que puede haber algo mejor más adelante, que algún día lograremos lo que buscamos, que si creemos, hallaremos la respuesta. Y es Tantas Almas la esperanza de un nuevo cine, uno en el que nos contemos –porque hay que hacerlo–, en el que no neguemos nuestra realidad, pero que nos permita continuar, sacar adelante un proyecto común y un cine que sea memoria, y sin embargo, catarsis y propulsor de una mirada hacia el futuro, donde más que sentir lástima, sintamos un anhelo de cambio y las mismas ansias de sosiego que buscaba José. Si José halló el consuelo o la paz, no lo sabremos con certeza; pero nosotros, podemos al menos, intentarlo.