Tantas almas, de Nicolás Rincón Gille

Tantas almas en una sola

Liz Evelyn Echavarría Hoyos

Escuela de crítica de cine de Medellín

El relato masculino

A orillas de la ciénaga de Simití tiene lugar la primera película de ficción del colombiano Nicolás Rincón. Se trata de un relato profundo que se teje desde la voz del alma, la complicidad del río y la dolorosa realidad de Colombia que parece haberlo visto todo. Es una historia de amor, dolor y dignidad.

 

La historia se construye a través de la vida y la travesía de José, un pescador del sur de Bolívar que vive en una relativa tranquilidad con su familia, hasta que la vida da un giro que lo lleva a una búsqueda llena de incertidumbre y dolor.  Esta es la compleja historia de un hombre sencillo, que nos conduce a un paisaje hermoso que se confronta con una realidad agreste. Constituye un relato poderoso porque se cuenta desde la visión de un padre, en contraste con muchas producciones que tienen a la madre y/o al relato femenino como protagonista. Este elemento aporta mucho valor a la cinta, ya que evidencia la fragilidad y la sensibilidad masculina, en un contexto donde no están dadas las herramientas culturales para que los hombres puedan expresar lo que sienten. La actuación, el guion y la escenografía reflejan la vulnerabilidad que siente un hombre que pierde a sus hijos, que pierde lo más preciado que tenía, pero que no quiere perder su vida ni que se pierdan las almas de sus hijos. Un hombre que son muchos hombres, dos almas que son tantas almas.

El compromiso político de la palabra

Luego de volver de Bélgica donde estudió cine, Nicolás Rincón se dedica a estudiar la población campesina. Fruto de su exploración etnográfica presenta su trilogía documental llamada Campo hablado[1], donde la esencia es el relato oral y el protagonismo lo tienen las mujeres. Es una radiografía del campo, atravesado por las historias que lo habitan y las narraciones que comparten las víctimas que lo conocen, lo resisten y lo añoran. Sobre este aspecto, el director colombo-belga afirma en una conversación con el crítico Pedro Adrián Zuluaga que “sin la palabra no hubiésemos sobrevivido la violencia [y que] La narrativa del relato se vuelve una resistencia simbólica”[2]. La importancia de la palabra para el director es determinante, ya que da profundidad a su cine. En Tantas almas eso se hace evidente.

 

Es una radiografía del campo, atravesado por las historias que lo habitan y las narraciones que comparten las víctimas que lo conocen, lo resisten y lo añoran.

 

Una de las frases más significativas de la película es la que pronuncia un joven que le responde a don José: “Deje eso así. Deje de escarbar, mire que el río es inmenso y a usted también lo pueden matar”, a lo que el protagonista responde con el silencio, porque las palabras que pronuncia son pocas, pero contundentes. A veces las pronuncia para protegerse o para desafiar; otras veces para hacer preguntas que evidencian su vulnerabilidad; en otros momentos canta reflejando su amor y su dolor. Pero sus palabras dan cuenta de una resistencia a la deshumanización de la guerra (como cuando se despide de su compadre y se disculpa por arrojarlo al río). La palabra es política también cuando se obliga a callar, a no preguntar por los cuerpos, a no informar nada al respecto. El guion es un acierto porque refleja un compromiso político a través de la palabra que se resiste a ver desaparecer a sus hijos sin hacer un duelo, a no preguntar, a callar y olvidar sin cerrar su herida.

 

El poder del misticismo

Uno de los elementos más destacables de este director es que toma en cuenta el imaginario del campesino como pieza clave para entender las complejidades y el horror de la violencia y las dinámicas propias del conflicto armado en el país, que no pueden comprenderse desde la visión a veces simplista –y siempre frívola– de la racionalidad.

 

Por eso entre los documentales y la película se entrecruza un universo místico en el que los personajes recurren a rezos, brujas, mohanes, almas en pena y fuerzas demoníacas que sirven como argumento a esa injusticia. Resulta interesante ver cómo la existencia del mohán explica el fracaso de la pesca; cómo las brujas “resuelven” los fracasos económicos y sociales. En esta película el rezo de don José y el uso de escapularios son protección contra las balas; los paramilitares (que el director menciona sin ninguna ambigüedad) creen en pintarse las uñas de la mano izquierda como parte de un pacto con el diablo que los protege de ataques de almas en pena; y a las ánimas debe pedírseles permiso regándoles licor. Es así como la eficacia simbólica resulta congruente para explicar las razones de ser una víctima o de estar inmerso en una realidad particularmente violenta.

 

La estética visual a través del vestuario es otro elemento interesante de la película, porque da cuenta de la idiosincrasia colombiana. Don José tiene la camiseta del atlético Bucaramanga, igual que su hijo –su legado, ya que también es pescador–, una representación de la cultura aficionada y familiar. También se ve que el poncho y el sombrero lo usa un jefe paramilitar y un alcalde (que no al azar son el mismo actor). Estas visualizaciones potencian la historia desde lo simbólico, haciendo que el tema de las almas tenga más connotaciones que cuerpos que se han ido, y el espectador sea cómplice de la profundidad que tiene encontrar una respuesta y dar un cierre a un capítulo tan doloroso como la muerte.

Un relato con voz propia

Si bien el conflicto armado y sus víctimas en la filmografía colombiana se han retratado de muchas maneras, sobre todo a partir de la firma de los acuerdos de paz, Tantas almas es una cinta original porque los temas centrales son el duelo y el poder que tiene la mística para tolerar el dolor y salvar las almas en medio del ambiente deshumanizado y hostil de esa “Colombia profunda” que olvida a sus campesinos. Es un relato con voz propia no solo por la historia sino por la forma de contarla, sin prisas, desde las miradas cargadas de emociones, desde la imponencia y tranquilidad del río, desde una canoa, desde la cercanía de la realidad.

También se ve que el poncho y el sombrero lo usa un jefe paramilitar y un alcalde (que no al azar son el mismo actor).

 

Es una historia donde sus más de dos horas no incomodan. Las actuaciones son impecables, especialmente la de Arley de Jesús Carvallido, quien ha estado en medio del conflicto. La película cuenta con una excelente fotografía[3], donde el paisaje y el color la hacen más intensa, además evoca calidez y sensibilidad humana a pesar del contexto. La música es maravillosa precisamente por ser casi silente. El canto diegético es un poema más que una melodía, es un viaje solitario y poético que, además de ambientar la película, responde a la historia misma.

[1] Los documentales que la conforman son: En lo escondido (2005), Los abrazos del río (2007) y Noche herida (2010). Se presentaron en el VI festival de cine de Jardín, que se realizó entre el 16 y el 19 de septiembre del año en curso

 

[2] Palabras del director Nicolás Rincón Gille sobre su trilogía Campo hablado pronunciadas en un conversatorio con Pedro Adrián Zuluaga, en el 6º Festival de Cine de Jardín, que se realizó entre el 16 y el 19 de septiembre de 2021.

 

[3] Es ganadora del premio alemán de fotografía por el trabajo de Juan Sarmiento.